Misioneros Trinitarios |
Como un cuerpo apostólico que busca lo mejor, para el servicio de Dios en la iglesia, reconocemos que somos pecadores y, sin embargo llamados a ser seguidores de Jesús. Es la mirada de Jesucristo la que nos empuja hacia Dios y el mundo, la que configura nuestro “ser y hacer”, y le da sentido a nuestra vida de misión y potencia nuestra Oración y vida profética.
Hablamos del Dios de Jesús. Tratamos de mostrar como ese Dios se manifiesta y revela en Jesucristo.
El Dios de Jesús es desconcertante porque se manifiesta ligado al abajamiento, la vulnerabilidad y el sufrimiento, la pobreza, la limitación y la impotencia, la propuesta no impositiva, la propuesta y el perdón.
El mero contexto histórico esta caracterizado por los miles de rostros del otro(a) y por la diversidad de la familia humana que se convierte en algo común en las diferentes sociedades y países.
De un modo u otro, cada país representa una sociedad multicultural con presencia de diferentes grupos étnicos, religiosos o ligústicos que tienen lazos con su herencia, cultura, valores y modos de vivir.
La riqueza que produce la diversidad de culturas y variedad de nacionalidades presentes en la congregación invita a cada miembro a abrirse a lo distinto, a ir mas allá de lo que es cultural y religiosamente habitual. Nos remite a la antropología de Jesús que se atrevió a conversar desde lo prohibido con la mujer samaritana.
Con esta acción Jesús se convierte en el modelo para dar el salto de las identidades separadas a la construcción de la comunidad plural.
No se contenta con estar en un mismo espacio físico o con el acercamiento pasivo de las culturas. Se dirige hacia el pozo, toma la iniciativa de ir a la fuente y a través del dialogo sobre el agua viva, Jesús promueve la interacción, el intercambio, la contaminación, la reciprocidad con una mujer de diferente cultura y religión.
Así pues encontramos nuestra identidad no solos, sino en comunidad; en compañía del Señor, que llama y el compañía de otros que comparten esa llamada.
Para nosotros es fundamental la experiencia de ver y amar al mundo como lo hizo Jesús; una experiencia que sencillamente nos pone con Cristo en el corazón del mundo.
Ser bueno, hacer el bien y ser potencia para el bien.
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