ORAR PARA DISCERNIR

 
El discernimiento es un proceso de gracia. No es una conquista, sino un don libre y gratuito de Dios. No es posible, por tanto, un discernimiento espiritual, a no ser dentro de un clima de fe, esperanza y caridad. Esas virtudes teologales crean el ambiente espiritual necesario. La tradición de la Iglesia ha acentuado continuamente la importancia fundamental de la oración para mantener el clima teologal, el humus nativo del discernimiento. Porque no estamos discerniendo la táctica de una operación puramente sociopolítica. Tratamos de encontrar las mediaciones concretas para realizar el Reino de Dios, que es fruto del don y de la actividad, de la gracia y de la decisión. Y la oración desempeña aquí un papel fundamental.

Oración que explicita la fe
La fe es, sobre todo, adhesión, compromiso de vida con la persona de Jesucristo, revelador del Padre. La fe nos pone en contacto con el propio Cristo a través de la mediación de la gran tradición de la Iglesia, desde la generación apostólica hasta hoy.
La fe es una dimensión de toda nuestra vida. Abarca nuestro modo de pensar, de juzgar, de querer, de ver las cocas. Es una atmósfera que nos penetra y nos envuelve. Por otra parte, precisamente porque es una realidad englobante, se ve continuamente amenazada por desfiguraciones. Elementos espúreos, fruto del pecado social y personal, penetran este horizonte de fe y se mezclan con él. Sucede, entonces, que las expresiones de nuestra fe asumen una serie de elementos no criticados teológicamente. Difícilmente conseguimos separarlos o eliminarlos, ya que esto acontece de un modo muy simple y casi imperceptible. Estamos alimentados por los medios de comunicación, con una serie de sugestiones, insinuaciones, valoraciones, que muchas veces llegan a ser presentadas bajo formas religiosas, siendo que ocultan valores antievangélicos. Con todo esto, nuestra visión de la fe se deforma, con la consiguiente lectura cristiana desfigurada de la realidad.
Es más: la fe, como visión total de nuestra existencia y como compromiso radical, puede enrarecerse día a día. La visión se hace más opaca. El compromiso se hace desidioso. En este sentido la oración es fundamental para la fe, la purifica, hace que nuestra manera de ver el mundo, los hombres y la historia esté más de acuerdo con el Evangelio, purificándola de los elementos extraños. Redimensiona el compromiso. Prolonga la fe hasta nuestros menores actos, no permitiendo que ningún rincón de nuestro corazón y de nuestra vida quede a oscuras. De este modo, el discernimiento tiene muchas mas probabilidades de ser clarividente. La fe, inflamada por la oración, nos pone una disposición de mayor  visión  cristiana de la realidad y esto constituye una condición para una opción coherente con nuestra fe.
La oración hace mas intensa a luz de la fe. Nos ayuda a percibir el significado religioso y salvífico de las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia. El sentir con la Iglesia, tan fundamental en el discernimiento, deja de ser un dogmatismo jurídico para recibir una mayor dosis de interioridad, mediante la recuperación de los significados de las verdades de fe. Desgraciadamente, estas verdades de fe, para muchos de nosotros se convierten antes en un desafío a la inteligencia que en una invitación a la vivencia del misterio de Dios. La oración viene a corregir ese intelectualismo de la fe, mostrando que la fe es, antes que nada, vida, compromiso, experiencia del misterio de Dios. De este modo se aleja también el peligro de racionalismo e iluminismo que fácilmente puede correr el proceso de discernimiento.
Finalmente, la fe, siempre amenazada por formas alienadas, encuentra en la oración un momento de vigilancia y purificación. Solo una fe continuo proceso de purificación par la oración nos garantiza un discernimiento espiritual sin tantos peligros de ilusión.

Oración que despierta la esperanza
Cuando leemos una realidad en la clave de la fe, buscamos un sentido que supere nuestra pequeña percepción. La fe apunta a cierta universalidad. La esperanza interfiere como la que hace nuestra historia concreta y nos implica personalmente en esta visión de la realidad leída por la fe. Lo que la fe dice de todos y para siempre, la esperanza lo habla para nosotros aquí y ahora. Esto es fundamental, en el sentido de que nos arranca de cualquier alineación que la fe, acaso, pudiera alimentar. La esperanza nos coloca dentro del proceso histórico que este aconteciendo y nos dice que todo esto es para nosotros y que nuestro papel en ese proceso es, de hecho, el que la fe nos revela.
En su papel de insertarnos en la realidad histórica, la esperanza se transforma en motor, en fuerza propulsora de la historia y de nuestra vida. Niega el orgullo de la razón conquistadora. Niega la tendencia del hombre a absolutizarse a sí mismo y sus proyectos. Niega toda pretensión de definitividad del presente, de lo transitorio. La ideología tiende a absolutizar una visión parcial de la realidad. La esperanza como anuncio de un futurum novum, de una novedad no previsible ni manipulable, asume una instancia crítica. En su aspecto escatológico, la esperanza es una relativización de los proyectos humanos.
Si la ideología quiere fijar el proceso histórico en las estructuras del presente, la esperanza anuncia, en la conciencia del hombre y en su actuar, el futuro del mundo y de la historia como aspiración al dominio pleno de la naturaleza, a la plena socialización del hombre, en la coincidencia total de los intereses de todos' Apunta a lo utópico, a aquello que todavía no tiene lugar en la historia pero que se pretende realizar y transformar en su motor. El campo de la esperanza, en su verdadero sentido, es el de la inviabilidad de una situación, confiando en las promesas de Dios en las previsiones calculadas de nuestros proyectos.
La esperanza se hace especialmente motor de la historia al dar sentido a todas las aspiraciones del hombre a la fraternidad, la justicia y la solidaridad. En su verdadera estructura escatológica de “ya pero todavía no”, la esperanza afirma la presencia del Reino de Dios entre nosotros. Afirma el absoluto de Dios aconteciendo en la historia. Afirma la victoria definitiva de la gracia de Cristo aconteciendo en los sacramentos, en la Palabra, en los gestos eclesiales, en los signos de la caridad. Afirma la victoria definitiva de Jesu­cristo sobre la muerte y el pecado aconteciendo en nuestra vida. Afirma que en Jesucristo, Dios ya dijo su Palabra decisiva e irrevocable sobre el mundo y la historia. Y la eficacia de tal Palabra se hace historia cada día en nuestra tarea de liberación.
La esperanza aguza nuestra vista para captar la gratuidad del don de Dios, en oposición a toda una visión comercializante y conquistadora de la gracia. Es la negación de una mentalidad capitalista, acumuladora de gracia. Nos sitúa en el mundo de la liberalidad, de la relaci6n libre y sencilla con nuestros hermanos.
Para el discernimiento, toda esta ambientación espiritual que la esperanza genera, es fundamental. Pero, por otra parte, nos vemos tentados y Ilevado a vivir de un modo totalmente contrario. Somos asaltados por innumerables argumentos y hechos que nos incitan al escepticismo, a la duda, a la no esperanza. El Imperio de lo racional, lo programático y lo estructural sobre lo libre, lo creativo, lo imprevisible, lo original y lo espontáneo es más fuente de desesperanza que motivo de optimismo. Un miedo y una inseguridad enormes nos invaden por todas partes. Hay síndromes de quiebra de las grandes utopías. El humanismo, que fuera construido lenta y laboriosamente por la civilización occidental, muestra síntomas de necrosis. No faltan acusaciones, por parte de personas respetables, de que vivimos en un mundo sin demasiada esperanza, precisamente porque el campo de lo humano esta siendo reducido.
En este contexto histórico de amenaza a la esperanza, la oración se hace necesaria de dos maneras. Elimina las alienaciones que tienen su raíz en la mentira y el orgullo del corazón humano. Y activa nuestra capacidad de observar las dimensiones de futuro presentes en el misterio de Cristo. En una palabra, enciende en nosotros la esperanza sustentadora de un discernimiento clarividente, en un mundo minado por el escepticismo, el miedo y la inseguridad.

Oración que purifica la caridad
Solo puede haber discernimiento espiritual en la caridad. Esta es suficiente. Basta por si misma. Si viviéramos la caridad en su grado mas puro y clarividente, no tendríamos necesidad de discernir ni de orar. Nuestra vida serla la mejor de las oraciones y un continuo discernir. La verdadera caridad es discreta, paciente, benigna. No es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés, no se irrita, no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Cor 13, 4-7).
Entre tanto, toda caridad concreta, en cuanto que es mediada, es impura. Nuestro amor es ambiguo, dividido, marcado por las inconsecuencias, mordido en su raíz por el pecado y la concupiscencia. El egoísmo le es intrínseco. Es como un gusano que esta siempre dentro del fruto, amenazando con arruinarlo totalmente. Esa es nuestra situación. La garantía del discernimiento es la pureza de la caridad. De ahí la importancia de la oración.
La oración purifica la caridad. Enciende en el corazón del hombre el amor de Dios, que es la mayor fuerza purificadora. Despierta la conciencia, ilumina sus recovecos y hace que se manifiesten los laberintos ocultos del egoísmo. Nos da fuerza para superar este pecado contagioso. Nos coloca en al proceso de superaci6n. Nos libera de nuestro circulo cerrado, para abrirnos al elemento purificador de la presencia del otro, sobre todo del gran Otro, Dios.
La caridad tiene una dimensión misionera. Anuncia, a través de su obrar y su ser, una palabra que cuestiona y que desinstala, en oposición al anonimato conformista con la situación. La caridad, como praxis liberadora, es la fuente del discernimiento. Y la oración, a su vez, es su fuente de aliento. Nuestra caridad, en su debilidad, capitula sin dificultades. La oración es su apoyo.



CONCLUSIÓN
Los requisitos previos para al discernimiento son, por si mismos, un proyecto y una ascesis continuos. No se trata de elementos estáticos, como quizá el término pudiera dar a entender. Son actitudes fundamentales, sobre las que debemos mantener una vigilancia y una ascesis continuas. Purificación, generosidad y oración: tres puntos de apoyo de nuestro caminar espiritual. Y dentro de ese caminar se produce el discernimiento. Y al ser un caminar, as una situaci6n que hay que conquistar siempre
Nos encontramos aquí con la esperanza evangélica de la vigilancia. No se trata simplemente de una expectativa de inminencia de la parusía. Si este fue un contexto histórico de la vigilancia evangélica, su alcance va mucho más allá. La vigilancia se hace hoy mucho más importante, en relación a las implicaciones afectivas e ideológicas, tan profundamente estimuladas por una enorme maquina propagandística. Solo una actitud de ascesis continua, de conciencia critica muy despierta, puede mantenernos dentro de los requisitos previos para el discernimiento. En este contexto, la oración ocupa un lugar privilegiado, prolongando nuestros momentos de reflexión a la luz de la Revelación y reforzando nuestra decisión volitiva de entrega generosa. La oración recapitula los dos puntos anteriores. Es purificación y es un estimulo para la generosidad. Nos garantiza también que nos movemos en un ambiente de fe, de espiritualidad, alejando las sospechas de un exceso de politización.

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