Francisco realizó una síntesis feliz entre la ecología exterior (medio ambiente) y la ecología interior (pacificación interna) hasta el punto de transformarse en el arquetipo de un humanismo tierno y fraterno-sororal, capaz de acoger todas las diferencias. Como afirmó Hermann Hesse: «Francisco casó en su corazón el cielo con la tierra e inflamó con la brasa de la vida eterna nuestro mundo terreno y mortal». La humanidad puede enorgullecerse de haber producido semejante figura histórica y universal. Él es lo nuevo, nosotros somos lo viejo.
La fascinación que ejerció desde su tiempo hasta el día de hoy se debe al rescate que hizo de los derechos del corazón, a la centralidad que confirió al sentimiento y a la ternura que introdujo en las relaciones humanas y cósmicas. No sin razón, en sus escritos la palabra «corazón» aparece 42 veces frente a «inteligencia», una vez; «amor» 23 veces frente a «verdad», 12; y «misericordia» 26 veces frente a «intelecto», sólo una vez.
Era el «hermano-siempre-alegre» como lo apodaban sus cofrades. Por esta razón, deja atrás el cristianismo severo de los penitentes del desierto, el cristianismo litúrgico monacal, el cristianismo hierático y formal de los palacios pontificios y de las curias clericales, el cristianismo sofisticado de la cultura libresca de la teología escolástica. En él emerge un cristianismo de jovialidad y canto, de pasión y danza, de corazón y poesía. Él conservó la inocencia como claridad infantil en la edad adulta que devuelve frescura, pureza y encanto a la penosa existencia en esta tierra. En él las personas no aparecen como «hijos e hijas de la necesidad, sino como hijos e hijas de la alegría» (G. Bachelard). Aquí se encuentra la relevancia innegable del modo de ser del Poverello de Asís para el espíritu ecológico de nuestro tiempo, carente de encantamiento y de magia.
Estando cierta vez un 4 de octubre, fiesta del Santo, en Asís, en esa minúscula ciudad blanca al pie del monte Subasio, celebré el amor franciscano con el siguiente soneto que me atrevo a publicar:
Abrazar a cada ser, hacerse hermana y hermano,
Oír el cantar del pájaro en la rama,
Auscultar en todo un corazón
Que palpita en la piedra y hasta en la lama.
Saber que todo vale y nada es en vano,
Y que se puede amar incluso a quien no ama,
Llenarse de ternura y compasión
Por el bichito que por ayuda clama.
Conversar hasta con el fiero lobo
Y convivir y besar al leproso
Y, para alegrar, hacer de bobo,
Sentirse de la pobreza el esposo,
Y derramar afecto por todo el globo:
He aquí el amor franciscano: ¡oh supremo gozo!
Abrazar a cada ser, hacerse hermana y hermano,
Oír el cantar del pájaro en la rama,
Auscultar en todo un corazón
Que palpita en la piedra y hasta en la lama.
Saber que todo vale y nada es en vano,
Y que se puede amar incluso a quien no ama,
Llenarse de ternura y compasión
Por el bichito que por ayuda clama.
Conversar hasta con el fiero lobo
Y convivir y besar al leproso
Y, para alegrar, hacer de bobo,
Sentirse de la pobreza el esposo,
Y derramar afecto por todo el globo:
He aquí el amor franciscano: ¡oh supremo gozo!
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