Paz y Democracia

El 21 de septiembre se celebra el Día Internacional de la Paz y el eje temático asignado por las Naciones Unidas en esta ocasión es “paz y democracia”. El vínculo entre ambos valores parte del supuesto de que la democracia es indispensable para la paz; a su vez, la democracia se fortalece cuando una sociedad trabaja por la paz, es decir, por la superación de la violencia en sus distintas expresiones, y por la búsqueda de la mayor justicia como base de la vida en común. Este tipo de relación está sustentada en una forma concreta de entender y de ejercitar la paz y la democracia. Aclaremos, entonces, el sentido que pueden tener estas palabras en el contexto de una relación mutuamente potenciadora y enriquecedora.

La democracia que puede posibilitar paz social es aquella que se define por los derechos humanos y tiene al menos cuatro características: primero, la celebración de elecciones libres e imparciales que posibiliten el derecho a la participación política; segundo, la existencia de medios de difusión libres e independientes, que pueden contribuir al ejercicio del derecho a la libertad de expresión, pensamiento y conciencia; tercero, la separación de los poderes del Estado, que ayude a proteger a los ciudadanos de la violación de sus derechos civiles y políticos; y cuarto, el fomento de una sociedad civil abierta que haga efectivo el derecho de reunión y asociación pacíficas, orientado a fortalecer el poder de la ciudadanía como condición para que la democracia fundamente la libertad individual y los derechos humanos en la justicia social y en la equidad económica .

La importancia de este modo de entender la democracia es que nos permite contar con un criterio concreto y objetivo para valorar su realidad y verdad: el respeto y promoción de derechos humanos fundamentales. Ignacio Ellacuría, en su momento, nos ponía en alerta con respecto al discurso idealista sobre la democracia, que tiende a confundir el deber ser con la realidad. Es el caso cuando se habla de este sistema relacionándolo con abstracciones como igualdad, libertad, representatividad, etc., pero sin prestar atención a las realidades concretas que podrían impedir o posibilitar que las personas sean más libres, más iguales y más protagonistas. Engañoso es también reducir la democracia a la gobernabilidad política, ocultando la necesidad de una democracia económica que implique la reducción de la pobreza y la desigualdad social. La “democracia” que promete una igualdad abstracta mientras permite una desigualdad real no es germen de paz, sino de conflicto estructural y, por tanto, de crisis permanente.

Con respecto a la noción de paz, hace unos días Jon Sobrino nos recordaba la necesidad de un mínimo de análisis de lo que se entiende por “paz”, para que la palabra no sea usada para eludir otras realidades fundamentales como la justicia. En tal sentido, hacía una distinción entre la pax romana, la eirene griega y el shalom judeo-cristiano. La pax romana refiere al sometimiento impotente y resignado que imponía el Imperio romano a pueblos enteros, y que han seguido imponiendo a lo largo de la historia los imperios militares y económicos, produciendo mucho dolor, sufrimiento y muerte. La eirene griega, por otra parte, significa ausencia de violencia y de guerra (acuerdo para terminar con un conflicto armado). Ciertamente, la ausencia de conflicto bélico es un componente necesario de la paz, pero no suficiente para hablar con propiedad de una paz estable. Para el shalom judeo-cristiano, en cambio, la paz designa la vida común de los seres humanos basada en la justicia y la verdad, en la solidaridad y la reconciliación.

Lo planteado por Sobrino nos remite a la visión cristiana de la paz que encontramos en el Documento de Medellín. En este se destacan tres características. En primer lugar, la paz es, ante todo, obra de la justicia; por tanto, supone y exige la instauración de un orden justo en el que los hombres y mujeres puedan realizarse como seres humanos, su dignidad sea respetada, sus legítimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad personal garantizada. Segundo rasgo: la paz es un quehacer permanente, es el resultado de un continuo esfuerzo de adaptación a las nuevas circunstancias, a las exigencias y desafíos de una historia cambiante. “Una paz estática y aparente puede obtenerse con el empleo de la fuerza; una paz auténtica implica lucha, capacidad inventiva, conquista permanente”. La paz es, finalmente, fruto del amor, expresión de una real fraternidad entre los seres humanos (paz social). Por eso se afirma que allí donde no hay paz social, donde se encuentran injustas desigualdades sociales, políticas, económicas y culturales, hay un rechazo al don de la paz. Esta es la paz shalom, la que designa una situación de bienestar pleno, de justicia y equidad.

Terminamos con una acotación: el lema escogido por las Naciones Unidas para acompañar la celebración del Día Internacional de la Paz es “Haz oír tu voz”. Este llamado nos trae a la memoria dos reflexiones. La primera de Aristóteles, quien en uno de sus escritos nos dice que el ser humano es aquel que tiene palabras y no solo voz. Los animales tienen solo voz para expresar placer y dolor; los seres humanos tienen palabras porque pueden, conjuntamente, deliberar entre ellos sobre lo conveniente e inconveniente, sobre lo justo y lo injusto. Y por otra parte, más cercano a nosotros, Ignacio Ellacuría exhortaba a que el pueblo salvadoreño hiciera oír su voz, que reflexionara sobre la situación del país, que exigiera ser bien informado, que hicieran sentir la urgencia de un desarrollo económico profundo del país y la resolución del problema de la injusticia.

“Haz oír tu voz”. ¿Qué debe significar ahora mismo este lema para alcanzar la paz y fortalecer la democracia? Al menos debe implicar despertar de la indolencia o la indiferencia ante las cuestiones públicas (la injusticia, la impunidad, la depredación, etc.); debe llevar a defender los derechos de los empobrecidos; debe conducirnos a denunciar enérgicamente las injustas consecuencias de las inequidades extremas entre ricos y pobres; debe orientarnos al compromiso con una democracia incluyente que valora la necesidad de promover las organizaciones de la sociedad civil, los medios de difusión pluralistas y la política económica centrada en el desarrollo de las personas; debe llevarnos a renovar el compromiso con la no violencia y con la justicia, convencidos de que la paz es, en definitiva, fruto de la justicia.







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