Gracias

Te doy gracias Señor, 
porque me has llamado.
Te doy gracias por todo
lo que Tu has querido en mi vida.
Bendito seas por el tiempo en que naci. 

Te alabo por mis buenas horas 
y por mis dias amargos.
Bendito seas, por todo lo que 
me has negado. 

No despidas jamas de tu servicio,
a tu siervo rebelde y perezoso. 
Tu tienes poder sobre mi corazon y 
sobre mi mismo, en quella profundidad 
donde solo yo puedo disponer de mi
y de mi destino.  

Reconciliacion




La sangre del justo y la del malvado
corren por tu mismo corazon.
La espada del que gopea y la que 
recibe el latigazo, son parte de 
de tu mismo cuerpo.

En tu lagrimas,
lloran el dolor del bueno 
y la confusion de su agresor. 
Tu misma ternura abraza el rostro 
de tu madre Maria; 
y el del soldado que te clava.

En tu corazon no hay excluidos,
en tu cuerpo todos cabemos,
en tus lagrimas todos lloramos,
en tu ternura todos existimos.

¡Dejame estar contigo, Señor, 
en tu misterio, y vivir en el hogar 
de tu pasion, donde reconcilias lo imposible.


¿Qué había antes del antes?

Gran parte de la comunidad científica considera como dato seguro que el universo y nosotros mismos venimos de una inconmensurable explosión -big bang- ocurrida hace cerca de 13.700 millones de años. Existe un último fósil de ese evento, verificado por la ciencia. En 1965 dos técnicos estadounidenses de la Bell Telephone Laboratories de New Jersey, Arno Penzias y Robert Wilson construyeron un aparato de microondas ultrasensible. Al probar el aparato, constataron que en él había un ruido que no podían limpiar. Venía uniformemente de todas las partes del universo, una onda bajísima de tres grados Kelvin.
¿Cuál era el origen de este ruido cósmico de fondo? Ellos y otros astrofísicos constataron que era el último eco de la gran explosión y el resto final que quedaba de la irradiación inicial. Tomando como referencia las galaxias más distantes que se alejan de nosotros a gran velocidad y cuya radiación roja nos está llegando ahora, concluyeron que tal hecho había ocurrido cerca de 13.700 millones de años atrás. Por este descubrimiento, Penzias y Wilson ganaron el premio Nóbel de física en 1978.
Es decir, nuestra edad no es la de nuestro nacimiento sino la del nacimiento del universo hace todos esos miles de millones de años, cuando estábamos potencialmente todos juntos allí con los demás seres del universo. Este dato sería, según algunos, el mayor descubrimiento realizado por la ciencia.
¿Qué había antes del big bang? Los cosmólogos sugieren que lo que había era el vacío cuántico, el estado de energía de fondo del universo, origen de todo lo que existe. Otros lo llaman abismo alimentador de todo ser. Condensación de él sería aquel puntito que primero se hinchó como un balón y después explotó dando origen tal vez, según la teoría de las cuerdas, a otros eventuales mundos paralelos. Pero el vacío cuántico, última realidad alcanzada por la microfísica, es todavía una realidad discernible. Es el antes. Pero ¿qué había antes de ese antes discernible?
En un programa de radio le preguntaron a Penzias qué había antes del big bang y del vacío cuántico. Él respondió: “No lo sabemos, pero razonablemente podemos decir que no había nada”. Inmediatamente llamó una oyente, irritada, acusando a Penzias de ateo. Él sabiamente respondió: “Señora, creo que usted no se ha dado cuenta de las implicaciones de lo que acabo de decir. Antes del big bang no había nada de lo que hoy existe. Si lo hubiera cabría preguntar: ¿de dónde vino?”. Sigue comentando que si había la nada y de repente empezaron a aparecer cosas era señal de que Alguien las había sacado de la nada, y concluye diciendo que su descubrimiento podrá llevar a la superación de la histórica enemistad entre ciencia y religión.
Lo que podemos decir honradamente es que antes del antes había lo Incognoscible, lo Impenetrable, el Misterio. Pues bien, los nombres que las religiones atribuyen a aquello que llaman Dios o Tao, Yavé, Olorum o cualquier otra Entidad, quieren expresar exactamente lo Incognoscible y el Misterio al que se refería Penzias. Por lo tanto “había Dios”. Él no creó el mundo en el tiempo y en el espacio sino con el tiempo y con el espacio.
¿Qué había antes del antes? Ahora podemos balbucear: había la «Realidad» fuera del espacio-tiempo, en el equilibrio absoluto de su movimiento, la Totalidad de simetría perfecta, la Energía infinita y el Amor desbordante. Ni siquiera deberíamos usar tales nombres, pues los nombres surgieron después, cuando ya todo había sido traído a la existencia. Verdaderamente deberíamos callar. Pero como somos seres hablantes, usamos palabras, aunque no dicen nada. Sólo son flechas que apuntan hacia un Misterio.

¿Cual es el legado de la crisis de los pedófilos en la Iglesia?

En el siglo XVI, en pleno auge de poder de los Papas renacentistas en Roma, envueltos en escándalos de todo tipo, surgió un clamor en toda la Iglesia por su «reforma en la cabeza y en los miembros». Este clamor venía del laicado, del bajo clero y de teólogos como Lutero, Zwinglio y otros. La respuesta fue la Contrarreforma, que transformó a la Iglesia católica en un baluarte contra el movimiento de los Reformadores, endureciendo todavía más sus estructuras de poder.
Ahora, el escándalo de los sacerdotes pedófilos en varios países católicos ha hecho surgir un vigoroso clamor por reformas estructurales en la Iglesia. Este clamor no viene solamente de abajo, como en el tiempo de la Reforma, sino principalmente de arriba, de cardenales y obispos. En primer lugar, este pecado y este crimen fue abordado con una desastrosa gestión por el Vaticano. Inicialmente se intentó descalificar los hechos como «chismes mediáticos», luego se procuró ocultarlos, usando hasta el «sigilo pontificio» con el pretexto de salvaguardar la presumida santidad intrínseca de la Iglesia, después se minimizaron los hechos, o se recurrió al montaje de un complot de oscuras fuerzas laicistas contra la Iglesia y, finalmente, ante la imposibilidad de cualquier vía de disculpa y de fuga, salió a la superficie la desasosegante verdad.
El Papa tomó severas medidas contra los pedófilos, consideradas insuficientes por mucha gente en la misma Iglesia, porque no basta la «tolerancia cero» y las puniciones canónicas y civiles. Todo eso viene a posteriori, después de cometido el delito. Nada se dice de cómo evitar que tales escándalos se repitan y qué reformas introducir en la vivencia del celibato y en la educación de los candidatos al sacerdocio. No se pone como prioritaria la protección de las víctimas inocentes, muchas las cuales revelan un tenebroso vacío espiritual, fruto de la traición que sintieron por parte de la Iglesia, en una mezcla de culpa y de vergüenza.
Después, las altas autoridades se hicieron mutuamente graves acusaciones. El Card. Cristoph Schönborn de Viena acusó al Cardenal Angelo Sodano de haber ocultado, cuando era Secretario de Estado (el primer puesto después del Papa), la pedofilia de su antecesor en la sede, el Card. Hans-Herrman Groër. Obispos alemanes criticaron a su conferencia episcopal no haber sido suficientemente vigilante frente a los notorios abusos sexuales del obispo de Ausgburg Walter Mixa, obligado a renunciar. Igualmente con referencia al obispo de Brujas en Bélgica, que abusó durante 8 años de un sobrino suyo.
Es impresionante la autocrítica hecha por el arzobispo de Camberra, Mark Coleridge, reconociendo que la moral de la Iglesia concerniente al cuerpo y a la sexualidad es rígida y de estilo jansenista, creando en los seminaristas una «inmadurez institucionalizada», con tendencia a la discreción y al secreto ante los delitos, para mantener el buen nombre de la Iglesia, fruto de un triunfalismo hipócrita. El primado de Irlanda, Diarmuid Martin, se preguntó sinceramente por el futuro de la Iglesia en su país, tal ha sido el número de pedófilos en las instituciones durante muchos y largos años. Reconoce que las reformas son urgentes, pues la Iglesia «no puede quedar aprisionada en su pasado» y debe introducir cambios fundamentales en su estructura que impidan tales desvíos. Tal vez el documento más lúcido y valiente vino del obispo auxiliar de Camberra, Pat Power, que reclama «una necesaria reforma sistémica y total de las estructuras de la Iglesia». Afirma que «en la conducción de la Iglesia, toda masculina, no reside toda la sabiduría, y que ella debe escuchar la voz de los fieles». Reconoce valientemente que «si las mujeres hubieran tenido más poder de decisión, no habríamos llegado a la crisis actual».
Podríamos presentar otras voces de altas autoridades eclesiásticas, pero lo importante es constatar que este escándalo que ha afectado al capital de ética y de confianza de la Iglesia-institución, paradójicamente ha dejado un legado positivo: suscitar la cuestión de las reformas de base, aprobadas por el Concilio Vaticano II. Estas, sin embargo, fueron boicoteadas por la Curia vaticana y por los dos últimos Papas que se alinearon con una visión conservadora y contraria a toda modernidad.
Quienes amamos a la Iglesia con sus luces y sus sombras, queremos entender la actual crisis como una oportunidad suscitada por el Espíritu para que la Iglesia-institución encuentre realmente la mejor forma de transmitir la buena-nueva de Jesús y ayude a la humanidad a afrontar una crisis todavía mayor, la del sistema-vida y del sistema-Tierra, terriblemente amenazados.

¿Crisis terminal del capitalismo?

Vengo sosteniendo que la crisis actual del capitalismo es más que coyuntural y estructural. Es terminal. ¿Ha llegado el final del genio del capitalismo para adaptarse siempre a cualquier circunstancia?. Soy consciente de que pocas personas sostienen esta tesis. Dos razones, sin embargo, me llevan a esta interpretación.
La primera es la siguiente: la crisis es terminal porque todos nosotros, pero particularmente el capitalismo, nos hemos saltado los límites de la Tierra. Hemos ocupado, depredando, todo el planeta, deshaciendo su sutil equilibrio y agotando sus bienes y servicios hasta el punto de que no consigue reponer por su cuenta lo que le han secuestrado. Ya a mediados del siglo XIX Karl Marx escribía proféticamente que la tendencia del capital iba en dirección a destruir sus dos fuentes de riqueza y de reproducción: la naturaleza y el trabajo. Es lo que está ocurriendo.
La naturaleza efectivamente se encuentra sometida a un gran estrés, como nunca antes lo estuvo, por lo menos en el último siglo, sin contar las 15 grandes diezmaciones que conoció a lo largo de su historia de más de cuatro mil millones de años. Los fenómenos extremos verificables en todas las regiones y los cambios climáticos, que tienden a un calentamiento global creciente, hablan a favor de la tesis de Marx. ¿Sin naturaleza cómo va a reproducirse el capitalismo? Ha dado con un límite insuperable.
Él capitalismo precariza o prescinde del trabajo. Existe gran desarrollo sin trabajo. El aparato productivo informatizado y robotizado produce más y mejor, con casi ningún trabajo. La consecuencia directa es el desempleo estructural.
Millones de personas no van a ingresar nunca jamás en el mundo del trabajo, ni siquiera como ejército de reserva. El trabajo, de depender del capital, ha pasado a prescindir de él. En España el desempleo alcanza al 20% de la población general, y al 40% de los jóvenes. En Portugal al 12% del país, y al 30% entre los jóvenes. Esto significa una grave crisis social, como la que asola en este momento a Grecia. Se sacrifica a toda la sociedad en nombre de una economía, hecha no para atender las demandas humanas sino para pagar la deuda con los bancos y con el sistema financiero. Marx tiene razón: el trabajo explotado ya no es fuente de riqueza. Lo es la máquina.
La segunda razón está ligada a la crisis humanitaria que el capitalismo está generando. Antes estaba limitada a los países periféricos. Hoy es global y ha alcanzado a los países centrales. No se puede resolver la cuestión económica desmontando la sociedad. Las víctimas, entrelazas por nuevas avenidas de comunicación, resisten, se rebelan y amenazan el orden vigente. Cada vez más personas, especialmente jóvenes, no aceptan la lógica perversa de la economía política capitalista: la dictadura de las finanzas que, vía mercado, somete los Estados a sus intereses, y el rentabilismo de los capitales especulativos que circulan de unas bolsas a otras obteniendo ganancias sin producir absolutamente nada a no ser más dinero para sus rentistas.
Fue el capital mismo el que creó el veneno es el que lo puede matar: al exigir a los trabajadores una formación técnica cada vez mejor para estar a la altura del crecimiento acelerado y de la mayor competitividad, creó involuntariamente personas que piensan. Éstas, lentamente van descubriendo la perversidad del sistema que despelleja a las personas en nombre de una acumulación meramente material, que se muestra sin corazón al exigir más y más eficiencia, hasta el punto de llevar a los trabajadores a un estrés profundo, a la desesperación, y en algunos casos, al suicidio, como ocurre en varios países, y también en Brasil.
Las calles de varios países europeos y árabes, los “indignados” que llenan las plazas de España y de Grecia son expresión de una rebelión contra el sistema político vigente a remolque del mercado y de la lógica del capital. Los jóvenes españoles gritan: «no es una crisis, es un robo». Los ladrones están afincados en Wall Street, en el FMI y en el Banco Central Europeo, es decir, son los sumos sacerdotes del capital globalizado y explotador.
Al agravarse la crisis crecerán en todo el mundo las multitudes que no aguanten más las consecuencias de la superexplotación de sus vidas y de la vida de la Tierra y se rebelen contra este sistema económico que ahora agoniza, no por envejecimiento, sino por la fuerza del veneno y de las contradicciones que ha creado, castigando a la Madre Tierra y afligiendo la vida de sus hijos e hijas.

Pérdida de confianza en el orden actual

En la perspectiva de las grandes mayorías de la humanidad el orden actual es un orden en desorden, producido y mantenido por las fuerzas y países que se benefician de él, aumentando su poder y sus ganancias. Este desorden se deriva del hecho de que la globalización económica no ha dado origen a una globalización política. No hay ninguna instancia o fuerza que controle la voracidad de la globalización económica. Joseph Stiglitz y Paul Krugman, dos premios Nobel de economía, critican al presidente Obama por no haber puesto freno a los ladrones de Wall Street y de la City en vez de rendirse a ellos. Después de haber provocado la crisis, todavía fueron beneficiados con inversiones mil millonarias de dinero público. Y volvieron, airosos, al sistema de especulación financiera.
Esos excepcionales economistas son óptimos haciendo análisis pero mudos presentando salidas a la crisis actual. Tal vez, como insinúan, por estar convencidos de que la solución a la economía no está en la economía sino en rehacer las relaciones sociales destruidas por la economía de mercado, especialmente la especulativa. Esta no tiene compasión y está desprovista de cualquier proyecto de mundo, de sociedad y de política. Su propósito es acumular al máximo y para eso tiene que someter estados, quebrar legislaciones, flexibilizar leyes de trabajo, y fundar economías nacionales, obligando a los países en crisis a privatizar todo lo que es vendible, lanzando al pueblo a pobreza y la desesperación.
Para los especuladores, también en Brasil, el dinero sirve para producir más dinero y no para producir más bienes para quien los necesita. Aquí, el gobierno tiene que pagar más de cien mil millones dólares anuales por los préstamos adquiridos, mientras solamente dedica cerca sesenta mil millones a los proyectos sociales. Esta disparidad resulta éticamente perversa, consecuencia del tipo de sociedad que está obligada a mantener, que coloca como eje estructurador central a la economía y hace una mercancía de todo, hasta de los bienes comunes necesarios para la vida, como el agua, las semillas, el aire y los suelos.
No son pocos quienes sostienen la tesis de que estamos en un momento dramático de descomposición de los lazos sociales. Alain Touraine habla incluso de fase pos-social en lugar de pos-industrial.
Esta descomposición social se revela por polarizaciones o por lógicas en oposición radical: la lógica del capital productivo, cerca de 60 billones dólares/año, y la del capital especulativo, cerca de 600 billones de dólares bajo la égida del greed is good (la codicia es buena). La lógica de los que defienden el mayor lucro posible y la de los que luchan por los derechos de la vida, de la humanidad y de la Tierra. La lógica del individualismo que destruye la «casa común», aumentando el número de los que ya no quieren convivir más, y la lógica de la solidaridad social a partir de los más vulnerables. La lógica de las élites que hacen los cambios intrasistema y se apropian de los beneficios, y la lógica de los asalariados, amenazados de desempleo y sin capacidad de intervención. La lógica de la aceleración del crecimiento material (Brasil) y la de los límites de cada ecosistema y de la propia Tierra.
Existe una desconfianza generalizada de que del sistema imperante pueda venir algo bueno para la humanidad. Vamos de mal en peor en todo lo que se refiere a la vida y a la naturaleza. El futuro depende del caudal de confianza que los pueblos tienen en sus capacidades y en las auténticas posibilidades de la realidad. Y esta confianza está menguando día a día.
Nos estamos enfrentando a este dilema: o dejamos que las cosas sigan así como están y entonces nos hundiremos en una crisis terminal o nos empeñamos en la gestación de una nueva vida social que sostendrá otro tipo de civilización. Los vínculos sociales nuevos no se derivarán de la técnica ni de la política actuales, despegadas de la naturaleza y de una relación de sinergia con la Tierra. Nacerán de un consenso mínimo entre los humanos, que debe ser construido en torno al reconocimiento y respeto de los derechos de la vida, de cada sujeto social, de la humanidad y de la Tierra, considerada como Gaia y nuestra Madre común. A esta nueva vida social deben servir la técnica, la política, las instituciones y los valores del pasado. Vengo pensando y escribiendo sobre estas cosas desde hace por lo menos veinte años. Pero ¿quién escucha? Es voz perdida en el desierto. «Clamé y salvé mi alma» (clamavi et salvavi animam meam, diría desolado Marx).

El «complejo de Dios» de la modernidad

La crisis actual no es solo una crisis de escasez creciente de recursos y de servicios naturales. Es fundamentalmente la crisis de un tipo de civilización que ha colocado al ser humano como «señor y dueño» de la naturaleza (Descartes). Ésta, para él, no tiene espíritu ni propósito y por eso puede hacer lo que quiera con ella.
Según el fundador del paradigma moderno de la tecnociencia, Francis Bacon, el ser humano debe torturarla hasta que nos entregue todos sus secretos. De esta actitud se ha derivado una relación de agresión y de verdadera guerra contra la naturaleza salvaje que debía ser dominada y «civilizada». Surgió así también la proyección arrogante del ser humano como el «Dios» que domina y organiza todo.
Debemos reconocer que el cristianismo ayudó a legitimar y a reforzar esta comprensión. El Génesis dice claramente: «llenad la Tierra y sujetadla y dominad sobre todo lo que vive y se mueve sobre ella» (1,28). Después se afirma que el ser humano fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). El sentido bíblico de esta expresión es que el ser humano es lugarteniente de Dios, y como Éste es el señor del universo, el ser humano es el señor de la Tierra. Él goza de una dignidad que es solo suya: la de estar por encima de los demás seres. De aquí se generó el antropocentrismo, una de las causas de la crisis ecológica. Finalmente, el monoteísmo estricto suprimió el carácter sagrado de todas las cosas y lo concentró sólo en Dios. El mundo, al no poseer nada de sagrado, no necesita ser respetado. Podemos modelarlo a nuestro gusto. La moderna civilización de la tecnociencia ha ocupado todos los espacios con sus aparatos y ha podido penetrar en el corazón de la materia, de la vida y del universo. Todo venía envuelto con el aura del «progreso», una especie de recuperación del paraíso, en otro tiempo perdido, pero ahora reconstruido y ofrecido a todos.
Esta visión gloriosa empezó a derrumbarse en el siglo XX con las dos guerras mundiales y otras coloniales que produjeron doscientos millones de víctimas. Cuando se perpetró el mayor acto terrorista de la historia, las bombas atómicas lanzadas sobre Japón por el ejército estadounidense, que mataron a miles de personas y destruyeron la naturaleza, la humanidad se llevó un susto del cual no se ha repuesto hasta hoy. Con las armas atómicas, biológicas y químicas construidas después, nos hemos dado cuenta de que no necesitamos a Dios para hacer realidad el Apocalipsis.
No somos Dios y querer serlo nos lleva a la locura. La idea del hombre queriendo ser «Dios» se ha transformado en una pesadilla. Pero él se esconde todavía detrás del «tina» (there is no alternative) neoliberal: «no hay alternativa, este mundo es definitivo». Ridículo. Démonos cuenta de que «el saber como poder» (Bacon) cuando se realiza sin conciencia y sin límites puede autodestruirnos. ¿Qué poder tenemos sobre la naturaleza? ¿Quién domina un tsunami? ¿Quién controla el volcán chileno Puyehe? ¿Quién frena la furia de las inundaciones en las ciudades serranas de Río? ¿Quién impide el efecto letal de las partículas atómicas de uranio, de cesio y de otros elementos, liberadas por las catástrofes de Chernobyl y de Fukushima? Como dijo Heidegger en su última entrevista a Der Spiegel: «sólo un Dios podrá salvarnos».
 
Ver perfil de saltodepaginaTenemos que aceptarnos como simples criaturas junto con todas las demás de la comunidad de vida. Tenemos el mismo origen común: el polvo de la Tierra. No somos la corona de la creación, sino un eslabón de la corriente de la vida, con una diferencia, la de ser conscientes y con la misión de «guardar y cuidar el jardín del Edén» (Gn 2,15), es decir, de mantener las condiciones de sostenibilidad de todos los ecosistemas que componen la Tierra.
Si partimos de la Biblia para legitimar la dominación de la Tierra, tenemos que volver a ella para aprender a respetarla y a cuidarla. La Tierra generó a todos. Dios ordenó: «Que la Tierra produzca seres vivos, según su especie» (Gn 1,24). Ella, por lo tanto, no es inerte; es generadora, es madre. La alianza de Dios no es solo con los seres humanos. Después del tsunami del diluvio, Dios rehizo la alianza «con nuestra descendencia y con todos los seres vivos» (Gn 9,10). Sin ellos, somos una familia menguada.
La historia muestra que la arrogancia de «ser Dios», sin nunca poder serlo, sólo nos trae desgracias. Bástenos ser simples criaturas con la misión de cuidar y respetar a la Madre Tierra.

Injusticia alimentaria



Oxfam, la confederación internacional de lucha contra el hambre, dio a conocer su más reciente informe sobre la realidad alimentaria del mundo, titulado “Cultivar un futuro mejor”. Podemos resumir el contenido del reporte en tres afirmaciones globales que luego explicaremos: el sistema alimentario mundial está descompuesto; por encima de todo, es el poder el que decide quién come y quién no; y, la tercera, la actual crisis ofrece una oportunidad para construir una nueva prosperidad. Veamos cómo se explica en el documento cada una de estas aseveraciones.

Que el sistema alimentario esté descompuesto significa que el hambre es crónica y persistente; que los precios de los alimentos tienden a subir en espiral (se estima que para 2030 podrían subir entre el 70% y el 90%); que los mercados son manipulados en contra de muchos y a favor de unos pocos; que el cambio climático nos empuja hacia una segunda crisis de precios; que la demanda va en aumento sobre una base de recursos agotados (la proporción de tierra dedicada a la producción de alimentos ha alcanzado su punto máximo). A esto se debe agregar el aumento de conflictos por el agua y el incremento de poblaciones vulnerables a las sequías y las inundaciones. El impacto de todo esto en la población mundial es grave: a inicios de 2011 había 925 millones de personas hambrientas (al menos 53 millones de ellas viven en América Latina y el Caribe); cuando el año termine, el clima extremo y el alza en el precio de los alimentos puede llevarnos de nuevo a la cifra de los mil millones, una cantidad que se alcanzó en 2008.

Surge una pregunta razonable y humana —aunque el sistema alimentario vigente no entiende de razones ni de humanidad—: ¿por qué en un mundo que produce alimentos más que suficientes para todos hay tanta gente (una por cada siete) que pasa hambre? La respuesta a dicha pregunta nos sitúa en el ámbito de las causas. Para algunos, esto se debe a la insuficiente inversión tecnológica (en biotecnología, por ejemplo), al crecimiento desbocado de la población o a la obsesión romántica con la agricultura tradicional. Sin embargo, la causa más profunda se encuentra, según el documento de Oxfam, en el poder de quienes han construido un sistema alimentario por y a favor de una minoría, cuyo principal propósito es producir beneficios; en los insaciables grupos agrícolas de presión de los países ricos, enganchados a dádivas que inclinan los términos comerciales contra los agricultores del mundo empobrecido; élites egoístas que amasan recursos a costa de las poblaciones rurales pobres; inversores que intervienen en los mercados de materias primas como si de casinos se tratase, para quienes los alimentos son simplemente un activo financiero (como las acciones, los bonos o los títulos hipotecarios); enormes empresas del sector agrícola ocultas al público, que funcionan como oligopolios globales, imponiendo las reglas en los mercados sin dar cuentas a nadie. En pocas palabras, es este poder el que decide quién come y quién no.
Pero, para Oxfam, esta injusticia alimentaria no tiene por qué ser definitiva; puede y debe revertirse en una dirección que dé lugar a la cooperación en lugar de la competencia, donde el bienestar de las mayorías se anteponga a los intereses de unos pocos; es decir, establecer un rumbo hacia una nueva prosperidad. Para ello, según el documento, se necesitan tres grandes cambios. En primer lugar, se debe construir una nueva manera de gobernar a escala mundial, para la cual la prioridad máxima sea enfrentar el hambre y reducir la vulnerabilidad mediante la creación de empleo, la adaptación al clima, la reducción del riesgo de desastres y la inversión en protección social. En segundo lugar, se debe forjar un nuevo futuro agrícola, priorizando las necesidades de los productores de alimentos a pequeña escala en los países empobrecidos (los Gobiernos y empresas deben adoptar políticas y prácticas que garanticen el acceso de los agricultores a los recursos naturales, la tecnología y los mercados). Y en tercer lugar, se debe establecer un nuevo futuro ecológico, movilizando la inversión y cambiando el comportamiento de empresas y consumidores, a la vez que dando forma a los acuerdos globales que permitan distribuir los escasos recursos de forma equitativa.
Para los miembros de Oxfam, la lucha por contrarrestar la injusticia alimentaria ya está en marcha: están surgiendo en todo el mundo redes y movimientos por una nueva prosperidad; productores pobres reclaman una parte justa de los presupuestos nacionales y de las cadenas de valor; ONG de desarrollo trabajan en agricultura sostenible; grupos de mujeres reivindican sus derechos sobre los recursos; organizaciones sociales exigen que se respete el derecho a la alimentación. En suma, el informe nos recuerda el clamor de las 925 millones de personas hambrientas que hay ahora mismo en el mundo; esos hombres y mujeres, niños y ancianos, jóvenes y adultos exigen una respuesta técnica y ética del Estado, el mercado y la sociedad civil. Y eso implica, al menos, encargarse de tres retos: la producción sostenible, la equidad en el acceso a los alimentos básicos, y la capacidad y voluntad para superar los intereses creados que están en la raíz del actual sistema alimentario, productor de muerte por hambre.

Facundo en sus palabras (Ysuca)

Con indignación hemos recibido la noticia del asesinato del trovador argentino Facundo Cabral, ocurrida el sábado recién pasado en la capital guatemalteca y atribuida a supuestos sicarios del crimen organizado. La noticia ha dado la vuelta al mundo a través de las redes sociales, cuyos usuarios han mostrado su enfado por el crimen que pone en la mirada mundial no solo a Guatemala, sino también a la región centroamericana, que se encuentra sumida en la violencia.
La criminalidad irracional, claro está, no entiende de cultura, de paz, de sabiduría, de respeto a la vida, a la dignidad; en pocas palabras, no entiende lo que significa llevar la vida con honradez. Entiende, eso sí, de armas, de corrupción, de asesinatos, de tráfico de personas y drogas, de muertes violentas individuales y colectivas, es decir, es experta en las prácticas que deshumanizan y empobrecen al ser humano. Por el contrario, Cabral nos deja un legado de palabra humanizadora y esperanzadora, cuyas fuentes de inspiración fueron, entre otros, Jesús de Nazaret, Gandhi, Madre Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís, Buda. Por eso es conocido como el “trovador pacifista”, “el hombre de palabra inteligente”, “el cantor de la cultura profética”, “un sabio de la vida”, “el contador de historias”, “el poeta que nos hacía reflexionar”. Su aporte humanista fue reconocido por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco); en 1996 lo declaró “Mensajero Mundial de la Paz”. En su memoria, recordemos siete pensamientos propios de su talante iluminador de la vida buena, esto es, de una vida orientada con ética y sabiduría.
Los primeros cinco pensamientos hacen referencia al “buen vivir” (del que habla la cultura indígena), tan urgente para que nuestra cotidianidad deje de ser una amenaza y se constituya más bien en promesa cumplida de vida digna. Primero, “el bien y el mal viven dentro tuyo, alimenta más al bien para que sea el vencedor cada vez que tengan que enfrentarse. Lo que llamamos problemas son lecciones, por eso nada de lo que nos sucede es en vano”. Segundo, “cada mañana es una buena noticia, cada niño que nace es una buena noticia, cada hombre justo es una buena noticia, cada cantor es una buena noticia, porque cada cantor, es un soldado menos”. Tercero, “tienes un cerebro como Einstein, tienes un corazón como Jesús, tienes dos manos como la madre Teresa, tienes una voluntad como Moisés, tienes un alma como Gandhi, tienes un espíritu como Buda. Entonces, ¡cómo puedes sentirte pobre y desdichado!”. Cuarto, “nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo; es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites, y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”. Quinto, “ayuda al niño que te necesita, ese niño será socio de tu hijo. Ayuda a los viejos, y los jóvenes te ayudarán cuando lo seas. Además, el servicio es una felicidad segura, como gozar a la naturaleza y cuidarla para el que vendrá. Da sin medida y te darán sin medida”.
Y para contrarrestar el sentimiento de impotencia ante tanto mal que campea impunemente, Cabral dice: “Que no te confundan unos pocos homicidas y suicidas; el bien es mayoría pero no se nota porque es silencioso. Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que le destruya hay millones de caricias que alimentan a la vida”. Y quizás hablando de su violenta muerte, afirmaría: “Algunos no tienen la muerte que merecen; y otros no merecen la muerte que tuvieron”. Sin embargo, como Facundo Cabral era un hombre de terca esperanza, seguirá pensando que “si los malos supieran lo buen negocio que es ser buenos, serían buenos, aunque solo fuera por negocio”.
Dejamos abierto nuestro comentario con una de esas historietas de Anthony de Mello con las que se identificaba Cabral: “En cierta ocasión, Buda se vio amenazado de muerte por un bandido llamado Angulimal. ‘Sé bueno’, le dijo Buda, ‘y ayúdame a cumplir mi último deseo. Corta una rama de ese árbol’. Con un golpe de su espada, el bandido hizo lo que le pedía Buda. ‘¿Y ahora, qué?’, le preguntó a continuación. ‘Ponla de nuevo en su sitio’, dijo Buda. El bandido soltó una carcajada: ‘¡Debes estar loco si piensas que alguien puede hacer semejante cosa!’. ‘Al contrario’, le dijo Buda. ‘Eres tú el loco al pensar que eres poderoso porque puedes herir y destruir. El poderoso es el que sabe crear y curar’”. Desde este relato podemos concluir diciendo que el poder que procuró cultivar Facundo Cabral sigue estando entre nosotros.

Una revolución todavía por hacer

Todo cambio de paradigma civilizatorio está precedido de una revolución en la cosmología (visión del universo y de la vida). El mundo actual surgió con la extraordinaria revolución que introdujeron Copérnico y Galileo al comprobar que la Tierra no era un centro estable sino que giraba alrededor del sol. Esto generó una enorme crisis en las mentes y en la Iglesia, pues parecía que todo perdía centralidad y valor. Pero lentamente se fue imponiendo la nueva cosmología que fundamentalmente perdura hasta hoy en las escuelas, en los negocios y en la lectura del curso general de las cosas. Sin embargo, el antropocentrismo, la idea de que el ser humano continúa siendo el centro de todo y que las cosas están destinadas a su disfrute, se ha mantenido.
Si la Tierra no es estable, por lo menos el universo –se pensaba– es estable. Sería como una inconmensurable burbuja dentro de la cual se moverían los astros celestes y todas las demás cosas.
Y he aquí que esta cosmología comenzó a ser superada cuando en 1924 un astrónomo amateur, Edwin Hubble, comprobó que el universo no es estable. Constató que todas las galaxias así como todos los cuerpos celestes están alejándose unos de otros. El universo, por lo tanto, no es estacionario como creía todavía Einstein. Está expandiéndose en todas las direcciones. Su estado natural es la evolución y no la estabilidad.
Esta constatación sugiere que todo comenzó a partir de un punto extremadamente denso de materia y energía que, de repente, explotó (big bang) dando origen al actual universo en expansión. Esta idea, propuesta en 1927 por el astrónomo y sacerdote belga George Lemaître, fue considerada esclarecedora por Einstein y asumida como teoría común. En 1965 Arno Penzias y Robert Wilson demostraron que de todas las partes del universo nos llega una radiación mínima, tres grados Kelvin, que sería el último eco de la explosión inicial. Analizando el espectro de la luz de las estrellas más distantes, la comunidad científica concluyó que esta explosión habría ocurrido hace 13,7 mil millones de años. Esta es pues la edad del universo y la nuestra, pues un día estábamos, virtualmente, todos juntos allí, en aquel ínfimo punto llameante.
Al expandirse, el universo se auto-organiza, se autocrea y genera complejidades cada vez mayores y órdenes cada vez más altos. Es convicción de los más notables científicos que, al alcanzar cierto grado de complejidad, en cualquier parte, la vida emerge como imperativo cósmico. Así también la conciencia y la inteligencia. Todos nosotros, nuestra capacidad de amar y de inventar, no estamos fuera de la dinámica general del universo en cosmogénesis. Somos partes de este inmenso todo.
Una energía de fondo insondable y sin márgenes –abismo alimentador de todo– sustenta y pasa a través de todas las cosas activando las energías fundamentales sin las cuales no existiría nada de lo que existe.
A partir de esta nueva cosmología, nuestra vida, la Tierra y todos los seres, nuestras instituciones, la ciencia, la técnica, la educación, las artes, las filosofías y las religiones deben ser dotadas de nuevos significados. Todo y todas las cosas son emergencias de este universo en evolución, dependen de sus condiciones iniciales y deben ser comprendidas dentro del interior de este universo vivo, inteligente, auto-organizativo y ascendente rumbo a órdenes aun más altos.
Esta revolución todavía no ha provocado una crisis semejante a la del siglo XVI, pues no ha penetrado suficientemente en las mentes de la mayor parte de la humanidad, ni de los intelectuales, mucho menos en las de los empresarios y los gobernantes. Pero está presente en el pensamiento ecológico, sistémico, holístico y en muchos educadores, fundando el paradigma de la nueva era, el ecozoico.
¿Por qué es urgente que se incorpore esta revolución paradigmática? Porque ella nos proporcionará la base teórica necesaria para resolver los actuales problemas del sistema-Tierra en proceso acelerado de degradación. Nos permite ver nuestra interdependencia y mutualidad con todos los seres. Formamos junto con la Tierra viva la gran comunidad cósmica y vital. Somos la expresión consciente del proceso cósmico y responsables de esta porción de él, la Tierra, sin la cual todo lo que estamos diciendo sería imposible. Porque no nos sentimos parte de la Tierra, la estamos destruyendo. El futuro del siglo XXI y de todas las COPs dependerá de que asumamos o no esta nueva cosmología. Verdaderamente solo ella nos podrá salvar.

¿Dando se recibe?

Estamos en tiempo de montaje del gobierno. Hay disputas por cargos y funciones por parte de partidos y de políticos. Se realizan negociaciones, cargadas de intereses y de mucha vanidad. En este contexto, se oye citar este tópico de la inspiradora oración de san Francisco por la paz: «es dando como recibiremos» para justificar la permuta de favores y de apoyos donde corre también mucho dinero. Es una manipulación torpe del espíritu generoso y desinteresado de san Francisco. Pero dejemos a un lado estos desvíos y veamos su sentido verdadero.
Hay dos economías: la de los bienes materiales y la de los bienes espirituales. Una y otra siguen lógicas diferentes. En la economía de los bienes materiales, cuanto más das bienes, ropas, casas, tierras y dinero, menos tienes. Si alguien da sin prudencia y derrocha sin control acaba en la pobreza. En la economía de los bienes espirituales, por el contrario, cuanto más das, más recibes; cuanto más entregas, más tienes. Es decir, cuanto más das amor, dedicación y acogida (bienes espirituales), más ganas como persona y más subes en el concepto de los demás. Los bienes espirituales son como el amor: al dividirse se multiplican. O como el fuego: al extenderse, aumentan.
Comprendemos esta paradoja considerando la estructura de base del ser humano. Es un ser de relaciones ilimitadas. Cuanto más se relaciona, o sea, sale de sí en dirección al otro, al diferente, a la naturaleza y a Dios, es decir, cuanto más da acogida y amor, más se enriquece, más se adorna de valores, más crece e irradia como persona.
Por lo tanto, es dando como se recibe. Muchas veces se recibe mucho más de lo que se da. ¿No es esta la experiencia atestiguada por tantos y tantas que dan tiempo, dedicación y bienes para ayudar a las víctimas de la hecatombe socioambiental ocurrida en las ciudades serranas de Río de Janeiro, en este triste mes de enero, cuando murieron cientos de personas y miles quedaron sin techo? Este «dar» desinteresado produce un tremendo efecto espiritual que es sentirse más humanizado y enriquecido. Se convierte en gente de bien, tan necesaria hoy.
Cuando alguien que tiene da sus bienes materiales dentro de la lógica de la economía de los bienes espirituales para apoyar a los que perdieron todo y ayudarlos a rehacer la vida y la casa, experimenta la satisfacción interior de estar con quien lo necesita y puede testimoniar lo que decía san Pablo: «hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Alguien que no es pobre se siente espiritualmente rico.
Existe por lo tanto una relación circular entre el dar y el recibir, una verdadera reciprocidad. Ésta representa, en un sentido mayor, la propia lógica del universo, como no se cansan de enfatizar biólogos y astrofísicos. Todo, galaxias, estrellas, planetas, seres inorgánicos y orgánicos, hasta las partículas elementales, todo se estructura en una red intrincadísima de inter-retro-relaciones de todos con todos. Todos co-existen, inter-existen, se ayudan mutuamente, dan y reciben recíprocamente lo que necesitan para existir y co-evolucionar dentro de un sutil equilibrio dinámico.
Nuestro drama es que no aprendemos nada de la naturaleza. Sacamos todo de la Tierra y no le devolvemos nada, ni siquiera tiempo para descansar y regenerarse. Sólo recibimos y nada damos. Esta falta de reciprocidad ha llevado a la Tierra al desequilibrio actual.
Urge por lo tanto incorporar de forma vigorosa la economía de los bienes espirituales a la economía de los bienes materiales. Sólo así restableceremos la reciprocidad del dar y del recibir. Habría menos opulencia en las manos de pocos y los muchos pobres dejarían de ser carentes y podrían sentarse a la mesa comiendo y bebiendo del fruto de su trabajo. Tiene más sentido compartir que acumular, reforzar el vivir bien de todos que buscar avaramente el bien particular. ¿Qué nos llevamos de la Tierra? Solamente bienes del capital espiritual. El capital material se queda.
Lo verdaderamente importante es dar, dar… y otra vez dar. Solo así se recibe. Y se comprueba la verdad franciscana según la cual «es dando como se recibe» ininterrumpidamente amor, reconocimiento y perdón. Fuera de esto, todo es comercio y feria de vanidades.

Judas sigue siendo Judas

Judas Iscariote era un apóstol de Jesús, por lo tanto, alguien de su intimidad. Pero según san Juan «era ladrón, sacaba dinero de la bolsa común» (12,5). Por treinta monedas de plata, informó a las autoridades dónde estaba escondido Jesús, y con un beso en la mejilla lo identificó a los soldados; así lo traicionó. Después, arrepentido, quiso devolver el dinero, pero ya no se lo aceptaron. Desesperado, se ahorcó, según el evangelio de Mateo (27,3-5). En palabras de san Pedro en los Hechos de los Apóstoles, sufrió un accidente, «reventó por medio derramándose todas sus vísceras» (1,18). Según Papías, un discípulo del evangelista Juan que vivió en torno al año 100, Judas «se habría hinchado de forma monstruosa, pudriéndose vivo». Como se ve, nadie sabe a ciencia cierta su fin trágico. Pero todos lo consideran «el traidor».
Para la Iglesia antigua siempre fue un enigma por qué Judas traicionó al amigo. Las teorías son muchas. A mí me convence una bastante aceptada en la exégesis ecuménica, pues guarda una cierta coherencia interna. Dice así: predominaba en el tiempo de Jesús una visión del mundo llamada apocalíptica. Según ella, el final del mundo iba a ser inminente. El Reino irrumpiría poniendo fin a esta desgraciada existencia. Pero antes habría un gran combate con el anti-Reino y sus partidarios. El Mesías sería sometido «a la gran tentación». Casi moriría. Pero en la hora suprema, Dios intervendría, salvaría al Mesías e inauguraría el Reino. Junto con otros estudiosos, comulgo con la idea expuesta en mis libros «Pasión de Cristo, pasión del Mundo» y «Padrenuestro» de que Jesús comulgaba con esta visión. Él habla del fin inminente y del Reino que ya está dentro de nosotros. Son expresiones técnicas las que utiliza cuando se refiere a la «tentación», a la «hora» y a «beber el cáliz», cosa que le produce angustia mortal hasta el punto de sudar sangre y rezar: «Padre, aparta de mi este cáliz».
Los apóstoles participaban también de esta interpretación del mundo. Judas, en esta misma lógica, con el afán de acelerar la venida del Reino, entregó a Jesús para ponerlo en un gran aprieto y así obligar a Dios a intervenir. En esta comprensión, Jesús mismo en lo alto de la cruz, en la cercanía de la muerte, se da cuenta de que Dios no interviene como esperaba. Grita estas terribles palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15,34). Pero su última palabra fue: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu» (Lucas 23,46). La traición de Judas sería por tanto un acto teológicamente motivado, para acelerar la venida del Reino.
Algo muy distinto dice el Evangelio de Judas, manuscrito de 13 páginas en papiro, originalmente escrito en griego antiguo y después traducido al copto hacia finales del siglo III y principios del IV, es decir cerca de 150 a 170 años después de la muerte de Judas. Descubierto en la pasada década de los 70 en Egipto, sólo en los últimos años ha sido descifrado y publicado. En el texto Jesús le dice a Judas: «Tu sobrepasarás a todos los otros (apóstoles) y te enseñaré los misterios del Reino; pero, por eso, tú sufrirás mucho». El contexto es el del gnosticismo, corriente filosófico-existencial que negaba valor al cuerpo y a la carne. Jesús aquí debería liberarse de esa envoltura carnal para revelar su divinidad. Esa sería la misión de Judas. Tal doctrina está lejos del espíritu de los evangelios, que afirman la carne que Dios hizo suya.
San Ireneo, obispo de Lyon en el año 180, conocía ese evangelio de Judas, y lo denunció como ficción. Pero después el manuscrito desapareció. Por buenas que hubieran sido las razones de Judas, fue el traidor, y sigue siendo Judas.

Un Dios que llora

Las imágenes de Dios dominantes en las religiones actuales nacieron, en su gran mayoría, en el cuadro de la cultura patriarcal. Es un Dios Señor del cielo y de la Tierra, que dispone de todos los poderes, justiciero y Padre severo. Antes, bajo la cultura matriarcal, confirmada hoy como una de las fases de la historia humana, vigente hace unos veinte mil años atrás, la imagen de Dios era femenina, la de la Grande Madre, la Madre de los mil senos, generadora de toda vida. Produjo una cultura más en armonía con la naturaleza y profundamente espiritual.
Nuestro insconsciente, que es personal y colectivo, guarda en forma de arquetipos y de grandes sueños estas experiencias hechas bajo estas dos formas de organizar la convivencia humana, bajo la figura del padre y bajo la figura de la madre. Ellas están presentes en nosotros y las exteriorizamos siempre a través del imaginario, del arte, de la música y de símbolos de todo orden.
Pero hay otra imagen, presente en la historia de las religiones y también en la tradición judeocristiana: habla del Dios que se hace niño, que no juzga sino que camina con nosotros, un Dios que llora por la muerte de su amigo, que siente pavor ante la muerte próxima y que finalmente muere gritando en la cruz. Varios místicos cristianos se refieren al Dios que sufre con los que sufren y que llora por los que mueren. Juliana de Norwich, gran mística inglesa (+1413), vio la conexión existente entre la pasión de Cristo y la pasión del mundo. En una de sus visiones dice: «Entonces vi lo que a mi entender era una gran unión entre Cristo y nosotros, pues cuando él padecía, padecíamos también. Y todas las criaturas que podían sufrir, sufrían con él». William Bowling, otro místico del siglo XVII, concretaba todavía más diciendo: «Cristo vertió su sangre tanto por las vacas y por los caballos como por nosotros los humanos». Es la dimensión transpersonal y cósmica de la redención.
Profesar, como se hace en el credo cristiano, que Cristo descendió a los infiernos, significa expresar existencialmente que él no temió experimentar el desamparo humano y la última soledad de la muerte.
Un gran biblista italiano recientemente fallecido, G. Barbaglio, en su ultimo libro sobre el Dios bíblico, amor y violencia, refiere un midrash judaico (un relato) sobre el llanto de Dios. Cuando vio que los jinetes egipcios con sus caballos eran tragados por las olas, después de haber pasado sin peligro todo el pueblo de Israel, Dios no se contuvo. ¿No eran también los egipcios sus hijos queridos y no sólo los de Abrahán y de Jacob?
Es rica la tradición bíblica que habla de la misericordia de Dios. En hebreo misericordia significa tener entrañas de madre y sentir en profundidad, muy dentro del corazón. El Salmo 103 es ejemplar en esto al afirmar que «Dios tiene compasión, es clemente y rico en misericordia; no está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. Como un padre siente compasión por sus hijos, porque conoce nuestra naturaleza y se acuerda de que somos polvo; su misericordia es desde siempre y para siempre». ¿Habrá palabras más consoladoras que éstas para los tiempos malos que vivimos?
Es sobre este trasfondo como debe ser entendida la resurrección de Cristo. Si la resurrección no fuera la resurrección del Crucificado, y con él la de todos los crucificados de la historia, sería un mito más de exaltación vitalista de la vida y no respuesta al drama del sufrimiento que él comparte y supera. Así, la jovialidad y el triunfo de la vida tienen la última palabra. Éste es el sentido de la utopía cristiana.

Amor franciscano

¿Alguien hubiera dicho que un hombre que vivió hace más de 800 años vendría a ser referencia fundamental para todos aquellos que buscan un nuevo acuerdo con la naturaleza y sueñan con una confraternización universal? Ese hombre es Francisco de Asís (+1226), proclamado patrono de la ecología. En él encontramos valores que perdimos, como la capacidad de encantarnos ante el esplendor de la naturaleza, la reverencia delante de cada ser, la cortesía con cada persona, el sentimiento de hermandad con cada ser de la creación, con el sol y con la luna, con el lobo feroz y el leproso al que abraza enternecido.
Francisco realizó una síntesis feliz entre la ecología exterior (medio ambiente) y la ecología interior (pacificación interna) hasta el punto de transformarse en el arquetipo de un humanismo tierno y fraterno-sororal, capaz de acoger todas las diferencias. Como afirmó Hermann Hesse: «Francisco casó en su corazón el cielo con la tierra e inflamó con la brasa de la vida eterna nuestro mundo terreno y mortal». La humanidad puede enorgullecerse de haber producido semejante figura histórica y universal. Él es lo nuevo, nosotros somos lo viejo.
La fascinación que ejerció desde su tiempo hasta el día de hoy se debe al rescate que hizo de los derechos del corazón, a la centralidad que confirió al sentimiento y a la ternura que introdujo en las relaciones humanas y cósmicas. No sin razón, en sus escritos la palabra «corazón» aparece 42 veces frente a «inteligencia», una vez; «amor» 23 veces frente a «verdad», 12; y «misericordia» 26 veces frente a «intelecto», sólo una vez.
Era el «hermano-siempre-alegre» como lo apodaban sus cofrades. Por esta razón, deja atrás el cristianismo severo de los penitentes del desierto, el cristianismo litúrgico monacal, el cristianismo hierático y formal de los palacios pontificios y de las curias clericales, el cristianismo sofisticado de la cultura libresca de la teología escolástica. En él emerge un cristianismo de jovialidad y canto, de pasión y danza, de corazón y poesía. Él conservó la inocencia como claridad infantil en la edad adulta que devuelve frescura, pureza y encanto a la penosa existencia en esta tierra. En él las personas no aparecen como «hijos e hijas de la necesidad, sino como hijos e hijas de la alegría» (G. Bachelard). Aquí se encuentra la relevancia innegable del modo de ser del Poverello de Asís para el espíritu ecológico de nuestro tiempo, carente de encantamiento y de magia.
Estando cierta vez un 4 de octubre, fiesta del Santo, en Asís, en esa minúscula ciudad blanca al pie del monte Subasio, celebré el amor franciscano con el siguiente soneto que me atrevo a publicar:

Abrazar a cada ser, hacerse hermana y hermano,
Oír el cantar del pájaro en la rama,
Auscultar en todo un corazón
Que palpita en la piedra y hasta en la lama.

Saber que todo vale y nada es en vano,
Y que se puede amar incluso a quien no ama,
Llenarse de ternura y compasión
Por el bichito que por ayuda clama.

Conversar hasta con el fiero lobo
Y convivir y besar al leproso
Y, para alegrar, hacer de bobo,

Sentirse de la pobreza el esposo,
Y derramar afecto por todo el globo:
He aquí el amor franciscano: ¡oh supremo gozo!

Religión y teorías del «Todo»

Hay en el espíritu humano un anhelo irreprimible de una visión total, y por un orden que permanece incluso dentro de los desórdenes que constatamos. Concretamente vivimos en el fragmento, pero lo que buscamos en verdad es el Todo. Los grandes sistemas religiosos y filosóficos intentan construir visiones totalizantes del ser, de su origen, de su devenir y de su plena manifestación.
La ciencia moderna no escapa a esta búsqueda insaciable. Desde que Newton introdujo la efectiva matematización de la naturaleza surgió el intento de una «Teoría del Todo» (TOE: Theory of Everything), llamada también «Teoría de la Gran Unificación» (TGU), o la «Teoría-M» (Mater), un cuadro general que abarcase todas las leyes de la naturaleza y que nos brindase la explicación final del universo.
Hay dos libros clásicos que resumen los caminos y descaminos de esta cuestión: el de John D. Barrow, Teorías del Todo: Hacia una explicación fundamental del universo (Crítica 1994) y el otro de Abdus Salam, Werner Heisenberg y Paul A. M. Dirac: La unificación de las fuerzas fundamentales (Gedisa 1991). Sabemos que los últimos años de Albert Einstein fueron dedicados, casi obsesivamente, a esta cuestion, sin alcanzar ningun resultado satisfactorio. Últimamente la cuestión ha sido retomada con especial vigor por Stephen W. Hawking, en su reciente libro Brevísima historia del tiempo (Crítica 2005).
Poco después de empezar se da cuenta de la dificultad de esta tarea, pues, de acuerdo con la mecánica cuántica, el principio de indeterminación parece ser la marca fundamental del universo, tal como lo conocemos. ¿Cómo encuadrar realidades que son, por principio, indeterminables, bifurcables y potenciales en una única formula? Confiesa: «Si realmente descubrimos una teoría completa, sus principios generales deberán ser, a su debido tiempo, comprensibles para todos, y no sólo para unos pocos científicos. Entonces, todos nosotros, filósofos, científicos y simples personas comunes, seremos capaces de participar de la discusión de por qué, el universo y nosotros, existimos. Si encontrásemos una respuesta a esta pregunta sería el triunfo último de la razón humana, porque entonces conoceríamos la mente de Dios».
La ilusión de estas teorías es imaginar que todo puede ser reducido a la física (clásica o cuántica) y traducido en al lenguaje de la matemática. La realidad, sin embargo, se apoya, sí, en la física pero va mucho más allá. Por eso, John Barrow modestamente reconoce: «No encontramos nada de matemático en relación con las emociones y juicios, la música y la pintura». Toda la vida cotidiana, lo que mueve a los seres humanos en su búsqueda de felicidad y en su tragedia, no caben en la concepción física del «Todo». Poco me importa la inmensidad de los espacios cósmicos llenos de polvo sideral, de gravitrones, electrones, neutrinos y átomos, si mi corazón es infeliz por no poder dar amor a quien amo, por haber perdido el sentido de la vida y no encontrar consuelo junto a Dios.
Aquí es otro el discurso y son otros los especialistas invocados. De estas cuestiones de vida y muerte hablan los textos sagrados de todas las religiones y tradiciones espirituales. Tal vez el místico William Blake (+1827) nos inspire, pues en la parte nos hace descubrir al Todo: «ver el mundo en un grano de arena/ y el paraíso en una flor del campo/, albergar el infinito en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora».

Lo viejo agoniza y a lo nuevo le cuesta nacer

Entre los muchos problemas actuales, los más desafiantes son estos tres: la grave crisis social mundial, el cambio climático y la insostenibilidad del sistema-Tierra.

La crisis social mundial deriva directamente del modo de producción que impera todavía en todo el mundo, el capitalista. Su dinámica lleva a una acumulación exacerbada de riqueza en pocas manos a costa de un espantoso pillaje de la naturaleza y del empobrecimiento de las grandes mayorías de los pueblos. Es creciente y los gritos agudos de los hambrientos y considerados «aceite quemado» no pueden ser silenciados.

Este sistema debe ser denunciado como inhumano, cruel, sin piedad y hostil a la vida. Tiene tendencia suicida y, si no es superado históricamente, podrá llevar al sistema-vida a un callejón sin salida y hasta al exterminio de la especie humana.
El segundo problema grave esta formado por el cambio climático, que se revela por eventos extremos: grandes fríos por un lado y prolongados veranos por otro. Estos cambios sintetizan un dato irreversible: la Tierra ha perdido su equilibrio y está buscando un punto de estabilidad, que se alcanzará subiendo la temperatura. Hasta dos grados centígrados de aumento, el sistema-Tierra todavía es administrable. Si no hacemos lo suficiente y el clima aumenta 4 grados centígrados (como advierten algunos centros de investigación serios), la vida tal como la conocemos ya no será posible. Habrá un paisaje siniestro: una Tierra devastada y cubierta de cadáveres.
Nunca la humanidad como un todo se había enfrentado a semejante alternativa: o cambiar radicalmente o aceptar nuestra destrucción y la devastación de la diversidad de la vida. La Tierra continuará, con las bacterias, pero sin nosotros.
Es importante entender que el problema no es la Tierra, sino nuestra relación agresiva y poco cooperativa con sus ritmos y dinámicas. Tal vez al buscar un nuevo punto de equilibrio, ella se verá forzada a reducir la biosfera, implicando la eliminación de muchos seres vivos, sin excluir seres humanos. 

El tercer problema es la insostenibilidad del sistema-Tierra. Hoy sabemos empíricamente que la Tierra es un superorganismo vivo que armoniza con sutileza e inteligencia todos los elementos necesarios para la vida a fin de producir o reproducir continuamente vidas y garantizar todo lo que ellas necesitan para subsistir.
Pero sucede que la excesiva explotación de sus recursos naturales, muchos renovables y otros no, ha impedido que ella consiga reproducirse y autorregularse con sus propios mecanismos internos. La humanidad consume actualmente un 30% más de lo que la Tierra puede reponer. De esta forma, no es ya sostenible. Hay crecientes perdidas de suelos, de aire, de aguas, de bosques, de especies vivas y de la propia fertilidad humana. ¿Cuándo van a parar estas pérdidas? Y si no paran, ¿cuál será nuestro futuro?
Esto nos obliga a un cambio de paradigma civilizatorio. Un cambio de civilización implica fundamentalmente un nuevo comienzo, una nueva relación de sinergia y de mutua pertenencia entre la Tierra y la humanidad, la vivencia de valores ligados al capital espiritual como el cuidado, el respeto, la colaboración, la solidaridad, la compasión, la convivencia pacífica, y una apertura a las dimensiones trascendentes relacionadas con nuestro sentido último, nuestro y de todo el universo.
Sin una espiritualidad, es decir, sin una experiencia radical del Ser y sin una inmersión en la Fuente originaria de todos los seres de donde nace un nuevo horizonte de esperanza, ciertamente no conseguiremos hacer una travesía feliz.
Nos enfrentamos a un problema: lo viejo todavía persiste y a lo nuevo le cuesta nacer, para usar una expresión feliz de Antonio Gramsci.
Vivimos tiempos urgentes. Las urgencias nos hacen pensar y los peligros nos obligan a crear arcas de Noé salvadoras. No nos conformamos con la actual situación de la Tierra. Pero aun así creemos que está a nuestro alcance construir un mundo del «vivir bien», en armonía con todos los seres y con las energías de la naturaleza, principalmente en cooperación con todos los seres humanos y en profunda reverencia hacia la Madre Tierra.

Las Siete Palabras por Pedro Casaldaliga

I. «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen»
Sabiendo o no sabiendo lo que hacemos,
sabemos que nos amas,
porque ya hemos visto tus maneras
en los ojos y en la boca de tu Hijo Jesús.
Ya no eres más para nosotros el Dios terrible.
¡Sabemos que eres Amor!
Sabemos que no sabes castigar...
Tú eres un Dios vencido en la ternura.
Tú esperas siempre, Padre, y acoges y restauras la vida
hasta de los asesinos de tu Hijo
(que somos todos nosotros).

¡Perdónalos! ¡Perdónanos!
Atiende este pedido de tu Hijo en la cruz,
prueba mayor de tu amor de Padre.

¡Y acógenos, oh Padre, oh Madre, oh cuna, oh casa
de cuantos retornamos buscando tu abrazo!


II. «En verdad te digo: hoy mismo estarás conmigo en el Paraíso»
Tu corazón sin puertas, siempre abierto,
¡qué fácil es robarte el Paraíso!
Bandidos todos nosotros,
depredadores
del Cosmos y de la Vida,
sólo podemos salvarnos
asaltándote, Cristo,
en nuestro «hoy» diario-
esa Misericordia que chorrea en tu sangre...

Tu blando silbo de Buen Pastor nos llama.
Tu corazón reclama, impaciente,
a todos los marginados,
a todos los prohibidos.
Tú nos conoces bien, y nos consientes,
hermano de cruz y cómplice de sueños,
compañero de todos los caminos,
¡Tú eres el Camino y la Llegada!


III. «¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡He ahí a tu madre!»
Por causa de ese Hombre, el más totalmente humano,
¡tú eres la bendita entre todas las mujeres!
Madre de todas las madres, dulce Madre nuestra,
¡por causa de ese Hijo, hermano de todos!

¡Hagamos casa, pues, oh Madre!
¡Hagamos la familia de todas las familias de todas las naciones!
A cuenta de esa Carne, hermana de toda carne,
destrozada en la cruz, Hostia del mundo.

Cansados o perdidos,
necesitamos, Madre, tu agasajo,
sombra clara de Dios en toda cruz humana,
divina canción de cuna en todo humano sueño.

Queremos ser discípulos amados,
¡oh Maestra del Evangelio!
Queremos ser herederos de Jesús,
oh Madre, ¡vida de la Vida!

En ese cambio de hijos,
tú sabes bien, María,
que nos ganas a todos y no pierdes el Hijo
ya de vuelta a su Padre,
para esperarnos con la Casa pronta.


IV. «Dios mío, Dios, mío, ¿por qué me has abandonado?»
Todos nuestros pecados
se hacen hematoma en tu Carne, oh Verbo.
Todos nuestros rictus te deforman el Rostro.
En tu soledad se refugian
todas las soledades de la Historia Humana...

En tu grito vencido
(¡misteriosa victoria!)
detonan, oh Jesús, todos nuestros gritos ahogados,
todas nuestras blasfemias...
-Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
¿Por qué nos abandonas
en la duda, en el miedo, en la impotencia?
¿Por qué te callas, Dios, por qué te callas
delante de la injusticia,
en Rio o en Colombia,
en África, en el mundo,
ante los tribunales o en los bancos...?

¿No te importan los hijos que engendraste? ¿No te importa tu Nombre?

Es la hora de las tinieblas, del silencio del Padre, para su Hijo.
Es la hora de la fe, oscura y desnuda,
del silencio de Dios, para todos nosotros...


V. «¡Tengo sed!»
Tú tienes sed ¿de qué, oh Fuente Viva?
En el manantial quebrado de tu Cuerpo
los ángeles se sacian.
Y todos los humanos
bebemos en tus ojos moribundos
la luz que no se apaga.

Tierra de nuestra carne,
calcinada por todo el egoísmo que brota de la Humanidad,
tienes la sed del Amor que no tenemos,
ebrios de tantas aguas suicidas...

Sabemos, sin embargo,
que será de esa boca, reseca por la sed,
de donde nos vendrá el Himno de la Alegría,
el Vino de la Fraternidad,
¡la crecida jubilosa de la Tierra Prometida!

¡Danos sed de la sed!
¡Danos la sed de Dios!


VI. «Todo está consumado»
De Tu parte, ¡sí!
De nuestra parte,
nos falta aún ese largo día a día
de cada historia humana,
de toda la Humana Historia.

Tú ya lo has hecho todo, ¡Rey y Reino!
Todo está por hacer, a la luz del Reino,
en esta noche que nos cerca
(de lucro y de egoísmo,
de miedo y de mentira,
de odios y de guerras).

El Padre te dio un Cuerpo de servicio
y Tú has rendido el ciento, el infinito.
Todo está consumado,
en el Perdón y en la Gloria.
Todo puede ser Gracia, en la lucha y en el camino.

Ya has sido el Camino, Compañero.
Y eres, por fin, ¡la Llegada!
En tu Cruz se anulan
el poder del Pecado
y la sentencia de la Muerte.
Todo canta Esperanza...


VII. «¡Padre, en tus manos entrego mi Espíritu!»
Gloria de su Gloria, Dios de Dios,
de siempre igual a Él,
Tú has venido del Padre.
Y ahora al Padre vuelves
desde nosotros, igual a nosotros,
Dios y Hombre para siempre.

En el seno del Espíritu
el Padre te acoge, Hijo Bienamado,
Amén de su Amor ya satisfecho.

La Muerte ha sucumbido en tu Muerte
como un fantasma inútil, para siempre.
Y en tus Manos reposan nuestras vidas,
vencedoras de la muerte, a su hora.
En tu Paz descansa esperanzada
nuestra agitada paz.

Descansa en Paz, por fin,
en la Paz del Padre, eterna,
Tú que eres ¡nuestra Paz!

La noche oscura de los Pobres

 Centroamérica esa región desconcertantemente sacramental, centro geopolítico de Dios y del diablo, pueblo crucificado, colectivo Siervo Sufriente- y tropezando, en cada esquina, con mutilados de guerra, viudas y huérfanos, clandestinos y refugiados, desplazados y prohibidos de toda especie, con frecuencia se me ha hecho esta pregunta:
- ¿dónde está el Dios de los pobres?
Con la fácil retórica eclesiástica a la que nosotros estamos acostumbrados, yo he respondido siempre:
-¡Con los pobres!
Reconozco, sin embargo, que más que una respuesta, esta respuesta mía es más bien una nueva pregunta:
-¿Cómo se demuestra que Dios está con los pobres? ¿Cómo se le ve a El el rostro y el corazón en medio de esas situaciones inhumanas, bajo la férula de la injusticia y la opresión, en la desolación de la miseria?
La vida de los pobres -allí, aquí, en Centroamérica muy concretamente- no es de día, es de noche, "noche oscura". Menos poética y menos mística que la noche oscura de Juan de la Cruz... Aquellos, estos pobres, tienen todos los motivos humanos para rebelarse contra el Dios vida-amor-liberación. Su esperanza -esa sí, "contra toda esperanza"- justifica sobradamente la sorpresa que Péguy pone en la boca de Dios con respecto a la "más pequeña" de las tres virtudes teologales: la incomprensible esperanza de los humanos.
En todo el Tercer Mundo, pero muy específicamente en Centroamérica, que es un Tercer Mundo de creyentes cristianos, oprimidos por otros cristianos, la tentación de la blasfemia podría ser decididamente normal, atendidas las situaciones en que el Pueblo centroamericano vive o se desvive y muere. Porque todo allí confluye para dudar, para sublevarse contra todo y contra todos, para negar la vida misma. Desde la naturaleza -con sus volcanes y terremotos y maremotos- hasta el poder civil o religioso, quizás.
Los sucesivos gobiernos se venden, lacayos de los imperios siempre, y las instituciones - aun las llamadas democráticas- no funcionan cuando se trata de los derechos de los Pobres. El desempleo alcanza a un 60 por ciento, por lo menos, de la población centroamericana. Es la región con más índice de migración en todo el continente. Le han fallado las revoluciones o sus transformaciones estructurales han sido castradas -en la reforma agraria, en la salud, en la educación, en la vivienda, en la participación popular efectiva- y algunos líderes revolucionarios no han sido dignos de su pasado heroico ni de las esperanzas que en ellos depositó su Pueblo.
Para Centroamérica, sobre todo, "patio trasero" del imperio capitalista, la caída de la utopía socialista ha sido la entrada ciega en una nueva noche, mientras para los pocos de siempre otra vez se hace realidad la nueva rastrera utopía del Capital y el Mercado divinos, señores definitivos de una Historia humana (!) que ya ha llegado a su "no va más".
Quien podría sustentar mejor la esperanza de esos pueblos -cristianos, he dicho- sería evidentemente la propia Iglesia de Jesús. Pero en ciertos países centroamericanos esa iglesia, en su oficialidad, en sus estructuras o en la rutina de sus religiosos o de sus fieles más abastados, con demasiada frecuencia ha sido, o es, una nueva piedra de tropiezo para la esperanza de los Pobres. Con lo cual, la noche de la sociedad -su Economía de hambre, su Política de marginación y/o represión- se ha extendido también sobre la Iglesia. "En el mundo - en la sociedad humana-, podría explicitar mejor Jesús, pasaréis muchos aprietos; y en la Iglesia -que debería ser mi comunidad fraterna- los pasaréis también". (¿Añadiría Jesús, consecuente siempre El, "pero no temáis, que yo he vencido al mundo y a «esa» Iglesia"?).
No estoy acusando a nadie. O me estoy acusando a mí mismo igualmente, en todo caso. Porque esa insensibilidad o la connivencia eclesiástica frente a la miseria, la marginación y la injusticia institucionalizada fácilmente se tornan hábito en nosotros, que ni somos Pobres ni estamos muy cerca, y a diario, de los Pobres, ni tenemos el humilde coraje martirial de enfrentar a los ricos y a los poderosos y a los injustos de este mundo. La pregunta "¿Dónde está el Dios de los pobres?", debería desdoblarse en esta otra: "¿Dónde está la iglesia del Dios de los pobres, si éste es el Dios de Jesús?"
Lo cual no disculpa a la sociedad -considérese cristiana o no- ni justifica la iniquidad de gobiernos, ejércitos y oligarquías, más o menos genocidas en nuestra Centroamérica. Sé muy bien que esa "noche oscura" no es de hoy. Desde Job a Guamán Poma o desde Camus a César Vallejo, Dios viene siendo emplazado, con diferentes tonos, a responder por el dolor de los inocentes y por la desolada noche de los pobres. Y ésa sí que fue "la última tentación de Cristo": "Dios mío, Dios mío, ¿por qué nos has abandonado?" El la vivió y la murió, como una noche oscura personal y como la noche oscura de todos sus hermanos y hermanas pobres de todos los tiempos. Pero El -y ahí está la respuesta definitiva para nuestra fe cristiana- también la "resucitó", superándola con su victoria sobre la injusticia y sobre la muerte.
Sin que esto impida que siga siendo "noche oscura" la vida de los Pobres. Sin que esto justifique ni su esperanza inerte ni la buena conciencia de los que no somos Pobres. Sin que esto nos dispense -ni a los Pobres ni a sus aliados- de la oración de agonía o de la rebeldía solidaria o de la lucha política o de la organización popular.
Sólo viviendo la noche oscura de los Pobres se puede vivir el Día de Dios. Las estrellas sólo se ven de noche...

Quedan los pobres y Dios. Pedro Casaldáliga

La OP sigue siendo la opción por los pobres, textualmente. Quiero decir: sigue siendo una conciencia de que los pobres son la opción del mismo Dios, el Dios de Jesús. La biblia entera, y, sobre todo, la palabra, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús, nos confirman en esta conciencia teológica, teologal, de que Dios optó, opta y seguirá optando por los pobres, sus hijos -mayoría- prohibidos de ser plenamente humanos, por sistemas de prepotencia y de marginación.
La opción por los pobres es «por los pobres»: fundamentalmente, los que no tienen, los que no pueden, aquellos que viven las «carencias» de la vida normal, económicamente: falta de tierra, de vivienda, de salud, de educación, de participación_ Los prohibidos de vivir plenamente su dignidad de personas, hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.
Optar significa siempre «volverse hacia», entregarse, comprometerse. Cuando se opta por los pobres se opta contra las causas, las estructuras, los sistemas que hacen pobres a los pobres y les impiden vivir con dignidad esa condición humana, histórica, de hijos e hijas de Dios, hermanos y hermanas.
Hoy la OP es de mayor actualidad. Por dos motivos. Los pobres son más en número, en América Latina, en todo el tercer mundo. Y son más pobres; es mayor el empobrecimiento.
El propio papa Juan Pablo II -sus últimos documentos, sus encíclicas sociales, sus textos con ocasión del día de la Paz en estos últimos años, y varios de sus discursos en los diferentes viajes_- lo ha acentuado, lo ha explicitado. Santo Domingo -sin hacer un análisis mayor de la situación económicosocial del continente-, repite en varias ocasiones las mismas palabras de «empobrecimiento mayor creciente». Es más actual también hoy la OP porque hay muchos intereses que quieren desactualizarla. Entre los poderosos, evidentemente, pero también en la conciencia o cansada o dormida o egoísta de muchos cristianos. Son muchos los que están cansados -dicen- de oír hablar de la opción por los pobres. (A mí me gusta responderles que seguramente los pobres están mucho más cansados de ser pobres).
Simultáneamente, esta opción se ha hecho más actual porque se ha hecho también más dialéctica. Este cansancio, estas ganas de marginar la misma opción, de considerarla como ya pasada, por un lado, y por otro lado, el movimiento ascendente de conciencia popular -en América Latina de un modo muy especial, en todo el tercer mundo, y en los sectores solidarios de la sociedad del primer mundo, los medios de comunicación con sus bienes y sus males- nos facilitan también esta conciencia. Podríamos decir de un modo global que las mayorías oprimidas, prohibidas, marginadas (como pobres, económicamente tales; como culturas, hasta ahora consideradas subculturas, culturas menores, culturas al margen_) están adquiriendo una conciencia clara no sólo de sus derechos, iguales a los derechos de cualquier otro pueblo o cultura, o de cualquier otra persona humana; están adquiriendo la conciencia de su protagonismo en la historia.
Los teólogos y los sociólogos de la liberación nos han hablado con frecuencia de «la lógica de las mayorías». Podríamos, deberíamos hablar hoy de la conciencia creciente de las mayorías y del protagonismo de las mayorías. De un modo difuso unas veces, de un modo más consciente otras, se siente, se palpa en la vida social la reivindicación de la igualdad entre los varios sectores de cada país y de los países o naciones entre sí. Siguen ahí las estructuras (la ONU misma, el FMI, el Banco Mundial_) marginando, excluyendo_ y esa misma exclusión crea una conciencia mayor de la iniquidad del sistema sociopolítico-económico que se nos ha impuesto, como exasperación, como el «no va más» del capitalismo, transnacionalizado, que hace de la sociedad humana un mercado simplemente, que proclama el derecho exclusivo de una minoría insignificante, y justifica la inmensa exclusión de la inmensa mayoría.
Al revés de lo que la propia Biblia -Palabra de Dios- con respecto al «resto de Israel» -un resto sacramental de la humanidad toda, progresivamente liberada y salvada- el neoliberalismo proclama el derecho y el futuro de un resto que excluye al otro resto mayoritario, inmenso, de la humanidad. El triunfo del neoliberalismo coincide -es causa en parte, en parte efecto- con la caída del socialismo real, con el retroceso -o la transición por lo menos- de ciertas revoluciones sociales, políticas, más radicales.
El pragmatismo del neoliberalismo se asienta feliz sobre el desmoronamiento de muchas utopías. Y ese pragmatismo, que tiene en sus manos la economía, los medios de comunicación_ fácilmente justifica en la conciencia inmadura, o cansada, o fatalista, de muchos, el que las cosas sean así. La derechización de la economía es también, con mucha frecuencia, de las Iglesias, de las religiones. El «no va más» proclamado por el neoliberalismo, de un modo conformista o de un modo fatalista, acaba también siendo con mucha frecuencia el no va más de una aceptación del mismo pueblo.
En la Iglesia, en las últimas décadas, más fundamentalmente a partir del pontificado de Juan Pablo II, estamos viviendo una involución, un auténtico conservadurismo eclesial, eclesiástico. También el Concilio Vaticano II fue una auténtica revolución eclesial y abrió el horizonte para muchas utopías, dentro y hasta fuera de la Iglesia. De unos años para acá se le vienen recortando las alas a esta utopía que nos abrió el Concilio Vaticano II. En América Latina, como en ninguna otra región del mundo, el Concilio levantó el eco y la praxis de Medellín y Puebla. En nuestra Iglesia latinoamericana, el Concilio se encarnó, se ubicó, en una teología nueva, propia, la teología de la liberación; en una pastoral explícita de múltiples pastorales que llamamos «específicas» que significaban fundamentalmente la acogida, el clamor de las mayorías marginadas y de los varios sectores de esa marginación: indígenas, negros, campesinos, mujeres, menores, migrantes_ La utopía se hizo carne y sangre de nuestra iglesia, y muy particularmente de las bases mayoritarias de nuestra Iglesia; de un modo más concreto en las propias comunidades de base.
Con ocasión de Santo Domingo se levantó una gran interrogación sobre el futuro de este proceso de ubicación por un lado, y de liberación por otro, simultáneamente entendidas la ubicación y la liberación. (Me gusta recordar que la nueva evangelización sólo puede ser «nueva», para nosotros, si verdaderamente es «nuestra»; la vieja evangelización no fue nuestra; era colonizadora; nos venía impuesta, desde fuera; ignoraba las culturas del continente; y fácilmente dejaba de lado el clamor, los derechos, las aspiraciones de la inmensa mayoría. Afortunadamente, y a pesar de los intentos claros y programados de cortar el proceso eclesial latinoamericano por parte de sectores de la Curia y por parte de sectores conservadores del mismo continente eclesiástico, Santo Domingo no negó el proceso; confirmó las opciones mayores de Medellín y Puebla y abrió, por otra parte, el horizonte inmenso de la inculturación, que significa, en última instancia, una renovada opción por los pobres y por los «otros». Sería fatal, evidentemente, y sería también «hacer el juego» a los que quisieran dejar de lado la opción por los pobres, imaginar que la inculturación es la nueva gran opción de nuestra iglesia. La opción por los pobres sigue siendo «la» opción evangélica, mucho más que una prioridad. Una opción eterna en el tiempo, dentro de la historia.
Aquí podríamos traer también la palabra de Jesús: «pobres siempre los tendréis_». ¿Cada vez tendremos más pobres? Esperamos que no sea así, que no sea tan inicua la humanidad, hija de Dios, y que el Dios de las mayorías, de los pobres, de los pequeños, consiga imponerse, misericordiosamente, sobre el camino de esta historia tan egoísta hoy, tan excluyente.
Es curioso recordar con qué obsesión se quiere pulir, perfilar, condicionar, la opción por los pobres, añadiéndole aquél «ni exclusiva ni excluyente», y se olvida que la economía, la política, la sociedad en sus estructuras y en sus poderes, son cada vez más exclusivas y excluyentes. Hoy, como nunca, la opción por los pobres debería ser radical. Debería ser al servicio de las mayorías, incluyendo también -eso sí, y con mucha lucidez, y hasta las últimas consecuencias- la opción por los pobres «otros», la opción por las culturas -valga la palabra-«empobrecidas» por ser prohibidas, marginadas, desconsideradas.
No es que todo sea oscuro, ni es que podamos aceptar el pesimismo como horizonte. De un modo difuso, informal -como se da la economía informal en la sociedad- en la misma sociedad y en la Iglesia muy concretamente, dentro del movimiento popular social o eclesial, hay una conciencia, una organización y una praxis alternativa y ascendente de los mismos pobres. Un signo feliz es la misma Campaña Continental de los 500 años de Resistencia, inicialmente indígena, después indígena y negra; después, más ampliamente, indígena, negra y popular.
Dentro de la Iglesia hay conquistas irreversibles, de conciencia, de participación, de liberación de esas mayorías. La misma teología de la liberación, la espiritualidad de la liberación (antes y después), las comunidades eclesiales de base, las pastorales específicas (como decía), la «Biblia en las manos del pueblo»_ Ninguna ley, ninguna prohibición, ninguna conferencia -ni siquiera episcopal, continental_- podría cortar esa «caminhada», como decimos en Brasil, este proceso, porque ya la misma Iglesia oficialmente lo ha reconocido y bendecido, y porque responde -repito- en última instancia al programa pastoral del Dios de Jesús. Sigue siendo verdad que a Jesús y a la comunidad de sus seguidores, el espíritu los ha ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, la liberación a los cautivos, y un tiempo «alternativo» de Gracia, ya aquí, en el tiempo, para que la esperanza de la tierra prometida, la «tierra sin males» de los guaraníes, la «Patria Mayor» de todos, no sea una esperanza increíble. Dios no quiere que esperemos de un modo absurdo. A Dios le gusta ser transparente. A Dios le gusta salir al encuentro de nuestro propio corazón, en un tú-a-tú amoroso y lúcido. Los derechos de los humanos son los intereses de Dios en última instancia. Imágenes suyas somos como personas, imágenes individuales; imágenes colectivas suyas, como pueblos.
De la opción por los pobres, pues, quedan los pobres y queda el Dios liberador de los pobres