La revelación de Dios en Jesús de Nazaret


HORIZONTES, CAMINOS Y PREGUNTAS.
Es tanto lo que se ha dicho y escrito a lo largo de los siglos y particularmente en las últimas décadas del siglo XX, sobre el Dios de Jesús (siempre en masculino), que se hace inevitable la pregunta por la utilidad y pertinencia de esta reflexión. Sin embargo, además de tratarse de una cuestión nunca cerrada, sino abierta siempre hacia el futuro, en estos momentos de búsquedas y recomposiciones simbólicas, es definitivamente necesario que ampliemos el horizonte de nuestras miradas, sobre la experiencia de Dios, que se nos muestra en Jesús, el maestro de Galilea.
El presente trabajo se inscribe en esa búsqueda: quiere recoger sensibilidades y demandas actuales, especialmente la mirada de género; quiere igualmente señalar nuevas pistas que nos ayuden a bucear en aguas queridas y conocidas en nuestra tradición, para encontrar nuevos parajes que alberguen, cómoda y amorosamente, a la mujer y al hombre de este nuevo milenio que iniciamos.
Dios es una realidad que interroga hoy: sus imágenes son contestadas desde distintas búsquedas y miradas, sin que ello suponga en ningún momento indiferencia o desinterés generalizado, ni tampoco ateísmo militante como en otros momentos. Hoy, más que hace unas décadas, Dios vuelve a jugar entre los hombres y mujeres, entre los y las jóvenes... la pregunta por el sentido de la vida, en un mundo envuelto en oscuridades y tensiones de todo tipo, le da significación a los múltiples caminos espirituales, que recuperan y suman lo más valioso de distinta tradiciones, sin que necesariamente esos caminos pasen por las instituciones a las que de alguna manera han pertenecido. En el horizonte de esos caminos espirituales, la realidad que llamamos Dios hace presencia de diferentes formas y en diferentes rostros.
Respecto a los ejes de nuestra tradición occidental, reflexiona Dorothe Solle:
“La impotencia de Dios en el mundo es bien patente; la sustitución científica de la creación por una segunda creación, mejorada, es tan sólo un ejemplo que muestra lo desvalido que es el Varón anciano allá en el cielo. No podemos ya entender que Dios es todopoderoso y nosotros seres impotentes, para quienes la Biblia emplea algunas veces la imagen de gusanos. Este teología no corresponde ya a la tecnología de la ficción del átomo y de la ingeniería genética, y es intolerable moralmente. En la comprensión que tengamos del poder se decide la cuestión acerca de Dios. ¿Podremos representar el poder como unilateralmente masculino, como mandato, superioridad física, ordenamiento jerárquico, como violencia de lo que está más alto sobre lo que está más bajo? ¿Experimentaremos a Dios como autoridad coercitiva, o hay otras formas de vivenciar a Dios? [1].
La pregunta que me formulo entonces es: La experiencia de Dios, vivida por y en Jesús de Nazaret, qué nos dice hoy a las mujeres... ¿qué dice a los y las pobres del continente latinoamericano, sumidos en una cada vez mayor impotencia?... ¿Qué dice a los horrores y exclusiones de la dinámica impuesta por la globalización? ¿Qué dice igualmente, esa experiencia encarnada a quiénes en medio de los avatares de este siglo XXI buscamos la felicidad y la reconciliación con y entre nosotros mismos y nosotras mismas y con nuestro nicho ecológico? ¿Cómo vive Dios en nuestras enormes ciudades/sociedades informatizadas y de redes, cada vez más complejas y globalizadas? ¿Parto en mi indagación, de la certeza de que Jesús puede ofrecernos claves no sólo válidas, sino fundamentales, aunque no únicas, para buscar a Dios.
 
CONTEXTO RELIGIOSO EN EL QUE JESÚS VIVE SU FE.
Es claro que Jesús de Nazaret, es un judío, su formación y su experiencia religiosa, son antes que nada las de un judío. Esta realidad, que durante siglos parece haberse olvidado, está siendo resaltada y profundizada actualmente tanto desde el lado cristiano, como desde el judío. Los trabajos de investigadores como Geza Vermes y /o Marie Vidal[2] son una muestra de ello. Jesús recibe entonces las tradiciones del Primer Testamento y la experiencia de Dios que se le transmite en los distintos círculos en los que se mueve: la sinagoga, los fariseos, los grupos del desierto. Recibe igualmente la tradición familiar, sapiencial y femenina que le lega su madre.
Esta realidad nos remite entonces a una experiencia de Dios, múltiple y diversa, pero que se inscribe en marcos muy precisos, que podemos sintetizar con esfuerzo y precaución en algunas líneas o experiencias de las que nos habla insistentemente la tradición bíblica.
La realidad de Dios, vivenciada por Jesús, es una herencia de:
La vivencia de Abraham, en la que Dios es un horizonte abierto que convoca y que llama a un futuro nuevo e inmenso. La fe de Moisés en la cual, Dios es el liberador de la esclavitud, en un pasado originario que se revive siempre con nuevas exigencias y potencialidades de salvación. Pasado que se actualiza y se hace presente en la fe de María de Nazaret, que vivencia la acción liberadora en el hoy y en el mañana. En esta línea de unas perspectivas de liberación amplia, Jesús recibe igualmente la experiencia y palabra de un Isaías y otros profetas, orientada principalmente a un Dios que es esperanza y utopía, siempre renovada.
Igualmente el judío Jesús recibe la tradición de aquellas que experimentan a Dios como reto y como fuerza para actuar: Débora, Ester, Judit... las mujeres que son convocadas al compromiso con su pueblo como una respuesta al llamado de la divinidad en la que creen. Pero otras mujeres y otras tradiciones femeninas, le entregan la certeza de Dios presente en lo cotidiano, en las alegrías y angustias de la vida diaria en familia y amistad, Dios que nos acompaña en el discernimiento del vivir, sufrir y disfrutar, cada día: Rut, Nohemí y los grupos femeninos portadores de la sabiduría.
No podemos ignorar tampoco, que Jesús vive en un ambiente helenístico y grecorromano en el cual se agitan múltiples discursos y búsquedas: el Dios de los filósofos, el Dios de la verdad, la búsqueda de un Dios universal que trascienda a los pueblos y nacionalidades... por contraposición a la divinización del emperador. Ambiente en el que la divinidad se acerca igualmente a las vivencias del amor y del ágape, de un amor que empieza a comprenderse en perspectiva universal, como superación de barreras y particularidades excesivas.
Todo ello rodea la vida de Jesús, su comprensión de la Torah, su enseñanza. En medio de este ambiente, Jesús de Nazaret va gestando y profundizando su experiencia mística y religiosa. La imagen novedosa de Dios que nos anuncia... en síntesis su Buena Noticia, se genera en la profundización, el contraste y la contraposición con todas estas realidades y vivencias.
 
LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL GALILEO JESÚS DE NAZARET.
No son explícitos los textos al hablarnos de esta experiencia. Los evangelios, se limitan a insistir en el hecho continuado y repetido en la vida de Jesús, de que muchas noches, atardeceres y amaneceres se retiraba para orar. Generalmente nos hablan los evangelio de espacios y tiempos de oración en soledad, en retiro de la cotidianeidad y las relaciones, aún las más cercanas... hay otros momentos en los que se nos muestra una experiencia de Dios en compañía del pequeño grupo de amigos o de amigas. Aunque los relatos no se detienen mucho en comentar esta experiencia mística/religiosa de Jesús, es claro sin embargo, que toda experiencia de oración se refleja y trasluce en la vida y práctica diaria de quien la tiene. Por ello, podemos concluir que la actuación de Jesús de Nazaret, sus relaciones, ideas y sentimientos están enraizadas en la vida y presencia de Dios, con quién se encuentra en soledad e intimidad.
El encuentro y la identidad con su Dios, llevan a Jesús a prácticas muy claras:
Gozo porque la verdad se revela a los pequeños, compasión ante las multitudes hambrientas, compasión ante el dolor, la enfermedad, la muerte. Apertura a la amistad, al encuentro en sororidad y alegría (Betania). Acogida y apertura a la amistad con la mujer, algo no bien visto entre sus contemporáneos judíos. Capacidad de ruptura ante las prácticas legalistas y castradoras de su ambiente y contexto.
Cuando uno contempla tranquilamente las cenas de Jesús en Betania y su compartir con mujeres; la acogida a pecadores, publicanos y prostitutas; su incansable caminar de un lado a otro, anunciando su buena noticia... concluye fácilmente que la experiencia de Dios, le transmite una inmensa, una gran y novedosa libertad, libertad desconocida en su sinagoga y entre los maestros de la ley con los que se enfrenta. Libertad que se alimenta únicamente en un profunda vivencia mística, en un encuentro inédito con Dios, que lo habita, que lo llena, que lo plenifica: El Padre y yo somos uno.
En este sentido los evangelios nos muestran constantemente en Jesús, a un hombre que confronta la ley religiosa o civil/política, desde una vivencia de Dios -ABBA- que desea y proyecta una relación diferente a la vigente en el sistema, entre los hombres y mujeres que quieran ser sus hijos o hijas. Aunque el significado real de este término aplicado a Dios ha sido y continua siendo muy discutido, algo de la intuición sustentada por J. Jeremías[3] sigue iluminando las búsquedas: Jesús siente a Dios como ternura, como seguridad, como amor... experimenta en esa realidad la confianza del niño hacia sus padres. Igualmente se siente a sí mismo ante Dios, como un niño confiado, con los sentimientos renovadores y sanadores de una infancia segura y no carente.
Sin embargo la discusión en torno a este vocablo hay que enmarcarla más ampliamente en la discusión en torno al lenguaje sobre Dios. Creo que es importante tener en cuenta lo planteado por Esperanza Bautista:
“El ser humano se dirige al misterio mediante símbolos y dentro de un lenguaje simbólico y, al vivirse a sí mismo como en un diálogo amoroso con Dios, está manteniendo una actitud simbólica que es la que va a determinar su lenguaje religioso...
... En el desarrollo de la Iglesia primitiva se produjo un proceso de patriarcalización evidente, pero no se puede afirmar con rotundidad que la metáfora paterna aplicada a Dios fuese el origen de ese proceso de patriarcalización; quizás fuese esta la justificación, secreta y oculta en el subconsciente de los responsables de la iglesia naciente, para legitimar ese proceso que tan poca relación tiene con el mensaje de Jesús...”[4].
En cualquier caso la forma en que Jesús nombró a Dios, hay que mirarla en íntima relación con la forma en que lo transparentóen su vida y relaciones.
Hay que tener en cuenta sin embargo, que Jesús no concibió a Dios en una manera radicalmente fuera de lo pensable en su situación familiar, social y religiosa. Prefiguró y señaló muchas rupturas, sí... pero creo que cuando se lo representó, se lo representó como varón, lo que no se puede asimilar a patriarcal.
 
EL DIOS DEL REINO Y LA PATERNIDAD QUE ANUNCIA JESÚS EN SU ENSEÑANZA.
Me voy a centrar ahora en algunas parábolas del evangelio, especialmente de Lucas, en las que me parece que la imagen de Dios presentada por Jesús porta los rasgos más revolucionarios en su época y contexto. Nos detendremos en la llamada Parábola del Hijo pródigo (otras traducciones hablan del padre perdonador), yo creo que sería mejor llamarla Parábola del Hijo menor. Este texto siempre ha sido interpretado en la perspectiva de actitudes y sentimientos de bondad y misericordia por parte del padre. A mi juicio, sin embargo lo que se juega en él es mucho más. Este microrelato está inscrito en un contexto en el cual las parábolas y palabras todas de Jesús entran en un juego de contraste y autentica demolición de tradiciones y costumbres: el banquete de invitación en los caminos, los últimos en la boda, el abandono a la familia, el administrador astuto, Lázaro el pobre... (Lucas, capítulos 14 / 16 ). De otro lado el relato nos habla, más que de ofensas y perdones, de haciendas o herencias dilapidadas y de casas abiertas.
Henry Nouwen, desde un punto de vista espiritual, al contemplar el cuadro de Rembrandt apunta un poco en el sentido que quiero desarrollar ahora, porque creo que es el verdadero horizonte del texto[5]. Estoy convencida que esta parábola quiere mostrar un Dios más cercano al orden simbólico de la madre, que a la ley del padre. Miremos esta propuesta en detalle.
El padre en la familia judía patriarcal y en el universo grecorromano, ámbitos en los que se mueve Jesús, es la figura que detecta el poder, pero que igualmente tiene la obligación de guardar y mejorar la hacienda para velar por el porvenir de sus hijos y su familia. En este sentido el poder social y político, se sustenta y respalda en un poder/responsabilidad de carácter económico. El orden patriarcal se sustenta en la transmisión de esa herencia de padre a hijos, proceso en el cual el hijo mayor, es el aliado y principal beneficiario del padre. El primogénito, hereda con la hacienda la responsabilidad de sustentar a las mujeres de la familia y a los vástagos débiles:
“En el mundo mediterráneo, la familia podía incluir al padre, la madre y al primogénito y su familia, así como a otros hijos solteros... Era normal que el primogénito heredase la casa paterna; por esta razón permanecía en ella, mientras que sus hermanos casados se establecían cerca...”[6].
En este sentido el padre/patriarca no puede, de ninguna manera, dilapidar los bienes familiares, que no le pertenecen sólo a él, sino también a su hijo mayor.
Ya resulta extraño un progenitor que entregue a su hijo menor parte de su hacienda, ello va en menoscabo del conjunto y por tanto en contravía de su poder y responsabilidad... pero lo que resulta totalmente inaudito, es que una vez que el hijo ha dilapidado la hacienda, el padre vuelva a darle parte en lo que ha quedado de ella: le coloca un anillo en su dedo, símbolo de que es uno de sus hijos/herederos, le ofrece una fiesta/banquete, en la que sacrifica lo mejor de su ganado... La reacción del hijo mayor es completamente lógica: su padre ha roto las reglas de juego.
Ahora la pregunta es: ¿por qué rompe esas reglas?, ¿por sus entrañas de misericordia?, ¿qué lo llevó entonces anteriormente a romperlas y darle la herencia al muchacho? En términos de antropología cultural no es sostenible aquello de que Dios nos deja en absoluta libertad para actuar. Aquí se está planteando una cuestión de sistemas, sistemas familiares patriarcales. Yo creo que el padre de la parábola tiene un comportamiento que cuestiona el orden (derecho) paterno, que deja bastante indefensos y por tanto dependientes a los débiles del grupo familiar.
La parábola muestra otras formas posibles de relaciones familiares, deja ver un rostro de Dios, que rompiendo con la tradición patriarcal reactualiza memorias diferentes, alternativas que permanecen en lo oculto.... Cuando Bachofen estudia el derecho materno en sociedades arcaicas, dice:
“El privilegio otorgado a la relación entre hermanas y al último vástago son ejemplos ilustrativos. Ambos pertenecen a los privilegios matriarcales del derecho de familia, y los dos son apropiados para acreditar su pensamiento fundamental desde nuevos prismas... el privilegio del último vástago supone ligar la continuidad de la vida a aquella rama del tronco materno que, por haber sido engendrada en último lugar, también será la última en alcanzar la muerte”[7].
Y continuando su reflexión sobre esa memoria de la relación con la madre que guarda íntimamente la humanidad, añade aún:
“En las estructuras más profundas y oscuras del hombre, el amor que une a la madre con el fruto de su cuerpo forma el foco de luz en la vida, el único claro en la oscuridad moral, el único deleite en medio de la miseria más profunda...
Si en el principio paterno impera el límite, en el principio materno rige la universalidad[8].
En nuestra parábola las mujeres han desaparecido, como en otras ocasiones en la Biblia. En la familia de este hijo menor no existen ni madre ni hermanas... el es el único que se resiste al orden impuesto por el padre y sobre todo por el hijo mayor, el heredero. Sin embargo, nos encontramos con un padre que maneja la hacienda y la relación con sus vástagos en otra perspectiva, en otra órbita. Una perspectiva que lo coloca más de lado de lo que podríamos considerar un orden, una lógica materna o femenina[9]. Bastaría esta parábola para comprender que el padre propuesto por Jesús, como imagen de Dios, no puede ser ni asimilado, ni siquiera acercado a un Dios patriarcal. En términos del sistema y ordenamiento patriarcal, la conducta de este padre, que, cuando divisa a lo lejos al hijo menor que regresa cercado por el hambre, lo constituye de nuevo en heredero, resulta cuando menos, irresponsable.
Cuando Karen Jo Torjesen, nos plantea en su obra[10], el que las mujeres judías y romanas de los primeros siglos de esta era, también asumían funciones de dirección y jefatura en la familia, el problema que subsiste, no es, quiénes asumían estas funciones... sino cómolo hacían. En términos generales las mujeres contemporáneas de Jesús y en especial las matronas romanas ejercían su autoridad doméstica, al servicio del ordenamiento patriarcal, ajustándose a él. No es, por el contrario, el caso del padre de la parábola.
A mi juicio uno de los grandes daños que la tradición eclesial ha hecho al evangelio, es haber capturado la experiencia de Dios que transmitió Jesús, en una imagen monolítica patriarcal. De esta manera la ley del padre, se ha quedado sin la posibilidad de una crítica real, sólida y alternativa; entre otras cosas porque ha sido sacralizada. Y el derecho fijado a partir de esa ley, es un derecho, que como muy bien sabemos:
“... carece de una visión antropológica universal: permanece inválido ante los millones de seres humanos que mueren de hambre; es inoperante frente a la violencia contra la mujer; castiga en lugar de proteger a los millones de niños y niñas que deambulan por las calles; sus instrumentos coercitivos imponen el sufrimiento y la tortura...”[11].
Desde mi perspectiva, si queremos en nuestra experiencia de Dios, reencontrarnos con caminos radicalmente diferentes, que respondan a las inquietudes y dolores de las mujeres de hoy, víctimas de siglos de herencia patriarcal... podemos volver a leer y releer esta parábola, asumiendo sus consecuencias: un Dios Padre, que protege al menor, que quiebra los derechos de progenitura, que instaura un comportamiento más allá o más acá de la ley patriarcal. Es necesario tener en cuenta que el cambio que requiere nuestro ordenamiento social no se consigue por comportamientos de buena voluntad, sino por una transformación radical de las coordenadas y estructuras en las que nos movemos:
“Hasta que no se rompan los círculos viciosos de un cierto orden simbólico, que para las mujeres es más bien un desorden, la realidad continuará actuando a favor del poder fálico y de una oposición rígida entre autonomía y dependencia.
El desorden más grande que pone en duda la posibilidad misma de la libertad femenina, es la ignorancia de un orden simbólico de la madre, también por parte de las mujeres...” [12].
En esta perspectiva la lectura de la palabra de Jesús, reseñada en Lucas 15, 11... se abre a nuevas preguntas, lecturas y posibilidades: ¿Por qué el hijo menor se marchó de la casa? ¿Puede haber razones que vayan más allá de nuestra condena moral: le faltaba espacio? ¿Se asfixiaba en un orden que no lo tenía en cuenta? (En los sistemas que perpetúan la herencia concentrada en el Hijo Mayor, a los menores se les expulsa de alguna manera de la casa paterna, deben salir a rebuscar su vida...) ¿Dónde estaba su madre?, ¿quiso vivir una experiencia de descenso a lo profundo de sus límites? Experiencia que todo sistema cerrado impide. El hijo menor siempre ha sido visto como el malo del paseo y sin embargo, la pregunta es: en el sistema patriarcal la ley del padre, no resulta muchas veces opresiva, para quienes no tienen el poder? La conducta del padre, ignora por cierto cualquier condena ante la búsqueda de este hijo menor. ¿Qué hay que leer en la respuesta del hijo mayor, más allá de su egoísmo, repetido hasta el cansancio en predicas y reflexiones? ¿Qué derechos legítimos en su lógica, se le estaban vulnerando? Para las nuevas generaciones de mujeres esta parábola, la figura de este padre/materno, está aún bastante inédita y su relectura puede abrir caminos interesantes y liberadores.
No podemos olvidar la insistencia de Jesús de Nazaret, en el sentido de que una condición para entrar en el reino de los cielos es hacernos como niños, su invitación a mantener nuestro corazón como el que tenemos en la infancia... En esta temática, el Evangelio Copto de Tomás es bien diciente:
“Jesús vio mamar a unos niños y dijo a sus discípulos: Esos pequeños que maman leche, se parece a quienes entran en el Reino. Ellos le dijeron: ¿Haciéndonos niños, entraremos en el Reino? Jesús les dijo: Cuando hagáis de los dos Uno y cuando hagáis la parte interior como la exterior y la parte superior como la inferior, de modo que hagáis un solo al varón y a la hembra... entonces entrareis en el Reino”[13].
Sicoanalistas tanto hombres como mujeres, afirman que mientras el niño o la niña, mantienen con su madre, este tipo de relación alimentaria, se mueven en el orden simbólico de la madre y que su entrada a ley del padre, coincide precisamente con el proceso de destete del lactante. En este sentido se iluminan las palabras de Jesús recogidas por la comunidad de Tomás.
La cuestión que surge es: ¿dónde o de quién toma y aprende Jesús esta otra mirada? Es claro que sólo una tradición femenina que actúa desde el margen y que lo influye, puede darle esa otra mirada, esa otra palabra, que indiscutiblemente nos remite a una transmisión femenina de la experiencia del mundo, tal como la que nos describe, la escritora caribeña / canadiense:
“La madre entonces puso sus dedos dentro de la boca de su bebé -suavemente forzando una apertura; toca con su lengua la lengua de su bebé y sosteniendo la boquita abierta, sopla en ella -con fuerza, soplaba palabras- sus palabras, las palabras de su madre, las de la madre de su madre, y de todas las madres anteriores- dentro de la boca de su bebé”[14].
Si complementamos la relectura de este microrelato, con la del texto sobre La Gran Cena o el Gran Banquete, que aparece en Lucas 14,15 o en Mateo 22,1... encontramos de nuevo una conducta que va más allá de sentimientos de acogida, apertura o compasión y que se ubica en la ruptura de normas y reglas de juego de un sistema económico y cultural concreto. Esta cena o banquete (ejemplo tomado por Jesús de la tradición sapiencial femenina como puede verse en: Proverbios 9, 1-6) es ofrecida por un hombre, jefe de la casa, pater familia, sólo el hombre, en esta etapa histórica y sistema, tiene la capacidad y el poder de decisión de compartir su hacienda. En la parábola de Jesús, las criadas de la invitación en Proverbios, han sido sustituidas por criados. Ese compartir, entre hombres, tiene unas reglas: la hacienda hoy como ayer, se comparte con quiénes son iguales, con quienes a su vez comparten, porque se trata de un sistema que se refuerza a sí mismo en el intercambio. Romper estos intercambios y plantear una entrega generosa de la hacienda a todos aquellos y aquellas que andan por los caminos, es situarse de nuevo, en otro orden, en un marco simbólico que no retiene, sino que ofrece: En el nivel de lo estructural, esto supone una sociedad regida por un orden simbólico distinto, no solamente por otra ley. El mismo caso nos encontramos cuando Jesús plantea que no se invite a quien puede retribuir, sino a quien no puede ofrecer nada a cambio de lo que yo le doy... Esto sólo se puede inscribir, en lo planteado por José Luis Carabias:
“El Dios de Jesús es un Dios-Loco para los representantes del Dios oficial. Jesús sustituye la fidelidad al Dios de la ley, por la fidelidad al Dios del encuentro, la liberación y el amor”[15].
En un mundo regido por los rigores de la ley patriarcal, no encontramos una imagen para esta vivencia de Dios, por ello, al crear las imágenes, al interior de este modelo, se traiciona la vivencia.
 
MIRANDO HACIA ADELANTE.
Si volvemos al punto de partida: intentar acercarnos a la vivencia de Dios que reflejan los evangelios en Jesús de Nazaret, podemos afirmar que aunque no es fácil sacar conclusiones muy distintas a las preconstrucciones tradicionales porque el material con el que se cuenta es poco, sí es legítimo buscar y señalar caminos nuevos, inexplorados... que puedan ser recorridos por las nuevas generaciones de creyentes, para iluminar su estancia en un mundo y en unas sensibilidades e inquietudes distintas y hasta un cierto punto inéditas.
En este sentido es necesario recuperar voces de seguidores y seguidoras de Jesús, que han sido marginadas del gran tronco central y silenciadas una y otra vez.... Juliana de Norwich, mística inglesa del siglo XIV, encontró que la revelación de Dios en Jesús la llevaba a unos brazos amorosos de padre y madre:
Tan de verdad es Dios nuestro padre como es nuestra madre. En nuestro padre, Dios todopoderoso, tenemos nuestro ser; en nuestra madre misericordiosa somos creados y restaurados de nuevo...
Soy yo, la fuerza y bondad de la paternidad. Soy yo, la sabiduría de la maternidad. Soy yo la luz y la gracia del santo amor... Soy yo quien te enseña a amar. Soy yo quien te enseña a desear...”[16].
La vivencia de Dios en Jesús, muy poco explícita en los textos bíblicos, quizás un poco más ampliada en la literatura gnóstica apócrifa, definitivamente no puede encerrarse ni agotarse en fórmulas siempre condicionadas por la mirada cultural e ideológica que las acuña. Esa vivencia en quien ha sido, para una gran parte de la humanidad, la máxima revelación de la divinidad permanece abierta siempre, a nuevas relecturas, sólo así podrá enriquecernos en todos los caminos por hacer.
 
 
 
 
[1] Dorothee Solle, Reflexiones sobre Dios, Editorial Herder, Barcelona 1996.
[2] En esta línea se inscriben concretamente los textos de: Geza Vermes, judío: Jesús el judío y la religión de Jesús el judío, Marie Vidal, católica: Jesús el judío y el shabat, y Un judío llamado Jesús.
[3] Joachim Jeremias, Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento, Editorial Sígueme, Salamanca 1983.
[4] Esperanza Bautista: DIOS, En: Mercedes Navarro, Directora, DIEZ MUJERES ESCRIBEN TEOLOGÍA, Editorial Verbo Divino, Estella 1998.
[5] Henry J. M. Nouwen: El regreso del hijo pródigo, Meditaciones ante un cuadro de Rembrandt, Editorial PPC, 7ª Edición, Madrid 1995.
[6] Bruce J. Malina: El mundo del Nuevo Testamento, Perspectivas desde la Antropología Cultural, Editorial Verbo Divino, Estella 1995.
[7] Johann Jakob Bachofen: Mitología arcaica y derecho materno, Edición de Andrés Ortiz-Oses, Anthropos Editorial del Hombre, Barcelona 1988.
[8] Idem.
[9] En el análisis semiótico, que hace de la parábola, El Grupo de Entrevernes, se muestra cómo el padre asume funciones maternales. Refiriéndose al momento del reencuentro o de la acogida al hijo en su vuelta, se dice: “Como dicho papel es asumido a menudo por un personaje de madre, podemos considerar la compasión, los besos y el reparto de los bienes (participación en la tierra familiar nutricia) como elementos figurativos de papel materno”. Grupo de Entrevernes: Signos y parábolas, Semiótica y Texto Evangélico, Ediciones Cristiandad, Madrid 1979.
[10] Karen Jo Torjesen: Cuando las mujeres eran sacerdotes, Ediciones El Almendro, Córdoba 1996
[11] Marena Briones Velastegui: La falsedad del discurso jurídico, Revista FEMPRESS, tomado de Internet.
[12] Luisa Muraro: El orden simbólico de la madre, Editorial horas y HORAS, Madrid 1984.
[13] Manuel Alcalá: Los evangelios de Tomás el Mellizo y María Magdalena, Ediciones Mensajero, Bilbao 1999.
[14] Marlene Nourbese Philip: Discurso sobre la lógica del lenguaje, Citado por Elizabeth Russell, La evocación de la frase maternal, en: AA. VV. Escribir en femenino, Editorial Icaria, Barcelona - 2000
[15] José Luis Carabias: El Dios de Jesús, EDYCAY, Cuenca 1985.
[16] Juliana de Norwich: Envueltos en amor, Editorial PPC, Madrid 1999.

Opción por los Pobres = Opción por la Justicia (Nicaragua)


Resumen

Debido al irrefutable fundamento bíblico, evangélico y teológico de la «opción por los pobres» -marca registrada de la teología latinoamericana de la liberación-, y dada la fuerza de su propia evidencia interna, la única posibilidad de combatirla ha sido la estrategia de desnaturalizarla, convirtiéndola en «preferencial» y pretendiendo que su fundamento fuese la «Gratuidad» de Dios, con lo que resultaría susceptible de ser desplazada al campo de la caridad asistencialista políticamente conservadora. Algunos teólogos de la liberación parecen haberse acomodado a esa estrategia. El autor la denuncia y muestra que la opción por los pobres es no es preferencial sino alternativa y exclusiva, y que no se basa en la Gratuidad de Dios sino en su Justicia.

Situación de la cuestión
 
Siempre dijimos que la OP[1] se fundamenta en Dios mismo, en el ser de Dios, y que tiene por tanto naturaleza «teocéntrica»[2]: de alguna manera, podemos decir que Dios mismo hace opción por los pobres[3], Dios «es» opción por los pobres. Y era un consenso universalmente sentido que esta OP se basaba precisamente en el Amor-Justicia del Dios bíblico y cristiano[4].
Sin embargo, con el advenimiento de la «crisis de la TL», algunos autores suavizaron su discurso sobre la OP, prefiriendo abandonar la perspectiva del Amor-Justicia[5] y sustituyéndola casi completamente por la de la «gratuidad» de Dios como fundamento de la OP. En este nuevo planteamiento, Dios, simplemente «prefiere» a los pobres, tiene una «debilidad» misericordiosa, una «ternura» incontenible hacia ellos, y a este hecho no habría que buscarle muchas razones, precisamente por ser «gratuito».
La OP resultaría ser una especie de «capricho» de Dios, hacia los «pequeños, los débiles, los insignificantes». De éstos sería de quienes hoy habría que hablar, y no ya de «los pobres» en el sentido fuerte[6] del discurso clásico, que hoy estaría ya sobrepasado. La misma teología de la OP debería desvincularse del tema fuerte de la Justicia y ser adjudicada al tema suave de la gratuidad.
Mi tesis es que este corrimiento o desplazamiento del acento desde la Justicia hacia la Gratuidad de Dios como fundamento de la OP deteriora y finalmente malversa dicha opción -consciente o inconscientemente-, al convertirla en una simple "preferencia", un "amor preferencial", una simple prioridad de orden en la caridad[7], dejando de ser una verdadera «opción», una toma de partido disyuntiva y excluyente, como una opción fundamental, fundada para nosotros en la misma naturaleza de Dios.
No niego que tenga algún sentido afirmar que «Dios tiene una preferencia gratuita por los pequeños y los débiles»; pero sostengo que tal «preferencia» no puede ser identificada en un sentido preciso con la OP, ni mucho menos puede ser puesta como fundamento de la misma. Confundir la OP con esa «preferencia de Dios hacia los pequeños y los débiles», o con el llamado «amor preferencial por los pobres», y aplicarle el mismo nombre de OP, es ser víctima de la confusión, o ceder ante la estrategia de quienes han intentado resignificar y ocupar el término OP para despojarlo de su contenido propio. La OP original y clásica latinoamericana, la típica de la teología y la espiritualidad de la liberación, la OP por la que murieron nuestros/as mártires, y que también nosotros consideramos «firme e irrevocable», es otra, y debe ser distinguida de cualquier sucedáneo. Una fidelidad valiente y lúcida debe rechazar consciente y explíticamente esta pretendida fundamentación de la OP en la «gratuidad» de Dios. Es lo que quiero ayudar a aclarar tratando de reencuadrar teológico-sistemáticamente la naturaleza misma de la OP.
 
Primera tesis: En sentido estricto, Dios ama sin preferencias ni discriminaciones
 
Afirmar lo contrario sería, en buena parte, un antropomorfismo.
Dios quiere y ama a todos/todas por igual, con un amor tan peculiar para cada persona, y a la vez tan infinito, que no hay posibilidad de cuantificaciones ni de comparaciones en ese amor. Toda persona puede sentirse amada infinitamente por Dios, y nadie debe sentirse «preferido» o discriminado positiva ni negativamente. No es posible hablar seriamente de «amores preferenciales» de parte de Dios respecto a algunos seres humanos frente a otros. Lo exige la suprema dignidad de la persona humana y la ecuanimidad infinita de Dios. Y todo lo que se aparte de aquí, sólo pueden ser formas inadecuadas de hablar, "demasiado humanas", antropomorfismos.
Dios no tiene parcializaciones, ni «acepción de personas». No las tiene por motivos de raza, ni de color, género o cultura… Dios ama a todas sus creaturas, con amor realmente «incuantificable e incomparable», en el que no caben preferencias ni discriminaciones.
 
Segunda tesis: Dios opta por la Justicia, no preferencialmente, sino alternativa y excluyentemente
Hay sin embargo un campo en el que Dios es necesariamente radical e inflexiblemente parcial: el campo de la justicia. Ahí Dios se pone de parte de la justicia y en contra de la injusticia, sin la menor concesión, sin la menor «neutralidad», y sin simples "preferencias": Dios está contra la injusticia y se pone del lado de los «injusticiados» (las víctimas de la injusticia[8]). Dios no hace ni puede hacer una opción «preferencial» por la justicia[9]: sino que opta por ella posicionándose radicalmente contra la injusticia y asumiendo de una manera total la Causa de los injusticiados.
Esta opción de Dios por la Justicia no se fundamenta en su «gratuidad», ni es una especie de «capricho» divino que pudiese haber sido de otra manera o simplemente no haber sido, como si la sanción divina de la justicia obedeciese a un simple voluntarismo ético[10].
La opción de Dios por la Justicia se fundamenta en su mismo ser: Dios no puede ser de otra manera, no podría no hacer esa opción sin contradecirse y sin negar su propio ser. Porque Dios es misericordia[11], Dios es, "por naturaleza", opción por la Justicia, y esa opción no es gratuita (sino axiológicamente inevitable), ni contingente (sino necesaria), ni arbitraria (sino fundada per se en el mismo ser de Dios), ni «preferencial» (sino alternativa, exclusiva y exluyente[12]).
 
Tercera tesis: La OP es opción por los «injusticiados»
El concepto «pobres», como parte de la expresión «opción por los pobres», ha causado cierta confusión. En efecto, si la opción es «por los pobres», explicablemente sobreviene la tentación de situar en la «pobreza» el fundamento de tal opción, ya sea identificando falsamente pobreza con santidad (lo cual se obvió desde el principio), o reelaborando metafóricamente el concepto de «pobreza» en diferentes direcciones[13], o derivándolo hacia cualquiera de los grupos que en el AT parecen ser objeto de una «preferencia» de parte de Dios (los «débiles y pequeños»…), o por otros muchos caminos[14].
Se podrá evitar estos desvíos si se trae a luz el papel teológico que el concepto de «pobres» juega concretamente en la expresión «opción por los pobres». Teológicamente hablando, «pobres» funge ahí exactamente como «injusticiados». Porque Dios no opta por los pobres en cuanto pobres (materiales, económicos), sino en cuanto «injusticiados». La pobreza económica no es por sí misma una categoría teológica, sino la injusticia que puede darse en esa pobreza económica. Teológicamente considerada, la «opción por los pobres» es en realidad «opción por los injusticiados»[15]. Si se llama opción «por los pobres», ello se debe a que, quoad nos, los pobres (económicos) son el primer analogado de la injusticia y su expresión máxima o por antonomasia.
Hablando con precisión teológica, los destinatarios de esta OP no pueden ser identificados sin más como los «pobres económicos» por sí mismos, ni los «pobres que son buenos», ni los que son «pobres en algún sentido», o los que tienen «espíritu de pobres»... (delimitaciones todas ellas muy lábiles, resbaladizas, a causa de los juegos metafóricos del lenguaje), sino los «injusticiados», sean pobres económicos o no, metafóricos o no.
Por el contrario: los «pequeños y los débiles», o sea, todos aquellos cuya «pobreza» no puede ser medida en términos de injusticia[16], no deben ser identificados como destinatarios netos de la OP, sino por extensión metafórica. Pueden ser objeto de una «ternura especial» y gratuita por parte de Dios y nuestra, pero este sentimiento y esta actitud no deben ser confundidas con la OP
Toda problemática humana que sea convertible en injusticia –aunque no tenga que ver con la «pobreza» en sentido literal o económico- es objeto de la OP (porque ésta es opción por la justicia). Así, la discriminación étnica, de género, cultural… como formas de injusticia que son, y aunque no se den junto con situaciones de pobreza económica, son objeto de la OP. No lo son por ser formas de pobreza -que no lo son-, sino por ser formas de injusticia.
La opción por la cultura despreciada, por la raza marginada, por el género oprimido… no son opciones diferentes de la OP, sino concreciones diversas de la única «opción por los injusticiados», a la que llamamos OP.
 
Cuarta tesis: La esencia teológico-sistemática de la OP y su fundamento es la opción de Dios por la Justicia. 
 
Teológicamente hablando, en sentido dogmático-sistemático, la verdadera naturaleza de la OP, es la opción de Dios por la Justicia. La «radiografía teológica» de la OP, el fundamento sobre el que se sostiene, lo que en realidad la constituye, es la opción de Dios por la justicia[17].
Si se ignora su relación con la justicia y se la emparenta con una simple «voluntad gratuita» de Dios, la OP se extravía por caminos que la desvirtúan, la mixtifican y desnaturalizan, acabando por convertirla en un simple "amor preferencial", o una opción opcional, facultativa, gratuita, arbitraria, contingente, desvinculada de la justicia, reducida a «caridad» o beneficencia.
La OJ de Dios es mayor que -y anterior a- lo que la TL latinoamericana captó y expresó como OP. La OP no es sino una captación -importante pero no agotadora de la totalidad- de esa opción de Dios por la justicia. La OP es una forma nuestra de percibir, de expresar y de asumir esa opción de Dios por la Justicia
«Opción por los pobres» es un nombre pastoral, histórico, escogido en función de su inteligencia inmediata. Pero, teológico-sistemáticamente considerada, es decir, atendiendo a su esencia teológica más profunda, la OP «es» opción por la justicia y el nombre que mejor expresaría su naturaleza teológica sería el de «opción por los injusticiados»[18]. No abogamos por un cambio de nombre; simplemente llamamos la atención sobre el hecho de que el nombre no coresponde a lo que sería una «definición esencial»[19] de la OP. 

Quinta tesis: Como opción por la justicia que es, la OP no es preferencial, sino disyuntiva y excluyente. Por el contrario, la OPP es simplemente una prioridad y ni siquiera es una «opción». 
 
La OP es una toma de posición espiritual, integralmente humana, y por tanto también social y política, a favor de los pobres en el marco del conflicto social histórico, y por eso es una opción disyuntiva y excluyente[20], que exige tomar partido a favor de unos y en contra de otros[21].
La «opción (no preferencial) por los pobres» (OP) pertenece al campo de la justicia y se fundamenta en la opción misma de Dios por la justicia. Por el contrario, la «opción preferencial por los pobres» (OPP) pertenece a ámbito de la caridad[22] y puede ponerse en relación con la gratuidad de Dios. La OP no tiene aplicabilidad ante las pobrezas naturales. La OPP, por el contrario, sólo tiene validez para las pobrezas naturales.
La OP ve la pobreza como una injusticia a erradicar mediante el amor político y transformador, mediante una praxis social, como acto de justicia. La OPP, por su parte, ve la pobreza como algo lamentable pero tal vez natural, como algo que simplemente hay que compensar con actos de generosidad gratuita, asistencialmente.
La «preferencialización» de la OP, o sea, el desplazamiento o la sustitución de la OP mediante la OPP, funge como un ocultamiento de las coordenadas de la justicia para mirar la realidad sólo desde la perspectiva de la beneficencia o el asistencialismo. O como la reducción del amor cristiano a una misericordia privatizada y una solidaridad espiritualizada. Un cristianismo con OPP pero sin OP es funcional a cualquier sistema injusto. La oposición a la OP -y en general, a la teología y espiritualidad de la liberación en cuyo seno aquella nació- ha fungido como el principal objetivo de quienes han intentado revertir la renovación posconciliar de la teología y la espiritualidad latinoamericanas con Medellín y Puebla, y como la vuelta a una Iglesia que legitima del sistema capitalista y neoliberal que también hostilizó frontalmente a la Iglesia de la liberación latinoamericana y a sus innumerables mártires.
Aplicado a la OP, el adjetivo «preferencial», al implicar una relación de simple prioridad entre términos exentos de disyuntiva o mutua exclusión, desnaturaliza la OP, convirtiéndola en una simple prioridad o preferencia de orden y al negar la posibilidad de una opción radical por uno de los términos sometidos a relación de preferencia. Por eso, rigurosamente hablando, la OPP no es OP, sino, como han han expresado sus teóricos, un simple «amor preferencial» o una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana». Es una prioridad, y ni siquiera es una «opción», en el sentido fuerte de la palabra[23]. La adición del adjetivo «preferencial» ha fungido en muchos casos como «caballo de Troya» que ha introducido en la OP el germen de su misma desnaturalización. Afortunadamente, son muchos los que han adoptado sólo externamente el uso del adjetivo, por las presiones del entorno, sin abandonar interiormente la comprensión y la vivencia radical de lo que es la genuina naturaleza de la OP, no preferencial, exclusiva y excluyente.
 
Aplicaciones y corolarios
OP: transcendental al nivel de la norma normans
 
En su sentido teológico-sistemático (antes pues, o más allá de su aplicación concreta a mediaciones no teológicas, y bien distinguida de éstas), la OP es un transcendental que sobrepasa y atraviesa las dimensiones teológicas y pertenece esencialmente a la misma imagen del Dios bíblico y cristiano. Nuestro Dios «es» -por lo más nuclear de la revelación bíblica[24] y cristiana, y por sí mismo- opción por la justicia[25], con absoluta precedencia y con total independencia de toda escuela teológica o de cualquier carisma o espiritualidad en la que nos movamos. En esta calidad, la OP no es susceptible de ser normada por dimensiones subalternas[26] (se sitúa en el nivel máximo de la norma normans); y, percibida en conciencia, ha de ser obedecida como en obediencia a Dios mismo, con disposición de espíritu para la prueba del amor mayor.
En este mismo sentido, la OP no es una «teoría» de la teología latinoamericana de la liberación, sino una dimensión transcendental del cristianismo, dimensión que esa teología ha tenido el mérito de redescubrir -para el cristianismo universal- como vinculada a la esencia misma de Dios. Este re-descubrimiento es efectivamente «el mayor acontecimiento de la historia del cristianismo en los últimos siglos»[27], y marca un antes y un después, imborrable y sin retorno, para aquéllos para quienes la OP ha sido una experiencia espiritual de conversión al Dios de los pobres. La OP ha de ser considerada como «firme e irrevocable» y como una «nota de la verdadera Iglesia».
 
Pobreza, riqueza e injusticia 
 
Respecto a la identificación de la OP como opción por la justicia, podemos hacer alguna prolongación en lenguaje más aplicado.
• Si la pobreza de una persona o grupo es debida a que ha sido víctima de la injusticia[28] -y en esa medida-, Dios está de parte de ese pobre, contra su pobreza, y contra los causantes de esa pobreza-injusticia. Y lo está, necesariamente, de un modo «excluyente» de la injusticia de los injustos, y no simplemente con una «opción preferencial no excluyente». 
Si se trata de alguna «pobreza» que no tenga que ver con la justicia («pobrezas naturales», de raza, de género, de cultura…) Dios no hace discriminaciones a ese respecto, ni «prefiere» en ese campo a nadie. Dios no prefiere ni posterga a ninguna raza o género o cultura por sí mismos.
• Si la riqueza de una persona o grupo implica injusticia -y en esa medida-, Dios está decididamente contra esa riqueza, contra el modo de vida que la genera, porque Él está de parte de los que sufren las consecuencias de la injusticia y en contra de los que la causan. Y está en esa actitud de un modo necesario y de un modo que excluye esa injusticia, y no con una opción sólo «preferencial hacia el pobre» pero no radicalmente excluyente del «modo de vida del rico»[29] que produce esa injusticia.
Si hay alguna riqueza que no tiene que ver con la injusticia (cualidades psicológicas, género, dones corporales y/o espirituales, azar…) Dios no hace ahí discriminaciones: ni prefiere ni posterga a nadie.
Dicho de otra manera:
• Si en la realidad social sólo vemos personas blancas o negras, pequeñas o grandes, fuertes o débiles, significantes o insignificantes…  (es decir, diferencias simplemente naturales, no dialécticas, no conflictivas, no políticas[30]), sólo podremos llegar a pensar que Dios tiene alguna «preferencia» concretamente hacia los pequeños, débiles, insignificantes… pero no una «opción» o toma de partido excluyente (porque esto sería injusto de parte de Dios). El fundamento de esa «preferencia», efectivamente, podría ser la «gratuidad» de Dios, y la acción que postularía de parte nuestra sería la beneficencia, la limosna o el asistencialismo. Este es el caso de la OPP.
• Si en la realidad social somos capaces de ver personas empobrecidas por otras enriquecidas[31], razas dominantes frente a culturas dominadas, un género opresor frente a otro oprimido… podemos llegar a la captación de la evidencia de que Dios ahí no puede tener simples «preferencias», sino que toma verdaderas «opciones» y «se pone de parte de» los injusticiados y «en contra» de la injusticia, y esa opción de Dios es radical, disyuntiva y excluyente de la contraria. Su fundamento teológico no es la gratuidad de Dios, sino su Justicia, y, consecuentemente, conlleva hacia nosotros la exigencia de una «opción» semejante: radical, disyuntiva, exclusiva, con implicación de opción por un lugar social, y con un compromiso de praxis de transformación histórica. Es el caso de la OP.
 
El concepto de justicia como mediación 
 
Lógicamente, los principios teológicos están obligados a pasar necesariamente por el filtro ulterior de diversas mediaciones filosóficas, sociológicas y hasta políticas, a la hora de ser puestos en práctica sobre la arena de la realidad.
Por ejemplo: el concepto mismo de «justicia», con todas sus implicaciones filosóficas, sociológicas, políticas y hasta culturales, será una mediación especialmente influyente en el campo de esta «opción por los pobres». Hay un concepto capitalista de justicia, hay otro socialista, hay otro neoliberal, hay otro imperialista… Las personas estamos influenciadas por uno u otro según el «lugar social» que ocupamos, o por el que optamos. Para quien la justicia sea simplemente «dar a cada uno lo suyo», un mundo de extremas desigualdades puede parecer justo si -por ejemplo- sólo valora la actual legalidad de la propiedad privada absolutizada. No se lo parecería a ninguno de los Padres de la Iglesia, ni a quien haga suyo el concepto de justicia social distributiva y democrática de la la doctrina social de la Iglesia, porque estas personas operan con un concepto de justicia muy diferente.
En este sentido, a pesar de referirnos teóricamente a un mismo Dios, y a pesar de aceptar tal vez como evidente su opción por la justicia, la visión de la voluntad de Dios sobre el mundo puede ser diversa o hasta contraria en unos cristianos y en otros. ¿Dónde está el origen de esa discrepancia?
Podría no estar en el concepto mismo que tengamos de Dios ni de su Proyecto o Voluntad, sino en el concepto de justicia con el que construimos nuestros juicios morales. El origen puede estar en el juicio moral que, desde el concepto de justicia de cada quien, hacemos sobre la pobreza y la riqueza y sobre los mecanismos sociales o estructuras que las generan o producen, sea que los juzguemos como naturales o como históricos, como fatales o como corregibles, como casuales o como causadas, culpables o inculpables, estructurales o coyunturales, producto esencial del sistema perverso o subproducto accidental negativo de un sistema social no necesariamente negativo…). Así, por ejemplo:
-a quien la actual división tan desigual de la riqueza en el mundo (la famosa «copa de champán» de los informes del PNUD) le parezca «natural», pensará también -con buena lógica- que Dios no se pronuncia sobre ella, o que solamente nos exhorta a la limosna, a la beneficencia, a la gratuidad generosa… para paliar esas lamentables diferencias «naturales»…
-a quien, por el contrario, le parezca que tal división del mundo es injusta y pecaminosa, le parecerá -también con buena lógica- que Dios está irritado con ella y que desea ardientemente que sea abolida, y que quiere que le ayudemos a combatir ese injusto desorden con un compromiso radical por la justicia;
-a quien piense que esa situación del mundo es el mayor drama de la humanidad actual... le parecerá también que su superación urgente expresa la mayor y más apremiante voluntad de Dios;
-a quien considere que el neoliberalismo es inocente, o que es «el menos malo de los sistemas»... le parecerá que Dios quiere que lo apoyemos, o incluso que lo «mejoremos» en algunas de sus «deficiencias accidentales».
-a quien, por el contrario, le parezca que el neoliberalismo es injusto, o incluso la mayor injusticia, la más estructural, le parecerá que Dios quiere que combatamos esta estructura de pecado lo más denodadamente posible.
Según esto, parecería claro que el problema teológico se enruta hacia la discusión y el análisis de las mediaciones, y que las discrepancias se situarían no en el nivel propiamente teológico de los principios, sino en el nivel prudencial de las mediaciones. Sin embargo, esto es sólo la mitad de la verdad, porque nuestro concepto de justicia forma parte de nuestra elección de Dios. «Dime qué entiendes por justicia, y te diré cuál es tu Dios». Dime en qué justicia crees y te diré a qué Dios adoras.
Solemos pensar que nuestro concepto de justicia nos viene del Dios creído, pero también lo contrario es cierto: sólo creemos en el Dios que cabe en nuestro concepto de justicia[32]. La opción más fundamental[33] de nuestra vida puede ser aquella por la que optamos por un concepto u otro de justicia, justicia que es a la vez nuestra utopía para el mundo. Nuestra imagen de Dios es hija de la opción por la que elegimos nuestro concepto de justicia y su correspondiente utopía para el mundo. Y viceversa: muchos no llegan a asumir un concepto utópico de justicia porque previamente han hecho la opción por el Dios del egoísmo y de sus riquezas.
La OP es pues a la vez una opción por Dios (de los pobres) y una opción por la Justicia utópica (del Reino). La «opción por los ricos» es a la vez una renuncia al Dios de los pobres y una opción por una justicia resignada al egoísmo. La pción por los pobres o por los ricos, la justicia utópica y la justicia resignada, y el Dios de los pobres o su rechazo, están mutuamente implicados en un círculo hermenéutico. La obediencia a Dios nos la jugamos no en una relación directa hacia Dios, sino en la elección de un ideal de justicia utópica o de una justicia resignada[34]. Principios y mediaciones están más mutuamente implicados que lo que parecería. Dios es justo, y la justicia es divina. La opción por los pobres es a la vez un acto de fe en el Dios de los pobres y una opción ética y humanizante por la justicia (la de los pobres y la de Dios simultáneamente). Por su parte, la opción por el egoísmo es a la vez una injusticia y un rechazo de(l) Dios (de los pobres). Y volvemos al principio: Dios y la OP no se pueden separar, porque la OP se fundamenta en Dios mismo, en Su Justicia. La gratuidad de Dios es otro tema.
 

 
 
 

[1] Utilizaremos las siguentes referencias formalizadas: OP = opción por los pobres; OPP = opción preferencial por los pobres; OJ = opción por la justicia; TL = teología de la liberación.
[2] «Digámoslo con claridad: la razón última de esa opción está en el Dios en quien creemos. (...) Se trata para el creyente de una opción teocéntrica, basada en Dios». Gustavo GUTIERREZ, El Dios de la Vida, «Christus» 47(1982)53-54, México; La fuerza histórica de los pobres, Lima 1980, págs. 261-262.
[3] «Dios se revela como quien hace una opción por los pobres y esa opción es mediación esencial de su revelación»: Jon SOBRINO, voz Opción por los pobres en FLORISTÁN-TAMAYO, Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, pág. 899.
[4] A pesar de ser una obviedad, véase la tesis doctoral de Julio LOIS, Teología de la Liberación: Opción por los pobres (IEPALA, Madrid 1986) que estudia la OP en varios de los principales teólogos de la liberación del período clásico.
[5]  Un caso claro puede ser el de Gustavo Gutiérrez. En una ponencia pronunciada ante Ratzinger, afirma: «La temática de la pobreza y la marginación nos invita a hablar de justicia y a tener presente los deberes del cristiano al respecto. Así es en verdad, y ese enfoque es sin duda fecundo. Pero no hay que perder de vista lo que hace que la opción preferencial por los pobres sea una perspectiva tan central. En la raíz de esa opción está la gratuidad del amor de Dios. Este es el fundamenteo último de la preferencia» A partir de ese momento ya no vuelve a aparecer la palabra «justicia» en su disertación y toda la OP gira en torno a la «gratuidad». Cf. Una teología de la liberación en el contexto del tercer milenio, en VARIOS, El futuro de la reflexión teológica en A.L., CELAM, Bogotá 1996 pág, 111. No se trata de un texto aislado, sino, en mi modesta opinión, de una perspectiva suavizada común en la teología de la OP de Gustavo hace más de una década; cfr Pobres y opción fundamental, en Mysterium Liberationis, UCA Editores, San Salvador 1991, 303ss, 310.
[6] Pobres que eran una realidad «colectiva, conflictiva y socialmente alternativa»: C. BOFF, ¿Quiénes son hoy los pobres, y por qué?, en J.PIXLEY-C.BOFF, Opción por los pobres, Paulinas, Madrid 1986, 17ss.
[7] Un amor igual para todos pero que empieza por los pobres y continúa por los ricos, sin hacer entre ellos ninguna diferencia; un «amor igualitario pero con un orden de prioridad», simplemente.
[8] Con una palabra más metafórica, originariamente neotestamentaria, Ellacuría y Jon Sobrino hablan de «los crucificados» de la historia.
[9] Quien opta «preferencialmente» por la justicia, opta también, aunque sea menos preferencialmente, por la injusticia. En el dilema de justicia e injusticia no hay «simples preferencias» posibles: la opción está ante alternativas de una disyuntiva excluyente.
[10] Recordemos la posición teológica medieval (el «voluntarismo ético») de quienes sostenían que el orden moral actual no era necesario sino contingente, y que obedecía a una voluntad positiva y gratuita (arbitraria) de Dios. El orden moral -sostenía esta doctrina- hubiera podido ser otro, incluso el contrario al actual, si Dios así lo hubiese querido en un inescrutable designio arcano de su voluntad.
[11] Cfr. Jon SOBRINO, El principio misericordia, UCA Editores, San Salvador 1992. La relación entre la misericordia y la justicia la ve así GONZÁLEZ FAUS: el hambre de justicia es expresión primera de la misericordia, y ésta es razón última de la justicia; cfr VARIOS, Religiones dela tierra y sacralidad del pobre, Sal Terrae, Santander 1997, pág. 15.
[12] VIGIL, J.M., Opción por los pobres, ¿preferencial y no excluyente?, en Sobre la opción por los pobres, Sal terrae, Santander 1991, pág. 57ss. Ediciones también en Nicaragua (Editorial Nicarao 1991), Chile (Rehue 1992), Colombia (Paulinas 1994), Ecuador (Abya Yala 1998), Italia (Citadella 1992), Brasil (Paulinas 1992).
[13] Como cuando se argumentaba que los ricos eran los verdaderos pobres (pobres en riquezas espirituales, de las que los pobres materiales eran muy ricos)… Se llegó a verdaderos juegos de palabras o malabarismos conceptuales para no entender lo obvio. Casaldáliga dió testimonio poético de ello en sus Bienaventuranzas de la conciliación pastoral: Bienaventurados los ricos, / porque son pobres de espíritu. / Bienaventurados los pobres, / porque son ricos en Gracia. / Bienaventurados los ricos y los pobres, / porque unos y otros son pobres y ricos. / Bienaventurados todos los humanos, / porque allá en Adán, son todos hermanos. / Bienaventurados, en fin, / los bienaventurados / que, pensando así, / viven tranquilos… / porque de ellos es el reino del limbo.
[14] Pobreza de espíritu, pobres de Yavé, virtud de la pobreza, anawin, infancia espiritual…
[15] «Opción por los injusticiados» es una expresión precisa, que escapa a la posibilidad de ser mistificada o metaforizada.
[16] Como es el caso de las pobrezas «naturales», no históricas, sin culpa de nadie.
[17] «La OP concretiza el 'amor’ de Dios -su última definición- como justicia que sale en favor del oprimido»: J. SOBRINO, ibid., pág. 890.
[18] Por eso los nuevos sujetos no necesitan una «opción» por la mujer, el/la indígena» o afro… sino que la misma opción por los «injusticiados» incluye a todos/as ellos/as.
[19] «Definición esencial», al decir de la lógica clásica, es aquella que no sólo discrimina adecuadamente su objeto, sino que lo hace en referencia a su esencia (y no, por ejemplo, en base a un «propio» o a un conjunto de accidentes suficientemente discriminante).
[20] VIGIL, J.M., ibid.
[21] «Pobres y empobrecedores, oprimidos y opresores, reino y antirreino, Dios de la vida e ídolos de muerte… ambos tipos de realidades están en conflicto y en lucha, y la opción por uno es opción contra otro»: Jon SOBRINO, ibid., pág. 891.
[22] O de las clásicamente llamadas «obras de misericordia»; por ello, la OPP puede ser llamada con propiedad, efectivamente, «amor preferencial por los pobres». Eso es lo que es. La OP es otra cosa.
[23] El acto por el que una persona hace su OP o elige su lugar social participa del carácter antropológico existencial que tiene la llamada «opción fundamental».
[24] Dios no tiene favoritismos (Rom 2, 11). El Soberano de todos no hace diferencia entre las personas y no hará caso a la grandeza (Sab 6, 7). Un juicio implacable espera a los podersos; el pequeño tiene disculpas y merece compasión, pero los poderosos serán castigados severamente. El creó a los grandes y a los pequeños y de todos cuida por igual. Los poderosos serán examinados con más rigor. (Sab 6, 6.7b.8). Maestro, sabemos que eres justo y que no tienes acepción de personas… (Mt 22,16). El ser humano mira las apariencias, pero Yahvé mira el corazón… (1 Sm 16, 7).
[25] «La lucha por la justicia es como otro nombre del Dios del Antiguo Testamento y del Dios de Jesús»: Rufino VELASCO, La Iglesia de Jesús, Verbo Divino, Estella 1992, 33.
[26] Eclesiásticas o disciplinares por ejemplo.
[27] «Personalmente opino que con la opción preferencial por los pobres se ha producido la gran y necesaria revolución copernicana en el seno de la iglesia, cuyo significado desborda el contexto eclesial latinoamericano concierne a la Iglesia universal. Sinceramente, creo que esta opción significa la más importante transformación teológico-pastoral acaecida desde la Reforma protestante del siglo XVI». L. BOFF, citado por Julio LOIS, en Teología de la liberación: Opción por los pobres, IEPALA, Madrid 1986, 193.
[28] Es lo que se quería decir con la preferencia del adjetivo dinámico «empobrecidos» (como dinámico es también el concepto de «injusticiado») sobre el nombre estático de «pobres».
[29] Por «modo de vida del rico» entendemos todo lo que implica el rico -excepto su persona misma-: su estilo de vida, su papel social, la Causa a la que objetivamente sirve, su lujo, su explotación de los pobres, su participación en el sistema que los explota…
[30] Ya sea porque así son efectivamente o porque así las queremos mirar
[31] Adviértase el carácter dinámico, activo y procesual de los adjetivos.
[32] SOBRINO llega a decir que «la OP es necesaria para comprender la revelación»: ibid., pág. 885.
[33] Juan Luis SEGUNDO dice que la opción por los pobres funge como una «fe antropológica», como una «apuesta», algo muy cercano a la «opción fundamental». Cfr La OP como clave hermenéutica para entender el Evangelio, en la Revista Electrónicca Latinoamericana de Teología, RELaT, http://servicioskoinonia.org/relat/118.htm
[34] Casaldáliga expresaba el conflicto entre los dos dioses y las dos justicias en su poema «Equívocos»: Donde tú dices ley / yo digo Dios. / Donde tú dices paz, justicia, amor, / ¡yo digo Dios! / Donde tú dices Dios, /¡yo digo libertad, / justicia, / amor!

La crisis de la religión en la cristiandad



1. Existencia de la crisis
No voy a tratar de eventuales crisis en otras religiones, lo que supondría un desarrollo mucho más extenso. Quiero restringirme a la crisis dentro de la cristiandad.
Dentro de cristiandad la crisis de la religión está llegando a su punto culminante en Europa, y ya alcanzó un nivel bien alto en América. Esta crisis tiene raíces muy antiguas. Con el triunfo de la escolástica en el siglo XIII era posible pensar que la cristiandad estaba establecida sobre fundamentos muy firmes. Había eliminado la amenaza de Joaquim de Fiori, y había reprimido a sangre y a fuego la herejía albigense. La ortodoxia reinaba. Es verdad que los mismos actores que crearon esa escolástica no se sentían tan seguros, porque tuvieron que luchar contra fuerzas más conservadoras. Pero estaban animados por un optimismo muy grande. Con el descubrimiento de la filosofía griega, tenían la impresión de haber redescubierto el mundo y de haber colocado ese mundo dentro de un sistema cristiano. Animados por ese optimismo pudieron crear una obra capaz de resistir durante siglos. De hecho ella proporcionó a la Iglesia romana un sistema intelectual y social completo con el cual esa Iglesia se hallaba capaz de gobernar el mundo entero.
Sin embargo, desde el siglo XIV aparecen las primeras fisuras, las primeras dudas y las primeras contestaciones. Los primeros autores fueron los místicos y las místicas con los Espirituales franciscanos. Roma reaccionó. La Curia romana sentía muy bien que sin la escolástica, estaría perdiendo el sistema que le permitía gobernar el mundo o, por lo menos, la Iglesia. Comenzó una era de sospechas de herejías y de condenaciones que hizo de la Curia romana el centro de una Inquisición vigilante que persiste hasta hoy, a pesar de los deseos de Juan XXIII.
Todos los que ponían en duda el sistema elaborado intelectualmente por la escolástica fueron tratados como sospechosos o sencillamente como herejes. Durante 200 años los llamados herejes eran pocos y débiles. Fue posible reprimir el movimiento de contestación. Los herejes del siglo XIV y del siglo XV todavía eran débiles y no creaban ningún peligro para el sistema. Anunciaban crisis mucho más fuertes a largo plazo.
Entonces, a principios del siglo XVI se dio la explosión del protestantismo que comenzó a convencer rápidamente el público letrado de las ciudades. El partido humanista y erasmiano pensaba que se podía rehacer la unidad de la cristiandad mediante concesiones sobre las posiciones más fuertes de los “protestantes”. Pero los Papas y los jesuitas pensaban que era posible reconquistar toda la cristiandad por medio de las misiones y sobre todo por medio de los ejércitos católicos de España y del Imperio de los Habsburgos. En lugar de un concilio de Reforma hubo un concilio de Contrarreforma, el Concilio de Trento. Fue el concilio de la ruptura, de las condenaciones y del rechazo a todos los pedidos de los reformadores. La aplicación de Trento fue más agresiva todavía, y cortó toda posibilidad de diálogo.
La estrategia de Trento fracasó, en cuanto que no se logró reconquistar la mitad perdida de Europa. En lugar de la unidad, cada mitad de la cristiandad se transformó en máquina de guerra contra la otra mitad. Fue más de un siglo de guerras de religión.
Las terribles guerras de religión del siglo XVII tuvieron un fin imprevisto, pero, a la luz de la historia, previsible. Desembocaron en una crisis general de la cristiandad. En las élites intelectuales fue se implantando de modo cada vez más firme la convicción de que la religión era factor de guerra y que no podía proporcionar el fundamento de una sociedad pacífica. Era necesario expulsar la religión de la vida pública y contenerla dentro de la vida privada de cada individuo.
La cristiandad estaba virtualmente muerta. La jerarquía católica no aceptó esta nueva situación. En los siglos XVIII y XIX la mayoría de la población era todavía rural y fiel a su catolicismo tradicional, sometido completamente al poder del clero. Los campesinos iban a proporcionar al clero las tropas necesarias para defender un puesto importante en la vida pública. La Iglesia sería el partido “conservador” que trataría de frenar el movimiento de secularización de la sociedad y su propia expulsión de la vida pública. Fueron doscientos años de batallas finalmente todas perdidas. La modernidad racionalista prevaleció y estuvo a la base de una sospecha generalizada contra la Iglesia. Sospecharon que la Iglesia quería reconquistar el poder perdido.
Durante 200 años, Occidente vivió una coexistencia bastante agresiva entre, por un lado, los restos de la cristiandad que trataba de salvar su pasado gracias a su implantación en el mundo rural, y, por otro lado, un nuevo tipo de sociedad que recibió el nombre de “modernidad”, implantado en la clase intelectual y en la nueva industria. Cada sector formaba una nación separada. Había una nación rural y conservadora, y una nación urbana y republicana.
Después de la segunda guerra mundial hubo una época de convivencia más pacífica con la religión, cada vez más contenida en la vida privada, y una modernidad más tolerante. El Concilio Vaticano II fue el reflejo de esa época que daba la impresión de ser el comienzo de una era pacífica. En el Concilio nadie podía adivinar que dos años después iba a suceder una inmensa revolución cultural que debía hacer obsoletas todas las doctrinas conquistadas con tantos esfuerzos. Cuando se llegó a un virtual acuerdo con la República, la democracia y la modernidad, ya estaba lista la revolución en la mente de la juventud, que esperaba la oportunidad histórica.
Llegamos a la década de los 70, anunciada por las revoluciones estudiantiles de 1967 y 1968 (¡mayo de París!). Fue o estallido de una revolución cultural radical. En gran parte, fue una revolución liderada por las mujeres, porque tuvo como primera expresión la gran revolución feminista, con el rechazo del patriarcalismo tradicional y las luchas de las mujeres por la igualdad con los varones en la vida pública y en la familia. Ellas quieren definir su vida en completa libertad y no depender de los varones. Las mujeres mostraron los lazos íntimos entre el patriarcalismo y las grandes instituciones de la modernidad, que reproducían la desigualdad de la antigua cristiandad. Con eso contribuyeron eficazmente para provocar el derrumbe de la sociedad moderna. Quitaron la legitimidad a las instituciones republicanas.
No importa el nombre que se pueda dar a la nueva época. La palabra neo-modernidad tuvo bastante éxito en Europa. No importan los nombres, los hechos hablan por sí mismos.
 En primer lugar, estalló la crisis del racionalismo de la modernidad. Fue el fin de los grandes sistemas racionales que tenían la pretensión de ser una explicación universal, así como lo había sido la teología en la cristiandad. Era el fin de las teologías, de las ortodoxias y el comienzo del pensamiento débil de Gianni Vattimo. La ciencia racionalista tenía la pretensión de ofrecer el verdadero conocimiento de la realidad. Las nuevas críticas de las ciencias mostraron la relatividad de todos los conceptos científicos, que no pueden decir lo que la realidad es, pero proporcionan la capacidad de producir efectos nuevos con los elementos que están a nuestra disposición. La ciencia es funcional, ya no metafísica. No nos revela la realidad del mundo, ya sea del mundo de la materia, ya sea del mundo humano. Tiene valor simplemente operacional. Puede intervenir en los procesos de la materia o de la mente para producir efectos nuevos, más útiles para el género humano.
Con esta evolución restrictiva de la ciencia cayó la metafísica racionalista, la pretensión de conocer la realidad por métodos científicos. Conocer la “esencia” ahora es algo inútil. Lo que se busca es la manera de manejar las fuerzas identificadas para producir los efectos prácticos deseados.
Con esta evolución de la ciencia, la República perdió su fundamento metafísico. No tenía cómo establecer el reino de la razón, ya que la razón como sistema estaba desapareciendo.
La primera consecuencia que apareció claramente en mayo de 1968 fue la deslegitimación de la Universidad y del sistema de enseñaza en general. La tarea de la Universidad era divulgar la modernidad, el racionalismo moderno y proporcionar al Estado republicano los colaboradores que necesitaba. Trataba de divulgar la ideología de la modernidad. La Universidad no enseñaba solamente las ciencias, sino, en primer lugar, la ideología del cientismo, la ideología del racionalismo científico. Todavía hoy día en muchos lugares la Universidad continúa en la misma línea, como si ignorase lo que sucedió en el mundo en los últimos 40 años. No es tanto por convicción, cuanto por falta de otra ideología que pueda reemplazar aquella; por eso, lo hace sin convicción, más bien como un ritual en el que nadie cree.
La gran víctima de la revolución cultural fue el Estado republicano. El Estado había asumido la tarea de organizar una sociedad justa y pacífica, y de ser la expresión de la voluntad de los ciudadanos. El Estado era como el sucesor de la Iglesia, era la Iglesia laica, emancipada, libre, fundada en el derecho y la libertad. El Estado debía ser el gran educador. Los dirigentes del Estado, de los tres poderes de la sociedad democrática, eran como los sacerdotes de la nueva Iglesia laica. Basta con evocar ese pasado para darse cuenta de que el pasado es realmente pasado. Basta con comparar con esa ideología que fue realmente vivida, lo que nuestros contemporáneos piensan hoy de los políticos.
La crítica denunció que el Estado era una pura máquina burocrática, irracional, despótica, autoritaria, arbitraria, y finalmente ineficiente. El Estado sabía organizar las funciones básicas de la sociedad de manera suficiente para que la economía funcionara, pero no tenía nada que ver con una sociedad justa o democrática.
La crítica que se aplica al Estado en general, se aplica también a cada una de sus instituciones para denunciar en ellas la irracionalidad, la arbitrariedad, la destrucción del ser humano tratado como objeto anónimo. Quedan desprestigiados: el Ejército, la gloria del Estado republicano, la escuela de la ciudadanía; la policía queda reducida a la condición de un cuerpo represivo, agresivo, destinado a reprimir la juventud; la cárcel, que debía ser la recuperación del delincuente y que es en realidad una escuela del crimen, destructora de las personalidades humanas.
Todo lo que fue el símbolo religioso de la nueva religión laica está por tierra, rechazado, insultado, objeto de irrisión y de menosprecio. Los símbolos de la República son tratados como fueron tratados antes  los símbolos de la cristiandad.
Algunos pensaron que la ruina del ideal republicano iba a ser la señal de un retorno a la cristiandad. El fin del racionalismo republicano sería la puerta de entrada de la antigua religión. La sociedad que estaba rechazando la herencia liberal estaría volviendo a la religión antigua. La muerte de la ideología racionalista permitiría el renacimiento de la cristiandad. Algunos anunciaban el retorno a la religión. Mostraban algunos fenómenos que les parecían señales de ese retorno. Decían que el siglo XXI sería un siglo religioso y anunciaban tiempos de gloria para la Iglesia.
La ilusión no duró mucho. Las nuevas generaciones de la pos-modernidad no están volviendo a la religión de sus antepasados. Ellos sencillamente la ignoran. No fueron educados en ella y perdieron el conocimiento de sus símbolos. Aun el Padrenuestro es un misterio para ellos, y de las imágenes religiosas de nuestros templos no entienden nada.
Lejos de traer el fin de la crisis de la religión, la pos-modernidad la profundizó. En este momento la crisis de la religión es mucho más radical que en 1970. No sólo en Brasil o en América Latina en general, sino en todo el territorio de la antigua cristiandad.
Lejos de retornar a la religión antigua, la revolución pos-moderna evacúa lo que todavía había de herencia cristiana en la República. Ésta quería ser un substituto de la Iglesia. Ahora bien, nadie quiere un substituto de la Iglesia. Este concepto desapareció. No se quiere ninguna Iglesia, de ningún tipo. La República estaba fundada en un “gran relato”, semejante a una teología, como una teología laica. Hoy en día todo gran discurso es imposible, incomprensible. La República tenía su liturgia propia copiada de la liturgia cristiana laicizada. La nueva sociedad no quiere liturgia ninguna y no acepta ningún símbolo. Sus héroes son los campeones deportivos, las estrellas de la canción o del cine, las reinas de belleza. Nada de eso evoca la religión.
La República enseñaba una moral que era prácticamente la moral tradicional de la cristiandad. La diferencia estaba en que la Iglesia daba a su moral un fundamento revelado y la República de daba como fundamento la naturaleza humana y la conciencia. En la práctica hubo pocos cambios. Ahora bien, la nueva sociedad pos-moderna rechaza todo el sistema moral antiguo: rechaza normas universales como formas de represión del individuo. Estamos ahora mucho más lejos de la moral de la cristiandad.
En cuanto a la organización eclesiástica, lejos de recuperar su prestigio antiguo, el clero se siente marginado. La disminución de la participación en las ceremonias religiosas muestra el declive del poder del clero.
La crisis de la religión existe y no está en vías de solución. El proyecto de restauración de la religión tradicional de la cristiandad mediante algunas reformas superficiales es una pura ilusión. La solución no vendrá de arriba hacia abajo. No será una doctrina intelectual. No será un descubrimiento intelectual. Será un nuevo modo de vivir el evangelio inventado por los laicos, en primer lugar por los laicos del mundo popular, porque los otros tienen poco interés. Podemos tener la seguridad de que las raíces de ese nuevo modo ya están presentes y que el modo adecuado de ser cristiano en la nueva sociedad ya está presente. Nosotros no lo vemos porque no estamos realmente en medio del mundo actual y no lo entendemos.

2. El contexto cultural
Las crisis de la religión clerical de la cristiandad y de la religión racionalista y laica de la República dejaron en la sociedad un vacío inmenso. Este espacio fue ocupado por la economía. Hay una coincidencia histórica entre la crisis de la modernidad y el advenimiento de la sociedad neoliberal.
Podemos preguntarnos si el advenimiento del nuevo capitalismo puro actuó primero y provocó o ayudó a la ruina de la modernidad y de todas sus instituciones, o si la crisis de la modernidad fue lo que permitió el advenimiento del capitalismo en su forma radical tal como existe en la actualidad. Claro está que la crítica al Estado favoreció la sociedad neoliberal que quiere un Estado débil, incapaz de controlar la economía. Por otro lado, el sistema neoliberal triunfó, porque fue adoptado y impuesto por Estados Unidos en forma bastante independiente de la crisis de la modernidad. Pero, a lo mejor, Estados Unidos no habría podido conquistar toda la economía mundial si no se hubiera encontrado con la ayuda de una crítica universal del Estado y con el gran relato social europeo. No importa mucho.
Lo que si esta claro, es que el lugar ocupado en el pasado por la religión, está actualmente ocupado por la economía. La economía define la finalidad de la vida humana, define sus valores, su contenido, sus obligaciones y define su estructura social.
No se trata de una economía en abstracto, sino del sistema económico que conocemos y se presenta como globalización. Esta globalización está basada en la producción de productos cada vez más sofisticados y más caros. La evolución de la tecnología ofrece productos siempre más caros y al alcance de personas que necesitan siempre más dinero. El progreso de la ciencia y de la tecnología consiste en descubrir nuevos bienes y nuevas satisfacciones para una élite que puede pagarlos. Ella exige un a concentración de la riqueza. El motor de la economía son los ricos, que quieren bienes siempre más sofisticados. A partir de eso poco a poco el precio de esos bienes va bajando y una clase media tiene acceso a ellos. El motor está en los ricos, y al final algo llega también a los pobres, algunas migajas. La economía actual tiene una dinámica que necesita la desigualdad y la concentración de la riqueza. Dicen que no hay otro camino, que no es posible ninguna otra fórmula económica. Lo dicen los mismos interesados.
¿Qué es lo que ofrece la nueva economía? Un sentido de la vida: el consumo. Vivir es consumir. Es necesario despertar siempre nuevos deseos para poder producir nuevos bienes dando nuevas satisfacciones. Consumir produce la felicidad, el bienestar, el sentimiento de vivir plenamente. Para la economía, la felicidad consiste en la sensación de estar bien, pudiendo dar satisfacción a todos los deseos que aparecen. Este ideal está sólo al alcance de pocos, pero estos pocos son los nuevos héroes. En el mundo actual los héroes son los ricos. Ellos pueden satisfacer todos sus deseos. Ése es el valor final de la vida.
Esta sociedad necesita una propaganda permanente. Los medios de comunicación se encargan de eso. Todos los medios de comunicación dependen de la publicidad y son mensajeros del consumismo. La publicidad es la nueva evangelización dentro de una sociedad dirigida por un cierto modelo de economía.
Todo esto es muy conocido y objeto de nuestra experiencia de cada día. ¿Será suficiente para una vida realmente feliz y plenamente vivida? No lo sabemos porque en nuestra sociedad subsisten fragmentos de las antiguas sociedades y podríamos suponer que la humanidad todavía vive, porque todavía conserva una parte de la herencia acumulada durante los milenios anteriores.
El sistema económico actual destruye la familia. Pero todavía subsisten familias y restos de familias. Hay muchas familias fragmentarias en la que falta un padre o una madre. Aun así todos tratan de mantener algunos lazos. Cuando ya faltan todos los lazos de familia, la vida se hace insoportable. Los pobres subsisten porque hay todavía gratuidad entre ellos: saben ayudarse gratuitamente. Practican la amistad y forman grupos de amigos. No es la totalidad de su vida la que se integra en la lógica de la nueva economía. Hay sectores de su vida todavía preservados, lo que es más difícil en las clases más altas.
¿Si la economía y el consumismo fueran la norma universal y total de la vida, la vida sería todavía soportable? ¿Todavía conservaría su sentido? ¿El individualismo radical inculcado por la economía actual, todavía sería viable? ¿Una vez que todos tengan las máquinas actuales (celular, carro, computador, etc.) esto será suficiente para dar sentido y valor a su vida? Es una pregunta que los economistas no se hacen. Hasta el momento la máquina funciona bien, y basta. Lo que puede pasar a la humanidad no les importa, porque no se puede medir en dólares, y no puede ser trasformado en capital.
Estamos trabajando en la hipótesis de que la sociedad actual no puede vivir puramente de los restos del pasado que van desapareciendo con la muerte de sus depositarios, o de lo que ofrece la economía mundial.

3. Las novedades
Hay elementos de la religión antigua que ya no son asimilables. El primero es la cosmología subyacente a la religión tradicional. Esta era común tal vez desde los orígenes de la humanidad. El mundo aparece dividido en tres niveles: arriba está el cielo. En el cielo está Dios. Dios es representado como patriarca o como rey-emperador, según la estructura social de los pueblos. Según la cosmología tradicional todo lo que sucede en la tierra, fue decidido en el cielo. Dios gobierna toda la vida terrestre según normas que sólo él conoce. Además Dios no está sometido a ninguna norma. Puede cambiar cuando quiere. Por eso la oración puede ser eficaz, pero tiene que ser fuerte y perseverante.
Dios es único en las sociedades dominadas por un rey o un emperador que ejerce todos los poderes soberanamente. El emperador es la imagen de Dios, y a veces se identifica con él. En las sociedades de tipo más bien tribal, hay entre Dios y la tierra una multitud de entes intermediarios que ejercen el poder de Dios en los diversos sectores de la vida. Serán ángeles, santos, espíritus, orixás, dioses inferiores... pues en cada tribu ellos reciben un nombre diferente. En el politeísmo Dios toma las grandes decisiones, pero en la vida de cada día hay que invocar a esas divinidades inferiores. Si hay sociedades en conflicto, cada cual tiene que invocar a Dios con más fuerza, y recurrir también a sus divinidades protectoras inferiores. Entonces se verá quién es más fuerte, si Dios o Satanás, los ángeles o los demonios. En tiempos de guerra todos los santos son necesarios. Pues hasta el siglo XXI las teologías enseñan que, en la guerra, Dios da la victoria, y, por lo tanto, las oraciones son más importantes que los ejércitos.
Desde el siglo XVIII millones de jóvenes cristianos abandonaron la religión a los 14 ó 15 años de edad, cuando descubrieron que esa cosmología era pura ilusión y no tenía ningún valor de realidad. La famosa declaración del astronauta ruso Yuri Gagarin, que hizo el primer vuelo en el espacio y volvió diciendo que no había visto a nadie en el cielo, ni a Dios ni a sus ángeles, y que en el cielo no había nada salvo otras estrellas, en pleno siglo XX, es simbólica. Era el momento en el que las masas populares descubrieron lo que los letrados sabían desde el siglo XVIII: que el cielo estaba vacío y que la cosmología religiosa tradicional -bíblica también- era ilusión de los sentidos sin fundamento en la realidad.
En América Latina la vieja cosmología todavía permanece en muchos sectores populares, pero va a provocar la misma crisis religiosa en los adolescentes que empiezan a estudiar. La escuela es el primer factor de secularización y de destrucción de la cosmología religiosa tradicional. Los alumnos descubren que en el cielo no hay nada, no hay Dios.
En la misma cosmología hay también un nivel inferior: debajo de la tierra está el infierno. En el infierno residen entes destructores de la vida, opuestos a Dios y al mundo celestial. El infierno está poblado por una colección diferenciada de entidades que varían según las culturas. En la cristiandad la visión del infierno ha ocupado un lugar importante. El infierno es fuente de las tentaciones: quiere apartar a los seres humanos de Dios y de sus ejércitos. Los demonios son inteligentes, astutos, peligrosos y mortíferos.
En medio entre el cielo y el infierno está la tierra en la que estamos nosotros. La tierra es el lugar del conflicto permanente entre las potencias del cielo y las potencias del infierno. Los Apocalipsis judaicos y el Apocalipsis de Juan ofrecen descripciones perfectas de esta situación de la humanidad. Las potencias celestiales e infernales están en un combate permanente porque cada cual quiere conquistar la humanidad. El combate tiene lugar dentro de cada persona: el combate espiritual es tema constante de la espiritualidad medieval. El combate tiene lugar también entre grupos humanos representativos de las fuerzas del cielo y del infierno. Cada grupo humano cree que sus enemigos son los ejércitos de Satanás y que él mismo combate e nombre de Dios con las fuerzas celestiales.
La vida es vivida como combate permanente contra las fuerzas del infierno. Éstas quieren atraer hacia el pecado que es rechazo de Dios. La vida es lucha para evitar el pecado y practicar la virtud, adorar a Dios y no a Satanás. La vida humana sería una tensión permanente entre dos fuerzas exteriores al ser humano. Éste sería el terreno de un combate entre dos adversarios irreductibles. La vida no sería organizada por el mismo ser humano, sino más bien dominada por fuerzas exteriores.
Ahora bien, desde el Renacimiento está cada vez más claro que el ser humano hace su vida. Los combates que los seres humanos sienten en sí mismos o dentro de la humanidad no son combates de fuerzas sobrenaturales, sino combates interiores, personales, entre tendencias diversas. Es el descubrimiento de que cada cual tiene la responsabilidad de organizar su vida con autonomía, conquistando siempre más libertad, sin estar sometido a fuerzas sobrenaturales, buenas o malas. Ese es también el descubrimiento que hacen los adolescentes desde hace siglos. Hoy en día ese descubrimiento ya se está generalizando, también por influjo de la escolarización. El joven aprende a hacer su vida sin preocuparse por las fuerzas celestiales o infernales. Todavía hay restos de la mentalidad rural arcaica, pero son cada vez menos operantes.
Ahora bien, en la religión de las masas esta cosmología tenía un papel importante. Era como el fundamento intelectual de la religión. Era lo que justificaba todas las prácticas de la vida religiosa cristiana, así como justificaba las antiguas religiones paganas. Una vez que se produjo la ruina de esa cosmología los jóvenes tuvieron la convicción de que la religión no tenía fundamentos intelectuales, era pura imaginación sin relación con la realidad.
Otro elemento básico de la religión tradicional es el miedo, o como decía un historiador la pastoral del miedo[1]. Mircea Elíade decía que los pueblos primitivos no creen en sus divinidades, pero les tienen miedo. De hecho el miedo ha sido durante milenios una gran fuerza que sustentó las religiones.
A partir de una cosmología que muestra que la vida humana es determinada por fuerzas sobrenaturales del cielo o del infierno, los seres humanos tienen una conciencia de gran debilidad. Sienten que su vida depende a cada momento de la voluntad de entes sobrenaturales. Sienten que no dominan su vida, que está siempre amenazada. Viven con miedo.
Le tienen miedo a Dios porque Dios puede castigar. Dios es exigente y quiere que los seres humanos se sometan a su dominación. Los nombres de Dios son nombres de poder. Aun en la Biblia. Si bien es verdad que a Moisés Dios le declara que no tiene nombre, sino que existe sencillamente, en la práctica de la vida de Israel, Dios siempre es el Señor, el poder, el dominio, y los seres humanos son sus servidores, sus seguidores fieles y obedientes. Dios es autor de una ley y esto se encuentra en todas las religiones en forma variada. Quiere la obediencia a la ley. El que no obedece es castigado en este mundo o después de esta vida.
El miedo al poder de Dios es el fundamento del culto. Para conquistar la indulgencia de Dios, su perdón, su paciencia, para pedirle lo necesario para la vida, o la salud, o la paz en la familia, el clan, la tribu, o la victoria en las guerras, es necesario ofrecerle oraciones, expresiones de sumisión, súplicas. Es necesario hacerle promesas. Es necesario ofrecerle sacrificios. De hecho, en muchas religiones nació un culto extenso a partir del miedo. El culto en la cristiandad se desarrolló extraordinariamente. El culto necesitó un clero abundante y templos para poder ser celebrado. Todo eso es necesario para conquistar los bienes deseados. Muchos textos litúrgicos que nos vienen de la edad media todavía conservan esa ideología del miedo, del poder, del castigo. Dios es un juez severo que no se deja engañar.
Está también el miedo a las potencias del infierno. Éstas tienen un gran poder de seducción y de engaño. Hay que desconfiar siempre y luchar contra las tentativas de los demonios con muchísimos gestos religiosos.
Para el clero, la pastoral del miedo era la mejor publicidad. Los sacerdotes podían luchar más eficientemente contra los demonios y acercarse a Dios y a sus santos para conseguir bienes y favores. No es extraño que la pastoral del miedo haya tenido tanto éxito.
Desde la modernidad los seres humanos han descubierto que su vida no es dirigida en esa forma por fuerzas sobrenaturales. Ellos mismos son dueños de sus vidas. Las amenazas, los peligros, los males de sus vidas no se deben a fuerzas sobrenaturales sino a factores naturales y a decisiones tomadas por los mismos seres humanos. La enfermedad no es castigo del pecado. La victoria no es dada por Dios. La paz es efecto de la acción humana...
A partir de este descubrimiento los seres humanos han perdido el miedo. Ya no temen ni a Dios ni a los demonios. Asumen su vida con sus límites y sus posibilidades. Aprenden a conocer mejor la naturaleza y sus propias capacidades para producir ellos mismos los efectos deseados. No piden a Dios lo que ellos tienen que hacer. Tratan de hacerlo ellos mismos.
Toda esta evolución es irreversible. Nadie podrá retornar a una conciencia religiosa del pasado. La cosmología y la antropología nacidas en la modernidad y desarrolladas más todavía desde entonces, son definitivas. Habrá siempre algunos supervivientes de las épocas anteriores... Sin embargo, desde ahora gran parte del culto católico ya no es nada más que espectáculo para los turistas. Los turistas no entienden nada, pero les gusta el museo antropológico que son las religiones en la actualidad. Las catedrales serán cada vez más visitadas y las misas pontificales seguirán siendo difundidas por la televisión.

4. Tentativas de restauración
Hasta la Revolución francesa la Iglesia pensó que las monarquías católicas podrían impedir la expansión de la modernidad. Después de la Revolución, la Iglesia confió en la Santa Alianza, que trató de restaurar la cristiandad. En 1848 las diversas revoluciones europeas mostraron que era imposible retornar al pasado. Sin embargo pocos años después comenzaba el largo pontificado de Pío IX, que sería una tentativa prolongada y radical de inmovilizar la Iglesia en su tradición tridentina, condenando todas las “herejías” de la modernidad y excluyendo cualquier tipo de relación con ellas. La Iglesia buscó refugio en los restos de la aristocracia y en la clase campesina. Creó la neo-escolástica, el neo-gótico, el rigor de la liturgia, la centralización romana radical que no dejaba ninguna capacidad de iniciativa a los obispos, transformados en puros funcionarios de la Curia romana. Pío IX logró aislar completamente a los católicos del mundo nuevo que se estaba construyendo. Creía que la sociedad moderna no era viable e iba a caer. Lo importante era aguantar firmemente a la espera de la caída. Y la caída no vino. Pero, todos los católicos que trataban de buscar un diálogo con los diversos sectores de la nueva sociedad fueron condenados e inhabilitados. Una vez condenado el hereje ya no tenía ningún contacto con los que fueron sus colegas o sus alumnos. Era tenido por una emanación del infierno.
León XIII abrió un poco las puertas y las ventanas y aceptó reconocer la legitimidad de la República. Con él se pensó que la Iglesia sería capaz de encontrar un lugar en la sociedad al hacer las concesiones inevitables. Luego llegó Pío X que retomó la política de condenación de la modernidad. Cientos de teólogos fueron condenados y todos los movimientos católicos que querían buscar un diálogo con los nuevos movimientos sociales fueron desautorizados. Pío X pensaba que era posible rehacer la cristiandad y que la Iglesia tenía fuerza para ello. Todo lo demás era “modernismo”. Pero la caza al modernismo no acabó con él, sino que en varios países continuó hasta la muerte de Pío XII. Pues Pío XII también vivía de la ilusión de la cristiandad restaurada. Creía que una mayor centralización romana, una disciplina más rígida, un aislamiento mayor del mundo podrían preparar la Iglesia para el día del retorno. Pío XII vivía fuera del mundo, en un mundo irreal.
Después del Vaticano II algunos creyeron que el proyecto de restauración de la cristiandad estaba abandonado. No lo estaba. En la misma Curia el proyecto subsistía, y fue retomado por Juan Pablo II.
Se comprende muy bien que la Curia romana reaccione negativamente ante de cada nuevo paso de la erosión de la cristiandad. Ella defiende su poder. El poder que pierde en la sociedad, trata de aumentarlo en la misma Iglesia. Siendo la víctima de la evolución histórica, no puede no reaccionar negativamente. El siglo XIII fue el siglo del apogeo. Es normal que permanezca como la referencia insuperable y que toda la estrategia consista en salvar por lo menos porciones de la cristiandad del siglo XIII.
Menos comprensible sería que las Iglesias locales no hubieran entendido las señales de los tiempos, y que hubieran tratado de adaptarse a la evolución de la humanidad sin querer imponer el cuadro del siglo XIII como la norma de toda evangelización. De hecho en las Iglesias locales hubo muchos movimientos en este sentido incluso en los episcopados.
La Curia percibió el peligro. Impidió que los episcopados locales tomaran iniciativas locales, sometiéndoles a la estricta observancia de la estrategia política de la Santa Sede. Los Papas lograron reservarse los nombramientos episcopales. Lograron garantizar que los obispos fueran fieles agentes ejecutivos de la estrategia romana. Con eso se cerraron las puertas. Hubo y hay grupos de laicos que se mantienen en contacto y quieren dar un testimonio cristiano en medio del mundo pos-moderno. Tienen la impresión de formar una Iglesia paralela, porque su proyecto no coincide con la estrategia romana.
Un día se escribirá la historia de las relaciones entre Roma y el episcopado brasileño entre 1970 y 1994. Será un perfecto ejemplo del antagonismo entre dos visiones de la historia. El caso de Brasil fue ejemplar porque tuvo un episcopado excepcional, producto en gran parte del nuncio Lombardi. Por el momento los documentos están escondidos, y nos tenemos que contentar con testimonios orales.
Por el momento la resistencia a la estrategia romana es obra de los laicos. Se multiplican pequeños grupos que van a producir una convergencia entre ellos. Son los fundadores de un nuevo modo de presencia de la Iglesia en el mundo. Un día la jerarquía tendrá que seguir el movimiento por falta de alternativa.
Claro está que la Curia romana, la más antigua burocracia del mundo, sabe juntar a su proyecto de restauración un oportunismo sin falla. Un día se escribirá la historia de la Iglesia en América Latina en la segunda mitad del siglo XX. En este momento no se dan las condiciones necesarias, y los documentos no son accesibles. Cuando se sepa, muchos ojos van a abrirse.
Es que la Curia pensaba -y a lo mejor todavía piensa- que tiene una alternativa en los nuevos “movimientos”: Opus Dei, Focolares, Comunión y Liberación, Neo-catecumenado, movimiento de Schönstatt, Legionarios de Cristo... y muchos otros con menor difusión. El Papa los proclamó un día los agentes de la «nueva evangelización». Sin embargo su programa es de restauración de la cristiandad, lo que los aparta cada vez más de la sociedad contemporánea y hace imposible cualquier evangelización. Para ellos la evangelización es reclutamiento de nuevos miembros, lo que hacen con todas las astucias que la psicología o las ciencias de la comunicación ponen a su disposición. Eso no es evangelización.
Además estos movimientos son típicos de la clase media, que no es la clase que busca una nueva cultura, sino una adaptación de la religión a su cultura. La clase media quiere una religión burguesa que le muestre que puede muy bien adorar a Dios y al dinero al mismo tiempo.
La palabra está con los laicos. No hay que ofrecerles un programa. El programa lo harán ellos. Reaccionarán con su conciencia cristiana en medio del sector de mundo que ocupan. No pueden esperar que les venga un programa hecho porque no vendrá ningún programa.

5. El desafío pentecostal
El siglo XX habrá sido el siglo del pentecostalismo. Éste fue el gran movimiento religioso que envolvió poco a poco al mundo entero y a todas las Iglesias y denominaciones cristianas: fue un movimiento de conversión de cientos de millones de cristianos.
Hay sociólogos que han estudiado el fenómeno. Pero, si no son al mismo tiempo teólogos, los sociólogos no pueden entender el fenómeno desde adentro. Lo asimilan a otros movimientos culturales, sin observar lo que significa para la historia del cristianismo.
Ante todo, el pentecostalismo fue y todavía es principalmente un movimiento de los pobres. Hubo convergencia de dos movimientos históricos. En primer lugar las Iglesias no lograron acompañar la explosión demográfica de una humanidad que en un siglo, el siglo XX, pasó de mil millones de habitantes a 6 mil millones. Esta explosión demográfica fue acompañada por una inmensa migración de cientos de millones de campesinos del campo a la ciudad, en donde se perdió poco a poco su religión tradicional. Las Iglesias no pudieron o no quisieron tener las estructuras necesarias para encuadrar esta inmensa masa humana. Apareció el universo de los pobres de las ciudades, abandonado por las Iglesias tradicionales. Nacieron nuevas comunidades dentro del mismo pueblo de los pobres.
Al mismo tiempo, se produjo una evolución cultural en esas masas de excampesinos que migraron para las ciudades. Fueron todos escolarizados, lo que les abrió la inteligencia. Adquirieron algunos elementos de la racionalidad moderna. Empezaron a descubrir que no todo venía de Dios y que la oración no era el único recurso. Aprendieron que los mismos seres humanos tienen capacidades, posibilidades de lograr efectos, de cambiar algo de sus condiciones de vida. Dejaron de creer en los Santos. Fue la gran ruptura, para ellos. Creer en los Santos es pensar que la vida es hecha por ellos. Aprendieron a pensar por sí mismos, a definir por sí mismos su vida, rompiendo la dependencia del clero. Un a vez que supieron que los santitos eran de madera o de yeso, su pensamiento se liberó.
Llegando a la ciudad no sólo descubrieron que su Iglesia estaba ausente, sino que el mensaje de la Iglesia no daba respuesta a su nueva situación. Sin clero, tuvieron que buscar por sí mismos una nueva religión. Aparecieron los pentecostales.
La experiencia histórica muestra que la gran crisis de la modernización se produce en la enseñaza secundaria, alrededor de los 15 años. La inmensa mayoría de los pobres no llegan hasta ahí, salvo en pocos países, como Chile o Uruguay. Un día llegará en que los pobres entrarán en la escuela secundaria y van a pasar por la misma crisis, y las Iglesias pentecostales ya no les ofrecerán tanto atractivo.
Los pentecostales conservan la cosmología religiosa tradicional: Dios y Satanás, el cielo, la tierra y el infierno, el pecado y los castigos divinos, las tentaciones de Satanás, el problema de la salvación como problema básico de la religión.
Pero los pentecostales, abandonan el culto a los Santos. En adelante hay un solo Santo, un solo Salvador, que es Jesucristo. Jesucristo soluciona todos los problemas. Ya no se necesitan los Santos para solucionar los problemas de la vida: Jesús todo lo soluciona. Recurrir a los Santos es una ilusión. De esta forma, los pentecostales tienen conciencia de ser intelectualmente más desarrollados. Han descubierto que las fuerzas sobrenaturales de los Santos no existen y que sólo existe Jesús.
También los pentecostales se emancipan del clero. Los pastores son mensajeros del evangelio, consejeros, profetas que exhortan, pero no tienen autoridad sobre las personas, pues cada una se relaciona directamente con Jesucristo. Hay una emancipación del sujeto humano. Los convertidos los pentecostales se sienten más libres, más fuertes, más capacitados y más responsables. Se sienten más armados para enfrentar la dura vida de los pobres en la ciudad.
Hubo y hay varias tentativas para adaptar el esquema pentecostal a un público letrado de clase media. Se insistió en la experiencia del Espíritu Santo. La conciencia de ser sujeto aumenta. Hay movimientos católicos y otros protestantes.
Ahora bien, los pastores u orientadores pentecostales aprenden cada vez más las técnicas del show y las técnicas de la comunicación, que enseñan a despertar y orientar emociones colectivas. Estos movimientos pentecostales pueden provocar fenómenos neuróticos graves. En muchos grupos los líderes controlan la emoción para evitar que se den situaciones de perturbación psíquica intensa. Pero, no todos lo hacen. En Estados Unidos estos movimientos se desarrollaron sobre todo desde los años 70, y lograron una penetración grande en el público más conservador. Forman un grupo importante en el partido republicano, y se sienten liderados por la misma presidencia de la República.
En general los pentecostales tradicionales y populares no aceptan y no reconocen como cristianas organizaciones como la “Iglesia universal del reino de Dios”, o la “Iglesia internacional de la Gracia de Dios”, que desde Brasil se han difundido por el mundo entero, pero usando técnicas de comunicación que permiten dudar de la sinceridad de su fe. En tales casos los neo-pentecostales se juntan a las nuevas formas religiosas nacidas en el con texto norte-americano y que son parte de la nueva cultura del sistema neoliberal dominante.
El pentecostalismo puede todavía crecer, sobre todo si las Iglesias históricas no logran penetrar en forma intensiva en el mundo popular. No podrá ser algo permanente, porque poco a poco las mismas clases pobres serán cada vez más escolarizadas y entrarán en los mismos problemas religiosos de la modernidad y la pos-modernidad. Esta evolución va a depender de la evolución social. El sistema actual de exclusión todavía puede durar algunos años, 10, 20 o 50 años, según la resistencia de la nueva burguesía capitalista y su capacidad para mantener su dominio sobre la sociedad. Las profecías históricas se realizan muchas veces con muchos años de retraso.

6. ¿El evangelio?
La gran crisis cultural de los años 70 afecta profundamente la religión tradicional de la cristiandad y probablemente todas las religiones. Pero no afecta el evangelio. En la ruina de la religión tradicional y el advenimiento de una nueva sociedad no hay nada que pueda afectar al evangelio. Este conserva todo su valor. No fue atacado. Nunca fue atacado durante las fases de la modernidad tampoco. Al revés, todos los nuevos movimientos querían realizar el evangelio, denunciando que la Iglesia no anunciaba ese evangelio.
La estructura eclesiástica incluye el evangelio dentro de su sistema religioso. Desde afuera las personas no lo descubren tan fácilmente en la Iglesia. El que tiene suerte, lo descubre en tal obispo determinado, tal sacerdote, tal monja o religioso, tal laico, pero no en la institución, ni en la Iglesia universal ni en las instituciones locales de la Iglesia. El sistema religioso ocupa todo el espacio visible.
El evangelio envía a los cristianos al mundo. La religión convoca a los cristianos para que vengan participar del culto. El evangelio anuncia que el reino de Dios ya está presente, ya está actuando en este mundo y no solamente en el cielo. El portador del evangelio es la persona que vive una vida común en medio de personas iguales, mostrándoles el camino de Jesús como proyecto de vida que conduce a la felicidad, no sólo en el cielo, sino también en esta tierra[2].
Al revés, la religión ofrece una participación en el culto celestial. El culto separa de este mundo para realizar una entrada en el mundo del cielo, participando de la liturgia de los santos y de los ángeles. La religión es el dominio del clero como clase sagrada y reservada al culto.
A mediados del siglo XIX aparecen laicos realmente portadores del evangelio. Forman grupos y asociaciones. Fueron frecuentemente censurados por la jerarquía. Este movimiento desembocó en el siglo XX en la Acción Católica. Ya es hora de resucitar algo semejante a la Acción Católica dándole más espacio que en el siglo XX. La Acción Católica finalmente fracasó y desapareció porque no le dejaron la libertad suficiente. Los movimientos fueron subordinados al clero, y a las instituciones tradicionales como las parroquias. Sus actividades fueron muy subordinadas a las actividades de las parroquias y demás instituciones católicas. Al final nadie más encontró en tales movimientos una orientación para une vida cristiana en medio del mundo. Abandonaron la Iglesia en manos de un clero cada vez menos numeroso y menos interesado por el mundo.
Sin embargo, en este mundo se siente la necesidad de tales movimientos con libertad plena para realizar en el mundo las actividades que encuentran más adecuadas al evangelio. No se trata de fundar instituciones nuevas universales o eternas. Lo más necesario serán instituciones que no permanecen, sino que duran una generación y dejan espacio libre para novedades, o sea para la generación siguiente.

7. El futuro de la religión
La religión pertenece a la condición humana. Hay personas que pueden vivir sin religión, así como hay personas que no saben practicar ningún instrumento musical, que no viajan, que no aprenden idiomas, pero todas esas ausencias disminuyen su ser humano, su humanidad. Por eso, en cualquier cultura hay religión, y, si la cultura cambia, la religión va a cambiar también, y otra aparecerá. Estamos en un momento crucial de la historia por motivo del cambio radical de la cultura.
La religión tiene futuro, pero no necesariamente las religiones que conocemos hoy día. La religión tradicional de la cristiandad no tiene mucho futuro porque ya es incomprensible y la nueva cultura quiere comprender.
La fundación de una nueva religión puede durar siglos, pero desde temprano hay algunas señales que aparecen. Muchos grupos, muchas instituciones van a aparecer y desaparecer. Sin embargo en medio de todos ellos hay algo que se está buscando.
Jesús no fundó ninguna religión, dejando la puerta abierta para que sus discípulos crearan la religión más adaptada à su cultura, lo que se hizo inconscientemente, o sea, sin que nadie supiera que estaba construyendo una religión nueva. Por eso esa religión que conocemos y practicamos, se formó dentro del Imperio romano, y es una posibilidad histórica. Otras pueden aparecer. Estamos al comienzo de la historia del mundo y de la evangelización. Hasta ahora el cristianismo sólo penetró en una sola cultura (con dos variantes) a partir de lo que había en el Imperio romano. Es sólo un comienzo, una primera etapa. Lo más probable es que no habrá ruptura fuerte, sino evolución progresiva. Ciertas instituciones o prácticas van a desaparecer y otras van a aparecer. Después de algunos siglos se podrá observar que apareció un nuevo conjunto.
Desde ahora podemos constatar algunas orientaciones. Tratándose del porvenir, muchas opiniones son posibles, pero eso no impide que cada cual proponga la manera como ve la evolución.
En primer lugar, es probable que la religión del futuro será más mística que cultual. Dará más importancia a la escucha de la palabra de Dios que al culto. Será una oración más de escucha y acogida que una oración de petición o de adoración. El culto será mucho menos la celebración del poder de Dios, y más la celebración de su presencia discreta y humilde en nuestro mundo.
En segundo lugar, la religión del porvenir dará menos importancia a los objetos religiosos y mucho más al sujeto. Menos importancia a la literalidad de los dogmas, y más calor a la vivencia personal del seguimiento de Jesús. Habrá menos necesidad de objetivar la religión, separando claramente los objetos religiosos de las fuerzas del universo. La Biblia tenía mucho miedo de la naturaleza material del universo porque vivía en medio de religiones que identificaban la divinidad con fenómenos naturales. Había que hacer una distinción entre Dios y las fuerzas naturales. Pero esto nos distanció demasiado de la naturaleza y de sus dinámicas. Faltó la integración de la religión en la vida del universo. Pues el universo no es hecho de objetos inertes. La tierra vive, cambia, produce... y actualmente siente las feridas que una civilización excesivamente destructiva le inflige.
En tercer lugar, el sujeto nace por medio del diálogo con otro sujeto. Nace por la relación recíproca con otros sujetos. La religión tradicional proporciona a las personas un mundo religioso completo y su comunicación se hace por la transmisión de ese mundo religioso exterior a la persona (dogmas, ritos, preceptos, instituciones).
Todo indica que ese mundo de objetos religiosos va a tener que ceder el lugar a la relación viva entre personas iguales. La casta sacerdotal irá desapareciendo progresivamente, con tadas las marcas de lo sagrado que le atribuyeron en el transcurso de los siglos. Pues el status sacerdotal impide una relación sencillamente humana. Es muy difícil prescindir del carácter sagrado del sacerdote. Solamente algunos laicos que tienen mucha intimidad logran una relación humana normal. Incluso dentro de la familia, las relaciones entre hermanos están afectadas.
En cuarto lugar, los cristianos de mañana necesitarán de comunidades pequeñas en las que las relaciones son de fraternidad. La familia pierde su importancia porque cada uno de los hijos hace su vida y la vida los lleva a lugares muy distantes. Las relaciones de vecindad desaparecen. Lo que se necesita son relaciones de comunidad entre personas, que participan de la misma religión, la misma finalidad, los mismos valores.
Pasó la época de la caza a las herejías. Ya hay necesidad de un clero que vigile constantemente el rebaño para que no caiga en una herejía. Todavía habrá condenaciones pero ya no serán tomadas en serio, cosa que ya sucede en este momento. A pesar de la resistencia de la jerarquía, la verticalidad en la Iglesia ya no tiene mucho futuro.
En una Iglesia de liberación de los laicos, la creatividad va a reaparecer en todos los aspectos de la vida. Los clérigos ya no tendrán la responsabilidad de inventarlo todo. Habrá en el pueblo cristiano muchas iniciativas y muchas novedades. Nada de eso podemos imaginar en este momento.
En este momento lo que debemos hacer, es mostrar el evangelio, la buena nueva de Jesucristo tal como fue en los orígenes, libre de todo el aparato religioso con que la cubrieron durante los siglos hasta el punto de desaparecer debajo de ese manto multicultural que le dieron. Basta evocar las representaciones artísticas tradicionales, la literatura piadosa de siglos, las devociones populares o menos populares: todo eso oculta el verdadero rostro de Jesucristo.
Una religión es necesaria. Pero nada exige que sea la misma en Occidente, en África, en la India, en China o en el Japón. En esos países hay mucha simpatía por el cristianismo, pero poca simpatía por las Iglesias. Es una señal para el futuro.
La religión reemplaza la presencia inmediata de Jesucristo, lo que de todos modos sería inevitable. Jesús tenía que desaparecer de este mundo para ser conocido en el mundo entero. Pero, su presentación a los diversos pueblos engendró la religión cristiana que conocemos.
Sucede que las minorías que permanecen fieles a las prácticas de la religión antigua de la cristiandad, son las que menos pueden percibir lo que pasa en el mundo. No sienten ninguna necesidad de cambio. Se asustan ante cualquier sugerencia de cambio. De igual manera el clero, por estar al servicio de esas minorías, no tiene ninguna posibilidad de percibir lo que está pasando. Solamente algunas personas marginadas de esas minorías pueden entender y preparar el porvenir.
En los años de gloria de la Iglesia en América Latina, entre 1960 y 1985, más o menos, aparecieron señales de la Iglesia del porvenir. Provocaron susto y finalmente fueron rechazados, pero serán modelos para las generaciones futuras una vez terminada la época actual de restauración de la antigua cristiandad, que es una solución imposible y que va a perder cada vez más credibilidad.
Yo mismo he presentado a don Hélder Câmara como la prefiguración del obispo de mañana. En Roma lo tenían por loco. A mons. Leónidas Proaño de Riobamba le acusaban de tener la manía de los indios, porque vivir al servicio de los indios sólo podría ser el efecto de una deformación psicológica.




[1] Cf. Jean DELUMEAU, Le péché et la peur. La culpabilisation en Occident XIIIe – XVIIIe siècles, Fayard, Paris, 1983.
[2] No voy a exponer en este artículo el mensaje del evangelio. Los lectores pueden encontrar una expresión de mi pensamiento al respecto en el libro publicado en São Paulo (Brasil), por Paulus, bajo el titulo de “O caminho” (2004).