Desarrollo rural, una deuda que debe honrarse

Las zonas rurales de nuestro país y de la región centroamericana en su conjunto tienen un rezago histórico en el camino del desarrollo. Vivir en el área rural, en la mayoría de los casos, supone la exclusión de muchos de los servicios de los que se gozan con normalidad en las zonas urbanas. La ausencia o deficiencias en los sistemas de salud, agua potable y electrificación; escuelas con niveles educativos muy bajos; dificultades de transporte; ausencia o precariedad de las vías de comunicación; precios más altos de los productos de primera necesidad; falta de oportunidades de empleo… son algunas de las problemáticas que enfrenta la población rural y que la ponen en franca desventaja con respecto a la población urbana.

A esos problemas tradicionales del ámbito rural se suman los efectos negativos de otros nuevos, que afectan y profundizan la situación de pobreza y exclusión ya existente. Por ejemplo, los problemas ambientales relacionados con la deforestación, la degradación de suelos y el acceso al agua; sistemas productivos muy dependientes de insumos externos que tienden a encarecerse; marcadas desigualdades en el acceso a la tierra, la tecnología y el conocimiento; debilidades político-institucionales; y un casi total alejamiento de las nuevas dinámicas socioculturales relacionadas con el Internet.

Después de muchos años de trabajo, en Centroamérica los resultados de los proyectos de desarrollo rural han sido muy exiguos, cuando no nulos: las zonas rurales siguen siendo pobres y siguen estando excluidas. Este fracaso se ha debido fundamentalmente a que la inversión estatal en la zonas rurales ha sido siempre marginal, pero también a la falta de participación de la población en la definición de los proyectos de desarrollo y en la ejecución de los mismos, a una visión reduccionista y compartimentada de la realidad, y a la descoordinación entre las instancias que han trabajado en los territorios.

Ante esta necesidad de enfrentar el reto del desarrollo rural de manera conjunta y exitosa, distintas entidades han trabajado para construir una estrategia regional de desarrollo rural y territorial, conocida como ECADERT. Al ser una iniciativa centroamericana, en la que se han comprometido todos los Gobiernos de la región, su impacto será profundo y permitirá que unos países aprendan de los otros a medida que se vayan obteniendo resultados.

Según documentos de la estrategia, “ECADERT plantea adoptar un modelo de desarrollo solidario y efectivamente incluyente, cuyo sustento sea una sociedad rural organizada y un tejido social fortalecido, capaz de incorporar a todas las fuerzas sociales del medio rural en carácter de autoridades locales, ciudadanos, productores y consumidores responsables. Se busca transformar la dinámica del territorio mediante transformaciones simultaneas en el ámbito político-institucional, sociocultural, económico-productivo, y ambiental, de conformidad con el potencial propio de cada territorio”. Todo ello con el fin de alcanzar equidad social y cultural; gobernabilidad política; competitividad económica; y sostenibilidad.

Es muy acertado y un buen augurio que la implementación de ECADERT haya iniciado con un proceso de formación para quienes serán los gestores de esta nueva visión sobre el desarrollo rural territorial. Sin técnicos que conozcan a profundidad el nuevo modelo, dispongan de las herramientas para trabajar en el mismo y estén convencidos de las bondades de este camino alterno, no sería posible desarrollar esta iniciativa y se correría el peligro de seguir haciendo más de lo mismo.

Ahora falta que se materialice, que realmente se haga efectivo el compromiso de los Gobiernos y de las distintas organizaciones que colaboraran en el desarrollo de los primeros territorios rurales elegidos para iniciar en ellos la nueva estrategia ECADERT. Es importante no solo que se elijan los territorios, sino que en ellos se lleve adelante la estrategia tal y como ha sido diseñada. Igualmente necesario es que se pongan a la disposición del programa los recursos necesarios para llevarlo adelante y así se honre la deuda que el país y la región tienen con el mundo rural.








Crimen organizado, neoliberalismo y desarrollo

La semana pasada, por primera vez Estados Unidos incluyó a El Salvador y a Belice en la lista de países considerados importantes para el narcotráfico. Las autoridades norteamericanas informaron que ambos eran los únicos países de Centroamérica que faltaban en dicha lista. En honor a la verdad, este hecho no hace sino constatar la sospecha de que el crimen organizado ha penetrado desde hace algún tiempo en diversas estructuras de los Estados centroamericanos. El istmo es un territorio estratégico porque se sitúa entre el principal productor mundial de cocaína y el principal consumidor. Centroamérica es, entonces, el corredor natural para hacer llegar la droga desde donde se produce hasta su principal mercado. En dicho trayecto, el narcotráfico va desparramando sus males entre nuestras sociedades a la vez que genera narcoempleos muy rentables. Es cierto que hay que actuar contra quienes producen y/o facilitan el traslado de la droga, pero todos sabemos que estos esfuerzos serán infructuosos si no se hace nada en el país donde más se consume. Es decir, mientras haya demanda de la droga, siempre habrá quien esté presto a ofertarla. Por ello, Estados Unidos debería autoenlistarse en el puesto número uno de la “lista negra” —como ellos le llaman— de países consumidores de droga.

Por supuesto, esta realidad no exime a El Salvador de las responsabilidades que le atañen por su participación en este mal social. El narcotráfico requiere de una red muy compleja de participantes, que abarca desde los grandes capos de cuello blanco (generalmente, prominentes figuras públicas) hasta la gente que transporta, almacena, distribuye y vende la droga. El principal caldo de cultivo para la penetración del crimen organizado en un país es la pobreza de su gente, y en esta materia El Salvador está haciendo muchos méritos para ganarse un lugar entre los países donde los narcotraficantes han hincado pie.

Esta situación nos remite a un segundo hecho importante, ocurrido también la semana pasada. Tanto el Presidente como el Secretario Técnico de la Presidencia de nuestro país afirmaron, en medio de las fiestas patrias, que las extorsiones y el crimen organizado representan el mayor obstáculo para el crecimiento y el desarrollo económico de El Salvador. Todo apunta a que estas afirmaciones responden al estudio realizado conjuntamente por los Gobiernos de Estados Unidos y El Salvador en el marco del Asocio para el Crecimiento. En dicho estudio, la criminalidad aparece como la principal actividad que limita el crecimiento económico.

Pero una cosa es que la situación delincuencial sea uno de los dos problemas más sentidos por la población salvadoreña y otra muy distinta que sea la razón que evita el desarrollo. Sorprende sobre todo que sean autoridades de alto nivel las que hacen esta afirmación, que no refleja con fidelidad la situación salvadoreña. Al presidente Funes hay que recodarle lo que afirmó en su discurso del 15 de marzo de 2009, cuando se proclamó ganador de los comicios. En aquella ocasión sostuvo que el modelo implementado por Arena está agotado. Y es precisamente en esto donde radica el principal problema del país: durante décadas se siguieron a ciegas los postulados y recetas del neoliberalismo. Es el neoliberalismo y sus seguidores los que han concentrado la riqueza en pocas manos, aumentado la desigualdad y generado más pobreza, la cual, como dijimos antes, facilita la penetración del crimen organizado.

Así pues, hay que combatir con decisión, inteligencia y recursos el crimen organizado, pero no hay que olvidar que la delincuencia es, en buena parte, efecto del modelo que se ha seguido. Hay que generar empleo, crear oportunidades, mejorar el nivel de vida de la población para que la delincuencia deje de ser una opción atractiva. Y un paso firme en esa dirección es renunciar a las lógicas y políticas perniciosas del modelo que hasta el sol de hoy han seguido con devoción los Gobiernos salvadoreños. Solo con la implementación de otra forma de regir la dinámica económica y social del país podremos aspirar a reducir la criminalidad y salir de ese cada vez más largo listado de países aliados del narcotráfico.








Paz y Democracia

El 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz y el eje temático asignado por las Naciones Unidas en esta ocasión es “paz y democracia”. El vínculo entre ambos valores parte del supuesto de que la democracia es indispensable para la paz; a su vez, la democracia se fortalece cuando una sociedad trabaja por la paz, es decir, por la superación de la violencia en sus distintas expresiones, y por la búsqueda de la mayor justicia como base de la vida en común. Este tipo de relación está sustentada en una forma concreta de entender y de ejercitar la paz y la democracia. Aclaremos, entonces, el sentido que pueden tener estas palabras en el contexto de una relación mutuamente potenciadora y enriquecedora.

La democracia que puede posibilitar paz social es aquella que se define por los derechos humanos y tiene al menos cuatro características: primero, la celebración de elecciones libres e imparciales que posibiliten el derecho a la participación política; segundo, la existencia de medios de difusión libres e independientes, que pueden contribuir al ejercicio del derecho a la libertad de expresión, pensamiento y conciencia; tercero, la separación de los poderes del Estado, que ayude a proteger a los ciudadanos de la violación de sus derechos civiles y políticos; y cuarto, el fomento de una sociedad civil abierta que haga efectivo el derecho de reunión y asociación pacíficas, orientado a fortalecer el poder de la ciudadanía como condición para que la democracia fundamente la libertad individual y los derechos humanos en la justicia social y en la equidad económica .

La importancia de este modo de entender la democracia es que nos permite contar con un criterio concreto y objetivo para valorar su realidad y verdad: el respeto y promoción de derechos humanos fundamentales. Ignacio Ellacuría, en su momento, nos ponía en alerta con respecto al discurso idealista sobre la democracia, que tiende a confundir el deber ser con la realidad. Es el caso cuando se habla de este sistema relacionándolo con abstracciones como igualdad, libertad, representatividad, etc., pero sin prestar atención a las realidades concretas que podrían impedir o posibilitar que las personas sean más libres, más iguales y más protagonistas. Engañoso es también reducir la democracia a la gobernabilidad política, ocultando la necesidad de una democracia económica que implique la reducción de la pobreza y la desigualdad social. La “democracia” que promete una igualdad abstracta mientras permite una desigualdad real no es germen de paz, sino de conflicto estructural y, por tanto, de crisis permanente.

Con respecto a la noción de paz, hace unos días Jon Sobrino nos recordaba la necesidad de un mínimo de análisis de lo que se entiende por “paz”, para que la palabra no sea usada para eludir otras realidades fundamentales como la justicia. En tal sentido, hacía una distinción entre la pax romana, la eirene griega y el shalom judeo-cristiano. La pax romana refiere al sometimiento impotente y resignado que imponía el Imperio romano a pueblos enteros, y que han seguido imponiendo a lo largo de la historia los imperios militares y económicos, produciendo mucho dolor, sufrimiento y muerte. La eirene griega, por otra parte, significa ausencia de violencia y de guerra (acuerdo para terminar con un conflicto armado). Ciertamente, la ausencia de conflicto bélico es un componente necesario de la paz, pero no suficiente para hablar con propiedad de una paz estable. Para el shalom judeo-cristiano, en cambio, la paz designa la vida común de los seres humanos basada en la justicia y la verdad, en la solidaridad y la reconciliación.

Lo planteado por Sobrino nos remite a la visión cristiana de la paz que encontramos en el Documento de Medellín. En este se destacan tres características. En primer lugar, la paz es, ante todo, obra de la justicia; por tanto, supone y exige la instauración de un orden justo en el que los hombres y mujeres puedan realizarse como seres humanos, su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad personal garantizada. Segundo rasgo: la paz es un quehacer permanente, es el resultado de un continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias, a las exigencias y desafíos de una historia cambiante. “Una paz estática y aparente puede obtenerse con el empleo de la fuerza; una paz auténtica implica lucha, capacidad inventiva, conquista permanente”. La paz es, finalmente, fruto del amor, expresión de una real fraternidad entre los seres humanos (paz social). Por eso se afirma que allí donde no hay paz social, donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo al don de la paz. Esta es la paz shalom, la que designa una situación de bienestar pleno, de justicia y equidad.

Terminamos con una acotación: el lema escogido por las Naciones Unidas para acompañar la celebración del Día Internacional de la Paz es “Haz oír tu voz”. Este llamado nos trae a la memoria dos reflexiones. La primera de Aristóteles, quien en uno de sus escritos nos dice que el ser humano es aquel que tiene palabras y no solo voz. Los animales tienen solo voz para expresar placer y dolor; los seres humanos tienen palabras porque pueden, conjuntamente, deliberar entre ellos sobre lo conveniente e inconveniente, sobre lo justo y lo injusto. Y por otra parte, más cercano a nosotros, Ignacio Ellacuría exhortaba a que el pueblo salvadoreño hiciera oír su voz, que reflexionara sobre la situación del país, que exigiera ser bien informado, que hicieran sentir la urgencia de un desarrollo económico profundo del país y la resolución del problema de la injusticia.

“Haz oír tu voz”. ¿Qué debe significar ahora mismo este lema para alcanzar la paz y fortalecer la democracia? Al menos debe implicar despertar de la indolencia o la indiferencia ante las cuestiones públicas (la injusticia, la impunidad, la depredación, etc.); debe llevar a defender los derechos de los empobrecidos; debe conducirnos a denunciar enérgicamente las injustas consecuencias de las inequidades extremas entre ricos y pobres; debe orientarnos al compromiso con una democracia incluyente que valora la necesidad de promover las organizaciones de la sociedad civil, los medios de difusión pluralistas y la política económica centrada en el desarrollo de las personas; debe llevarnos a renovar el compromiso con la no violencia y con la justicia, convencidos de que la paz es, en definitiva, fruto de la justicia.







El corto y el largo plazo

Aunque las luchas de corto plazo son necesarias e inevitables, la madurez de los pueblos se manifiesta de un modo superior en las conquistas de largo plazo. En el Caso Jesuitas, es laudatorio que una parte de la sociedad civil apoye el proceso abierto en España contra militares implicados en el crimen y se declare a favor de que se haga justicia. Conseguir justicia en casos señeros, como el de los jesuitas o monseñor Romero, produce alivio y esperanza frente al gran manto de impunidad con que se recubrió la guerra civil.

Sin embargo, una lucha parcial, conseguir justicia en un solo caso, no puede desentendernos de lo que debe ser nuestra responsabilidad fundamental. En 1999, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos recomendó al Estado salvadoreño que abriera el Caso Jesuitas en lo que respecta a la autoría intelectual, comenzando con una investigación del crimen con estándares internacionales. Insistía en que se llevara a juicio a los que aparecieran imputados en el crimen y pedía que se compensara a las víctimas. Y finalmente, lo más importante para vencer la impunidad en general, pedía que se reformara la ley de amnistía para adaptarla a la Convención Americana de Derechos Humanos (un tratado internacional también conocido como Pacto de San José), suscrita por nuestro país.

Esas recomendaciones siguen sin ser atendidas, incluida la reforma de la ley de amnistía, fundamental no solo para encontrar soluciones al Caso Jesuitas, sino para posibilitar justicia y reparación a todas las víctimas de la guerra civil. Las recomendaciones de la Comisión no las cumplieron los anteriores Gobiernos, que las despreciaron, ni las ha cumplido el actual, que dice querer respetarlas, pero sin hacer algo al respecto. El canciller Hugo Martínez se da el lujo de asistir a reuniones y ensalzar la Carta Democrática de la OEA, pero se olvida de que el documento insiste en que se cumpla la normativa derivada de la Convención Americana de Derechos Humanos

Es bueno apoyar al juez Velasco, pero es más importante encontrar una solución que permita reparar los crímenes del pasado, como las terribles masacres en El Mozote, el Sumpul, Las Hojas y la Quesera, entre otras. Y la solución la sugiere con claridad la Comisión Interamericana de Derechos Humanos: adecuación y reforma de la ley de amnistía. O como defendemos otros, en vez de reformar la ley de amnistía, derogarla y simultáneamente promulgar una ley de reconciliación que permita hacer justicia a las tantas víctima que dejó la guerra civil, y favorecer y posibilitar —al mismo tiempo— procesos de reconciliación nacional.

Los juicios abiertos en el exterior deben servir para que nuestras instituciones funcionen, y no para sustituirlas excepcionalmente. En ese sentido, el juicio iniciado por el juez Velasco debe servirnos como recordatorio de que nuestro ordenamiento jurídico, que incluye los tratados internacionales que hemos firmado, está siendo violado. Las críticas deben ir dirigidas no solo contra una Corte Suprema de Justicia que manipula la legislación nacional en favor de la impunidad o el encubrimiento de crímenes, sino contra los Gobiernos —incluyendo la actual administración— que desde 1999 se niegan en la práctica a cumplir las recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Estas recomendaciones, especialmente la de adecuar la ley de amnistía al tratado internacional, se repiten en el caso de monseñor Romero y también han sido incumplidas. Insistir en la aplicación de estas recomendaciones, llevar el debate público a la reflexión sobre las mismas, es trabajar estructuralmente y a largo plazo. Ojalá el juicio del juez Velasco, fruto del incumplimiento de nuestras obligaciones de justicia pronta y eficiente, nos ayude a ver nuestras insuficiencias jurídico-legales y nos obligue a buscar soluciones para todas las víctimas de la guerra dentro de nuestro país.








Porque vives deprisa

PORQUE VIVES DEPRISA
porque tienes fronteras
porque pones condiciones
porque sospechas de Dios
porque aborreces el riesgo
porque ignoras a los demás
porque huyes del silencio
porque prefieres tener a ser
porque pactas con el confort
porque tienes miedo al compromiso
porque desiertas los caminos que suben
porque regateas con tu juventud
porque hablas más que haces
porque olvidas que eres nómada
porque no te das a lo difícil.


No sabrás ni hoy ni nunca,
por más que lo intentes,
por mucho que quieras,
para qué vale la vida,
para qué sirve el corazón;
no sabrás, de verdad,
ni el sabor de la paz,
ni el precio de la alegría,
ni el sentido de las lágrimas,
ni el misterio de las cosas,
ni el gusto de la vida,
ni el encanto de la amistad,
ni el valor del silencio,
ni el milagro del amor.

Te pasarás la vida, ¡triste vida!,
improvisando, corriendo, hambreando, huyendo de ti,
lejano, desterrado, de visita, de sobra, ridículo,
fracasado, esclavo, aburrido, desarraigado,
vacío, inútil, viejo,...
con la vida tristemente vacía,
inmensamente sin sentido.
PERO....
SI la obra de tu vida puedes ver destrozada
y sin perder palabra, volverla a comenzar,
o perder en un día la ganancia de ciento
sin un gesto o un suspiro.

SI puedes ser amante y no estar loco de amor,
si consigues ser fuerte sin dejar de ser tierno
y sintiéndote odiado, sin odiar a tu vez,
luchar y defenderte.

SI puedes soportar que hablen mal de ti
los pícaros, los que pretenden enfadarte,
y oír como sus lenguas falaces te calumnian,
sin tú caer en la trampa y hacer lo mismo.

SI puedes seguir digno aunque seas popular,
si consigues ser pueblo y dar consejo a los reyes,
si a todos tus amigos amas como un hermano,
sin que ninguno te absorba.

SI sabes observar, meditar, conocer,
sin llegar a ser nunca destructor o escéptico;
soñar, mas no dejar que el sueño te domine;
pensar, sin ser sólo un pensador.

SI puedes ser severo sin llegar a la cólera,
si puedes ser audaz, sin pecar de imprudente,
si consigues ser bueno y lograr ser un sabio,
sin ser soberbio ni pedante.

SI alcanzas el triunfo después de la derrota,
y acoges con igual calma esas dos mentiras.
Si puedes conservar tu valor, tu cabeza tranquila,
cuando otros a tu alrededor la pierden.

ENTONCES los reyes, los dioses,
la suerte y la victoria,
serán ya para siempre tus sumisos esclavos,
y lo que vale más que la gloria y los reyes,
SERAS HOMBRE, hijo mío.








Salmo del seguimiento

Iré detrás de ti,
si tú vienes a mi
buscando horizontes
más amplios para volar.
Iré a enseñar a todos
que tú eres libertad,
que sólo en ti se encuentra
el manantial,
la felicidad,
la verdadera paz.
Iré siempre en tu nombre
despojado de mis cosas,
buscando en la noche,
sediento de tu amor.
Iré a decirles a todos
que tú eres alegría,
la eterna oferta
de un amor total.
Iré a buscar camino
detrás de cada lucha,
donde los hombres sufren
su llanto y soledad.
Iré si tú me llamas
a ser siempre tu amigo
sin importarme nada,
pues tú eres mi caminar.
Iré diciendo a todos,
iré contando siempre,
iré entre los hombres
gritando la verdad



La llamada del todo

Hay que dejarlo todo
en el seguimiento a Jesús.

Primero se dejan las cosas:
lo que se recibe heredado
y viene grapado a apellido,
lo que es fruto del trabajo
y lleva nuestra huella.

También hay que dejarse a sí mismo:
los propios miedos,
con su parálisis y los propios saberes,
con sus rutas ya trazadas.

Después hay que entregar
las llaves del futuro,
acoger lo que nos ofrece
el Señor de la historia
y avanzar en diálogo
de libertades encontradas
mutuamente para siempre,
que se unifican en un único paso
en la nueva puntada de tejido
(...)






El mundo

Me siento a contemplar
todos los dolores del mundo,
y toda la opresión y la vergüenza.
Veo en el arroyo a la madre
ultrajada por sus hijos,
que muere abandonada, extenuada, desesperada;
veo a la mujer ultrajada por su marido,
veo los efectos de las batallas,
de la peste, de la tiranía,
veo a los mártires y a los prisioneros,
observo el hambre, las humillaciones
y degradaciones impuestas
por los poderosos a los obreros,
a los pobres, a los negros;
todas estas cosas, todas las vilezas
y agonías sin fin
me siento a contemplar,
a ver, a oír, y permanezco mudo.




El corazón de la Tierra

El corazón de la Tierra
tiene hombres que le desgarran.
La Tierra es muy anciana.
Sufre ataques al corazón
—en sus entrañas—.
Sus volcanes,
laten demasiado
por exceso de odio y de lava.
La Tierra no está para muchos trotes
está cansada.
Cuando entierran en ella
niños con metralla
le dan arcadas.





Señor mío

Señor mío: Tú me diste estos ojos; dime dónde he de volverlos en esta noche larga, que ha de durar más que mis ojos. Rey jurado de mi primera fe: Tú me diste estas manos; dime qué han de tomar o dejar en un peregrinaje sin sentido para mis sentidos, donde todo me falta y todo me sobra.
Dulzura de mi ardua dulzura: Tú me diste esta voz en el desierto; dime cuál es la palabra digna de remontar el gran silencio.
Soplo de mi barro: Tú me diste estos pies... Dime por qué hiciste tantos caminos si Tú solo eres el Camino, y la Verdad, y la Vida.






¡¡ AMAME DE LA CABEZA A LOS PIES !!

AMAME DE LA CABEZA A LOS PIES

NO DEJES UN RINCON SIN EXPLORARME

AMAME SIN TIEMPO NI MEDIDA

COMO SOLAMENTE TU PUEDES AMARME





PENETRA EN LO PROFUNDO

DE MIS POROS

RECORRE MI INTERIOR

COMO UN TORRENTE

DEVORA MIS ENTRAÑAS

HASME TUYO

QUE EN TU LOCURA DE AMOR

QUIERO PERDERME





DE LA CABEZA A LOS PIES

HASME TEMBLAR

HASME SENTIR QUE VUELO

ETERNAMENTE

QUE EL UNIVERSO ENTERO

ES PARA MI

PORQUE TU ARDIENTE PASION

ME PERTENECE





AMAME DE LA CABEZA A LOS PIES

QUE TU SUDOR SE FUNDA CON EL MIO

LLEGA DONDE NO HAS LLEGADO NUNCA

DESCUBRE EN MI ESE PUNTO PROHIBIDO






PROVOCA EN MI MIL ESPASMOS DE PLACER

QUE ME DESBORDEN Y ME DEN ESCALOFRIOS

AMAME ENTERO DE LA CABEZA A LOS PIES


QUE ENTRE TU YO ESTA TODO PERMITIDO








De que te sirve

¿De qué te sirve la lluvia
de oro que te visita
y hace madurar el fruto
del huerto que tú cultivas,
si desconoces la Mano
que tales dones te envía?

¿De que te sirve la nube
deshecha en limpios cristales
que da canción a tu fuente
y aromas a tus rosales,
si muere de sed tu alma
cautiva en lazos carnales?

¿De qué te sirve la noche
cuajada de pedrería
si es mirada de los cielos
que nunca del pobre olvidan
si para tí tal mirada
es inconsciente y es fría?

¿De qué te sirve el pan blanco
que nunca falta en tu mesa
y el vaso que cual topacios
liquidados centellea,
si está el pobre desvalido
muriendo de hambre a tu puerta?






Una buena iniciativa que requiere garantias

Luego de la visita de Obama a El Salvador, se supo la noticia de que el Gobierno estadounidense había escogido a nuestro país, de entre todas las naciones latinoamericanas, para establecer la iniciativa conocida con el nombre de “Asocio para el Crecimiento”. Ello muestra el interés de Estados Unidos por El Salvador y la profundización de la alianza estratégica entre ambos. El elevado número de salvadoreños y salvadoreñas migrantes en Estados Unidos, el Tratado de Libre Comercio, el potencial económico y de desarrollo que tiene El Salvador, la estabilidad democrática mostrada a lo largo de los últimos 20 años (fortalecida con el cambio de partido en el poder) y —por último, pero no menos importante— la preocupación social y moderación del Gobierno de Funes son los principales elementos que han motivado a Estados Unidos a escoger a El Salvador como el socio para esta iniciativa en América Latina.

Lo interesante de esta iniciativa es el método de trabajo en el que se basa. A diferencia de otros programas, donde el donante decide en qué invertir, la decisión sobre el destino de la inversión se tomará de forma conjunta entre los Gobiernos salvadoreño y estadounidense. Además, el programa busca fortalecer los planes nacionales ya definidos, en lugar de convertirse en uno más; en este caso, buscará fortalecer el desarrollo del plan quinquenal elaborado por el Gobierno de Funes. La primera etapa del proceso consiste en detectar, por medio de un diagnóstico muy riguroso, aquellos aspectos clave que están impidiendo el crecimiento y desarrollo del país.

Los equipos de ambos países han estado trabajando varios meses en esta etapa y han señalado que son dos los factores: la violencia e inseguridad, y la baja productividad. Estos dos aspectos se consideran clave porque implican un alto costo para el país, afectan a toda la población y ya se están haciendo esfuerzos por superarlos. De lograrse esto último, se obtendría un crecimiento económico inmediato. Es por ello que superarlos se convierte en el principal objetivo de este programa. Asimismo, se han identificado otras restricciones de menor escala, pero que también impiden el crecimiento y que, por tanto, requieren de una intervención para superarlas en el mediano plazo.

En coincidencia con otros buenos diagnósticos anteriores, este señala como restricciones de menor escala la falta de personas preparadas en educación secundaria y universitaria, la aguda desigualdad social, la informalidad de la economía, el deficiente acceso al crédito para las micro y pequeñas empresas, la baja tasa de ahorro nacional, el cambio climático, los altos niveles de vulnerabilidad, una infraestructura deficiente, la percepción de incertidumbre política, la debilidad de las instituciones.

El siguiente paso consiste en definir las estrategias para superar las dos mayores restricciones; así, se trata de responder prácticamente a dos preguntas: ¿cómo superar la violencia y la inseguridad? y ¿cómo incrementar la productividad? En ello está el mayor reto y allí se jugarán las posibilidades de éxito del programa. Sin duda, la puesta en marcha de este programa obligará a tener un buen plan de prevención y combate de la violencia e implementar acciones que mejoren la efectividad de todo el sistema nacional de seguridad.

Ahora bien, el punto débil del programa Asocio para el Crecimiento es la excesiva confianza en la inversión privada como motor del desarrollo. En El Salvador, a pesar de que ha sido importante y ha generado negocio, la inversión privada apenas ha generado crecimiento, menos aún desarrollo. No basta con eliminar las restricciones para que la inversión privada llegue masivamente al país, es necesario que los inversores tengan clara conciencia de que deben ser responsables con la sociedad, pagar sus impuestos, ofrecer salarios dignos, fomentar la preparación y superación de las personas, respetar y cuidar el medio ambiente. Solo entonces esta inversión podrá ayudar a El Salvador a caminar hacia el desarrollo. En este sentido, es fundamental que el Gobierno establezca con claridad las reglas para la inversión privada, de modo que se garantice que realmente fomentará un verdadero desarrollo.








Quien quiera venir conmigo




Y me preguntas, si quiero ir contigo, y la verdad, Jesús, ¡qué lío me hago!, porque no sé si eso implica dejar todo lo que tengo, si implica volver del revés mi vida, si lo que tengo que hacer es irme al tercer mundo, si eso tiene que ver con meterse cura o religiosa, si… Y entonces me entra miedo, y el pánico me impide verte como compañero de camino en la vida de aquí y de  ahora: mis estudios, mi grupo, mi trabajo, mi voluntariado, mi familia, mis dieciocho, veinte o 30 años.

Y me preguntas si quiero ir contigo y extrañado me digo, ¿quién? ¿yo? ¿ahora? y miro alrededor, pensando que eso no es para mí, que no es el momento, que más tarde me lo plantearé. Y repaso la lista de metas que quiero alcanzar (echarme novio o novia, acabar la carrera, tener un trabajo, viajar un poquito, independizarme…) y entre ellas no estás, y ¡cómo me gustaría pensar que te olvidaste!, ¡que no sigues ahí, esperándome!

Y me preguntas si quiero ir contigo y enseguida te vuelvo la pelota: ¿Y Tú, qué me das a cambio? Y me siento mal al hacerte esta pregunta, pero me da miedo la entrega sin recompensa, el riesgo sin seguro, el trabajo sin salario, la soledad sin encuentro, el seguirte sin mirar atrás… y es que creo que es mucho lo que tengo, lo que valgo, lo que dejo, lo que expongo, como para jugárselo todo a una carta… y oigo tus palabras: "recibirás el ciento por uno" y cierro los ojos y guardo silencio…






¿Qué es la Espiritualidad Ignaciana?

1° Hay muchas maneras de expresar lo que se entiende por Espiritualidad. Nosotros lo entendemos como «el encuentro del espíritu humano con el Espíritu de Dios, de modo que Dios hace Su propuesta, y la persona humana responde al proyecto de Dios».

2° Ignacio se encontró con Dios en un momento crucial de su vida: cuando sintió en su E cuerpo herido el fracaso de sus ambiciones humanas. A partir de entonces fue captando la llamada de Dios –fue «discerniendo» Su propuesta– y le respondió en forma gradual y progresiva, pero total y radical.

3° La experiencia de «conversión» a Dios la fue viviendo durante varios años, y la escribió Ignacio en un libro que se llama «Ejercicios Espirituales» que, según su mismo autor, es 'Iodo lo mejor que en esta vida puedo pensar, sentir y entender, así para el hombre poderse aprovechar a sí mismo, como para poder fructificar, ayudar y aprovechar a otros muchos».

4° Los rasgos principales de la espiritualidad que se deriva de los Ejercicios Espirituales ti los podemos sintetizar en los siguientes puntos:

•Búsqueda apasionada de la voluntad de Dios.
•Capacidad para saber discernir los «signos de Dios".
•Actitud de querer siempre celo más y mejor" en el servicio a Dios.
•Simpatía y sintonía con todo lo creado y humano.
•Libertad interior y disponibilidad al servicio del Reino.
•Conocimiento, valoración y amor personal a Jesucristo.
•integración entre contemplación y acción: “en todo amar y servir"
•Amor y obediencia a la Iglesia real.
•Armonización entre el servicio a la fe y la promoción de la justicia
•Cultivo de las virtudes y devociones sólidas.

5° La espiritualidad Ignaciana tiene una clara orientación hacia el apostolado. Inspirada en la invitación de Cristo a colaborar con Él en la construcción del Reino de Dios, la persona que vive dicha espiritualidad experimenta una fuerte inclinación a poner todos sus talentos al servicio de la evangelización. Esto supone que tiene muy claro el fin que le propone Dios, y que sabe relativizar todas las cosas como medios para lograr el fin.
6° La vivencia de dicha espiritualidad se alimenta y se canaliza a través de un triple canal: Oración, Formación y Acción. La oración y la acción se integran en la famosa fórmula de «contemplación en la acción». La formación de la persona es permanente, intensa y orientada hacia la maduración cristiana del apóstol: no se estudia para saber no más, sino para servir mejor.
7° Ese ideal de vida supone y exige del cristiano una gran dosis de libertad interior, que Ignacio llama «indiferencia», pero que es la disposición interior necesaria para poder vivir el planteamiento evangélico de «Busquen, ante todo, el Reino y la Justicia de Dios, y todo lo demás se les dará por añadidura» (Mt. 6,33).

8° El logro de esa libertad interior es fruto de un proceso de formación humana y cristiana en el que confluye el cultivo personal de dicha facultad con la experiencia espiritual personal que hace que uno descubra en Jesús «el gran valor de su vida». De ahí que se diga con toda propiedad que el Cristocentrismo es una nota característica de quien comparte la espiritualidad ignaciana.





No mas mimos

La semana pasada circuló una noticia que dejó boquiabierta a mucha gente. Warren Buffett, la tercera persona más rica del mundo según la revista Forbes, pidió al Gobierno de Obama que dejara de “mimar a los ricos”. El multimillonario, dueño de más de cincuenta compañías y que amasó su fortuna en los mercados bursátiles, publicó una columna en The New York Times en la que fustigó a quienes pregonan que los impuestos desincentivan la inversión y demostró, cifras en mano, que los millonarios en Estados Unidos, pese a estar percibiendo ganancias cinco veces mayores que hace dos décadas, están pagando una tercera parte menos de impuestos. Unos días después de la publicación, un grupo de franceses inmensamente ricos, poniendo en práctica en Francia lo que Buffett pide para Estados Unidos, redactaron, firmaron y publicaron una carta en un periódico galo en la que piden se les suban los impuestos. Son dieciséis de los más ricos ciudadanos franceses y aparentemente están aterrados por la situación económica y fiscal de su nación.
Mientras en Estados Unidos y Francia los más ricos no solo piden, sino que exigen que se les cobre más impuesto para ayudar a salir de la crisis, en El Salvador los multimillonarios tienen una actitud diametralmente opuesta. Ante el anuncio del presidente Funes de un impuesto especial a las personas naturales o jurídicas con un patrimonio igual o superior a 500 mil dólares, los grandes empresarios se rasgan las vestiduras porque consideran que eso sería injusto. Primero dijeron que la diferenciación del impuesto atiza la lucha de clases y pretende poner a la gente en contra de los grandes empresarios. De lo que se trata entonces es que todos colaboremos sin distinción, sostuvieron. El último argumento para negarse a pagar el impuesto es que el Gobierno debería corregir tanto despilfarro en sus gastos y optimizar los recursos en lugar de crear más tributos que desincentivan la inversión. El problema del Gobierno no es la falta de ingresos, sino el exceso de gasto, sentenció la semana pasada la ANEP.
Ante esta situación común de crisis económica tanto en los países ricos como en los pobres, pero muy distinta postura entre los millonarios de allá y los de aquí, hay dos puntos que es importante resaltar. La primera atañe a la actitud de los multimillonarios salvadoreños. Quizá los grandes empresarios tengan razón en señalar la ineficiencia gubernamental en el combate contra la delincuencia y la imperiosa necesidad de mejorar el uso de los recursos del Estado. Sin embargo, detrás de los argumentos, lo que subyace es la sempiterna voracidad y mezquindad de los más ricos del país. Nunca en El Salvador un gran empresario ha dicho que es buen momento para aumentar los impuestos o los salarios. Fuera de las obras de caridad que se deducen de los impuestos, la solidaridad ha estado ausente de la vida de los multimillonarios. Hasta llegaron al extremo de preferir una guerra intestina a desprenderse de sus anillos, como les advirtió en su momento monseñor Romero.
El segundo punto a destacar es que, en el fondo, los ricos de Estados Unidos y de Francia están cuestionando el mismo modelo neoliberal del que se aferran con irracional obsesión los empresarios salvadoreños. Uno de los principios fundamentales de la teoría del libre mercado es que hay que liberar de impuestos a los más ricos para que se sientan a gusto e inviertan. Pero las cartas de Warren Buffett y de los multimillonarios franceses sostienen que los ricos deben pagar más, pues sus fortunas han crecido proporcionalmente a la disminución de sus impuestos. Por supuesto, los ricos del primer mundo, con más lucidez que los salvadoreños, han entendido que la suerte de sus empresas está ligada a la suerte de la mayoría de la población. Mientras las personas comunes y corrientes se empobrezcan más, más posibilidad habrá de que las empresas vayan cuesta abajo. Pero en algunas personas la avaricia desenfrenada es más poderosa que la razón. Los grandes empresarios salvadoreños se aferran a una lógica económica que hasta hoy les ha permitido amasar fortunas extraordinarias en medio del empobrecimiento de los sectores medios y bajos de la sociedad salvadoreña. Ahora los millonarios salvadoreños invierten en toda Centroamérica, en el Caribe y en los mismos Estados Unidos, pero dicen que no es justo pagar más impuestos en su propia tierra.
La Unidad de Análisis y Seguimiento del Presupuesto de la Asamblea Legislativa determinó que entre 2001 y 2009 un sector del empresariado salvadoreño ganó 9 mil 35 millones de dólares al gozar de exenciones, deducciones e incentivos fiscales de los impuestos de la renta y el IVA. Este es el paraíso que no quieren abandonar estos grandes empresarios a los que no les importa que para el resto de la población el país cada día se parezca más a un infierno.
Hoy en día, prácticamente todos los economistas serios y todos los organismos internacionales están de acuerdo en que El Salvador, para hacerle frente a la crisis, debe aumentar su carga tributaria, la cual, junto a la de Guatemala, es la más baja de la región. Por tanto, si los millonarios salvadoreños no tienen la sensibilidad, ni la decencia, ni la lucidez de sus homólogos del primer mundo, es hora de “dejar de mimarlos”, como afirma Warren Buffett, y obligarlos a que comiencen a pagar lo justo.






SEGUIR AL ESPIRITU SEGUN IGNACIO DE LOYOLA

 
Poco antes de morir me pidieron que contara cómo me había ido llevando el Espíritu de Dios. No sé si quienes querían conocerlo se quedaron satisfechos de mi relación porque el hecho es que no la publicaron. Más difícil me va a resultar decírselo a ustedes, que viven en otro tiempo y sobre todo en otra cultura. Pero como tratar de ayudar al prójimo forma parte del don de mi conversión, voy a intentarlo de nuevo.


Existen varios espíritus: el de Dios estimula el propio dinamismo y lo encauza a su destino.

Lo primero que quisiera decirles es que el Espíritu no parece actuar desde fuera de uno y al margen de lo que uno es. En mi caso ciertamente se apoyó en el objetivo central de mi vida. En palabras de mi época, que se expresaba en buena medida en el horizonte grecolatino, lo que yo buscaba era la gloria y no cualquier gloria sino la mayor gloria posible. En los términos de ustedes, yo buscaba reconocimiento. Pretendía que todos reconocieran mi valía. Buscaba, por tanto, un reconocimiento en base a méritos, en mi terminología en base a hazañas, es decir a hechos difíciles, que entrañaran un bien, un aporte, muy notable a la sociedad.

Provenía de una familia de la pequeña nobleza, pero muy pundonorosa, es decir que nos sentíamos comprometidos a vivir de modo que nuestra vida reportara honra a nosotros mismos y a nuestra estirpe. Me había educado en la corte de los Reyes Católicos al servicio de lo que ustedes llamarían el Ministro de Hacienda. El lema de estos reyes era plus ultra, que significa más allá. Para los antiguos, cuyo ámbito era el Mediterráneo, las columnas de Hércules, después del estrecho de Gibraltar, tenían adosadas esta leyenda: non plus ultra: no se puede ir más allá. Los Reyes Católicos, al tomar posesión de América, demostraron que siempre se puede ir más allá. Muchos peninsulares se habían acostumbrado al reino moro de Granada, al conquistarlo hicieron ver que es posible revertir las situaciones históricas. A su llegada al trono, se encontraron una nobleza acostumbrada a ser ella su ley. La sometieron a las leyes del reino, mostrando que puede avanzarse en civilidad. Lo mismo hicieron reformando al clero y las órdenes religiosas o despejando de bandidos los caminos para que se incrementara la relación y el comercio o apadrinando la nueva universidad de Alcalá. Ese era también mi aire. Por eso, caído en desgracia mi protector, me puse al servicio del virrey de Navarra, que era el duque de Nájera. Le ayudé a conquistar esa ciudad y me empeñé en defender la capital, Pamplona, de un ejército muy superior a nuestras fuerzas. Ahí fue cuando una bola de cañón me deshizo una rodilla. Estuve en peligro de muerte, pero sané, gracias a Dios. Se me había pasado la fiebre, pero tuve que permanecer recostado varios meses hasta que los huesos se fortalecieran y me pudieran sostener.

Como este percance no había echado a rodar mis sueños de gloria, pedí libros de caballerías (esos que casi un siglo después trastornaron a Don Quijote, los mismos que leerían ávidamente los conquistadores de América y los nobles de la corte del Emperador) para avivar con ellos mis deseos de hazañas. Pero en la casa sólo se hallaron dos libros: uno sobre la vida de Jesús (muy voluminoso, que acababa de ser traducido) y otro de vidas de santos. No era lo que yo quería, pero como las horas eran tan largas, me puse a leer.

Después de leer un buen rato me sucedía que me ponía a soñar que yo también me ponía a hacer las hazañas de los santos. Porque hallé que eran verdaderas hazañas: hechos dificilísimos, que suponían retos extremados y perseverantes, y victorias muy profundas sobre tendencias arraigadas en uno, y además hechos que aportaban al mundo luz y salvación. Yo no había reparado en que los santos fueran personas excepcionales y dignas del mayor reconocimiento. Sus vidas se convirtieron en un fuerte estímulo y me enfrascaba en verme a mí como uno de ellos. Incluso tengo que confesar que hallaba en mí facilidad para imitarlos imaginativamente.

Sin embargo en otras ocasiones me sumergía en los sueños de gloria terrena que había tenido hasta entonces y soñaba muy alto, soñaba en vencer a enemigos poderosísimos y ofrecer mi victoria a una mujer muy noble, inalcanzable para mi estirpe pero, creía yo, que mis actos excepcionales me harían subir hasta ella.

Sin darme cuenta desfilaban por mi imaginación creadora dos versiones de la gloria: la gloría de los santos que, en seguimiento de Jesús, sanan y humanizan al mundo con sus vidas, y la gloria de los caballeros que vencen sobre enemigos y de esa manera obtienen el reconocimiento que se da a los triunfadores. Ambas versiones me entusiasmaban. Pero noté con extrañeza que cada tipo de sueño tenía un efecto contrario: al salir de mi embeleso de caballero me hallaba desabrido, mientras que mis sueños de hazañas a lo divino me dejaban íntimamente contento y en paz. Descubrí, pues, que en los primeros bullía el mal espíritu mientras que en los segundos latía el Espíritu de Dios.

El Espíritu no aparece, pues, como un ser al lado de otros sino que se hace presente en el propio impulso (en mi caso, impulso hacia el reconocimiento) cuando se dirige a su destino adecuado, produciendo contento de fondo y paz interior. El Espíritu se hace sentir indirectamente, por sus efectos, por sus frutos, en los términos del evangelio o de Pablo. Pero el Espíritu no sólo se da a conocer sino que da fuerzas para desear conducirse por él. Dicho de otro modo, libera la libertad para que se apegue a lo que va descubriendo como lo verdaderamente humanizador. Así me iba sucediendo a mí.

Pero encontré algo más alto y entrañable que seguir a los santos. Encontré a Jesús de Nazaret. Lo vi tan lleno de gloria, que, como Pedro en el monte Tabor, nunca me saciaba de contemplarlo. Por eso decidí despojarme de todo y peregrinar a Jerusalén en pobreza absoluta para quedarme allí, cerca de las huellas de Jesús, hablando de él. Como estaba completamente absorbido por ese mundo de Jesús de Nazaret y sus seguidores, sus héroes, empecé a hablar de él a mi familia. Por eso cuando me despedí de mi hermano, él me puso delante lo mucho que muchos esperan de mí para que no cambiara de rumbo echando todo a perder. Yo, como me vi demasiado nuevo en este camino, no me animé a manifestar mis propósitos y salí del paso sin mentir. Es así como logré despegarme de mi mundo. No sabía qué largo sería el camino que me esperaba.


No basta la buena voluntad, se necesita el discernimiento

Por de pronto tengo que confesar que, a pesar de toda mi buena voluntad, a pesar de que mi entrega era intencionalmente total, no tenía claridad interior ni capacidad de discernir. Les voy a contar un episodio para que vean mi ceguera. Iba montado en mi mula cuando se me emparejó un moro. Hablando, derivó la conversación hacia María de Nazaret y él manifestó que estaba de acuerdo en que concibió a Jesús virginalmente, pero que no podía entender que en el parto hubiera quedado virgen. Yo intenté convencerlo, pero él siguió con su opinión, al fin se despidió y se me adelantó. Yo me quedé perplejo sin saber si debía apuñalear al que había negado la virginidad de María o si en este nuevo camino matar no era el modo de vengar el honor. Al fin me puse en manos de la mula: si agarraba por el camino del moro, lo alcanzaba y mataba, si seguía adonde iba yo, lo dejaba así. Es claro que, si les estoy hablando, es porque siguió por mi camino, aunque era más estrecho. Como ven, la mula tuvo el discernimiento que a mí me faltó. La conclusión es que es más fácil cambiar los destinatarios de nuestros deseos que las actitudes de base. Seguir a Jesús con los criterios de honor del mundo era obviamente un contrasentido. Pero yo estaba tan consustanciado con esos criterios que no lo acababa de ver.

El otro caso que les voy a contar revela lo grave que es tenerse en cuenta sólo a sí mismo sin percatarse de los efectos de sus actos en la realidad. Llegué al santuario de nuestra Señora de Montserrat y, como había leído en las novelas de caballerías, hice la vela de armas toda la noche al pie del altar de nuestra Señora y le entregué mis armas y mi mula, y al salir me despojé de mis ropas y se las di a un mendigo. Seguía mi camino con gran consolación por lo que entendía como despojarme de mi vieja condición, cuando me alcanzaron para preguntarme si era verdad, como decía un mendigo, que yo le había dado mis ricos vestidos, porque lo que pensaban es que los había robado. Me eché a llorar al ver cómo un acto generoso puede causar un grave inconveniente a otros, si no se hace tomando en cuenta la situación.


Conocer al Espíritu de Dios por sus efectos

De todos modos casi sin darme cuenta me detuve en el camino en una ciudad llamada Manresa y allí comencé a poner por obra mi plan de imitar hasta el extremo las hazañas de los santos. Mi plan comprendía dos aspectos. Así como antes había buscado por todos los medios mi propia reputación, ahora me entregaba a la relación con Dios y con su Hijo para descansar mi vida en ellos y ponerme a su completa disposición, de manera que ellos rigieran mi vida. A esta relación dediqué siete horas seguidas de oración de rodillas, además de los oficios litúrgicos, que me daban mucha devoción. Pero para centrarme en ella, tenía que despejarme de mi existencia anterior auto centrada. Por eso me vestí de saco, descuidé las uñas y el cabello, me abstuve de carne y vino y me entregué a un ayuno rigurosísimo, como había leído que hacían los santos. Gran parte de mi oración consistió en contemplar la vida de Jesús a través de los pasajes de ese libro que había copiado en Loyola.

En esta primera fase yo actuaba desde mí, poniendo por obra con entera determinación y desde el fondo de mí ser, lo que leía que habían hecho los santos. Pero lo cierto era que el Espíritu que me había movido a leer, releer y anotar el libro de la vida de Jesús en Loyola, me seguía conduciendo ahora a consustanciarse con él, y esa nueva relación me llenaba de tal modo que me hacía fácil desprenderme de todo lo que hasta entonces había considerado apetecible. ¿En qué notaba que era el Espíritu? En que en medio de estas privaciones, que en sí eran exageradísimas, vivía en un estado de alegría y paz constantes, embebido completamente en Jesús de Nazaret.

Pero, tras esta primera fase, sobrevino otra que me desconcertó completamente. Hasta entonces vivía atenido a mis acciones, me movía en un plano que en cierto modo controlaba. Pero ahora empezó una época de alternancia de consolaciones y desolaciones: pasaba a primer plano algo que pasaba por mí sin que procediera de mi voluntad. Me sentí tan desbordado que intuí que estaba entrando en un género de vida desconocido para mí.

Pero poco a poco se fue haciendo la luz. Por ejemplo, me pareció sospechoso que precisamente cuando me disponía a dormir las pocas horas que destinaba al sueño, me vinieran consolaciones y luces sobre diversas cuestiones. Si les daba curso, al día siguiente me encontraba sin fuerzas para emprender lo pautado. Comprendí que no podían provenir del Espíritu, no les hice caso y cesaron. También aprendí que, si Dios quería que tratara con la gente en orden a su aprovechamiento espiritual, no podía continuar con esa figura tan desaliñada. También supe interpretar la representación de la carne y el ofrecimiento a comerla como algo del Espíritu que me pedía moderar mi abstinencia, porque cuando me vino a la imaginación no tenía ningún deseo de ella.

Sin embargo durante mucho tiempo no pude vencer los escrúpulos. Nada remediaba confesar una y otra vez los pecados. Esa falta de paz y ese desasosiego se hicieron tan agobiantes que, al sentirme incapaz de encontrar la paz, tuve la tentación de suicidarme. Pero al comprender que la fijación en mis pecados me había llevado hasta ese extremo y a la tentación, para mí peor aún, de dejar esa vida que llevaba, se me abrieron los ojos para ver que ese afán morboso de purificación no era del Espíritu y decidí no confesarme de nada de la vida pasada. Y así alcancé la paz.

Ésta fue la mayor tentación que tuve y el aprendizaje más radical, tanto de mi impotencia para alcanzar la paz por mis propias fuerzas, como de cómo el mal espíritu puede disfrazarse de deseo de perfección que adelgace tanto la conciencia que destruya al sujeto o lo lleve a dejar el buen camino. Como en las ocasiones anteriores, los efectos eran el criterio más seguro para discernir espíritus.


Me conducía como un maestro de escuela y yo me aplicaba a hacer cada tarea

Yo diría que Dios me llevaba como un maestro de escuela: como no sabía nada de vida espiritual y no tenía nadie que me instruyera, el Espíritu tomó directamente ese papel. Pero esto no hay que entenderlo como una relación directa. Voy a tratar de explicarlo. En mi conciencia no aparecía el Espíritu, sino la inconveniencia de ir tan desaliñado para hacer bien a los prójimos o lo poco razonable de las consolaciones cuando necesitaba dormir o la descalificación de un afán de purificación que me llevó a la desesperación. En el ejercicio certero de esa razonabilidad es donde hay que buscar la acción del Espíritu.

Es importante subrayar esta diferencia con la experiencia del Padre o el Hijo: cuando se me aparecía Jesús, sí era él el que ocupaba mi conciencia, lo mismo que cuando se me reveló la majestad de Dios. Pero la manera de hacerse presente el Espíritu, es distinta: es indirecta, nunca aparece el Espíritu como contenido de la conciencia, pero por eso es inmediata. Para mí los dos armónicos que denotan la presencia actuante del Espíritu son el discernimiento y la consolación. Lo primero, el discernimiento, que luego llamé caridad discreta. Como les indiqué en los casos precedentes, la misma consolación, aunque para mí fue siempre criterio de discernimiento y muy preciado, necesitará ser discernida.

Pero cuando les dije que el Espíritu me conducía como un maestro de escuela también quería decir que como el maestro al niño, así el Espíritu me ponía delante una sola lección, una sola tarea. Cuando la realizaba, me ponía otra. Esto es vital para lo que luego llamarán la pedagogía ignaciana. Mi entrega era intencionalmente absoluta, pero mi transformación no podía ser sino gradual: pasar paso a paso de lo que yo era a lo que Dios quería de mí, ir paso a paso de donde estaba adonde él me iba llevando.

Yo vivía lleno de confianza en el presente de la acción transformadora del Espíritu. Vivía sin ningún afán por quemar etapas, y, por supuesto, tampoco me instalaba en ninguna. Vivía siempre abierto al movimiento del Espíritu en mí y a los signos del designio de Dios en la situación en que me encontraba. Por eso en esa relación de mi vida que hice al cabo de ella, me nombré a mí mismo como el peregrino. Con esto no quería designar ante todo al que viaja por devoción a un lugar santo (en mi caso a Aranzazu, Montserrat, Jerusalén o Loreto) sino más bien a una persona que vive siempre en camino, siguiendo la acción incesante del Espíritu, que no aspira a definir su vida desde sí mismo sino que sólo busca dejarse conducir sin oponer resistencia. Fíjense que me seguía llamando a mí mismo peregrino cuando llevaba catorce años fijo en Roma y casi sin moverme de mi estrecha estancia.


Tiempo de ponerme completamente en manos de Dios y de andar con Jesús

Quisiera referirme ahora a mi viaje a Jerusalén hasta mi regreso hasta Barcelona, desde donde me embarqué. Será el tiempo en que aprendí a fiarme sólo y todo de Dios. En contra de lo que me decían en cada punto del itinerario, no acepté llevar ni compañero ni dinero; incluso me empeñé en tratar a todos de vos, como suponía que sería el trato llano de Jesús, para que no fuera la cortesanía la que me abriera las puertas. Incluso no tomé ninguna precaución en lugares donde se sospechaba que había peste ni me molesté en obtener cédula de sanidad para entrar en ciudades que la pedían, y hasta me arriesgué a caminar por Jerusalén sin la protección de un turco y me obstiné en no dar un rodeo y atravesé por medio de dos ejércitos enemigos en el norte de Italia.

Ustedes podrían preguntarme qué discreción es ésa. ¿Se deja usted llevar por el Espíritu o por el impulso irreflexivo de quien se abstrae de la realidad por andar encerrado en su devoción? Lo que hace usted a lo largo del viaje ¿no es tentar a Dios? Les diré que yo pensaba que si iba con un compañero o con dinero, no iba a estar ya abierto a la conducción del Espíritu sino que iba a poner mi confianza en ellos y no en Dios. Con esta penuria radical, no quería poner a prueba a Dios sino al contrario ejercitarme en la fe, en la esperanza y en el amor. Yo sabía que Dios no iba a ejercitar su providencia milagrosamente sino por medio de quienes aceptaran ser guiados por el Espíritu. Por eso el estar abierto a la conducción del Espíritu me llevó a vivir abierto a la realidad yen ella me fui conectando con quienes también vivían abiertos. Por eso tuve tantos encuentros tan oportunos, aunque muchas veces no a la primera ni sin ahorrarme días de desamparo y penuria totales. La fe es una aventura, una apuesta y por eso nada tiene que ver con la seguridad sino con la confianza.

Yo insistí a lo largo de mi vida en que uno tiene que poner todos los medios, como si todo dependiera de él, pero que tiene que poner toda su confianza en Dios, sabiendo que en realidad todo depende de él. Esto es así, pero después que uno ha aprendido en experiencias como la mía a ponerse completamente en manos de Dios. Si no se ha tenido esta experiencia, uno pone en realidad su confianza en los medios y la proclamada confianza en Dios no pasa de ser una declaración de principios. Mucho me temo que no raramente les haya pasado esto a mis seguidores que frecuentemente toman tan en serio lo de los medios que de hecho se entregan completamente a ellos, aunque tengan buna intención y lo hagan por amor a Dios. En estos casos Dios no pasa de ser un motivo, no es el tú de su vida.


En defensa de la responsabilidad y por tanto de la libertad del laico en la Iglesia

Llegamos a la parte más complicada de mi discernimiento. Como no me permitieron quedarme en Jerusalén, tuve que decidir qué iba a hacer con mi vida. Lo único que tenía claro es que la iba a emplear toda en ayudar a los prójimos a descubrir la voluntad de Dios para su vida y en disponerse para entregarse a ella. Para ello pensé que me ayudarían los estudios y decidí estudiar. Lo que me causará más molestias, incluso el peregrinaje por tres universidades, es la dificultad de encontrar lugar en la Iglesia para llevar a cabo ese género de vida. El hecho es que por donde quiera que pasé las autoridades eclesiásticas dudaron de mí. Esta duda no me sembró la duda de si estaría engañado. Por el contrario, siempre busqué que todo se clarificara porque estaba persuadido de que mi camino era de Dios. Y cierto que en cada caso las autoridades eclesiásticas, tras analizar mi vida y doctrina, lo reconocieron así. Pero me impedían continuar con mi apostolado. Por eso yo acataba la sentencia, pero no la aceptaba, y marchaba a otro sitio donde sucedía lo mismo. Aunque en ese momento no lo pude formular así, el problema de fondo era el que formuló el concilio Vaticano II, el del estatuto del cristiano en la Iglesia: si todo cristiano era un testigo, o por lo menos todo cristiano adulto y consecuente, o si sólo los de la institución eclesiástica eran los propiamente cristianos, en definitiva la Iglesia, y los laicos no tenían más papel que ser guiados.

Si todo cristiano adulto era un testigo por la gracia de Dios, la función de la autoridad era dictaminar si su doctrina era católica. Ésa era la autoridad que yo les reconocía y hasta ahí llegaba su competencia, porque, si mi doctrina era sana, ellos tenían la obligación de reconocerme el derecho de ejercer el don y encargo que el Señor me había dado. Soy consciente de que suena demasiado fuerte lo que les estoy diciendo, pero eso era lo que sentía después de las sentencias de Alcalá y Salamanca.

Para aclarar más este asunto tan delicado les voy a poner el dilema que me plantearon en Salamanca. Se me preguntó si lo que enseñaba era por letras o por Espíritu. Como no podía ser por letras (porque no me había graduado en la universidad) se me obligaba a concluir que era por Espíritu, que para ellos significaba por la iluminación directa, diríamos verbal, del Espíritu, que es lo que pretendían o por lo menos de lo que se les acusaba a los llamados por eso iluminados, que por esas fechas estaban siendo llevados a la hoguera.

Como ustedes ven, el dilema suprime la posibilidad de que la vida cristiana, vivida desde luego en la Iglesia, arroje luz sobre Dios, sobre el ser humano y sobre el camino que Dios quiere sobre el ser humano y la historia. Si la luz viene sólo de los libros, los doctores no tienen que pensar por su cuenta, sólo tienen que leer sus libros, y a los demás les basta con escuchar a los doctores. En este esquema el Espíritu no tiene ninguna función. A lo más, inspirar a la jerarquía en sus dictámenes y dar unción a los fieles en el cumplimiento de sus devociones y deberes. Pero no propiamente discernir toda la vida. El Espíritu no es el don de Jesús resucitado a todos los cristianos y menos aún a todos los seres humanos. No es el que está moviéndonos siempre desde más adentro que lo íntimo nuestro y de este modo nos da la creatividad fiel que se precisa para el seguimiento de Cristo.

Como ustedes ven, esta concepción es la negación radical de todo el camino personal que había recorrido y el don había recibido para el bien de las almas. Para mí, Dios quiere comunicarse personalmente a cada criatura y nos da su Espíritu para que lo podamos percibir y para que acertemos en su designio sobre nosotros y tengamos fuerza para cumplirlo.

En este momento, sin poderlo formular así, estaba defendiendo la libertad de los cristianos, una libertad constructiva, que nada tenía que ver con buscar el propio gusto o interés o voluntad sino que era obediencia al Espíritu. Y que la obediencia se evidenció en mi disposición permanente a someter mi camino a la autoridad de la Iglesia que siempre reconocí.


Presbiterado a la apostólica

Pero mi camino tenía algo de excepcional. Voy a ver si me logro explicar. Había reivindicado la responsabilidad y por tanto de la libertad del cristiano en la Iglesia, pero mi vida era más que eso. Fui a París. Allí también me acusarán, pero el juez no me quiso enjuiciar por parecerle que no había causa, y llevé donde él un notario para que constara. Allí ejercí mi ministerio con libertad. Pero aprendí que para seguir mi camino tendría que hacerme sacerdote, que no había lugar para mí en la Iglesia, si me mantenía como laico.

Este discernimiento será esencial para lo que vino luego y sin embargo parece que lo realicé de una manera implícita. Les diría que no había que discernir porque no tenía más opción. Pero quisiera añadir que ese discernimiento no es producto únicamente de una situación eclesial distorsionada. En efecto, yo ya no estaba en el mundo en cuanto que no ejercía una profesión en él ni sustentaba una familia ni vivía unas responsabilidades ciudadanas. Estaba en el mundo dedicado exclusivamente  a la relación con Dios y a ayudar a los demás a que viviera su vida según la voluntad de Dios para con ellos.

Si esa dedicación totalizaba mi vida, mi vida no se reducía a dar cuenta de mi esperanza a quien me la pidiera; equivalía a un ejercicio apostólico, porque lo hacía no sólo porque me salía del corazón sino porque me parecía que formaba parte imprescindible de la gracia de mi conversión y de mi llamada. Pero un ejercicio apostólico tiene que ser discernido por la jerarquía e incluso ella tiene que convalidar el encargo divino. Este ejercicio estrictamente apostólico ¿no es de hecho un tipo de presbiterado? No ciertamente el referido a una comunidad concreta, que era el que existía en mi época, sino el referido a la solicitud por las Iglesias, por las almas, o, dicho de modo más genérico, el que mira a la animación de la cristiandad y a la misión a los no cristianos. ¿No tiene sentido que, el portador de esta existencia apostólica, además de examinador, fuera ordenado y enviado?


Del peregrino a los que peregrinan como compañeros de Jesús

El siguiente paso les puede parecer desconcertante. El grupo decidió como fruto de los Ejercicios que había hecho cada uno por separado, ir a Jerusalén y, si fuera posible, quedarse allí. Desde mi experiencia era obvio que era una empresa imposible. Me pueden decir que, urgiendo tanto el apostolado, por qué no los disuadí. La razón es muy sencilla: ahora el sujeto no era yo sino el grupo. El grupo no debía insertarse en mi vida a partir de mis propias experiencias. Yo no podía ahorrar al grupo las experiencias fundantes. Si así lo hubiera hecho, ellos habrían sido iñiguistas, cosa bien pequeña e intrascendente, que yo no quería de ningún modo.

Haciendo como grupo la experiencia discipular que yo había realizado en Manresa y en la peregrinación a Jerusalén, el grupo llegó a ser la Compañía de Jesús. Dar lugar al grupo sin sustituirlo es un discernimiento espiritual que a mí me resultó obvio, pero que fue trascendente y que reveló que yo estaba completamente trascendido en Jesús y que de ningún modo pretendía hacerme el centro del grupo ni lo hubiera tolerado.

Habría muchas más cosas para decir, pero baste por hoy. Como han visto, mi discernimiento es lo contrario de iluminaciones súbitas caídas desde el cielo inequívocamente. El camino se me iba abriendo por donde era factible. Y en esa búsqueda, con todas sus discusiones de fondo, se iba abriendo un camino en cierto modo nuevo o por lo menos nuevo para la época, que obtuvo carta de ciudadanía en la Iglesia, y que yo espero que muestre en este siglo de ustedes toda su fecundidad.

ORAR PARA DISCERNIR

 
El discernimiento es un proceso de gracia. No es una conquista, sino un don libre y gratuito de Dios. No es posible, por tanto, un discernimiento espiritual, a no ser dentro de un clima de fe, esperanza y caridad. Esas virtudes teologales crean el ambiente espiritual necesario. La tradición de la Iglesia ha acentuado continuamente la importancia fundamental de la oración para mantener el clima teologal, el humus nativo del discernimiento. Porque no estamos discerniendo la táctica de una operación puramente sociopolítica. Tratamos de encontrar las mediaciones concretas para realizar el Reino de Dios, que es fruto del don y de la actividad, de la gracia y de la decisión. Y la oración desempeña aquí un papel fundamental.

Oración que explicita la fe
La fe es, sobre todo, adhesión, compromiso de vida con la persona de Jesucristo, revelador del Padre. La fe nos pone en contacto con el propio Cristo a través de la mediación de la gran tradición de la Iglesia, desde la generación apostólica hasta hoy.
La fe es una dimensión de toda nuestra vida. Abarca nuestro modo de pensar, de juzgar, de querer, de ver las cocas. Es una atmósfera que nos penetra y nos envuelve. Por otra parte, precisamente porque es una realidad englobante, se ve continuamente amenazada por desfiguraciones. Elementos espúreos, fruto del pecado social y personal, penetran este horizonte de fe y se mezclan con él. Sucede, entonces, que las expresiones de nuestra fe asumen una serie de elementos no criticados teológicamente. Difícilmente conseguimos separarlos o eliminarlos, ya que esto acontece de un modo muy simple y casi imperceptible. Estamos alimentados por los medios de comunicación, con una serie de sugestiones, insinuaciones, valoraciones, que muchas veces llegan a ser presentadas bajo formas religiosas, siendo que ocultan valores antievangélicos. Con todo esto, nuestra visión de la fe se deforma, con la consiguiente lectura cristiana desfigurada de la realidad.
Es más: la fe, como visión total de nuestra existencia y como compromiso radical, puede enrarecerse día a día. La visión se hace más opaca. El compromiso se hace desidioso. En este sentido la oración es fundamental para la fe, la purifica, hace que nuestra manera de ver el mundo, los hombres y la historia esté más de acuerdo con el Evangelio, purificándola de los elementos extraños. Redimensiona el compromiso. Prolonga la fe hasta nuestros menores actos, no permitiendo que ningún rincón de nuestro corazón y de nuestra vida quede a oscuras. De este modo, el discernimiento tiene muchas mas probabilidades de ser clarividente. La fe, inflamada por la oración, nos pone una disposición de mayor  visión  cristiana de la realidad y esto constituye una condición para una opción coherente con nuestra fe.
La oración hace mas intensa a luz de la fe. Nos ayuda a percibir el significado religioso y salvífico de las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia. El sentir con la Iglesia, tan fundamental en el discernimiento, deja de ser un dogmatismo jurídico para recibir una mayor dosis de interioridad, mediante la recuperación de los significados de las verdades de fe. Desgraciadamente, estas verdades de fe, para muchos de nosotros se convierten antes en un desafío a la inteligencia que en una invitación a la vivencia del misterio de Dios. La oración viene a corregir ese intelectualismo de la fe, mostrando que la fe es, antes que nada, vida, compromiso, experiencia del misterio de Dios. De este modo se aleja también el peligro de racionalismo e iluminismo que fácilmente puede correr el proceso de discernimiento.
Finalmente, la fe, siempre amenazada por formas alienadas, encuentra en la oración un momento de vigilancia y purificación. Solo una fe continuo proceso de purificación par la oración nos garantiza un discernimiento espiritual sin tantos peligros de ilusión.

Oración que despierta la esperanza
Cuando leemos una realidad en la clave de la fe, buscamos un sentido que supere nuestra pequeña percepción. La fe apunta a cierta universalidad. La esperanza interfiere como la que hace nuestra historia concreta y nos implica personalmente en esta visión de la realidad leída por la fe. Lo que la fe dice de todos y para siempre, la esperanza lo habla para nosotros aquí y ahora. Esto es fundamental, en el sentido de que nos arranca de cualquier alineación que la fe, acaso, pudiera alimentar. La esperanza nos coloca dentro del proceso histórico que este aconteciendo y nos dice que todo esto es para nosotros y que nuestro papel en ese proceso es, de hecho, el que la fe nos revela.
En su papel de insertarnos en la realidad histórica, la esperanza se transforma en motor, en fuerza propulsora de la historia y de nuestra vida. Niega el orgullo de la razón conquistadora. Niega la tendencia del hombre a absolutizarse a sí mismo y sus proyectos. Niega toda pretensión de definitividad del presente, de lo transitorio. La ideología tiende a absolutizar una visión parcial de la realidad. La esperanza como anuncio de un futurum novum, de una novedad no previsible ni manipulable, asume una instancia crítica. En su aspecto escatológico, la esperanza es una relativización de los proyectos humanos.
Si la ideología quiere fijar el proceso histórico en las estructuras del presente, la esperanza anuncia, en la conciencia del hombre y en su actuar, el futuro del mundo y de la historia como aspiración al dominio pleno de la naturaleza, a la plena socialización del hombre, en la coincidencia total de los intereses de todos' Apunta a lo utópico, a aquello que todavía no tiene lugar en la historia pero que se pretende realizar y transformar en su motor. El campo de la esperanza, en su verdadero sentido, es el de la inviabilidad de una situación, confiando en las promesas de Dios en las previsiones calculadas de nuestros proyectos.
La esperanza se hace especialmente motor de la historia al dar sentido a todas las aspiraciones del hombre a la fraternidad, la justicia y la solidaridad. En su verdadera estructura escatológica de “ya pero todavía no”, la esperanza afirma la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Afirma el absoluto de Dios aconteciendo en la historia. Afirma la victoria definitiva de la gracia de Cristo aconteciendo en los sacramentos, en la Palabra, en los gestos eclesiales, en los signos de la caridad. Afirma la victoria definitiva de Jesu­cristo sobre la muerte y el pecado aconteciendo en nuestra vida. Afirma que en Jesucristo, Dios ya dijo su Palabra decisiva e irrevocable sobre el mundo y la historia. Y la eficacia de tal Palabra se hace historia cada día en nuestra tarea de liberación.
La esperanza aguza nuestra vista para captar la gratuidad del don de Dios, en oposición a toda una visión comercializante y conquistadora de la gracia. Es la negación de una mentalidad capitalista, acumuladora de gracia. Nos sitúa en el mundo de la liberalidad, de la relaci6n libre y sencilla con nuestros hermanos.
Para el discernimiento, toda esta ambientación espiritual que la esperanza genera, es fundamental. Pero, por otra parte, nos vemos tentados y Ilevado a vivir de un modo totalmente contrario. Somos asaltados por innumerables argumentos y hechos que nos incitan al escepticismo, a la duda, a la no esperanza. El Imperio de lo racional, lo programático y lo estructural sobre lo libre, lo creativo, lo imprevisible, lo original y lo espontáneo es más fuente de desesperanza que motivo de optimismo. Un miedo y una inseguridad enormes nos invaden por todas partes. Hay síndromes de quiebra de las grandes utopías. El humanismo, que fuera construido lenta y laboriosamente por la civilización occidental, muestra síntomas de necrosis. No faltan acusaciones, por parte de personas respetables, de que vivimos en un mundo sin demasiada esperanza, precisamente porque el campo de lo humano esta siendo reducido.
En este contexto histórico de amenaza a la esperanza, la oración se hace necesaria de dos maneras. Elimina las alienaciones que tienen su raíz en la mentira y el orgullo del corazón humano. Y activa nuestra capacidad de observar las dimensiones de futuro presentes en el misterio de Cristo. En una palabra, enciende en nosotros la esperanza sustentadora de un discernimiento clarividente, en un mundo minado por el escepticismo, el miedo y la inseguridad.

Oración que purifica la caridad
Solo puede haber discernimiento espiritual en la caridad. Esta es suficiente. Basta por si misma. Si viviéramos la caridad en su grado mas puro y clarividente, no tendríamos necesidad de discernir ni de orar. Nuestra vida serla la mejor de las oraciones y un continuo discernir. La verdadera caridad es discreta, paciente, benigna. No es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7).
Entre tanto, toda caridad concreta, en cuanto que es mediada, es impura. Nuestro amor es ambiguo, dividido, marcado por las inconsecuencias, mordido en su raíz por el pecado y la concupiscencia. El egoísmo le es intrínseco. Es como un gusano que esta siempre dentro del fruto, amenazando con arruinarlo totalmente. Esa es nuestra situación. La garantía del discernimiento es la pureza de la caridad. De ahí la importancia de la oración.
La oración purifica la caridad. Enciende en el corazón del hombre el amor de Dios, que es la mayor fuerza purificadora. Despierta la conciencia, ilumina sus recovecos y hace que se manifiesten los laberintos ocultos del egoísmo. Nos da fuerza para superar este pecado contagioso. Nos coloca en al proceso de superaci6n. Nos libera de nuestro circulo cerrado, para abrirnos al elemento purificador de la presencia del otro, sobre todo del gran Otro, Dios.
La caridad tiene una dimensión misionera. Anuncia, a través de su obrar y su ser, una palabra que cuestiona y que desinstala, en oposición al anonimato conformista con la situación. La caridad, como praxis liberadora, es la fuente del discernimiento. Y la oración, a su vez, es su fuente de aliento. Nuestra caridad, en su debilidad, capitula sin dificultades. La oración es su apoyo.



CONCLUSIÓN
Los requisitos previos para al discernimiento son, por si mismos, un proyecto y una ascesis continuos. No se trata de elementos estáticos, como quizá el término pudiera dar a entender. Son actitudes fundamentales, sobre las que debemos mantener una vigilancia y una ascesis continuas. Purificación, generosidad y oración: tres puntos de apoyo de nuestro caminar espiritual. Y dentro de ese caminar se produce el discernimiento. Y al ser un caminar, as una situaci6n que hay que conquistar siempre
Nos encontramos aquí con la esperanza evangélica de la vigilancia. No se trata simplemente de una expectativa de inminencia de la parusía. Si este fue un contexto histórico de la vigilancia evangélica, su alcance va mucho más allá. La vigilancia se hace hoy mucho más importante, en relación a las implicaciones afectivas e ideológicas, tan profundamente estimuladas por una enorme maquina propagandística. Solo una actitud de ascesis continua, de conciencia critica muy despierta, puede mantenernos dentro de los requisitos previos para el discernimiento. En este contexto, la oración ocupa un lugar privilegiado, prolongando nuestros momentos de reflexión a la luz de la Revelación y reforzando nuestra decisión volitiva de entrega generosa. La oración recapitula los dos puntos anteriores. Es purificación y es un estimulo para la generosidad. Nos garantiza también que nos movemos en un ambiente de fe, de espiritualidad, alejando las sospechas de un exceso de politización.