¿Quién puede decir: “TE AMO”?

Dos palabras que evocan romance, seguridad, pasión. Palabras que están en canciones, en películas, en logos. En español o en inglés: “I love you”. Dos palabras que, dichas sin verdad, son como una parodia, pero dichas desde muy dentro, ponen en juego todo lo que es uno. Que si las dices lo haces un poco como temblando. Y si te las dicen te elevan al cielo. Dos palabras que también tienen mucho que ver con la fe. Porque la fe tiene que ver con dejar que el amor real, concreto, encarnado, tome forma. Y tiene que ver con creer que Dios es amor, y que el mismo Dios, que nos conoce, a su manera, también nos dice a cada uno de nosotros: “No temas, que yo te he elegido, te he llamado por tu nombre. Eres mío, y yo te amo.”





Esta es la oración que te dirijo

Esta es la oración que te dirijo, Señor:
Sacude, sacude las paupérrimas raíces de mi corazón.
Dame fuerza para llevar con garbo
mis alegrías y mis tristezas.
Dame fuerza para que mis amores
fructifiquen en servicio.
Dame fuerza para no abandonar al pobre
y para no doblar mi rodilla
ante ningún poder insolente.
Dame fuerza para elevar mi mente
por encima de las trivialidades de cada día.
Y dame fuerza para rendir mi fuerza
a tu voluntad, con amor.





Yo, pecador

Señor!.
Cuando me encierro en mí,
no existe nada:
ni tu cielo y tus montes,
tus vientos y tus mares;
ni tu sol,
ni la lluvia de estrellas.
Ni existen los demás
ni existes Tu,
ni existo yo.
A fuerza de pensarme, me destruyo.
Y una oscura soledad me envuelve,
y no veo nada
y no oigo nada.

Cúrame, Señor, cúrame por dentro,
como a los ciegos, mudos y leprosos,
que te presentaban.
Yo me presento.
Cúrame el corazón, de donde sale,
lo que otros padecen
y donde llevo mudo y reprimido
El amor tuyo, que les debo.
Despiértame, Señor, de este coma profundo,
que es amarme por encima de todo.
Que yo vuelva a ver (Lc 18, 41)
a verte, a verles,
a ver tus cosas
a ver tu vida,
a ver tus hijos....
Y que empiece a hablar,
como los niños,
-balbuceando-,
las dos palabras más redondas
de la vida:
¡PADRE NUESTRO!







¿Cuestion de Imagen?

A mucha gente le preocupa la imagen de nuestro país a nivel internacional. Sin embargo, hay diversas maneras de valorar esa preocupación. En estos días, los medios de comunicación se han quejado a diario del modesto papel desempeñado por los atletas nacionales en los Juegos Panamericanos, que están a punto de clausurarse en Guadalajara, México. De fondo, lo que duele de la pobre cosecha de medallas (solo una de plata hasta el momento) es que nuestra imagen queda pisoteada, sobre todo por países cercanos como Guatemala, que ha cosechado un récord histórico en esta edición. Duele, entonces, lo que los resultados obtenidos revelan de nuestra pobreza deportiva.

Otro hecho: muchas familias siguen viviendo en la tragedia que causaron este mes las torrenciales lluvias. Las imágenes de casas y puentes destruidos, de evacuaciones de comunidades enteras y de cadáveres de compatriotas dieron la vuelta al mundo. El Gobierno decretó emergencia nacional e inmediatamente, como segundo paso, comenzó a pedir ayuda a los países amigos e instituciones internacionales. En este caso, las imágenes de sufrimiento y dolor sirven para extender la mano pidiendo una respuesta solidaria. De nuevo, la imagen del país en el exterior es de vital importancia, pero esta vez la pobreza de nuestra gente no molesta como la del deporte, porque sirve para llamar a la solidaridad a la comunidad internacional.

Por otra parte, el conflicto entre la empresa estatal CEL y la italiana ENEL, ambas dueñas de la productora de energía térmica LaGeo, ocupó importantes espacios en los medios. Hasta el momento, ha sido incumplido el laudo francés que ordenó a la CEL permitir la inversión de la empresa italiana, dándole con ello el poder de decisión sobre LaGeo. Los grandes medios de comunicación y la empresa privada piden a gritos que se respete la decisión internacional, pues lo contrario implicaría desprestigio para El Salvador, daría el mensaje de que en el país no se respetan los contratos y desalentaría las inversiones extranjeras. Como en los casos anteriores, la imagen del país vuelve a cobrar importancia.

En el contexto de la audiencia de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que se celebra esta semana en Washington, se convocó al Estado salvadoreño y a los representantes de las víctimas en los casos del asesinato de monseñor Romero, ocurrido en 1980, y la ejecución de seis sacerdotes jesuitas junto a Julia Elba Ramos y su hija Celina, perpetrada en 1989. El miércoles pasado, los representantes estatales que acudieron a la cita reconocieron que estos crímenes continúan sin investigarse y que siguen sin cumplirse las recomendaciones que la Comisión dictó para estos casos y para el de la masacre en Las Hojas, ocurrida en 1983. Además, el Estado aceptó que tampoco ha adecuado su legislación para dejar sin efecto una ley de amnistía que rompe con los estándares internacionales.

Es decir, ni en los Gobiernos de Arena ni en el actual se ha cumplido con las recomendaciones de la máxima instancia continental en materia de derechos humanos, de la cual El Salvador es miembro activo. ¿Preocupa en este caso la imagen del país en el exterior? Con la actuación, o mejor dicho, con la inacción del Estado salvadoreño se está desconociendo la jurisdicción de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, así como se desconoce la jurisdicción de la Audiencia Nacional de España, aunque esto signifique enviar una imagen de impunidad, injusticia y corrupción.

Sin embargo, a los que les preocupa que la imagen de El Salvador en el exterior desaliente la inversión, les tiene sin cuidado cómo quedamos por el irrespeto a la verdad y la justicia. Ya sea por los pobres resultados en los Juegos Panamericanos, por los desastres socio-ambientales, por los conflictos entre empresas estatales y privadas, o por los crímenes de lesa humanidad cometidos en el país, la imagen que se proyecta del país es importante. Pero lo que de fondo pesa son los intereses que se protegen o promueven con esa imagen




Tiempo de desierto y tentaciones

En el lenguaje bíblico, el desierto, por su naturaleza inhóspita, es un lugar de prueba. Así lo muestran los emblemáticos relatos de las décadas de peregrinación del pueblo judío y también el pasaje de los 40 días de ayuno de Jesús de Nazaret. En ambos casos, las condiciones eran sumamente difíciles: había hambre, faltaba agua y hubo momentos de desesperación. Por eso, el desierto es también lugar de tentaciones. El pueblo de Israel en alguna ocasión sucumbió ante las dificultades y pensó que en la idolatría, en un becerro de oro, encontraría solución a su sufrimiento. El desierto es tan lugar de prueba que el mismo Hijo de Dios fue tentado allí, aunque Jesús no sucumbió a las salidas fáciles que se le propusieron.

En El Salvador estamos viviendo momentos de verdadero desierto, es decir, estamos atravesando condiciones muy adversas. La ONU nos ubica en un deshonroso primer lugar mundial en violencia. La crisis económica no da tregua y, como si con esto no tuviéramos suficiente, acabamos de sufrir una tragedia por las lluvias agudizada por la pobreza y que nos confirma que somos el país más vulnerable del mundo. Repetimos: vivimos tiempos de desierto en El Salvador. Y como en todos los desiertos, estamos sometidos a grandes pruebas, nos vemos tentados a buscar salidas que parecen buenas, pero que a la larga empeorarán nuestra situación.

Una de las mayores tentaciones a las que como país estamos expuestos tiene que ver con la situación de inseguridad. No se puede negar que la delincuencia —y en particular, la tasa de homicidios— se ha vuelto la primera preocupación del pueblo salvadoreño y que, precisamente por ello, la situación suele ser abordada con un sesgo político-electoral. Los números son tan abrumadores y las escenas tan impactantes que se está exigiendo a gritos —y con razón— que se haga algo contundente contra la delincuencia. Y de acá se desprende la mayor tentación, tanto para el pueblo como para el Gobierno. Hay voces que piden la militarización de la seguridad, algo que mucha gente no tendría mayor reparo en aprobar. Más de algún diputado ha sugerido la creación de cuerpos especiales y algunos han insinuado la conveniencia de poner al frente del Ministerio de Justicia y Seguridad y hasta de la misma Policía Nacional Civil a militares de carrera, bajo el supuesto de que con mano dura, con disciplina militar, la situación de inseguridad mejoraría sustancialmente.

Muy equivocados están los que piensan de esta manera. No es que estemos contra los militares por capricho, es que su función constitucional y su preparación no son las adecuadas para el ámbito de la seguridad ciudadana. Hay ejemplos de sobra en este y otros continentes que nos enseñan que la represión no es la mejor solución para detener el avance de la delincuencia. Sin ir más lejos, nuestra historia reciente nos muestra que este no es el camino. Tanto los planes Mano Dura de Francisco Flores y Súper Mano Dura de Antonio Saca, como el uso sin precedentes del Ejército por parte de Mauricio Funes, han fracasado en el combate a la delincuencia; y es de tal índole ese fracaso que hoy estamos a la cabeza de países violentos. La represión no es, pues, el mejor disuasivo para el delincuente. El primer disuasivo es la aplicación correcta y pronta de la ley; cuando esta no se da, se crea un clima de impunidad que anima a seguir delinquiendo.

La historia nos ha demostrado también que la represión sin prevención no funciona. Por supuesto que hay que aplicar tanta represión como la situación lo demande, pero paralelamente hay que implementar toda la prevención que sea posible. Sin la conjunción de ambas, no habrá posibilidad de éxito en el combate a la delincuencia. Si alguno no cree esta verdad, que vuelva sus ojos a ciudades como Bogotá, Río de Janeiro y algunas urbes africanas que han logrado disminuir la inseguridad implementando acciones no represivas. Por ejemplo, los programas que permiten desarrollar habilidades para resolver conflictos sin recurrir a la violencia han logrado reducir la violencia juvenil en las ciudades de Estados Unidos.

Vivimos tiempos de desierto, no hay duda. Por eso debemos estar alerta ante la tentación de darle exclusividad a la represión y militarizar el país. Mientras más desesperados nos sentimos, mayor es el peligro de caer en la tentación. La llegada a la presidencia en Guatemala de un general acusado de múltiples violaciones a los derechos humanos y la exhibición del poder militar en los desfiles del bicentenario fortalecen el peligro de buscar redentores entre los militares o, peor aún, que alguno de ellos se crea el ungido para salvarnos de la violencia. Hasta el momento, el énfasis de los Gobiernos ha estado en las medidas represivas y la prevención no ha pasado de los discursos. Hasta el momento, prácticamente no se ha tocado al crimen organizado y la impunidad es una materia pendiente. Mientras estas dos facetas no se enfrenten de lleno (impunidad y prevención), seguiremos lamentándonos de no tener éxito en esta lucha. Si caemos en la tentación de creer que la solución a la delincuencia es militarizar las instituciones encargadas de combatirla, terminaremos adorando un becerro de oro.





Utopía y profecía

“Solo utópica y esperanzadamente podemos tener ánimos para intentar con los pobres y los oprimidos del mundo revertir la historia” es el lema para de este vigésimo segundo aniversario de los ocho mártires de la UCA. La frase es parte del último artículo teológico de Ellacuría, escrito pocos meses antes de su asesinato y que se titula “Utopía y profetismo desde América Latina”. Según Jon Sobrino, Ellacuría escribió sobre este tema no por razones de erudición teórica, sino más bien por humano y por cristiano; para expresar el dolor de las víctimas y denunciar la pobreza, la represión y la muerte; para expresar esperanza y anunciar la posibilidad de vida; para expresar su propia visión de lo último de la realidad.

Con el profetismo se mantiene una actitud crítica frente a los males del mundo, se denuncia y se desenmascara la injusticia. Con la utopía se buscan soluciones realistas, éticas y posibles a esos males. Para Ellacuría, si se presentan por separado, utopía y profetismo tienden a perder su efectividad histórica y propenden a convertirse en escapismo idealista, con lo que, en vez de constituirse como fuerzas renovadoras y liberadoras, quedan reducidas, en el mejor de los casos, a funcionar como consuelo subjetivo de los individuos o de los pueblos. Debe pues, según el rector mártir, haber una mutua referencia: tiene que haber utopía porque la profecía nos dice que hay un mal que superar, y puede haber profecía porque la utopía nos dice que existe la posibilidad del bien.

En términos proféticos, Ellacuría mantuvo una fuerte crítica a lo que denominó “civilización de la riqueza y del capital”. Una civilización que, como base fundamental de desarrollo, de la propia seguridad y de la posibilidad de un consumismo siempre creciente, propone la acumulación privada del mayor capital posible por parte de individuos, grupos, multinacionales, Estados o grupos de Estados. Ellacuría reconoce que este tipo de civilización ha traído algunos bienes de carácter científico y técnico que deben ser conservados; pero también ha traído males mayores como la exclusión, el empobrecimiento de mayorías y su tendencia depredadora y despilfarradora de recursos.

Frente a esa realidad deshumanizante, Ellacuría propuso utópicamente la “civilización de la pobreza” que, a diferencia de la predominante, está fundada en un humanismo que rechaza la acumulación del capital como motor de la historia y la posesión-disfrute de la riqueza como principio de humanización, y que hace de la satisfacción universal de las necesidades básicas el principio del desarrollo y del acrecentamiento de la solidaridad compartida, factores claves de humanización. A ese nuevo orden económico, añade, corresponde un nuevo orden social, político y cultural. En lo social, se busca el bien comunitario desde medios y por presión comunitarios, sin delegar esta fuerza en instancias políticas que no suelen representar adecuadamente estos intereses. De un sistema político nuevo se espera que contrarreste los abusos, atropellos y exigencias del capital; signos como la valoración de los derechos humanos, la apertura democrática y la solidaridad mundial son, entre otros, manifestaciones de este nuevo orden político. En lo cultural, se ha de pretender una cultura liberadora de las ignorancias, temores, presiones internas y externas, en busca de una verdad cada vez más plena y de una realidad cada vez más plenificante. Según el rector mártir, la consigna de la nueva cultura debería ser “que todos tengan vida y la tengan en abundancia”.

En el pensamiento de Ellacuría, pues, recogido como lema de este aniversario, hay una constatación, un compromiso y una esperanza. Se constata que la civilización predominante (de la riqueza) está gravemente enferma; para evitar un desenlace fatídico y fatal, es necesario el compromiso con cambiarla desde dentro de sí misma. Dicho en otras palabras, frente a esta realidad que le niega a las mayorías el derecho de participar y gozar de los bienes materiales, y que incluso les niega el derecho a tener esperanza, la profecía utópica de Ellacuría resulta beligerante, necesaria y humanizadora. Eduardo Galeano explica de forma creativa y visual estos rasgos utópicos en uno de sus escritos: “Vamos a clavar los ojos más allá de la infamia, para adivinar otro mundo posible: el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de las humanas pasiones; en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros; la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el televisor; el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será tratado como la plancha o el lavarropas; la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar (...); los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán calidad de vida a la cantidad de cosas; los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan vivas; los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos; los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas (...); la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero (...); el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra; la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la comida y la comunicación son derechos humanos; nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión; los niños de la calle no serán tratados como basura, porque no habrá niños de la calle (...); la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla; la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla; la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas, volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda”.





Los mártires de Hoy

Con frecuencia pensamos que los mártires son personas del pasado. No es así. A pesar de los esfuerzos que hacen los poderosos de este mundo, y de nuestra patria en particular, por olvidarlos, su recuerdo vuelve insistentemente cada año y cada vez que pretendemos tomar la vida en serio y pensar el futuro de El Salvador. Poco antes de que le mataran, Ellacuría recibió la visita de su superior religioso. En ese momento, le dijo lo siguiente: “Cuando me retire de la UCA, quiero formar un grupo de intelectuales, políticos, empresarios, sindicalistas e incluso gente de la guerrilla que nos dediquemos a pensar juntos El Salvador”.

Ese afán de pensar El Salvador era característico de los jesuitas asesinados. Segundo Montes había investigado el tema de la migración y dado seguimiento personal y serio a los refugiados salvadoreños, huidos de la guerra y las masacres. Martín-Baró investigó comportamientos sicosociales. Y sus investigaciones y modo de abordar los problemas continúa hoy iluminando la discusión latinoamericana sobre el poder, el machismo, la violencia y otros temas. Su propio modo liberador de abordar los temas sicológicos cuajó en una serie de congresos de sicología de la liberación, la cual mantiene su actualidad y su dinamismo.

Joaquín López y López se esforzó por llevar educación de calidad a zonas marginales del país, fueran rurales o urbanas. Y sus escuelas de Fe y Alegría siguen ofreciendo un modelo de aprendizaje, manteniendo en las pruebas de logros posiciones bastante por encima del promedio nacional. Juan Ramón Moreno trabajó con los religiosos y religiosas de diversas órdenes y congregaciones, uniendo siempre la preocupación por ser fieles al seguimiento de Jesucristo con el compromiso de convertir en hechos históricos los valores del Reino de Dios. Amando López animaba comunidades marginales al tiempo que acompañaba solidariamente el pensamiento de los demás. Elba y Celina son, madre e hija, símbolo de la unión de este grupo de jesuitas con el pueblo salvadoreño deseoso de justicia, paz y liberación.

Eran todos, y de muchas maneras, hombres de pensamiento que pensaban El Salvador, con Ellacuría ejerciendo un claro liderazgo. Sin embargo, sabían que esa tarea estaba inconclusa, que debía continuar tanto en su propio trabajo como en las generaciones que les sucedieran. Y ese es, en cierto modo, su gran legado. La sociedad de consumo con frecuencia nos aparta de la labor ardua y generosa de pensar. Las soluciones fáciles, la satisfacción de los deseos inmediatos tanto en el campo de la política con en el del éxito personal, nos han impedido mantener ese trabajo de largo plazo donde se debe unir al sentimiento generoso la precisión del pensamiento académico, racional e independiente. Los mártires de la UCA fueron en ese sentido personas enormemente libres, que no se rindieron ante ningún obstáculo, y que pusieron su libertad y su potencia intelectual al servicio de un país y de un mundo diferente. Personas que creían en la fuerza de la conciencia. Y que estaban seguros que los valores enraizados en una conciencia crítica y apegada a la realidad tenían mucho más poder que las balas, la demagogia y la fuerza bruta.

Hombres de pensamiento, nos dejan hoy la desafiante tarea de pensar El Salvador más allá de las recetas importadas, de los intereses egoístas, de la charlatanería interesada y de las promesas vacías. Tarea de pensar que debe enraizarse en las nuevas generaciones. Generaciones de repuesto urgentes, que deben suceder pronto a una serie de herederos de la guerra que se quedaron paralizados en los Acuerdos de Paz y que no han sabido, hasta el presente, enfrentar las causas sociales y culturales de la guerra, que siguen, en muchos aspectos, vigentes. La paz la logramos, pero sigue amenazada y en riesgo a causa de la violencia. Triste resultado de no haber iniciado aún un camino seguro de transformación estructural que garantice un desarrollo equitativo y un triunfo sobre la desigualdad y la pobreza




Sin derecho a Vivir

Los centros penales no escapan a la crisis de inseguridad que se vive en todo el país. En su interior, los privados de libertad están expuestos a todo tipo de peligros, como cualquier otro compatriota en las grandes ciudades. Sin embargo, las reacciones ante esta situación son radicalmente distintas en un caso y en el otro. Para no poca gente, a los reclusos no se les deben respetar sus derechos. ¿Por qué respetarlos si ellos no respetaron los de sus víctimas? ¿Por qué tenerles compasión si ellos no la tuvieron cuando cometieron sus crímenes? Ellos tienen que pagar por lo que hicieron, que sufran, hasta los deberían dejar morir porque eso merecen, piensa y dice alguna gente. Y esos son los principales argumentos para hacer la vista gorda ante todos los atropellos a los que son sometidos los internos de los centros penitenciarios del país. Si miramos al fondo de estos argumentos, las personas que piensan así no son muy diferentes, en su corazón, a quienes señalan con su dedo acusador. Si aprueban el sufrimiento y la crueldad para un semejante, no se distinguen mucho de los que comenten crímenes.

Hace algunos días, cuatro cuerpos de muchachos fueron encontrados por los custodios del Centro de Readaptación de Quezaltepeque, en La Libertad. Tres de las víctimas fueron descubiertas el sábado por la noche cuando los celadores retornaban a sus celdas a los privados de libertad, y la cuarta fue hallada la mañana del domingo. Las autoridades del Centro anunciaron que la Fiscalía ya investiga la muerte de los presos, quienes fueron brutalmente golpeados en el rostro y otras partes del cuerpo, y finalmente degollados con objetos cortantes aún no encontrados. Hace menos de un mes, el 29 de octubre pasado, tres internos del Centro Penal de Ciudad Barrios, en San Miguel, fueron encontrados muertos con múltiples lesiones de arma blanca. Y en septiembre y en octubre, dos empleados del Centro Penal de Quezaltepeque fueron asesinados en circunstancias aún no esclarecidas.

Como sucede con la mayoría de los crímenes que se sufren a diario en cualquier parte del territorio nacional, en todos estos asesinatos referidos a los centros penales las explicaciones de las autoridades no pasan de ser suposiciones que no responden a una investigación seria que arroje resultados. Además, los casos registrados en los centros penales tienen el agravante de ocurrir en instalaciones cerradas, bajo el supuesto control de las autoridades correspondientes. En definitiva, una persona privada de libertad en un centro penal está bajo la responsabilidad del Estado salvadoreño, y este debe responder por la vida y la integridad de todas y todos los recluidos. A diferencia de lo que sucede con otros homicidios, por los de los centros penales no hay quejas, ni exigencias de investigación, ni mayor lamento más que el desgarrador y silencioso llanto de madres, esposas y familiares que han comprobado que en los centros penales la vida no vale nada.

Estos sucesos, que solo son noticia porque anuncian muerte, componen una muestra de la crisis que se vive en el sistema penitenciario nacional, el cual, como se ha dicho muchas veces, no cumple con la función de reeducar a los que infringen la ley para que luego puedan reincorporarse a la sociedad como ciudadanos honestos y productivos. El habla popular dice que si la calle es la escuela de la delincuencia, los penales son la universidad. Lamentablemente, esto cada vez cobra mayor realismo. Encerrar a cerca de 25 mil personas en instalaciones que tienen capacidad para solo un poco más de 8 mil no permite realizar ninguna labor educativa. Hacer registros en los que desaparecen el dinero y otras pertenencias de los internos —y sin embargo no desaparecen las armas que después serán usadas para asesinar— es otro signo de las vejaciones que se cometen contra quienes se pretende corregir.

Urge, entonces, hacer algo radical en los centros penales del país. Que mucha gente no comparta que la vida de los internos debe ser respetada no es justificación para que las autoridades incumplan con sus obligaciones. Como se necesita en todo el país, en los centros penales es apremiante aplicar medidas estructurales.




Los santos: hombres y mujeres integrados

El 1 de noviembre la Iglesia católica celebra el Día de Todos los Santos. Esta es, por tanto, una fecha propicia para reflexionar sobre el sentido de la santidad, la cual, cuando se la mira desde la propia condición humana, no parece tan obvia como a veces imaginamos. Traemos a cuenta, en esta línea, parte de lo que Leonardo Boff ha escrito sobre un santo emblemático de la santidad entendida c El Salvador 1989. El Asesinato de seis jesuitas omo integración de lo negativo de la vida; nos referimos a san Francisco de Asís. Boff, en uno de sus libros, cita una historieta ciertamente iluminadora y que vale la pena tenerla presente cuando abordamos esta temática.

“En cierta ocasión escuché a un viejo, razonable, bueno, perfecto y santo decir: ‘Si oyes la llamada del Espíritu, escúchala y trata de ser santo con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Pero si, por humana debilidad, no consigues ser santo, procura entonces ser perfecto con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.

Si, a pesar de todo, no consigues ser perfecto por culpa de la vanidad de tu vida, intenta entonces ser bueno con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. Si, con todo, no consigues ser bueno debido a las insidias del Maligno, trata entonces de ser razonable con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas.

Si, al final, no consigues ser santo, ni perfecto, ni bueno, ni razonable a causa del peso de tus pecados, procura entonces llevar esta carga delante de Dios y entrega tu vida a la divina misericordia. Si haces esto sin amargura, con toda humildad y con jovialidad de espíritu, movido por la ternura de Dios, que ama a los ingratos y a los malos, entonces comenzarás a sentir qué es ser razonable, aprenderás en qué consiste ser bueno, lentamente aspirarás a ser perfecto y, por fin, suspirarás por ser santo’…”.

¿Qué lecciones sacamos de esta historia? Boff apunta varias; nosotros parafraseamos al menos tres de ellas. En primer lugar, dentro de cada santo vive siempre un demonio. Las cimas de la santidad coexisten con los abismos de la fragilidad humana. Las virtudes son eminentes porque las tentaciones superadas han sido grandes; por detrás del santo se oculta un hombre o una mujer que han conocido los infiernos humanos y el vértigo del pecado, de la desesperación y de la negación de Dios. Al igual que Jacob con Dios (Gn 23), han luchado y han salido marcados de este combate. La historia pone de manifiesto que en cada corazón habitan ángeles y demonios: la pasión volcánica se extiende a lo largo de todo el tejido humano; instintos de vida y muerte desgarran el interior de cada persona; impulsos de elevación, de comunión y de donación coexisten con pulsiones de egoísmo, de rechazo y de mezquindad. Nada de todo esto está ausente de la vida de los santos. Y si son santos es porque han sentido todo esto, pero no han con-sentido con las energías destructoras, sino que, por el contrario, han sabido enfrentarse a ellas sin reprimirlas, pero canalizándolas en orden a un proyecto de bondad.

En segundo lugar, el relato plantea cuál es el comportamiento que mejor permite crecer en la identidad y ampliar más el espacio de libertad. Hay dos estrategias que se presentan como ideales: la perfección y la integración. La primera responde a la figura de la flecha, que orienta y apunta; mientras que la segunda responde a la figura del círculo, que engloba e integra. La santidad de la que aquí se habla pertenece a esta segunda opción. Ahora bien, para llegar a esta integración es preciso conocer y tener experiencia de los ángeles y demonios que habitan en la vida. La integración resulta de múltiples idas y venidas, ascensos y caídas, renuncias y conquistas, hasta llegar a la cristalización de un poderoso centro que todo lo atrae y armoniza.

Finalmente, la narración habla de que el pecado, cuando es asumido en humildad y simplicidad, puede también ser camino de encuentro con Dios. Y no es que haya que buscar el pecado por sí mismo, que sería un contrasentido, sino que hay que concebirlo como expresión de nuestra situación decadente: un pecado que hay que llorar y lamentar, pero sin amargura ni desesperación desgarradora, porque el pecado no puede impedir que Dios continúe amando y ofreciendo su perdón. La gracia, que se muestra como alegría, siempre excede al pecado.

Así pues, según Boff, Francisco de Asís mostró con su vida que para ser santo o santa es preciso ser humano. Y para ser humano es necesario ser sensible y tierno. Es la santidad de la compasión y la ternura, tan ausentes y tan necesarias en el mundo de hoy.