LA OSADIA DE DEJARSE LLEVAR





INTRODUCCIÓN


Después de años de crisis y de experimentación se ha sentido la necesidad de formarnos para lograr una estructuración interna mayor: de hacer que brote… la ley interna de la caridad” y de que ésta nos mueva a actuar de modo cada vez más acorde y mas congruente con la radicalidad y exigencias del evangelio. El espíritu de oración, la vida comunitaria y el examen se comienzan a redescubrir en su fuerza y necesidad. Por otra parte las exigencias apostólicas han hecho cada vez más evidente la necesidad de los análisis estructurales y de conocimiento afinado de las coyunturas socio políticas donde nos movemos. El discernimiento es el correlato espiritual de todo esto. (El P. Arrupe se convierte en el testigo de este movimiento de base al comenzar a instar – al comienzo de los años 70- sobre la necesidad del discernimiento. No es que no se haya discernido en épocas pasadas, pero quizás no lo suficiente y quizás no con una metodología que pudiera traducirse en pedagogía explicita para la formación. Estos puntos-todavía casi a vuela pluma- nacen de esta inquietud metodológica y de su traducción en la formación)

Discernir no es fácil. Todos, de alguna manera, hemos experimentado dos polos muy típicos a este respecto: los que complican en grado sumo lo que quiere decir discernimiento .convirtiéndolo así en algo solo para iniciados-, o os que denominan fácilmente discernimiento a cualquier reflexión o discusión…Ambas posturas han hecho mucho daño. Discernir es difícil. La dificultad no estriba solamente en encontrar la metodología adecuada, sino también en los requisitos que implica. Una condición capital es el contacto con la pobreza y con la lucha contra ella. La vinculación a la lucha de los pobres se convierte en condición d posibilidad  así como también en criterio de verificación del discernimiento cristiano. El discernimiento nace de una toma de  posición con Jesús pobre y humillado actualmente (requisito) y lleva a defender su causa (verificación). Solo esas condiciones y con esos frutos es verdadero discernimiento.

Discernir  supone, por otra parte, adentrarse en el misterio de la voluntad de Dios. Nada más ajeno al discernimiento que la seguridad en el juicio propio…Por principio discernimos para buscar la voluntad de un Dios que es misterio; cuyos caminos no son los nuestros…y esto se tiene que dejar sentir obviamente. Discernir no es ver claridad sino ser dóciles para dejarse llevar por los impulsos de Dios, por donde muchas veces no entendemos…

Discernir supone, además unas actitudes de calidad humana, supone “subjecto”. Quien no tiene en el corazón comprensión y misericordia, quien no puede perdonar, quien no tiene capacidad para  querer y ser querido, difícilmente se podrá poner en clima de  discernimiento ya que esto es también fruto de la madurez humana. Pero al mismo tiempo se necesitan actitudes profundamente cristianas. En el discernimiento al estilo ignaciano, no se va a elegir entre lo bueno y o malo, sino que quiere uno decidirse por lo mejor (el magis concreto): los criterios son los de las “banderas” la petición es la de estar en “tercera manera de humildad”…

Estos apuntes son fruto no tanto del estudio de las fuentes ignacianas –a las que por oficio nos estamos adentrando poco a poco-, sino más bien  de la tarea y la práctica que nos ha tocado desempeñar. Desde la propia “Tercera Probación” es decir desde el último año de formación al que nos sometemos los jesuitas antes de nuestros últimos votos, y desde la formación de nuestros jóvenes, se nos ha venido “dando” el conocimiento de este instrumento tan ignaciano: el discernimiento. Así pues en este escrito se presenta de manera más organizada las experiencias –personales y de compañeros- que hemos ido recopilando.

Este trabajo consta de dos secciones básicas En la primera parte se presenta lo que corresponde al la metodología de discernir, mas que a la teoría. Se comienza explicando como discernir es  realmente una “osadía”, pero una osadía que tiene una traducción histórica de praxis de mas de  cuatrocientos años- en la forma jesuita de hacerlo, naturalmente- y que tiene origen en el mismo evangelio. Se habla en esta parte del origen y desarrollo del discernimiento; luego se pasa a algo clave: el estudio de dos épocas espirituales (Ignacio las denomina “semanas”), según las cuales  varía todo el proceso de discreción de espíritus. Se destaca lo importante que es señalar la época en que se está y el derrotero que apunta. En seguida, se ofrece un estudio comparativo de la acción del Mal espíritu (desde ahora para abreviar “ME”) que arroja luz para poder descubrirlo y para poder vencerlo. Otro elemento clave para discernir es la comprensión de lo que es “desolación” y de la lucha contra ella y del aprovechamiento de los momentos de consolación cuyo efecto es pragmático: se trata de un regalo para la colaboración del trabajo por el reinado de Dos. Concluyendo esta parte, se dice algo sobre el papel de la “confirmación” del discernimiento y de la necesidad de que éste se ratifique en la vida personal y en la historia.

En la segunda parte se ofrece un camino para hacer el examen cotidiano desde un punto de vista pedagógico. De ahí que se presente un modo de hacerlo y se saquen las luces que éste ofrece para comprender, el discernimiento como fruto de la confrontación entre  os espíritus, y los diversos tiempos que se van viviendo, y crecer así en la fidelidad al Dios siempre mayor. Se comienza con las dificultades prácticas del examen, haciendo énfasis en que no es el examen, de conciencia, para luego poner los objetivos de qua cosa sí debería ser. Se termina, como ya señalábamos, explicando lo que la práctica del examen nos revela del discernimiento mismo, no sin antes hablar de un requisito básico: el descubrimiento de lo que denominaremos la “consigna”. Como apéndice se ofrece un modelo del examen de la oración y del compartir el discernimiento personal en comunidad.


LA METODOLOGIA DEL DISCERNIMIENTO

La osadía de “dejarse llevar”

Como se ira mostrando a lo largo de estos apuntes, discernir es simplemente dejarse Ilevar por el Señor. Sin embargo este “dejarse llevar”, si se analiza bien, es una osadía. Discernir es una osadía de cara  a la libertad y requiere, además, una libertad osada. La libertad no es una fuerza ciega, esta cimentada siempre en la racionalidad de las cosas: En la vida espiritual, empero, la libertad tiene que ser osada. Con esto no hacemos sino jugar con uno de los términos paulinos más significativos para designar la libertad del cristiano: paresia; es la osada libertad la que Identifica, al cristiano. La libertad cristiana; es osada; pero la mayor osadía es dejarse Ilevar.

La osadía, de la libertad que el discernimiento requiere, consiste en permitirse y atreverse a proceder ciegamente por donde la razón ya no puede acompañar las actuaciones humanas. La libertad ayuda a proceder a ciencia cierta por donde se cree que es lo prudente, o simplemente por donde quiere la voluntad. En el caso del discernimiento se opta osadamente por donde no se ve, por donde se es Ilevado. En este sentido se produce la experiencia de aquel primer Ignacio de Loyola, rudo aún en los meses que siguieron a su conversión, quien era llevado por donde no sabía... “Ignacio seguía el Espíritu, no se le adelantaba. Y de ese modo era conducido con suavidad a donde no sabía”. (Nadal, citado por Arrupe: Identidad del Jesuita, 409).

Discernir es también una osadía porque presupone el concurso de Dios, un Dios que ha impulsado y que por tanto -ahí esta el “atrevimiento”- se cuenta con que impulsara sin limites... Discernir es una osadía porque se confía ciega y descansadamente en la fuerza del Señor que no nos falla. Discernir es una osadía porque de alguna manera se compromete a Dios a seguir trabajando en cada uno: se da por supuesto que El seguirá interviniendo.

Aunque quizás la mayor osadía del discernir es que el término vital del movimiento que nos impulsa la acción del Espíritu en nosotros- no es otro sino la cruz en cualquiera de sus traducciones historizadas. No es la cruz de la falsa ascética sino la cruz que se desprende del compromiso con un Dios que esta en el pueblo. Una cruz que, por tanto, vincula con el dolor de los pobres y con su suerte. De ahí que discernir sea también osadía porque nos introduce de lleno en las corrientes históricas en pugna y nos hace optar por la elección primordial de Dios: la causa de los necesitados.

Pero discernir es también -decíamos-“dejarse llevar”; y por eso es descubrir la fuerza de Dios y del mal en cada uno. Conocer sus campos, conocer donde se asientan, conocer las tácticas que utilizan y sobre todo reconocer las reacciones personales ante el buen y mal impulso.

Discernir es optar. Pero una vez aclarados los campos en donde nos movemos (Dos Banderas), discernir no es escoger entre el bien y el mal; para eso ya están los mandamientos..., sino optar siempre por el medio mas eficaz, el que me coloca en la disposición espiritual por excelencia de “dejarme llevar hasta ponerme con el Hijo en la cruz” (Binarios). Discernir es estar con la mirada puesta en Cristo Jesús que muere y resucita y que me llama a colaborar con su tarea, pero dentro de su propia lógica: la muerte que trae la vida. Por eso, discernir es acercarme siempre a la tercera manera de humildad, sin poder alcanzarla tal vez nunca, pero impulsado ya por la fuerza por donde el Señor ya me esta llevando.

El discernimiento es claramente un proceso personal, pero que no tiene validez si no es contrastado por alguien con "autoridad eclesiástica”. Esto fue para Ignacio, en su propia vida, algo muy importante y esclarecedor. Desde la escena en Tierra Santa con el guardián franciscano (Autobiografía, n. 46), hasta el profundo sentido del “cuarto voto”, Ignacio nos esta insistiendo en que solo tiene total validez un discernimiento que se puede cortejar eclesialmente. Por eso el ejercitante tiene que contrastarse al menos con el director de ejercicios. De ahí también que antes de salir del mes de ejercicios, en la “cuarta semana”, se postule la necesidad de explicar las reglas „para sentir con la iglesia (353 a 370).

Discernir es descubrir la acción del Espíritu que nos impulsa ya, pero siempre con un telón de cotejamiento que confirma, por decirlo así, y ratifica lo que se ha descubierto en la interioridad (o, por el contrario, disuade de ello e invita a una reconsideración).

Obviamente hay varios tipos de discernimiento. Esta el discernimiento personal, por ejemplo, la elección de estado de vida o la reforma radical de esta en el mes de ejercicios o las múltiples elecciones diarias en el examen cotidiano; esta el discernimiento personal pero compartido, cuando frente a un grupo de “amigos en el Señor se comparte lo que cada uno esta viviendo y discerniendo. Asimismo esta el discernimiento comunitario cuyo fin es descubrir qua exigencias va postulando el Señor y por donde va Impulsando un proceso de vida común. Por ultimo estaría -el discernimiento apostólico que es propiamente una deliberación sobre lo que debe crearse o reorientarse en la búsqueda y preparación del Reino de Dios en la historia.

Cada uno de esos discernimientos tiene metodologías distintas, aunque en el fondo son convergentes. Así, por ejemplo, al discernimiento apostólico debe antecederle como dato fundamental, no siempre evidente, una exposición técnica y científica de la situación donde se pretende actuar, y este análisis de la realidad debe presentarse con la mayor criticidad y cuidado posible. El discernimiento personal no necesita tanto de esta mediación. Pero el procedimiento de querer solo buscar lo que mas conduzca y el de saber cribar los sentimientos propios y las mociones de “los espíritus” pueden ser juzgados en ambos casos por las mismas famosas reglas ignacianas de “discreción de espíritus”. Este método de discernir, aunque es común al espíritu cristiano, ha tenido en Ignacio y en la compañía de Jesús trayecto muy específico. De esto pasamos a hablar en la sección siguiente.

Origen y desarrollo del discernimiento ignaciano
Dejarse Ilevar, decíamos, es una osadía. Para dejarse llevar es preciso reconocer al Espíritu. Dejarse llevar no ocurre en una atmósfera de tranquilidad y quietud. Más bien, en un clima de conflicto y movimientos contradictorios en la intimidad personal. Hay diversos impulsos, opuestos a menudo. El Señor y el espíritu de este mundo batallan por nuestra libertad.

De ahí la importancia de contar con criterios o reglas para percibir los rasgos contradictorios (abierta o encubiertamente) del bueno y del mal espíritu. Ignacio nos brinda sus reglas. Estas son reglas prácticas que se han recogido a través de una larga experiencia en la propia vida de Ignacio y de su oficio como consejero y director. Reglas, que como bien señala su autor, manifiestan únicamente el comportamiento ordinario, la manera como suelen comportarse el bueno y el mal espíritu, (ut solet, ut in pluribus) (313-336).

La experiencia originante de estas reglas data de los días de convalecencia en Loyola, donde Ignacio no solo descubre el mundo de los movimientos interiores, sino que aprende a descifrarlos, vislumbrando la finalidad que ellos tienen. De ahí comienza a deducir principios espirituales responsables de diferentes impulsos: el bueno y el mal espíritu. (Autobiografía: 7,8, 20,21, 25, 54,55).

El tiempo lucido para comprender las reglas no como una colección más o menos ordenada de recetas piadosas, es la propia puesta en práctica de ellas en el mes de ejercicios. Pero, como escenario, Dos Banderas (cf. más arriba y notas) ofrece una situación paradigmática insuperable.

En Dos Banderas no solo se nos invita a demandar la gracia de recibir conocimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para de ellos me guardar (139), sino que se nos invita a demandar, asimismo, la gracia de hacer alianzas con el Señor en el famoso triple coloquio (dialogo con que termina la oración) (147).

Allá se muestra como evidencia que discernir no es solo descubrir y separar los espíritus sino hacer opciones concretas. Discernir es optar (313).

Quizás uno de los mas grandes aciertos de esta meditación es precisamente el señalamiento de la Babilonia y de la Jerusalén en la vida de cada uno nos invita a percatarnos del proceso encarnatorio de ambos espíritus y de cómo estas relaciones geográficas y sociales (incluyendo lo económico y político, como también lo afectivo), son fuerzas externas a nosotros pero que tienen un cierto acceso ya conocido a través, bien de nuestros pecados y pactos anteriores con el mal o de nuestro anterior seguimiento de Jesús.

Todo discernimiento bien hecho llevará al derrocamiento de las babilonias y al proceso de construcción de Jerusalenes. Ahora bien, toda esta batalla es fruto y a la vez requisito -aunque parezca paradójico- de la petición del coloquio (147).

En Dos Banderas, Ignacio pasa a hablar de las tretas del mal espíritu. Conviene recordar como el SE ME asienta, se aprovecha y cabalga sobre las heridas psicológicas del pasado personal o sobre las: debilidades temperamentales deja condici6n humana concreta. El modo de ataque del ME puede variar según se este en una primera o en una segunda época espiritual... Pero la táctica del ME será echar redes y cadenas, es decir, encubrir su estrategia o hacerla atractiva, conectándola con aficiones y pasiones propias de cada persona. El derrotero (a donde me llevan) de esas tácticas del ME es claro que, en Ignacio, tiene una trayectoria muy definida: de riqueza, a vanagloria, de ahí a poder y soberbia y de ahí a todos los vicios. Cada uno tiene que buscar los escalones reales y propios por donde siempre el ME desbarranca, sea a corto o mediano plaza, según tiene con tácticas de primera o de segunda época espiritual.

En lo que respecta al Buen Espíritu (BE) se da una contrapartida exacta (138). La Jerusalén, en primer lugar, como escena básica, como bastión de la acción del Espíritu en mí. Luego viene el análisis de las mociones, que también -hay que notarlo- pueden montarse sobre nuestras heridas, pero no para agrandarlas o sangrarlas más, sino para resanarlas y curarlas. En este sentido, esta actividad curativa es reflejo de una de las actividades más significativas de Jesús de Nazaret en su vida histórica. Pero las mociones" no solo utilizan -como las tretas- el campo de las heridas para actuar. Hay un sin numero de mociones, gracias o impulsos, que se experimentan -dice Ignacio- como viniendo al corazón sin causa precedente (330). (Nos aventuraríamos a decir que esto dice relación a una moción que no tenga conexión con alguna herida o alguna fragilidad humana ya experimentada).

Sobre las tácticas del BE, haríamos una transposición de momentos claves en la espiritualidad ignaciana. En el Examen San Ignacio presenta el ideal -Tres Maneras de Humildad- al candidato a la Compañía de Jesús y allí se le demanda si ya se halla en los tales deseos tanto saludables y fructíferos. Esto no nace, obviamente, de la fuerza propia; de estar allí seria porque el Señor ha conducido hasta ese estadio al candidato. Pero, como señala Ignacio, donde por la nuestra flaqueza humana y propia miseria no se encuentre en esa actitud, le pregunta si por lo menos se halla en deseos de deseos.

Entonces, el camino de la acción del BE es, primero, tener deseos de deseos; en un segundo momento, lograr la actitud del quiero y deseo y es mi determinación deliberada de la meditación del Reino (98), del pedir ser puesto con el Hijo y el Hijo crucificado -Tercera Manera de Humildad (167).

Estas serían las tácticas del BE, en oposición a las redes y cadenas del ME. Aquí habría que hacer énfasis en el papel que juegan en Ignacio los deseos, que es una de las mociones mas apreciadas por el ya que son una especie de afición que tiene que ver con algo de pasión en la propia existencia. No todos los deseos, con todo, son igualmente auténticos, aun cuando sean todas experiencias reales. Los auténticos son los que dicen relación a nuestra propia identidad, son los que nos vienen de Dios, es decir, son los deseos que denominamos aquí como mociones. Estas mociones también se criban con el a donde me llevan. Si nos llevan a mas generosidad y entrega, si nos llevan a mas radicalidad en el seguimiento, si nos llevan a mayor despojo, sobre todo a la captación de que en la vida del Espíritu no somos nosotros quienes tenemos la iniciativa de los deseos, sino que claramente son un regalo de Dios; en definitiva, si nos impulsan a dejarnos llevar por donde ya el Espíritu nos esta encaminando (consigna), entonces claramente los tenemos que aceptar y hacer alianzas con ellos. Esto es lo que hace avanzar en la vida del Espíritu. Lo interesante de los deseos de deseos es que con este medio Ignacio ayuda a desbloquear los sentimientos en contra. Es como un primer paso. Asimismo, en el caso de haber caído en desolación o menguado en la vida del Espíritu, retomar los deseos de deseos que antaño tuvimos es un camino para volver a comenzar.

Si discernir es optar, la opción fundamental que se impone es la de dejarse llevar por donde la fuerza de Dios ya impulsa Y este fenómeno espiritual (consigna -ver mas adelante-) es de hecho el Tercer Binario (cf. nota 10), es el media mas eficaz para ser puesto bajo la bandera de Jesús. En definitiva esto que denominamos consigna es la mediación del Espíritu, quien por el deseo del Padre modela el rostro de su hijo en nuestra existencia. De ahí que el discernimiento solo pueda comprenderse en dimensión trinitaria.

El carisma de la Compañía de Jesús tiene mucha importancia en el discernimiento Ignaciano. La actualización de nuestra Formula le da rieles a la acción del Espíritu porque es el mismo Espíritu quien ha dado el carisma a la compañía. Todo discernimiento jesuítico que no desemboque en el servicio de la fe y la promoción de la justicia esta, por lo menos, fuera de lugar.

La metodología concreta para discernir nos la brinda Ignacio en su Autobiografía y sobre todo en las meditaciones nodales de la segunda semana. Lo que se hace evidente en el proceso del método de discernir es la importancia de:
a)       describir atinadamente lo que experimento: si es una moción de paz, o tranquilidad, o gusto, o es un deseo, o una alegría interna, o su contrapartida; asimismo, si es mas bien una luz, o comprensión profunda, o una intelección desde dentro, o su contrapartida.
b)       detectar el derrotero, es decir, "a donde me llevan”, las mociones o tretas. Esto junto con lo anterior son los criterios principales.
c)       asimismo, saber desde donde se afincan estas experiencias:
v      en las Jerusalenes o Babilonias, como bastiones desde donde se nos convoca o se nos ataca y se nos generan mociones o tretas,
v      en las heridas y fragilidades personales o en ideales exagerados.
d)       percatarse de la reacción la moción; el papel de la libertad en la aceptación o rechazo de la moción o tarea.
e)       asimismo, tener en cuenta los tiempos espirituales:
v      poder contrastar los momentos del día (pasado), con E momento del examen (presente) para abrirse al futuro.
v      tener como eje y criterio del antes del momento de la con signa, para la discreción de espíritus y para el momento de la desolación.
f)         conocer en qua etapa de Espíritu nos encontramos: Ignacio describe dos, que él llama primera y segunda semana, y que aquí hemos llamado épocas.
g)       asimismo conocer con gran precisión la actividad del ME. Ignacio trata abundantemente sobre ello en sus reglas de discreción de espíritus. La política del ME es diametralmente opuesta, ya sea que ataque con armas de primera o de segunda época.

Ignacio va explicando todo: estos aspectos en la presentación de sus reglas. Nosotros más que un comentario a ellas, presentaremos algunos sintetizadores que ayuden no sólo a su comprensión sino al mismo discernimiento.

Las épocas y derroteros de Espíritu


San Ignacio no suele habla de épocas sino de semanas por que considera que se da una especie de correlación entre el proceso de la primera semana y las reglas que el denomina de primera semana, como también entre las reglas de segunda semana y lo que acaece dentro de los Ejercicios a la altura de la segunda semana.

Nos ha parecido oportuno no llamarlas reglas de semanas sino de épocas, porque creemos quE evita confusiones: no siempre se da tan mecánicamente -ni aun en Ejercicios- la separación así; por otra parte, en la vida cotidiana no sería fácil indicar, por el tipo de lo mas de la oraci6n (por ejemplo del pecado o de la vida de Jesús si se esta en primera o en segunda semana.

Más aun, lo mas corriente es que se interfieran las épocas, de tal manera que se pueden estar viviendo situaciones y tentaciones de ambas. De ahí que nos parezca más oportuno nombrar épocas a estos periodos espirituales. Por época estaríamos entendiendo -en clave ignaciana- el modo como el ME ataca a una persona: sea de manera descarada (primera época) o encubierta (segunda época); es este el criterio fundamental que establece los limites de separación. La época implica, sin embargo, algo mas puede haber periodos de tiempo en donde prevalecen varios elementos que generan un todo.

En su aspecto positivo, una época estaría definida por un tipo fundamental de moción del Señor. Una época tiene una captaci6n profunda de lo que hemos denominado consigna; una época se distingue por una petici6n fundamental, es una gracia diferenciable de otras. En lo negativo, una época estaría determinada por el tipo de tentación o treta que hegemoniza y colorea la vida espiritual.

La mayor sutileza del mal es hacer que las épocas interfieran entre si. Tentar con armas típicas de la primera época, generando así un despiste, y fomentando tretas típicas de la segunda época. La persona puede sentirse triunfando de las tretas del mal descarado pero verse amarrado a las falacias y sutilezas propias de segunda época.

Un fenómeno típico del ME es fomentar en la persona la idea de que las características de la segunda época solo se aplican en Ejercicios -cuando mucho- pero no en la vida ordinaria; con lo cual se socava de entrada la posibilidad de descubrir los engaños encubiertos del Enemigo.

San Ignacio también habla de una prehistoria espiritual (314) con lo cual podría hablarse en principio de tres épocas. La primera, radica en esa prehistoria, correspondería a la persona que va de mal en peor, bajando. A este periodo le dedica, con todo, poco análisis y se concreta fundamentalmente en las otras dos.

Las épocas espirituales es: .-determinadas, por tanto, por el derrotero que señalan. Este derrotero o finalidad puede ser de efecto inmediato: hundir inmediatamente (primera época) o generar una mengua espiritual paulatina. Las épocas no s6lo se miden por el modo de ataque sino por la finalidad del mismo: derrumbar rápidamente o menguar a largo plazo. De ahí que el a donde me lleva debe complejizárselo con la lentitud o rapidez de su táctica.

Análisis de la acción del Mal Espíritu

San Ignacio en sus reglas de discernimiento, hace un análisis pormenorizado de la acci6n del ME. Lo que queda en plena evidencia es cómo la política del ME es muy diversa en la primera y en la segunda época. Ya se ha aclarado bastante bien que es lo que establece la diferencia entre una época y otra, la forma de ataque descarado o encubierto.

La acción en primera época

Lo primero en señalar Ignacio es que el ME en este periodo suele atacar preferentemente con sentimientos. Aunque también puede dar ideas de cosas bajas, lo que hegemoniza en este periodo es el sentimiento. Un sentimiento que es de tristeza y desolaci6n (315). Hay una serie de palabras y verbos que ejemplifican esta acción descarada.

El Mal Espíritu tiende a cabalgar sobre heridas psicológicas no resanadas o sobre fragilidades humanas temperamentales no asumidas. Es decir, como bien se señala en las reglas (327) el ME ataca por el lado mas vulnerable. Su acción aprovecha las reacciones desproporcionadas que son fruto de las heridas, para agrandarlas más y para establecer algo así como un mecanismo automático. Su actividad no tiene que ser mas creativa, simplemente aprovecha la desproporción de la reacción para causar daño espiritual. Si no aprovecha estas heridas lo normal es que ataque con imágenes y sensaciones descaradas e innobles (317).
Ahora bien, por descaradas que sean sus tretas, pretende siempre mantenerse en el secreto sin que lo sepa el director o confesor (326). Tiende al ataque, y un ataque contundente e inmediato. Todo lo aprovecha para hundir mas (325) y de forma rápida.

La acción en segunda época

Lo mas típico en este periodo es que el ME se disfraza; entra sub angelo lucis (en figura de pregonero de la verdad, bajo forma de bien) y encandila, pero acá no con sentimientos sino con razones. Razones que son falsas aparentes, son sutilezas y asiduas falacias como las llama Ignacio (329/332). Su oficio es quitar el consuelo con engaños encubiertos (329). Para esto lo que hace es presentar cosas buenas en sí, "en principio”, pero que no son saludables para mi, en el caso específico. Estas cosas, si se les da tiempo y meditación desalientan y dejan con desazón (332). La manera de cautivarnos no es por la “debilidad”, sino aprovechando los fervores indiscretos (332/334), que se montan sobre nuestros ideales exagerados. Estos fervores o ideales exagerados - que no tienen cómo hacerse viables- son el caldo de cultivo de todas las tretas en la segunda época, tanto por el contenido del fervor, (cuya base es un ideal exagerado) como por el gusto del fervor mismo.

El ME se introduce siempre en son de consolar, pero con material o estados de ánimo que provienen de la situación psicológica personal o son 'reliquias' (336), restos de la acción consoladora del Señor. El ME no consuela, sino que usurpa la consolación llevándola a sus bajos fines. Su estrategia no es hacer caer inmediatamente. Tiene fines a largo plazo (333). Lo que le interesa es hacer decrecer el interés en la vida espiritual -poco a poco-; todo ello muy bien fundamentado. Mas aún, curando en salud a la persona: haciéndole sentir que estas reglas están bien para otras personas u otros momentos, pero no para esta cuestión que 'si es re-al y verdadera objeción...'

El ME produce un “estrépito” cuando se lleva una vida intensa en el espíritu. Este “estrépito” es como el chasquido de la gota de agua; es la sensación de que algo disímil entra en la vida de uno. Es la experiencia de que hay alguien extraño en casa, ya que hay ciertos sonidos, quizá imperceptibles en otras ocasiones, pero no para alguien que tiene su corazón muy vigilante (335). Esta alarma se puede detectar en el examen cotidiano cuando hay algo que deja mal sabor de boca. En la medida en que se avanza en la capacidad de discernir se puede descubrir en que parte del propio cuerpo resuena más la voz de Dios o la acción del mal. Esta experiencia de ubicar corpóreamente la treta ayuda mucho para descubrir presencias disímiles a la acción de Dios y a la propia libertad que quiere estar ya toda entregada al Señor.

A continuación presentamos un cuadro comparativo de la acción del ME, bien sea que este ataque con tretas de primera o de segunda Cloaca. Como se notara, su comportamiento es diametralmente opuesto en su expresión, en donde cabalga, en lo que prevalece, en las estrategias y tácticas, también sus signos son distintos así como los efectos que produce.

La lucha contra la desolación
La desolación es uno de los estados espirituales; es una experiencia que puede ser o una moción del BE o una treta proveniente del ME. En la espiritualidad ignaciana, quizás a diferencia de otras escuelas de espiritualidad, se incita al combate contra la desolación, Ignacio insta a la persona a mover-se contra la misma desolación (319); como si para él no fuera un estado, sino siempre una prueba por superar.

Descripción:
La desolación, dice Ignacio, es contraria a la consolación (317). Los rasgos los explicita de manera muy pormenorizada en los números 315 y 317 de sus reglas. En general es toda clase de tristeza, inquietud, sentimientos de indiferencia, ansiedad, pereza, descontento; sentimiento de abandono separación experiencia de muerte y sequedad hasta el hastío (la acedía tantas veces mencionada por los místicos). En sus propias palabras; morder, tristar, poner impedimentos, falsas razones (315). Atracción por cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y tentaciones; moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, perezosa, tibia y triste, como separada de Dios (317).

CUADRO COMPARATIVO DEL MAL ESPIRITU

MAL ESPIRITU
PRIMERA EPOCA
SEGUNDA EPOCA
Expresión:
Sentimientos (315)
Razones aparentes (329)
Engaste:
Heridas (327)
Fervores (332)
Prevalencia:
Desolaci6n (315)
Falsa consolaci6n (331)
Estrategia:
Derrumbar (317)
Minar a largo plazo (332)
Táctica:
Complicidad (326)
Camuflaje (329)
Tentación:
Malo evidente (317)
Malo para mi (332)
Signos:
Perceptibles (317)
Encubiertos (332)
Efectos:
Malestar, desaliento (317)
Confusi6n, pusilanimidad (333
Talante:
Cobarde, se crece en mi caída (325)
Taimado, me desgasta poco a poco (333)
Se vence:
Haciendo el Oppositum, mudarse contra (319/16); paciencia (321); descubriéndolo (326)
Descubriendo la trayectoria (334); descubriendo menguas; falta de interés, entusiasmo; cotejando espiritualmente; discernimiento compartido

La desolación puede presentarse como una treta pasajera pero fuerte, o puede, por decirlo así, establecerse por un periodo mas largo de  tiempo. Una desolación que sea prueba de Dios, si es que se prolonga, tiene como efecto la consolidación de la voluntad. Todos los rasgos descritos se pueden medir tanto por su duración, como por su intensidad: pueden ir desde algo que pudiera llamarse “sequedad, (diríamos que algunas veces es el umbral de la desolación, hasta los sentimientos y experiencias mas profundas y dolorosas de sentirse abandonado por Dios y de perder la paz.

Causas
Tres parecen ser las causas de la desolación: las que se derivan de uno mismo, las provenientes del ME y las que llamaríamos «pruebas» que vienen de Dios.

a)              Las que se derivan de uno mismo
Estas desolaciones pueden deberse, en primer lugar, a razones psicológicas: por ejemplo, depresiones típicas de la personalidad de cada uno; reacciones desproporcionadas debidas a las heridas psicológicas. Otra línea de causas puede ser el simple cansancio o la enfermedad o el hastío frente a las propias inadecuaciones y fragilidades. Lo que es importante tener en cuenta es que frente a estas razones personales y psicológicas el ME se aprovecha de ellas. Sin salirnos del ámbito de lo personal, tendríamos también razones mas objetivas: el impacto que pueden producir en el interior de cada uno sucesos y hechos objetivos, la muerte de un amigo, por ejemplo, o acontecimientos históricos nefastos. Todo ello puede provocar un estado psicológico depresivo, caldo de cultivo fácil para que intervenga la acción del ME. El enemigo aprovechara todo eso y cabalgara sobre ello (327).
b)         Las provenientes del Mal Espíritu
De suyo, para Ignacio, la desolación proviene del Mal Espíritu, cuya acción típica es esa. El es "el enemigo, el engañador, el asesino: enemigo de natura humana” (325 y ss.).
Por tanto, la causa por excelencia de la desolación es el Mal Espíritu, cuya finalidad es guitar la vida.
c)       Las pruebas que vienen de Dios.
Algunas veces, con todo, la desolación es una prueba de Dios. El es un Padre que corrige e invita a la conversión y al cambio (143/4). El ejemplo máximo de desolación es la oración en el huerto y la cruz. Allí Jesús se sintió abandonado del Padre y por eso clamo con angustia y también experimento la muerte y la incomprensión de todos.
Discernimiento
¿Cómo distinguir cuando la desolación proviene de situaciones personales o del ME o es una prueba de Dios? Ahí esta el papel del discernimiento.
Comenzaremos por presentar los elementos para poder descubrir la desolación proveniente del ME, ya que esta es la desolación típica
û        Se dan todos o algunos de los sentimientos de la descripción de desolación (317).
û        Tiende a quitar la paz de raíz (al contrario que la consolación).
û        Sentimientos de estar sin fuerzas naturales: infravaloración, los demás son experimentados de forma infravalorada también (320).
û        Nos separa diariamente de la “consigna”, de la moción hegemónica.
La desolación puede ser «prueba» de Dios, cuando:
û        Se dan todos o algunos de los sentimientos de la descripción (317).
û        Se puede percibir una paz de fondo.
û        Sentimiento de estar solo pero “con mis fuerzas naturales”, "quedándome en gracia suficiente” (320).
Esta corrección de parte de Dios y la insinuación a buscarlo con mas delicadeza nos queda ejemplificada en la vida de Ignacio, cuando en su Diario Espiritual nos relata el día 13 de febrero como al interrumpir la acción de gracias con las "divinas personas”, para ver si acallaba un ruido en la habitación contigua, por esa distracción le era difícil encontrar al Señor: "las personas se le escondían”...

Se da todo lo anterior, y además hay una cierta invitación a dejar "eso”: "punzándoles y remordiéndoles la conciencia por sindéresis de la razón” (314).
La desolación proviene de nuestro estado personal cuando:
û        Podemos encontrar una conexión o con nuestros problemas psicológicos o con los hechos objetivos.
û        Lo que pasa es que seguramente este "estado propicio” podrá ser aprovechado o por el ME para quitarnos vida o como prueba del BE para consolidarnos.

Significado de la Prueba de Dios
Se ha señalado que también la desolación puede ser una "prueba” de Dios o, igualmente, un correctivo que nos invita a la conversión y arrepentimiento.
Abundamos, ahora sobre el significado mismo de la prueba.
û        En la vida espiritual, que por definición no es nuestra ("sin mi no pueden ustedes nada"), es una pedagogía divina, entonces, el que se pase por esa experiencia (320/322).
û        En la vida del Espíritu, todo es don. A veces viene, a veces no. El don no se consigue: se recibe y se pide.
û        De ahí que la prueba obligue a pedir con mas fuerza, con mas convicción; el cuerpo mismo se mete a participar.
Es como pedir un beso a alguien querido. El beso es un regalo, pero si brota de un pequeño forcejeo amoroso se aprecia mas, sin dejar, con todo, de ser “regalo” y pedido.
û        La prueba, como decíamos, también tiene como fruto el Ilamado a la conversión.
û        Nos provoca una tristeza por nuestro pecado, pero esto no nos hace desesperarnos, como a Judas, sino que nos da reconciliación, como a Pedro.
û        La prueba debe también leerse como una participación solidaria en el sufrimiento de los pobres y de Jesús (cf. 193/195 203).
û        Es el enmarque histórico de nuestras heridas, de nuestras fragilidades y de nuestro pequeño dolor solidario con el dolor del mundo.

Tácticas contra la desolación
¿Que hacer contra la desolación? Lo primero que hay que aclarar es que se debe actuar de acuerdo al origen y la naturaleza de la desolación: causada por el ME, por efecto del BE o por situaciones personales.
Cuando una desolación viene del ME:
û        No hacer mudanza de los prop6sitos anteriores (318).
û        Por el contrario, mudarse contra la desolaci6n (319/325).
û        Descubrirlo al director (326).
û        Tener paciencia, sabiendo «que puede mucho con la gracia suficiente para resistir a todos los enemigos» (324).
û        Confianza en que el Señor ha vencido al Mundo y al Mal (Jn. 16,33).
Cuando una desolación es prueba de Dios:
û        Reconocer desde el principio, que no valemos: estamos a solas con nuestras potencias naturales (320).
û        Que todo es don de Dios; también la desolaci6n (322).
û        Agradecerle por llevarnos así (322), por dejarnos participar en su dolor.
Cuando una desolación viene de situaciones personales:
û        Aunque de suyo no serían propiamente “desolaciones” sino depresiones, evocación de heridas pasadas, etc., lo importante aquí es que el proceso concomitante al crecimiento espiritual supone también el crecimiento en estos aspectos. De no hacerlo se este brindando al ME un caldo de cultivo continuo para que fabrique tretas que -por nuestras heridas- tienden a adquirir muchas veces magnitudes aparentemente inmanejables.
û        Aunque decimos que esto no es, de suyo, desolación, el ME construye y prepara desolaciones con el material propio de cada uno. ¿Cómo trabajar entonces? La tarea es tomar la decisión de darse a un proceso de aclaración y curación de heridas personales, que resten fuerza a la acción del ME en uno mismo y dejen el espíritu mas libre para dejarse Ilevar por el Señor.
û        Todo esto se tiene que hacer en un clima de positividad.
No hay nada que no pueda ser curado si se tiene empeño y fe en el Señor que nos ha liberado para que seamos libres (Gal 5,1).

El aprovechamiento de la consolación
En Ignacio también, y a diferencia de otras escuelas de espiritualidad, la consolaci6n tiene un efecto pragmático y apostólico. La consolación por excelencia es la confirmación que Ignacio pide insistentemente para dirimir problemas de índole histórica. Todo el Diario Espiritual es un testimonio vivo e íntimo del papel de la consolación en la confirmación sabré el estatuto de la pobreza en la Compañía de Jesús. Asimismo, en los Ejercicios Espirituales, en el proceso de elección -una vez que el ejercitante ha considerado todo el momento más importante es cuando se experimenta la confirmación. La consolación es, por tanto, algo que se debe aprovechar, que debe vivirse un poco como el servidor que siempre espera al Señor con “el delantal puesto” (Lc 12, 35), sabiendo que es “eI paso del Señor”, que es alimento para el camino, porque el espíritu Ignaciano es fundamentalmente peregrino. Sabiendo también que el Señor, si así nos encuentra “se pondrá el delantal” también él y nos servirá a la mesa de sus consuelos (Cf. Lc 12, 37).

Descripción

Para Ignacio se da consolación cuando se sienten mociones internas por las que la persona se siente llena de generosidad, de amor y entrega al Señor. También es consolación todo genera de exteriorización de esa alegría, como pueden ser las lagrimas. Finalmente, es consolación "todo aumento de esperanza, fe y caridad”, toda alegría profunda que diga relación a Dios o a su reinado (316).

Causas de la consolación:

Aparentemente Ignacio no tendría por que tener ninguna sospecha sobre la consolación, ya que todos los signos contrastantes de ella hablan de Dios o de su Reinado. Sin embargo, este “súper maestro de la sospecha” que es Ignacio logra discernir varias causas de la consolación.
Una consolación es, clara y evidentemente, de Dios, cuando es sin causa (330) (esto lo explicamos en seguida), pero hay que tener cuidado con el proceso subsiguiente (336). Si la consolación tiene causa, entonces su origen es ambiguo, puede ser de Dios o, también, una usurpación del ME (cf. 324/331).
Dentro de la consolación incluiríamos el “tiempo tranquilo”, (que sería en relación a la consolación lo que la sequedad es a la desolación: es su umbral y puede ser un periodo prolongado). En la causalidad del tiempo tranquilo intervienen también los estados personales, (los aspectos psicológicos) y los datos positivos del entorno.

La consolación sin causa precedente (330):
Se discute mucho cual es el exacto significado de esta consolación tan querida para Igancio3. Algunos consideran esta experiencia como algo perteneciente al culmen de la vida espiritual, o a donde propiamente místicos. No creemos que- así lo considerara Ignacio quien habla sencillamente de esta en sus reglas. La experiencia también nos invite a pensar que esto ocurre frecuentemente. Estas serían sus características:
û        No podemos atribuir la consolación a nada nuestro. Nos aventuramos a decir que quizás no viene a resanar ninguna herida, sino que entra por otros canales ajenos a nuestro proceso curativo...
û        Se da una desproporción manifiesta:
~         entre lo que se pedía y lo que se nos ha dado;
~         entre .los esfuerzos propios (por ejemplo, los “puntos” o notas para la oración) y la iluminación recibida;
~         entre el fervor recibido y nuestra habitual capacidad emotiva;
~         una vez pasada esta, se da como un decrecimiento de “temperatura”. Un declive distinto al de la acción del ME cuando nos va menguando espiritualmente;
~         lo más característico es quE nos acrecienta la intelección del proceso por donde nos lleva: énfasis o profundización en la “consigna”.



Discernimiento:

Si la consolación que es “con causa” es ambigua, ¿Cómo se pee de saber, entonces, quien lo origina? Aquí también hay los dos criterios básicos del discernimiento entran a funcionar: hay que poder explayarse bien en la experiencia que estamos sintiendo, saberla matizar y dar razón de ella, por una parte, y en seguida establecer bien el derrotero que nos presenta: a donde me lleva.

Una consolación es del Buen Espíritu si el principio, el medio y el fin, todo, nos lleva a Dios o a su reinado. En pocas palabras, si nos acerca a nuestra “consigna” (333). En este caso no se puede dudar: sentimos signos que suelen ser de Dios y nos llevan a su servicio.
Una consolación puede aprovecharla el Mal Espíritu cuando este se introduce sobre material psicológico personal o sobre “reliquias” o restos de una consolación anterior. Hay que tener en cuenta que el ME solo usurpa consolaciones, pero no las puede dar. Ignacio parece estar convencido de que solo el Espíritu del Padre y de Jesús puede tocar el corazón y “gemir” en el fondo de nuestro ser (Ro 8, 26-27). El ME solo podría actuar sin nuestra alianza en la superficie de nuestra personalidad, la imaginación, los sentimientos la fantasía, etc. La consolación es el sello de Dios (2Cor 1, 3-7); y el ME, o usurpa una que ha sido del Señor o hace una falsificación que puede descubrirse.

La clave del discernimiento se desdobla en dos:
û        revisar el trayecto (principio, medio y fin) de una consolación (333)
û        comparar el estado final en que nos encontramos ahora con el anterior -a pesar de haber estado "bien” según nosotros- y si hay mengua, por pequeña que sea, el trayecto es, por lo menos sospechoso.
También hay que poner atención a las "reliquias” de la “consolación sin causa (336). No se puede creer lo mismo a esa consolación claramente venida de Dios, que a lo que después se desprende de ella, ¡aunque todo sea bueno! Allí puede entrar el propio juicio, o una usurpación del ME. A este "segundo tiempo”, como lo llama Ignacio, hay que aplicarle no las reglas de la “consolación sin causa", sino las de una consolación cualquiera: este segundo tiempo vuelve a ser ambiguo y necesitado de discernimiento.
Ejemplo de una mala lectura de este segundo tiempo lo tenemos en la propia vida de Ignacio en la experiencia de la Storta, donde de un experimentar “ser puesto con el hijo crucificado deducía él que le esperaba un martirio subsiguiente, inmediato, en Roma, y no lo que en realidad le vino: una época de malentendidos, desconfianzas y aun persecución en la vida cotidiana.

Significado de la consolación:

Como ya señalábamos al comienzo, el significado de la consolación en la espiritualidad ignaciana adquiere su máxima relevancia en la “confirmación”. Es allí donde más se percibe la fuerza y el sentido de ésta. Se confirma un modo de proceder, se confirma un camino comenzado, se confirma una elección de vida. Todo tiene que ver con una praxis cristiana concreta.
El sentido mas profundo de la consolación se puede deducir de su papel –como fruto más granado en cada semana de los Ejercicios “El  Principio y Fundamento” (obertura fundamental de los Ejercicios) (23) postula como signo de Dios consolación- la indiferencia que es en la práctica disponibilidad, libertad para el Espíritu en nosotros. La “primera semana” experimenta e perdón y la misericordia como los frutos más significativos, y esto con lágrimas y pena interna; pero también allí esa consolación tiene como finalidad la escena ante Cristo crucificado: “¿Qué he hecho por Cristo? ¿Que hago, que voy a hacer por Cristo?” (53). Todas las consolaciones que se pueden recibir en la “segunda semana” se en marcan en el seguimiento del “Rey Eternal” (91), en el pedir “ser recibido bajo la bandera de Cristo” (147). El proceso de elección, que se da dentro de la dinámica de movimiento de espíritus, tiene como finalidad, igualmente, una opci6r por un estado de vida para mejor seguir a Jesús y colaborar con el reinado de Dios.
La consolación en la “tercera semana” es un poder sentir con Jesús dolorido y quebrantado, es escenificar la pasión de Cristo hoy (183/203). Pero es quizás la 2cuarta semana” la que con mas plenitud da el sentido pragmática de la consolación: Jesús resucitado, el consolador, viene a confirmar a sus hermanos (224). Viene a comunicar la paz profunda que nadie puede quitar, viene a dar el envió y la misión como fruto de esa experiencia.

Políticas ante la consolación:
Ante la consolación, que es regalo de Dios, pueden tenerse diversas posturas: aceptación o rechazo, colaboración o frialdad. Muchas veces se acepta la consolación como algo que “tenía que llegar” y que se puede glosar con las palabras de Pedro en la Transfiguración: ¡Que bien se esta aquí...!. Sin embargo, la consolación es el momento mas propicio para pedir, para desear, para aprovechar los vientos fecundos y favorables.
En tiempo de consolación hay que aprovechar, hay que “pedalear en bajada”. Quizás muchas veces no se ha sabido sacar el fruto a la consolación y no hemos Ilegado hasta donde el Señor hubiera querido Ilevarnos...



La confirmación, sello necesario del discernimiento
El discernimiento precisa de una ratificación. Para Ignacio no hay discernimiento sin confirmación en el sentido de ratificación. El proceso de discernimiento no es valido sino por la congruencia evangélica biográfica e histórica que genera. El discernimiento no puede ser una coartada sofisticada de nuestros intereses velados.
La confirmación es la que se da de cara a la acción de Dios, la “consolación” y paz interna que nos llena. Ya hemos señalado como, aun en la elección de los Ejercicios Espirituales, donde pareciera que lo mas determinante son “los pros y los contras”, (cf. 181 donde Ignacio los llama "cómodos o provechos”, e “incómodos y peligros” de las alternativas en opción) en la perspectiva de Ignacio este camino deliberativo no tiene mas finalidad que desembocar en una dinámica de consolaciones y movimientos espirituales que den la confirmación sobre lo que se ha elegido. Lo más importante del proceso de elección es la confirmación. Nosotros decimos, además, que el “modo” como se ha dado la confirmación puede revelar -sabiéndolo leer bien- las razones” de Dios para elegirnos en tal manera de vida y estado. En el noviciado jesuítico, por ejemplo, la confirmación de la vocación se ratifica en las “pruebas” o experiencias apostólicas y en la vida diaria.

Otro componente de confirmación es el necesario cotejo con el carisma del liderazgo eclesial. La profunda razón de esto es que formamos el cuerpo de la Iglesia, donde todo debe obedecer al bien de sus miembros. La razón de ser de los “carismas” no es otra que el bien de todos: la construcción del Reino de Dios. No hay un discernimiento si no se contrasta con lo que también el Espíritu comunica a los demás, especialmente a la comunidad, a la Iglesia “que es ... hierárchica” (353). Ya que la razón ultima del carisma del discernimiento es el bien del cuerpo y del Reino, no hay plenitud de aquel si no se coteja con alguien que pueda representar a ese cuerpo y a la lucha por el reinado de Dios.
Dentro de este ámbito la confirmación mas real de un buen discernimiento se da en la capacidad que tiene lo discernido de hacer avanzar el Reino, puesto que capacita para ponerse al lado de los pobres, donde esta Jesús y donde carga todavía su cruz. Los pobres y la propia pobreza son condición para discernir. Es la lucha contra toda pobreza injusta e inhumana, desde el propio empobrecimiento, el criterio de ratificación de un sano discernimiento. Es allí el lugar de la verificación. Esto se parece mucho a la conversión personal. Puebla ha puntualizado muy bien que una conversión es real solo cuando logra cambiar las condiciones sociopolíticas del entorno (Puebla 1155)25.

Esta confirmación, tan importante para el discernimiento, se experimenta internamente en las consolaciones, en las sensaciones de paz y fortaleza. Todo esto es el sello de que se va por buen camino. Históricamente las confirmaciones tienen que ver con el compromiso cada vez más creciente con los pobres; más bien con la lucha que ellos libran. Esto no quiere decir que el proceso sea mecánico e inmediato, pero a la larga, el mismo discernimiento personal debe desembocar en un discernimiento comunitario en donde lo que se dirime es la actuación del cuerpo en solidaridad con los pobres. La verificación histórica de la validez de lo discernido, por tanto, es la organización de ese pueblo que lucha por sus derechos conculcados.

Discernir es dejarse Ilevar  por la moción del Espíritu que nos acerca a Jesús que lleva su cruz ("Tercera Manera de Humildad”); es en este proceso de acercamiento a los pobres donde se desata otro movimiento igualmente importante: la “moción histórica” que provocan esos pobres en nuestras conciencias y en nuestras vidas. Esa moción histórica es algo casi físico que nos cuestiona, atrae y desafía. La lucha de Ios pobres - donde esta Jesús- es la que nos va radicalizando cristianamente, nos va empobreciendo y haciendo lo-mar posturas cada vez mas arriesgadas por la causa de Jesús y del Reino.
Discernir es dejarse llevar por una moción interna del Espíritu (momento explícito de la fe) que conecta con la moción histórica de Jesús en el pueblo y nos reta a trabajar por El (momento explícito de Ia justicia). De allí que el discernimiento es una dinámica que nos hace “entender que el servicio de la fe y la promoción de la justicia no se yuxtaponen, ni mucho menos se contraponen, sino que expresan un único movimiento del Espíritu” (G.C. XXXIII, n. 42).
El discernimiento es, pues, la gracia de ser testigos de como la fe empieza a obrar la justicia, no como nosotros queremos sino como el Espíritu nos lo va indicando.
Las confirmaciones no solo tienen diversos puntos de ratificación sino también diversas dimensiones ya sea que se trate del discernimiento de corte mas personal, o del discernimiento comunitario a del dirimir una tarea apost6lica. El tipo de confirmaciones tiene que estar acorde con el ámbito en que se mueve y con los límites de cada discernimiento. Sin embargo, toda confirmación tendrá que ver con lo que hemos expuesto sobre el sentido del discernir cristiano (y jesuítico -dentro de la espiritualidad de esta congregación).
Desde esta perspectiva se evidencia cómo y por qué, discernir es una osadía. Nos metemos en un proceso que nos despoja, que nos hace abnegarnos, cuyo horizonte ultimo es la vigencia para nosotros, en nuestra «carne», de la suerte del mismo Jesús quien se desvive y muere en la acción por un reinado donde Ios privilegiados son los pobres, Ios enfermos, afligidos y desvalidos. Cabe recordar, con todo, que lo que nos muestra este proceso es que «todo es gracia»26, no hay lugar al voluntarismo sino a la pasividad creativa del seguidor de Jesús.

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