Alcoholismo e hipocrecia

Durante casi todos los largos años de la colonia, las autoridades de lo que hoy es El Salvador hablaron duramente en contra del alcoholismo y de los desmanes que a partir de este vicio se cometían. Durante el siglo XIX, los gobiernos independientes mantuvieron básicamente el mismo discurso. Pero lo interesante es que mientras se denostaba al fatal guaro, el propio Estado tenía el monopolio de la fabricación y venta del mismo. Y como la venta del licor dejaba buenas ganancias, el Estado y sus gobernantes perseguían con denuedo la competencia ilícita de los productores artesanales de aguardiente, universalmente conocido en el campo como “chaparro”. En las quejas y críticas contra el alcohol, se mencionaba con frecuencia que a causa de la bebida se cometían asesinatos, se multiplicaban las reyertas y se ponía en peligro la convivencia pacífica. Pero la venta no se detenía. En el interesante estudio que publicó la Superintendencia de Competencia sobre los monopolios en el Salvador, puede encontrarse infinidad de datos sobre la soberana hipocresía de los gobernantes de aquel entonces.

Desde comienzos del siglo XX, el Estado fue abandonando el monopolio de la fabricación de alcoholes. Pero la hipocresía en torno a la cuestión se sigue manifestando hoy en el tema de sus impuestos. Cada vez que se toca el gravamen al alcohol, se originan unas discusiones que muestran la enorme hipocresía que hay detrás de muchos de los planteamientos defensivos de los licores o la cerveza. En El Salvador, el licor y la cerveza siguen estando detrás de muchas muertes y accidentes. Los homicidios no vinculados a la delincuencia, sino a lo que se suele llamar la violencia social, tienen con frecuencia relación con el alcohol. Los celos, las cóleras, los deseos de venganza, todo se acelera con el alcohol cuando este se toma en exceso. Y abuso de alcohol ya sabemos que lo hay en todos los estratos sociales. Heridas, golpes, fruto de reyertas y peleas callejeras, dejan costos graves tanto de tipo laboral como en la salud. Y eso por no hablar del daño sicológico, tan sensible para una sana vida familiar y social.

Pero no queda ahí la cosa. Los accidentes de tránsito no son ajenos al consumo de alcohol. El índice de muertes por accidente de tránsito llega a 26 por cien mil; algo que, en términos de las mediciones de la Organización Panamericana de la Salud, equivale a una auténtica epidemia. Epidemia que por supuesto, y a pesar de ser crónica, ni es tomada en cuenta ni preocupa en mayor grado a las autoridades. Y en esta epidemia de muertes por accidentes de tránsito, el alcohol juega muchas veces un papel protagónico. Pero cuando se quiere castigar el consumo, bien cerrando la venta de alcohol a las 12 de la noche, o bien subiendo los impuestos, surgen protestas como si se estuviera hundiendo la economía nacional. Y, lo más triste, incluso se manipula al sindicalismo de empresa para que en la práctica justifique y premie un negocio que hoy por hoy, con las condiciones legales, culturales y organizacionales de El Salvador, cuesta demasiado dinero a la población y crea demasiado dolor y muerte.

No son los negocios relacionados con el alcohol los únicos causantes de muchos de nuestros accidentes y muertes, pero unidos a otros diferentes factores contribuyen a aumentar el dolor del pueblo salvadoreño. Pagar más impuestos es una cuestión de responsabilidad social, por lo menos; y desde la ética, un resarcimiento mínimo y totalmente necesario por el mal que contribuyen a causar. La subida de los impuestos (cerveza incluida) es indispensable. Lástima que entre nuestros diputados siempre la cobardía, el interés o, en este caso, el gusto (al menos para algunos) los empuja a hacer rebajas frente a las propuestas de un impuesto decente.







No hay comentarios: