La tragedia del hambre cronica

Una de las consecuencias del empobrecimiento de personas y pueblos es el hambre, el hambre crónica. Ahora mismo, millones de hombres y mujeres, niños y niñas, no comen lo suficiente para tener la energía que les permita desarrollar una vida activa. Su subnutrición les dificulta el estudio, el trabajo o la práctica de cualquier actividad que requiera esfuerzo físico. Pero no sólo eso: el hambre constante debilita el sistema inmunológico, haciéndolos más vulnerables a enfermedades e infecciones.

Según el más reciente informe de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), este año el número de personas subnutridas en el mundo se redujo con respecto a 2009, el año de la crisis económica: la población con hambre pasó de 1,023 millones a 925 millones. Se considera que esta reducción obedece principalmente al descenso de los precios de los alimentos y al control de los efectos más perniciosos de la crisis económica, que golpeó duramente a la población de los países desarrollados. Pero, en todo caso, la misma institución reconoce que la nueva cifra debe ser considerada una de las mayores tragedias del mundo. Y es que es ciertamente escandaloso que, por ejemplo, en América Latina y el Caribe hayan más de 52 millones de personas subnutridas. Como escandaloso es también que en nuestro país hayan al menos 600 mil personas en esa condición, según cifras de este organismo mundial.

Ante la magnitud de esta tragedia, el director general de la FAO, Jacques Diouf, lanzó una campaña por Internet. Hasta la fecha, más de 800 mil personas han firmado la petición que conmina a los Gobiernos del mundo a hacer de la reducción del hambre su principal prioridad. Ahora bien, ¿cómo reducir el hambre? No hemos de esperar una acción mágica, ni el engañoso “rebalse” del que se hablaba en tiempos del auge neoliberal, ni un milagro que obre con independencia de la acción humana. La FAO habla de una estrategia de doble vía que aborde tanto las causas estructurales como las consecuencias del problema. El primer eje de acción incluye intervenciones orientadas a aumentar las actividades productivas y, por consiguiente, los ingresos de la población pobre; el segundo se centra en programas específicos que, a través de la ampliación de las redes de protección y asistencia social, proporcionen a las familias más necesitadas acceso directo e inmediato a los alimentos.

Cuando efectivamente se tomen al menos esas medidas, cuando se logre establecer una seguridad alimentaria para las mayorías, podremos pronunciar con alguna propiedad aquella bienaventuranza de Jesús de Nazaret en la versión de Lucas: “Felices los que ahora pasan hambre, porque serán saciados”. Pero darle cabal cumplimiento implica no sólo situar la reducción del hambre como principal prioridad, sino también buscar la satisfacción universal de las necesidades básicas como principio del desarrollo humano.

El primero de los ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio, acordados por la ONU en el año 2000, plantea el compromiso de reducir a la mitad el porcentaje mundial de personas hambrientas, pasando del 20% al 10% en 2015. Sin embargo, a cinco años de finalizar el plazo, ese porcentaje se sitúa actualmente en el 16%. Previamente, en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de 1996, se fijó por vez primera la meta cuantitativa de reducir a la mitad la cifra de personas hambrientas; en concreto, se proponía reducirla a cerca de 400 millones para 2015. Conocidas los nuevos datos de la FAO, esa meta parece inalcanzable en el plazo señalado.

Si los poderes de la economía y la política mantienen los dinamismos de la concentración de la riqueza y de la exclusión social, no sólo será imposible alcanzar la meta planteada, sino que la reducción experimentada este año —la primera en tres lustros— podría revertirse y devolvernos al nivel espantoso de 2009: más de mil millones de hambrientos. Si esto ocurre, tendríamos que pronunciar, con la fuerza que produce la indignación, aquella malaventuranza expresada también por Jesús de Nazaret: “¡Ay de ustedes, los que ahora están saciados!, porque pasarán hambre”. Una clara amonestación a los promotores y sustentadores de una sociedad injusta, a los pocos que se hartan y consumen sin límite, ignorando a la multitud de hambrientos: 239 millones en África subsahariana, 578 millones en Asia y el Pacífico, 53 millones en América Latina y el Caribe, 37 millones en el Cercano Oriente y África del Norte. Un claro llamado de atención a la minoría que incluso ignora a los que tiene más cerca, a los hambrientos de los países desarrollados (19 millones, según el informe). Tragedia y escándalo del llamado “mundo globalizado”, que en virtud de estos datos ciertamente lo es: ha globalizado el hambre.





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