29 agosto, 2011

Pobre Meritocracia

El concepto de meritocracia se refiere a aquellos sistemas políticos donde se accede a los cargos de poder no por compensación a favores políticos o por haber “sudado la camiseta” del partido, sino por los méritos (idoneidad, capacidad, experiencia, honradez, etc.) que requiere un determinado cargo público. En el discurso de toma de posesión del presidente Funes se retoma este concepto cuando se afirma que “este será el Gobierno de la meritocracia, no el Gobierno de privilegios de familias, de los vicios de las clientelas y de los padrinazgos sombríos. Las personas serán reconocidas por su talento y honestidad, y no por sus conectes o apellido”.

La crisis derivada de la aprobación del decreto 743 ha desnudado varias incoherencias dentro del Gobierno y del proceder de los partidos políticos. En el transcurso de esta crisis hemos podido observar que por encima del criterio de la meritocracia ha estado la exigencia de lealtad incondicional al Presidente, incluso en posiciones discutibles y erróneas como la de avalar el decreto. Varias voces que antes eran sumamente críticas y que hoy tienen algún puesto público se niegan a opinar sobre esa decisión política tan cuestionada por miedo a ser despedidos de sus cargos. Es una lástima que lo que en principio se considera positivo (que gente idónea asuma cargos en el Gobierno) se traduzca ahora en una pérdida del pensamiento crítico que la sociedad demanda y necesita.

En definitiva, la problemática ha sacado a la luz —entre otras cosas— que el criterio de la meritocracia no ha sido el decisivo; antes que personas eficientes, capaces, honradas y de alta formación académica, son preferibles los funcionarios acríticos, aduladores, acomodaticios, complacientes y portavoces de la versión oficial. Y cuando un funcionario toma distancia crítica del Gobierno, se le separa del cargo. Un ejemplo reciente de lo que aquí afirmamos es el caso del doctor José Fabio Castillo. Luego de sus críticas al Presidente por haber sancionado un decreto que viola la Constitución, quedó sin efecto su nombramiento como miembro de la Comisión Consultiva del Ministerio de Relaciones Exteriores.

En un comunicado difundido en los periódicos del país, Castillo sostiene que su nombramiento se dio bajo la administración del presidente Armando Calderón Sol, en 1996, y continuó vigente durante las de Flores y Saca. Ello a pesar —añade— de las fuertes críticas que pública y privadamente hizo a algunos actos de esos Gobiernos. Por tal motivo, en la nota agradece el hecho de que esos gobernantes respetaran su derecho a la libertad de expresión y difusión del pensamiento. El comunicado termina con un irónico agradecimiento por la destitución: esta le ahorró a Castillo renunciar por haber perdido la confianza en el señor Presidente.

Pero el problema tiene más fondo: es difícil mantener el criterio de la meritocracia cuando existe la tendencia a gobernar autoritariamente. Porque, en efecto, es signo de autoritarismo censurar las opiniones divergentes, castigar las visiones críticas, desconfiar de los funcionarios con cierta independencia de opinión. Propio del autoritarismo es también buscar la adhesión acrítica y servil de los miembros de un grupo. Por eso da pena que aquellos funcionarios que llegaron al Gobierno por sus méritos estén hoy condenado al silencio por miedo a perder el empleo. Es esta una forma directa de empobrecer y desacreditar la meritocracia.

Ahora bien, para evitar que el autoritarismo termine consolidándose, hay que poner en práctica los argumentos y límites primordiales de la democracia. Es decir, someter al poder a un control regido por el ordenamiento jurídico con vistas al bien común; respetar y garantizar la separación de los poderes del Estado, para que uno limite al otro frenando abusos y protegiendo a los ciudadanos de las violaciones de sus derechos civiles y políticos; aplicar rotación en los puestos de poder para evitar el nepotismo y el gobierno arbitrario (mandarinismo); aceptar la crítica externa; rendir cuentas y evaluar el desempeño de quienes ejercen poder; y reconocer el contrapoder ciudadano, que obliga a ser transparente so pena de un posterior fracaso electoral.

Y para posibilitar que en el Gobierno lo justo sea principio rector, se debe conciliar la ética con la política. En la práctica, eso implica reconocer que el poder tiene un carácter de delegación y de servicio; tener la convicción de que el poder verdadero es el que refuerza el poder de la sociedad y así propicia la participación de todos; y contrarrestar la seducción o prepotencia derivadas del poder teniendo presente el carácter simbólico del cargo, es decir, son los ciudadanos los que han depositado en el funcionario sus ideales de justicia, equidad e inclusión. La legitimidad de los hombres y mujeres que detentan el poder depende, en buena medida, de la coherencia con esos ideales. Si no se es coherente, la ciudadanía se siente traicionada y engañada. Y al parecer, esto ya está ocurriendo en nuestro país.



28 agosto, 2011

El verdadero Amor

Tuyo es, Señor, el verdadero amor.


No hay palabra que usemos más aquí abajo en la tierra que la palabra "amor". El amor es la aspiración más alta, el deseo más noble, el placer más profundo del ser humano sobre la tierra. Y, sin embargo, no hay palabra de la que más abusemos que la palabra "amor". Le hacemos decir bajas pasiones y sentimientos inconstantes, lo manchamos con infidelidad y aun lo anegamos en violencia. Tenemos incluso que renunciar a veces a la palabra para evitar sentidos desagradables. Nos falla el lenguaje, porque nosotros le hemos fallado a la verdad.

Aun cuando me llego a la religión y la oración y a mi relación contigo, Señor, confieso que uso con miedo la palabra "amor". Tu gracia y tu benevolencia me animan a decir "te amo", pero al mismo tiempo caigo en la cuenta de lo poco que digo cuando digo eso, de lo poca cosa que es mi amor, superficial, inconstante, poco de fiar. Soy consciente de las limitaciones e imperfecciones de mi amor, y comprendo entonces que yo también debería abstenerme de usar esa palabra. No encuentro el verdadero amor en la tierra, ni siquiera en mi propio corazón.

Por eso me consuela ahora pensar que al menos hay un lugar, una persona en quien puedo encontrar el verdadero amor, y ese eres tú, Señor. "Tuyo es, Señor, el verdadero amor." De hecho ese es tu mismo ser, tu esencia, tu definición. "Dios es amor". Tú eres amor, tú eres el único amor puro y verdadero, firme y eterno. Puedo volver a pronunciar la palabra y recobrar su sentido. Puedo creer en el amor, porque creo en ti. Puedo renovar la esperanza y recobrar el valor de amar, porque sé que existe el amor verdadero, y está cerca de mí.

Ahora puedo amar, porque creo en tu amor. Me sé y me siento amado con el único amor verdadero que existe, tu amor infinito y eterno. Y eso me da fuerzas y confianza para entregarme a amar a los demás, a ti primero y sobre todo, y luego, en ti y para ti, a todos aquellos que tú pones a mi lado en la vida. El amor verdadero es tuyo, Señor, y con fe y humildad yo ahora lo hago mía para amar a todos en tu nombre.






La carga de la vida

«Dios mío, sálvame, que me llega el agua al cuello».

Estoy cansado de la vida.
Estoy harto del triste negocio del vivir.
No le veo sentido a la vida; no veo por qué he de seguir viviendo cuando no hay por qué ni para qué vivir.

Ya me he engañado bastante a mí mismo con falsas esperanzas y sueños fugaces.
Nada es verdad, nada resulta, nada funciona.

Bien sabes que lo he intentado toda mi vida, he tenido paciencia, he esperado contra toda esperanza... y no he conseguido nada.
A veces había algún destello, y yo me decía a mí mismo que sí, más tarde, algún día, en alguna ocasión, se haría por fin la luz y se aclararía todo y yo vería el camino y llegaría a la meta.

Pero nunca se hizo la luz.
Por fin, he tenido que ser honrado conmigo mismo y admitir que todo eso eran cuentos de hadas, y seguí en la oscuridad como siempre lo había estado.

Estoy de vuelta de todo. He tocado fondo. Estoy harto de vivir.
Déjame marchar, Señor.

«Me estoy hundiendo en un cieno profundo y no puedo hacer pie;
he entrado en la hondura del agua, me arrastra la corriente.
Estoy agotado de gritar, tengo ronca la garganta;
se me nublan los ojos».

Siento el peso de mi fracaso, pero, si me permites decirlo, lo que de veras me oprime y me abruma es el peso de tu propio fracaso, Señor.

Sí, tu fracaso. Porque, si la vida humana es un fracaso, tú eres quien la hiciste, y tuya es la responsabilidad si no funciona.

Mientras sólo se trataba de mi propia pena, yo me refugiaba en el pensamiento de que no importaba mi sufrimiento con tal de que tu gloria estuviera a salvo.

Pero ahora veo que tu gloria está íntimamente ligada a mi felicidad, y es tu prestigio el que queda empañado cuando mi vida se ennegrece.
¿Cómo puede permanecer sin mancha tu nombre cuando yo, que soy tu siervo, me hundo en el fango?



"Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre;
porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí".

Por ti y por mí, Señor, por tu honra y por la mía, no permitas que mi alma perezca en la desesperación.

Levántame, dame luz, dame fuerzas para soportar la vida, ya que no para entenderla.

Sálvame por la gloria de tu nombre.


«Arráncame del cieno, que no me hunda,
líbrame de las aguas sin fondo.
Que no me arrastre la corriente,
que no me trague el torbellino,
que no se cierre la poza sobre mí».


No pido más que un destello, un rayo de luz, una ventana en la oscuridad que me rodea.

Un relámpago de esperanza en la noche del desaliento.

Un recordarme que tú estás aquí y el mundo está en tus manos y todo saldrá bien.
Que se abran las nubes, aunque sólo sea un instante, para que yo pueda ver un jirón de azul y asegurarme de que el cielo existe y el camino queda abierto a la ilusión y a la esperanza.
Hazme sentir la gloria de tu poder en el alivio de mi impotencia.



"Yo soy un pobre malherido, Dios mío,
tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias".

¡Señor!, reconcíliame de nuevo con la vida.





Una decision politica, no juridica/ asesinato de los jesuitas

Ayer por la tarde, el mundo entero recibió la noticia de que la Corte Suprema de Justicia de El Salvador, reunida en pleno, resolvió dejar libres a los militares salvadoreños procesados en la Audiencia Nacional de España, aduciendo que la difusión roja de la Interpol no es una orden de captura, sino de localización. Contrariamente, el 20 de mayo de este año, la misma Corte acordó que era suficiente que la Policía recibiera la difusión roja de la Interpol para detener a unas personas acusadas de narcotráfico en Estados Unidos. Es impresionante que en apenas tres meses estos jueces hayan cambiado de opinión, contradigan sus propias resoluciones y no tengan vergüenza de ello. Lo que queda claro es que en sus decisiones anteponen la acepción de personas al principio de equidad ante la justicia. Para justificar el cambio de opinión, los magistrados dicen que en mayo se equivocaron y que ahora han rectificado. Esto es lamentable. Si estos jueces se pueden equivocar tan fácilmente, ¿qué confianza se puede tener en ellos y en que sus resoluciones, que son inapelables, están apegadas a derecho y son respetuosas de las leyes?

Más difícil es entender esta justificación de los magistrados cuando la Interpol ha definido claramente siete tipos de notificaciones, cada una de ellas identificadas por un color distinto que define el objetivo que la notificación persigue. En la normativa de la Interpol, las notificaciones rojas “se utilizan para solicitar la detención preventiva con miras a la extradición de una persona buscada y se basan en una orden de detención o en una resolución judicial”. Seguramente, el magistrado Ulises del Dios Guzmán, quien afirmó ante los medios que la orden roja no puede ser considerada de captura, sino de localización, desconoce que para la localización se utilizan notas azules, no rojas. Una vez más, el magistrado Guzmán exhibe su desconocimiento de los temas policiales y jurídicos.

Este caso desnuda al pleno de la Corte Suprema de Justicia y deja en evidencia que esta no posee la competencia que le corresponde al más alto organismo del poder judicial. Esta Corte que avala la impunidad, que impide sistemáticamente que resplandezca la verdad y se haga justicia, es, además de una vergüenza nacional, un enorme obstáculo para el fortalecimiento de la institucionalidad y el Estado de derecho. No en vano tanto los Acuerdos de Paz y la Comisión de la Verdad, como una serie de estudios realizados por expertos en la materia han insistido en la urgente necesidad de reformar y hacer funcionar bien el sistema judicial para fortalecer la paz en El Salvador.

El problema no es si se está o no de acuerdo con la decisión de la Corte en pleno; el problema es más hondo: esta Corte ha mostrado, una y otra vez, total incapacidad para realizar la importante labor que la Constitución le ha asignado. La Corte en pleno no ha sido capaz de superar la mora judicial (tiene más de novecientos expedientes pendientes de resolver). Tampoco ha podido responder con eficacia a la perentoria necesidad de depurar el sistema judicial y separar a las decenas de jueces corruptos que están favoreciendo a los delincuentes. En lugar de ello, una parte de los magistrados que la integran se han enfrascado en una lucha intestina contra el Presidente de la Corte, que desea erradicar de la institución la corrupción y los beneficios personales, y contra los magistrados de la Sala de lo Constitucional, que sí se han tomado en serio su papel de jueces que deben hacer cumplir la Constitución.

La Corte en pleno ha brillado por la falta de independencia y profesionalismo de sus resoluciones. Un buen ejemplo de ello fue su negativa a entregar al juez Eloy Velasco la información sobre lo que el órgano judicial salvadoreño había actuado en relación a la masacre en la UCA. Los magistrados decidieron primero que no enviarían la información, y luego trataron de armar una justificación que avalara su posición.

La sociedad salvadoreña no se merece esta Corte Suprema de Justicia. Aunque los primeros responsables de la actuación de la instancia son los magistrados que la integran, no están exentos de responsabilidad todos aquellos que les allanaron el camino para ocupar el puesto: desde las asociaciones de abogados y el Consejo Nacional de la Judicatura, hasta la Asamblea Legislativa. Parece que ni unos al proponerlos, ni la otra al elegirlos tuvieron en cuenta el artículo 176 de la Constitución, que exige “moralidad y competencia notorias” como condición para ser magistrado de la Corte Suprema de Justicia. Una falta de moralidad y competencia que ha llevado a que, una vez más, el pleno de la Corte decepcione con una decisión plenamente política y carente de justificación jurídica




Misterio Universal

La preguna del ateo,
la oración del creyente,
un amor en crecimiento,
un relato que se agota,
se encuentran un día
con el silencio,
como única respuesta
del misterio.

Cuando no soportamos
el silencio del misterio,
convertimos impacientes
la cruz en espada,
y la media luna en alfanje;
comparamos el agua del Jordán
con la del Ganges
para abluciones rituales,
y apretamos el catecismo
como un pasaporte exclusivo.

Cuando no soportamos
el silencio del misterio,
no permitimos gestaciones
en la noche
en lo diferente,
y abortamos
preguntas y oraciones,
amores y relatos.

Pero toda pregunta humana,
toda inquietud verdadera,
tenga el color que tenga,
es una siembra
en el silencio…

… Desde el misterio
brotará a su hora exacta
un alimento para todos…






26 agosto, 2011

Gastar la Vida

Jesucristo ha dicho: "Quien quiera guardar su vida, la perderá; y quien la gaste por Mi, la recobrará en toda su plenitud".
Pero a nosotros nos da miedo gastar la vida, entregarla sin reservas. Un terrible instinto de conservación nos lleva hacia el egoísmo, y nos atenaza cuando queremos jugarnos la vida.
Tenemos seguros por todas partes, para evitar los riesgos. Y sobre todo está la cobardía...
Señor Jesucristo, nos da miedo gastar la vida. Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla; no se la puede economizar en estéril egoísmo.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen; hacer un favor al que no va a devolver; gastar la vida es lanzarse aún al fracaso, si hace falta, sin falsas prudencias; es quemar las naves en bien del prójimo.
Somos antorchas que solo tenemos sentido cuando nos quemamos; solamente entonces seremos luz. Líbranos de la prudencia cobarde, la que nos hace evitar el sacrificio, y buscar la seguridad.
Gastar la vida no se hace con gestos ampulosos, y falsa teatralidad. La vida se da sencillamente, sin publicidad, como el agua de la vertiente, como la madre da el pecho al niño, como el sudor humilde del sembrador.
Entrénanos, Señor, a lanzarnos a lo imposible, porque detrás de lo imposible está tu gracia y tu presencia; no podemos caer en el vacío. El futuro es un enigma, nuestro camino se interna en la niebla; pero queremos seguir dándonos, porque Tú estás esperando en la noche, con mil ojos llenos de lágrimas.

Oracion

Ojalá, Señor, te llegue mi voz. Aquí estoy.
Sin grandes palabras que decir.
Sin grandes obras que ofrecer.
Sin grandes gestos que hacer.
Sólo aquí. Sólo. Contigo.

Recibiré aquello que quieras darme:
luz o sombra. Canto o silencio.
Esperanza o frío. Suerte o adversidad.
Alegría o zozobra. Calma o tormenta.

Y lo recibiré sereno, con un corazón sosegado,
porque sé que tú, mi Dios estás conmigo.
Tú me has llamado
y me mantienes en tu Compañía.

Haz que otros puedan unirse a tu proyecto,
que desde hace años también es el mío.
Y así sigo, Señor.Aquí, sin más, bebiendo de tu Vida.
En silencio. Contigo, con otros, sabiéndote resucitado





Oración por los amigos

"Tú conoces, Señor, mi corazón y sabes que todo cuanto me llegues a dar, deseo emplearlo en provecho de mis amigos y por ellos consumirlo. Yo mismo me gastaré de buena gana por ellos. Que así sea, Señor mío, que así se haga.

Mis sentidos y mis palabras, mi descanso y mi trabajo, mis actividades, mi muerte, mi vida, mi salud, mi enfermedad; todo cuanto soy, mi vivir, sentir y pensar, todo lo gastaré por ellos, todo lo entregaré para ellos, por quienes Tú mismo te entregaste.

Tú, Dios nuestro, misericordioso, escucha mis ruegos en favor de aquellos por quienes el cargo y el amor me obligan e inclinan a pedir. A ello me alienta la consideración de tu benignidad. Sabes, muy dulce Señor, cuánto les amo y cómo mi corazón y mi afecto se ocupan de ellos"




El amor sin limites

Quizá habríamos conseguido en nuestra vida una coexistencia pacífica con él. Quizá habríamos llegado a creer que estábamos más o menos en regla con él. Y preveíamos una vida tranquila y feliz y de repente todas esas previsiones se desbaratan y Dios nos pide algo que no nos esperábamos. Es como el anuncio de un niño no deseado.

¿Por qué entrar en nuevas incertidumbres y ansiedades? ¿Por qué salir de nuestra tierra ya conocida y acostumbrada sin saber dónde quiere llevarnos Dios?

Nuestro deseo secreto puede ser que el hombre y la mujer que soy permanezca así en su presencia. Ese hombre, esta mujer representa un status, una situación bien definida, un conjunto de cosas en las que me he instalado, una relación con Dios que me parece suficientemente buena.

¿Qué más hay que desear? ¿A qué más allá hay que ir? El amor sin límites hace irrupción en nuestra vida, viene a perturbar lo que existe, remueve lo que creíamos estable, abre nuevos horizontes en lo que nunca habíamos pensado.


Si rehusamos quizá no ocurra aparentemente nada, pero el amor quedará fijado de una manera relativa y limitada, será un rechazo al amor absoluto y a sus audacias, será una laguna pantanosa y no un lugar en alta mar.

Señor del amor sin límites, rompe tu mismo las amarras que nos retienen. Ya no volveré más a ti, ribera que me era familiar. Señor del amor sin límites, que viven de ti el hombre y la mujer que serán





Radicalidad

HAY QUE DEJARLO TODO EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.


Primero se dejan las cosas: las que se recibe heredado y viene grapado al apellido, lo que es fruto del trabajo y lleva nuestra huella.


También hay que dejarse a sí mismo: los propios miedos, con sus parálisis, y los propios saberes, con sus rutas ya trazadas.


Después hay que entregar las llaves del futuro, acoger lo que nos ofrece el Señor de la historia y avanzar en diálogo de libertades encontradas mutuamente para siempre, que se unifican en un único paso en la nueva puntada del tejido.


Con la claridad del mediodía, se renuncia al sueño de la imposible perfección. Se acerca al alejarse, cuando no derrotamos por la mella de los sentidos, el despojo de habilidades y el extinguirse lento de los fuegos originarios.


Al fin hojas otoñales, apenas pegados a las ramas, sólo nos queda abandonarnos y, casi disueltos como niños, permitirnos ser desde el Otro, desde todo otro, y, todavía tibios como brasas, entregarnos al misterio que nos acoge en su hogar de fuego, donde brillan de eternidad nuestras cenizas.


¿Cómo abandonarlo todo sin sentir al Todo llenar nuestras ausencias y seducir nuestros haberes?





25 agosto, 2011

Mi corazon es pobre

Mi corazón es pobre, Señor,
yo me siento de barro;
soy como arcilla abandonada
que espera las manos
del alfarero.
Pon Tus manos, Señor,
Tu corazón, en mi miseria,
y llena el fondo de mi vida
de tu misericordia.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.


Quisiera decirte lo que eres
para mí:
tú eres mi Dios, tú eres mi Padre,
tú me quieres.
Te estoy llamando todo el día.
Concede alegría a quien
quiere ser tu amigo,
que mi confianza
la he puesto en ti.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.


Yo sé que tú eres bueno
y me perdonas.
Sé que eres misericordioso con quien abre su corazón
a tu amor y lealtad.
Escúchame. Atiéndeme.
Te llamo.
Yo vengo a estar contigo
y a quedarme junto a ti.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.


Me callo ante tu presencia,
porque tú conoces lo íntimo
de mi vida.
Aquí estoy, Señor, con mi
corazón como es:
que no oculte nada a tus ojos abiertos.
Aquí estoy como arcilla fresca
esperando ser modelada por tus manos misericordiosas.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.

Tú eres grande. Tú haces maravillas.
Tú, el único Dios.
Enséñame, Señor, tu camino
y que mis pasos sigan tus
huellas con fidelidad.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.


Que mi corazón, sin dividirse,
sea todo tuyo.
Te doy gracias de todo corazón,
Señor, Dios mío,
te diré siempre que tú eres amigo fiel.
Me has salvado del abismo
profundo,
y he experimentado tu
misericordia.
Me has librado de los lazos
de la tentación,
y he experimentado tu
misericordia.
Me has hecho revivir,
volver al camino,
y he experimentado tu
misericordia.
Protege mi vida. Sálvame.
Confío en ti.


Señor, yo me alegro, porque eres un Dios compasivo.
Me alegro porque eres
piadoso y paciente.
Me alegro porque eres
misericordioso y fiel.
Señor, mírame. Ten compasión de mí. Dame fuerza.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.


Tú, Señor, siempre estás pronto a ayudarme y a animar mi
corazón cuando decae.
Tú, Señor, toma mi corazón de barro y moldéalo según la
grandeza de tu misericordia.
Protege mi vida. Sálvame. Confío en ti.

Hablemos de Dios


 


Aristóteles dijo en su libro La Metafísica que “El Ser se dice de muchas maneras”. Y como nos lo muestra la historia, lo mismo se puede decir de Dios, que hay muchas maneras en las que el ser humano se ha expresado de Dios y son diversos los modos en los que se ha aproximado al misterio de Dios. Hablar de Dios es decir palabras mayores. Los judíos ni siquiera se atrevían a decir su nombre. Mucho se ha escrito sobre Dios y seguramente se seguirá escribiendo al respecto. Desde aquellos que afirman su existencia hasta aquellos que la niegan rotundamente, y pasando por quienes prefieren hablar de lo divino como energía, la historia de la humanidad ha estado marcada por la relación del ser humano con Dios o con lo divino o con lo sagrado, con aquello que está lejos del alcance del hombre, aquello misterioso e inexplicable a lo que según distintas tradiciones se le ha dado nombres diversos.
A fin de cuentas, ¿Qué podemos decir de Dios? ¿Cómo hablar de Dios? El libro de los Hechos de los Apóstoles nos narra cómo Pablo iba predicando por todas partes el mensaje de Jesucristo. Yo quisiera hacer hincapié en un pasaje de esta historia, la visita de Pablo a la ciudad emblema de la filosofía occidental, Atenas. En el Areópago, Pablo se dirige a su público y les habla del “dios desconocido”, al que los atenienses adoraban y dedicaban altares. El “dios desconocido” de los griegos, para Pablo no es otro que el verdadero Dios del que él les ha venido a hablar. No será más el “dios desconocido”. Es el Dios creador del universo y de la raza humana y que envió a Jesucristo a quien resucitó de entre los muertos. Pablo dio testimonio de su fe y aunque algunos se convirtieron y lo siguieron, muchos se fueron sin comprender bien de qué hablaba cuando se refería a la resurrección. El Dios de Pablo resultaba confuso en el reino de la razón.
Para un cristiano católico como yo esto podría parecer una contradicción. Cómo hablar de un Dios desconocido, si mi tradición religiosa sostiene que por el contrario Dios es conocido y se nos ha dado a conocer en la persona de Jesús y antes de él por intermedio de los profetas. Dios no solo se nos ha dado a conocer, sino que se nos ha revelado, como dirá Rahner, se nos ha auto-comunicado. Sin embargo, ¿Podemos pretender decir que lo conocemos todo de Dios? ¿Acaso alguien puede conocer completamente a Dios? Jesús dijo que quien le conoce a él conoce a Dios, que basta conocerle a él para conocer a Dios. ¿Acaso podemos sostener que conocemos a Jesús? Si Dios se ha comunicado por completo, ¿Cómo podríamos no conocerle? ¿Es que hablar de un Dios desconocido quiere decir que no se nos reveló completamente o se debe a nuestra limitada capacidad de aprehender lo revelado?
Dios se nos ha revelado, a lo largo de la historia de la salvación. Y la plenitud de esta revelación, para los cristianos, tuvo lugar en la figura de Jesús. Pero nuestro Dios es el Dios de la historia. Y se manifiesta en la historia de la humanidad. El sigue actuando y creando día a día. Y se sigue dando a conocer. Hay aspectos de Jesús y de Dios que nos siguen siendo ajenos, que se nos escapan, que no conocemos. Dios sigue siendo, de alguna manera, desconocido, para nosotros. Y lo es para nuestro mundo, en nuestra sociedad. Antes los niños no solo venían con un pan bajo el brazo, también traían consigo un catecismo. Hoy eso no sucede más. Este blog busca ser un espacio de reflexión sobre la manera en la que los hombres y mujeres de hoy nos acercamos al misterio de Dios, que justamente porque sigue siendo misterio nos sigue resultando todavía un tanto desconocido.









No hay amor sin sombras

Sabemos que el amor es lo máximo en la vida, Señor,
y esto nos hace más conscientes que no sabemos amar.
Nos resulta imposible amar a la gente defectuosa,
y más aún amarla con un amor defectuoso.
Pero la gente es, somos defectuosos y
nuestro amor es defectuoso.
Quisiéramos amar con un amor perfecto a gente perfecta.
Pero no hay gente perfecta ni amor sin sombras.
Concédenos, Señor, la clara voluntad de
amar a la gente como es, tan defectuosa.
Y concédenos amarla con nuestro amor defectuoso;
sintiendo sus manías, egoísmos, envidias y desprecios,
al mismo tiempo que aprecio, ternura, estima, amistad, amor.
Líbranos Señor del miedo a las sombras de nuestro amor
y a las sombras del amor ajeno.
No permitas que demos la espalda al amor, por complejos de culpa,
y líbranos de enredarnos en el lado sombrío de nuestro amor.
Ayúdanos, Señor, a mantener a raya la crueldad, la amargura,
que florecen como cardos entre el amor y nos devoran.
Concédenos amar con realismo y con esperanza.
En este mundo de “claridades”, crepúsculos y sombras.
Amar con la esperanza que el amor purifica al amor.
Señor, precisamos vivir fortalecidos por el amor frágil,
para fortalecer el amor.






24 agosto, 2011

Hoy no tengo nada que pedirte

Hoy no tengo
nada que pedirte,
ni te traigo
ninguna queja.

Yo sólo busco
un encuentro
desde lo infinito
que late en mí.

¡Pobre de mí
si atase
tu respuesta
a mi pregunta
tan medida,
o a mi lamento
tan herido!

¡Pobre de mí
si ya supiese
la respuesta!

Tal vez
sólo encontraría
para mi sed,
mi propia agua
reciclada,
el eco
de mi monótono
decirme,
mi pasado
humedecido
por el sudor
o por el llanto.

Te necesito
más allá
de lo que sé
o de lo que digo
de mí mismo.

¡Hoy descubro
ya presente,
en el amor
con que me atraes,
la pasión
con que me buscas!

Quien quiera venir conmigo




Y me preguntas, si quiero ir contigo, y la verdad, Jesús, ¡qué lío me hago!, porque no sé si eso implica dejar todo lo que tengo, si implica volver del revés mi vida, si lo que tengo que hacer es irme al tercer mundo, si eso tiene que ver con meterse cura o religiosa, si… Y entonces me entra miedo, y el pánico me impide verte como compañero de camino en la vida de aquí y de  ahora: mis estudios, mi grupo, mi trabajo, mi voluntariado, mi familia, mis dieciocho, veinte o 30 años.

Y me preguntas si quiero ir contigo y extrañado me digo, ¿quién? ¿yo? ¿ahora? y miro alrededor, pensando que eso no es para mí, que no es el momento, que más tarde me lo plantearé. Y repaso la lista de metas que quiero alcanzar (echarme novio o novia, acabar la carrera, tener un trabajo, viajar un poquito, independizarme…) y entre ellas no estás, y ¡cómo me gustaría pensar que te olvidaste!, ¡que no sigues ahí, esperándome!

Y me preguntas si quiero ir contigo y enseguida te vuelvo la pelota: ¿Y Tú, qué me das a cambio? Y me siento mal al hacerte esta pregunta, pero me da miedo la entrega sin recompensa, el riesgo sin seguro, el trabajo sin salario, la soledad sin encuentro, el seguirte sin mirar atrás… y es que creo que es mucho lo que tengo, lo que valgo, lo que dejo, lo que expongo, como para jugárselo todo a una carta… y oigo tus palabras: "recibirás el ciento por uno" y cierro los ojos y guardo silencio.

La voluntad de Dios V



No es que mi vida esté bien o mal. Sencillamente es que se queda corta. Esta es una afirmación que algunas personas reconocen como una certeza llena no de argumentos sino de evidencias. No te lo saben explicar pero es así. Y esa certeza les mueve a buscar más allá de lo establecido como lo razonable a pesar de que, en ocasiones, hagamos como los de la imagen. Seguimos avanzando en nuestra búsqueda de la voluntad de Dios.


La búsqueda de la voluntad de Dios es una manifestación, una actividad concreta, del amor que, cuando más hondo es, busca siempre amar más y mejor; del amor que busca cómo amar más verdadera y hondamente en unas determinadas circunstancias de la vida personal y/o colectiva, para ser amor concreto, y, sólo así, amor verdadero. Buscar la voluntad de Dios se sitúa, pues, en la dinámica tendente a la más plena identificación entre personas y proyectos a que aspira todo amor humano. La pasión por Dios se pide a sí misma el máximo grado de complacencia e identificación hacia el Dios amado. Es la experiencia viva del amor y la misericordia que Dios ha tenido y tiene conmigo la que dispara la búsqueda de la mayor identificación de personas y voluntades. El acento de la elección no será tanto 'adivinar' lo que Dios quiere sino amar lo que Dios ama.

La "voluntad de Dios" está clara en la Escritura: es una voluntad salvífica respecto al hombre y al mundo, expresada con claridad meridiana a lo largo de toda la historia de salvación. Es un permanente e incondicional deseo amoroso de salvación. Esa voluntad de Dios ha adquirido rasgos y perfiles bien concretos y humanos en Jesús de Nazaret, que ha expresado la voluntad del Padre de modo decisivo y privilegiado, sin lugar a dudas. El mismo Jesús, desde el comienzo de su ministerio expresa con rotundidad lo que pretende, haciendo suya la palabra de Dios pronunciada con anterioridad de siglos: "Me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a proclamar la libertad a los cautivos, y la vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a proclamar el año favorable y del Señor" (Lucas 4,18-19)

Este es el "proyecto" de Dios, su voluntad. El cristiano que se siente infinitamente amado con misericordia por Dios, y deseoso de darle respuesta a Él y de compartir el amor recibido con los demás, lo que intenta con su búsqueda, con su discernimiento, es adherirse al máximo afectiva y efectivamente, en sus circunstancias personales e históricas, a ese proyecto, a esa voluntad salvadora de Dios; lo que trata de descubrir es la manera concreta como puede en su "aquí y ahora" identificarse con el Hijo, hacerse semejante a Él, colaborar a que vaya adelante su proyecto.

Si la voluntad de Dios es clara, si el proyecto de Jesús está bien definido, ¿por qué el amor necesita "discernir"?, ¿por qué el amor necesita buscar?, ¿qué es lo que hay que "buscar"?... José A. García sj lo expresa de un modo conciso y magistral: porque "son problemáticas las mediaciones, son imprevisibles los costos, es desconcertante la lógica"'. El amor cuando es verdadero pide concreciones, gestos, acciones: y las concreciones son siempre ambiguas, discutibles; mucho más cuando se busca "lo mejor". Es sobre esas mediaciones del amor que hay que "discernir", que hay que elegir.

El cumplimiento de la voluntad de Dios en este mundo concreto es conflictivo, choca con resistencias internas y con dificultades externas, se opone a otros intereses, conlleva costos; el creyente tiene que valorar esos costos, ponderar la relación entre acciones y costos y, si su amor le lleva a ello, asumirlos. Eso requiere un trabajo interior, racional y afectivo: ese es el "asumir" la voluntad de Dios al que nos aboca el discernimiento.

La "lógica" de Dios, su manera de hacer las cosas, no es la nuestra: la identificación con la voluntad de Dios no es sólo identificación con los grandes objetivos, con los que, en definitiva, no es muy difícil identificarse, sino con su manera de hacer las cosas, con su estilo: discernir es ir corrigiendo con persistencia nuestros desenfoques de estilo, para no descubrirnos un día de repente en otro plano que el de Dios, haciendo, de hecho, "nuestra" obra, voluntad o proyecto y no el suyo.

Resumimos este primer paso de nuestra reflexión: ¿por qué, pues, buscar, preguntamos, discernir o elegir?, ¿para qué? En resumen apretado y sencillo: yo cristiano "busco" la voluntad de Dios, me pregunto por ella, hago discernimiento, porque Él me ha conquistado, ha conquistado mi corazón para Él y para su causa, hasta el punto de que yo quiero hacerla mía, identificarme con ella en todo, ponerme todo a su servicio. Yo cristiano hago del discernimiento un rasgo de mi ser cristiano para que la identificación con Jesús y su causa sea lo más real, efectiva y generosa posible: para poner los medios más adecuados, para no dejarme entrampar ni engañar por lógicas ajenas a las del evangelio, para no echarme atrás en la dificultad.

La voluntad de Dios IV

Es cierto, ha habido momentos en que lo veía con claridad. Todo parecía apuntar en esa dirección y no entiende por qué ahora se siente confuso y lleno de evidencias que le dicen que es mejor dejarlo estar, que esto no es lo suyo, que... Ve razones a favor y en contra. No sabe a qué se deben esas idas y venidas. Está enfrascado en un combate.


"Hay un deseo amoroso de Dios sobre el mundo y un amor de Dios por mí en con­creto. El amor experimentado y acogido me lleva a querer identificarme con el deseo de Dios. Pero llevar a buen puerto ese deseo de Dios, que es salvación para mí y para el mundo, tropieza con resistencias, dificultades, engaños. En frase evangélica: "el espíritu es animoso, pero la carne es débil"; y por ello, "mantenéos despiertos y pedid no ceder a la tentación" (Mc, 14,38). Ser de veras cristiano nos pide vivir atentos, "vigilantes" en el lenguaje del evangelio.

El amor a que nos llama el evangelio es un amor lúcido, porque carente de lucidez el amor, y el seguimiento, se van desvirtuando, van perdiendo fuerza. No sólo por las resistencias exteriores, los valores y fuerzas antievangélicos que hay en la sociedad y que lo frenan hasta poder pararlo; dentro de nosotros también hay combate, un intenso combate entre impulsos de amor y resistencias al amor.

Los enemigos de un amor concreto son varios, activos y poderosos. En primer lugar, la lógica antievangélica (la de siempre: riqueza, prestigio, protagonismo, cuidado de la propia imagen, afán de poder o dominio...); esta lógica no es sólo exterior, periférica a nosotros: está más dentro de nosotros mismos de lo que pensamos; no podemos ser ingenuos: ¡no se tienen los pulmones puros cuando se vive en una atmósfera contaminada!
También son "enemigo" los intereses creados, los "irrenunciables" que cada uno de nosotros tenemos; no sólo cosas, también ideas, lugares, trabajos, personas...: sucede a veces que sentimos que "eso en concreto" nos aparta de Dios, pero estamos dispuestos a renunciar a cualquier cosa que Dios nos pida "menos a eso", que es precisamente el obstáculo entre el amor de Dios y nosotros. Y otro gran enemigo de nuestra fidelidad a Dios y a su proyecto son nuestros miedos: especialmente los miedos al conflicto, a la minusvaloración, a la pérdida de imagen, a un cierto "aislamiento" social y/o familiar, al compromiso más radical y globalizante. A este batallón de "enemigos", particularmente activo y hábil, siempre presente en nuestra vida, es al que en un cierto lenguaje de discernimiento se le llama "mal espíritu". La enorme fuerza de ese "mal espíritu" radica en su habilidad y en su sutileza, en su capacidad de engañar: eso es lo que le hace verdaderamente temible. Se me mete dentro de mí, se me hace mío, se camufla con extraordinaria habilidad en mis propios discursos, lógica, hábitos, estilos y comportamientos...; va ganando terreno poco a poco.

Casi nunca se suele presentar de frente: proponiéndome una clara abdicación de Dios, de mis deseos de identificarme o trabajar por Él; eso sería demasiado claro, poco "engañoso"; se presenta camuflado, entra por el "portillo de la traición". Su discurso es más bien: "si no pasa nada", "tampoco es para ponerse así', "no hay que exagerar", "mira lo que hace aquel", "tú también tienes derecho a no machacarte, a descansar", etc...
Pero en nosotros hay "combate" porque hay dos fuerzas que chocan. También Dios actúa. Dios actúa activando nuestro deseo, nuestra generosidad, moviendo los impulsos más nobles y más altruistas de nuestro ser, dándonos pistas para descubrir los "engaños" y trampas que se nos tienden. Dios actúa dando fortaleza interior, coraje, capacidad de afrontar el combate... A ese actuar de Dios, fuera y dentro de nosotros mismos, se le llama en ese mismo lenguaje de discernimiento al que nos hemos referido "buen espíritu". El actuar de Dios es, sin embargo, discreto, humilde, respetuoso de la libertad. Dios actúa constantemente y en una multiplicidad de factores: pero sin aparecer, ni avasallar, sin aplastar el funcionamiento de las cosas o las personas. Hay que detectar su paso y su presencia, hay que reconocerle. Y se manifiesta así porque, al contrario que el "mal espíritu", no quiere hombres ni mujeres encadenados, privados de libertad, engañados. Dios prefiere perder la partida con el hombre que hacer trampas con él."

La voluntad de Dios III

Siempre había oído decir que la vocación es una "llamada" de Dios y lo cierto es que nunca había entendido muy bien lo que eso significaba. Ojalá fuera así de sencillo: Dios te dice clarito lo que quiere y luego tú ya verás qué haces. Pero no, parece que hay que pelear el tema y eso es justamente lo que no quiere: discernir.
 
"Ese combate entre "buen" y "mal" espí­ritu sucede en el interior de cada uno de nosotros. Hay muchas maneras median­te las cuales Dios aviva cada día el amor y el deseo de dar respuesta a ese amor, da pistas concretas de qué podemos hacer para amarle más a Él y a la gente: eso son las "llamadas" de Dios. Las "llamadas de Dios" no suelen ser fenómenos extraor­dinarios o paranormales, ni apariciones o revelaciones, ni que Dios nos llame un día al teléfono: son esos impulsos de en­trega, de generosidad, de compromiso ra­dical que experimentamos al hilo de las más diversas circunstancias. Hace falta vivir con atención para escuchar esas lla­madas. El cristiano atento en la vida a las llamadas de Dios es el "hombre" o la "mu­jer de discernimiento".

Normalmente una "llamada" de Dios, las llamadas de Dios, en general, son com­batidas por el "mal espíritu". Les pone sordina, las hace aparecer como "enga­ñosas", aumenta con extraordinario au­mento las consecuencias negativas de seguir esas llamadas, nos ofrece falsas al­ternativas que nos permitirán (supuesta­mente) responder a Dios sin hacer lo que Él quiere de nosotros... Y la enorme ha­bilidad del "mal espíritu" es que todo eso aparezca como un movimiento nuestro, muchas veces de lo más "lógico y razo­nable". El cristiano atento en la vida a las trampas del enemigo es el cristiano de "discernimiento".

Si respondemos a la "llamada" de Dios, a la acción del "buen espíritu", iremos creciendo en el amor e iremos experi­mentando la alegría y la paz que el amor creciente provocan. Si caemos en el en­gaño del "mal espíritu", que es nuestra manera habitual de decir que "no" a la lla­mada de Dios (ya las parábolas de Jesús ponían de manifiesto que a Dios no le so­lemos dar portazos sino excusas), o sim­plemente si nos dejamos llevar de nuestra lógica o de nuestra inercia, iremos experimentando, con el paso del tiempo, va­cío, cansancio, sinsentido, rutina y falta de ilusión en el seguimiento de Jesús.

Por todo ello es necesario "discernir" pa­ra permanecer cotidianamente en el amor, para que nuestra vida sea en concreto una vida sensible al amor, para que nuestros deseos y hechos vayan, afectiva y efecti­vamente, en la línea del deseo de Dios. Mediante el discernimiento nos dispone­mos a colaborar con Dios, a cooperar ­con Él, en nuestra vida personal y en nuestra acción en el mundo. Nos vamos haciendo "capaces de ir coincidiendo ca­da vez más profundamente con su deseo, ayudándonos a hacer su voluntad no co­mo quien completa un puzzle, sino como quien compone una sinfonía". El cristia­no que discierne, el cristiano atento, lee la vida con otra profundidad (en toda su profundidad) y ello le permite vivirla muy de otra manera: desde la libertad del amor y desde un amor que nos hace libres.

Dicho todo eso, que me parece lo nucle­ar, sobre el proceso de discernimiento co­mo búsqueda de la voluntad de Dios, quiero añadir algunas observaciones que creo necesarias sobre ese proceso de atención pa­ra la libertad y el amor que llamamos discernimiento.

El discernimiento cristiano es, en cuanto tal actividad cristiana, acción eclesial, ac­ción en comunión con la Iglesia. No hay discernimiento auténticamente cristiano al margen de la comunión eclesial. ¿Qué significa esto en concreto?, ¿en qué radi­ca lo "eclesial" en un proceso aparente­mente tan personal o individual como "mis" respuestas a las llamadas de Dios? Al menos, en tres cosas muy sencillas.

La primera: lo eclesial, la comunidad de los creyentes y sus valores, son marco de referencia en el que se sitúan los discer­nimientos personales; en palabras de Ig­nacio de Loyola "es necesario que todas cosas, de las cuales queremos hacer elec­ción, sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la sancta madre Igle­sia hierárquica, y no malas ni repugnan­tes a ella" (Ejercicios n° 170). Por poner ejemplos concretos: no hay que discernir la "opción por los pobres"; ya está clara­mente afirmada por la Iglesia; lo que es objeto de discernimiento es cómo yo, aquí y ahora, la llevo adelante. No hay que dis­cernir si debo o no evangelizar: he de dis­cernir dónde y cómo evangelizar."


La voluntad de Dios II


¿Y a quién le cuento todo esto? Quizá lo mejor sea dejarlo pasar y no darle más vueltas. Además, hablarlo con alguien es otorgarle carta de ciudadanía y prefiero, por ahora, dejarlo así. Supongo que buscar orientación sería empezar a reconocer la posibilidad de que es cierto, que todo esto no es una invención mía.

El verdadero discernimiento cristiano es, por lo general, un discernimiento "acom­pañado". Hay otra persona que, con más o menos frecuencia o intensidad, me ayu­da a discernir (¡no discierne ni toma de­cisiones por mí!). Hace eco de lo que yo voy diciendo, me objetiva, me hace caer en la cuenta de los procesos que voy vi­viendo. Ese acompañante es "mediación" y presencia de la comunidad eclesial que se hace presente a mi discernimiento. Por­que así como nuestra fe brota en el seno de una comunidad cristiana, necesita de esa comunidad para madurar.

Un discernimiento auténtico tiene siem­pre en cuenta las repercusiones de lo que se decide en la comunidad eclesial. "Pa­blo insistió bastante en otro aspecto: pa­ra dar por bueno el dictamen de la conciencia en una opción, no basta acu­mular razones objetivas; hay que tener en cuenta la repercusión que va a tener en la actual comunidad de cada uno la decisión que él toma"'. Quizá no sea éste el punto determinante en una elección: habrá oca­siones en que la voluntad de Dios nos pi­da una "ruptura", un gesto de disensión y/o divergencia: pero habrá que tenerlo en cuenta, calibrarlo y sopesarlo.

En otro orden de cosas, un buen discer­nimiento toma en cuenta todos los datos posibles, porque en todos ellos puede ha­ber llamadas de Dios o elementos de con­tradicción. No sólo los datos internos, los procesos interiores o las repercusiones in­teriores de fenómenos externos; también los mismos acontecimientos exteriores, los mismos datos de la vida y de la reali­dad, analizados y percibidos lo mejor po­sible. El discernimiento va más allá de los análisis de realidad, pero no los ignora ni elimina. Detrás de los hechos, los acon­tecimientos, las historias concretas de la vida, hay datos muchas veces decisivos para nuestro discernimiento.

No olvidemos que el deseo de Dios es un deseo sobre el mundo y para el mundo, que la "voluntad" de Dios es, como nos recuerda San Ignacio en una preciosa pá­gina de los Ejercicios (nº 101-109), vo­luntad salvadora que nace de una mirada atenta sobre la complejidad del mundo. "Al desembarcar vio Jesús una gran mul­titud, se conmovió y se puso a curar a los enfermos" (Mateo 14,14): es la mirada al mundo la que "activa" a Jesús. No puede ser cristiano, propio de un seguidor de Je­sús, un discernimiento ciego sobre la re­alidad del mundo, ensimismado, que ignora a aquellos que son los protagonistas y des­tinatarios del proyecto y del deseo de Dios: los hombres y mujeres de este mundo y, de modo especial, los que sufren.

Creo que se colige de todo lo dicho has­ta ahora, pero por si no ha quedado claro insisto una última vez: el discernimiento se sitúa en clima y contexto de relación personal, de amor de y para Dios, de amor con nuestros prójimos. "Es más relación personal que reflexión raciona", no es "un ejercicio 'mental' sino un camino existencia". Es, por tanto, no una lla­mada para una serie de cristianos de éli­te o selectos, sino una exigencia para todos aquellos y aquellas que quieran ser de ver­dad cristianos, seguidores de Jesús y co­operadores del proyecto de Dios, en un mundo tan complejo como el nuestro.

Situado "evangélicamente" el tema de la voluntad de Dios, analizado el significa­do y el proceso del "discernimiento" que nos asocia de hecho a esa voluntad, nos queda una cuestión: ¿cómo se hace eso en la práctica?, ¿cómo un cristiano de a pie, con la formación normal, las preo­cupaciones abundantes y el tiempo esca­so puede vivir todo esto? A ello vamos...

La voluntad de Dios I


           

¿Cuáles son las estrategias, la "gimnasia" que nos permite mantener con vigor nues­tra atención, que permite mantener en for­ma nuestra lucidez? Cuatro movimientos conforman la tabla, movimientos que, tra­bajados día a día, nos hacen ágiles en el discernimiento y hacen de éste no un so­breesfuerzo sino nuestro modo habitual de ser cristianos. Los enuncio con cuatro infinitivos, para luego explicarlos: exa­minar, contemplar, escuchar y exponerse.

Examinar: detenerse cada día para preguntarme qué es lo que estoy reci­biendo, qué es lo que está pasando, qué estoy recibiendo y qué estoy dando... Sen­tarme cada día un rato en el balcón que da a la plaza de mi vida para captar lo que pasa por ella: no contentarse con miradas furtivas y esporádicas a través de la ven­tana. No se trata de un ejercicio de mate­máticas o de contabilidad, sino de un ejercicio de sosiego interior y de sensibi­lidad. Este sencillo ejercicio nos da una agilidad increíble cuando es cotidiano, y tiene, además, importantes efectos tera­péuticos: en su cotidianeidad se genera memoria, somos invitados a descubrir que también en los días grises, o negros, recibimos, y que incluso en los días que nos parecen "gloriosos" hay algo de lo que debemos pedir perdón.

Nuestra tabla cotidiana tiene, por suerte, un ejercicio que de entrada damos por fácil: escuchar. Pero, no es tan fácil como parece. Porque escuchar significa disposición a recibir, paciencia para admitir el ritmo del otro, capacidad de encaje de lo inesperado y lo sorprendente, inteligencia para captar aquello que es dado sin palabras, elegancia para valorar un contenido torpemente envuelto o presentado... Escuchar no es oírme a mi mismo en el otro, ni seleccionar aquello que me conviene, ni utilizar las palabras del otro como material de una respuesta preconcebida. Escuchar nos va cogiendo por dentro, nos va enganchando, porque percibimos que se nos dice, y mucho...


Contemplar: no hay que asustarse, de entrada, porque el ejercicio es más sencillo de lo que parece: no es sólo para campeones olímpicos del atletismo espiritual. Tiene, eso sí, una exigencia que nos cuesta a veces: quitarnos nosotros del centro. Poner a otro ante nosotros y saber, sencillamente, mirar: caer en la cuenta de los detalles, adivinar los sentimientos que los gestos manifiestan, saborear las palabras, gozar con los matices... En la contemplación se nos hace interior la Palabra y concretos los acentos; en la contemplación nuestra sensibilidad es transformada hasta hacer nuestros sus gustos, sus sentimientos, sus preferencias, sus maneras de estar...

Exponerse: algo de intemperie en nuestra vida. Pequeños rodeos más allá del itinerario marcado, salir a la calle alguna vez sin abrigo o sin paraguas, acercarse al lugar que no está en el plano. O dejar de vez en cuando el coche y subir al autobús, al metro, al tren de cercanías. O ir a pie. Porque las rutinas atontan, enmohecen nuestros músculos interiores, nos dejan clavados en los huecos en los que nos hemos aposentado.

Discernir, buscar la voluntad de Dios en el día a día de nuestra vida es, básicamente, esta gimnasia interior: examinar, contemplar, escuchar y asumir algún riesgo. Todo ello nos hace "atentos", y en la "atención" creciente nuestro amor al Señor se hace más delicado, nuestro seguimiento de Jesús más cercano y nuestro servicio a los demás más desinteresado. Buscar la delicadeza en el amor, la cercanía en el seguimiento, el desinterés en el servicio: eso, y no otra cosa, es "buscar la voluntad de Dios".

Cuando irrumpe lo fascinante

En todos los relatos vocacionales la irrupción del Misterio no despierta un deseo más o un deseo nuevo sino que, revelándose como Presencia, altera lo concebiblemente deseable. No lo hace ofreciendo razones convincentes o despertando emociones incontenibles. Lo hace de un modo que ni la misma persona alcanza a comprender: fascinando y atrayendo irresistiblemente. pp
En algunos confundirá, en otros pacificará. Los habrá que quedarán marcados; otros, heridos. Faltarán palabras para decirlo pero su tono será inconfundible. El Misterio, lo Fascinante, lo Inconcebible no ha dejado de irrumpir. Nos ha excedido, alterado, trastocado, descolocado y, a la vez, orientado y clarificado. Pero ha hecho falta tiempo, mucho tiempo para comprender que su Presencia era irrevocable.

¿Qué pasa cuando la propia vida está bien pero sientes que se queda corta? Numerosas biografías vocacionales se han tejido y se están tejiendo desde esta pregunta. Ven su vida y no es que esté bien o mal simplemente sienten que se les queda corta. No se trata de una reflexión sino de una certeza que no pueden quitarse de encima. Y es que por más deseos que acumulen, hay algo que se resiste a conformarse y aceptar el modus vivendi al uso. La comprensión de lo que es deseable ha quedado trastocada y alterada.

Asociamos la plenitud con la sensación de estar llenos pero, ¿qué pasa cuando no te sientes lleno sino empachado? Algunos relatos vocacionales comienzan a narrarse a partir de un tumbativo “ya no más”.

Es una constatación inapelable de atiborramiento que invade a la persona empachada por saturación. Experimentan que ya no les cabe más. No se sienten llenos sino empachados. Quizás es el precio que se debe pagar para sentirse feliz en esta sociedad del bienestar. Simplemente deciden dejar de pagar ese precio.






Vocacion religiosa ¿Como saberlo?

Sientes un deseo intenso, persistente. A veces se presenta en forma de pregunta que reaparece con frecuencia y en los momentos más inesperados. En ocasiones te ves soñando despierto, imaginándote cómo sería tu vida si te decidieras. Hay momentos en que no puedes dudar, es una certeza del corazón que se hace evidente.

Y sin más, todo eso se esfuma. Y vuelve la misma pregunta de siempre: ¿cómo saber que no me estoy engañando? ¿cómo saber qué quiere Dios de mí? Y lo que hasta ese momento se veía con claridad, se vuelve confuso. Y te encuentras dando vueltas, buscando razones que te convenzan. Ya se me pasará, te dices. Además no creo que sea capaz de vivir una vocación así.

No te lo dices a las claras pero sabes que lo estás evitando. El Señor te ha ido mostrando lo mucho que desea que le sigas con la misma intensidad con la que Él te está amando y le estás evitando. Nada mejor que tus lógocas razones para dejarlo estar. Sabes que se acerca la hora de fiarse, de avanzar apoyado en sus motivos y no en tus razones.




En busca de Dios

¡Te necesito, Señor, porque sin Ti mi vida se seca!
Quiero encontrarte en la oración,
en tu presencia inconfundible,
durante esos momentos en los que el silencio
se sitúa de frente a mí, ante Ti.


¡Quiero buscarte!
Quiero encontrarte dando vida a la naturaleza que Tú has creado;
en la transparencia del horizonte lejano desde un cerro,
y en la profundidad de un bosque
que protege con sus hojas los latidos escondidos
de todos sus inquilinos.


¡Necesito sentirte alrededor!
Quiero encontrarte en tus sacramentos,
en el reencuentro con tu perdón,
en la escucha de tu palabra,
en el misterio de tu cotidiana entrega radical.


¡Necesito sentirte dentro!
Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres,
en la convivencia con mis hermanos;
en la necesidad del pobre
y en el amor de mis amigos;
en la sonrisa de un niño
y en el ruido de la muchedumbre.


¡Tengo que verte!
Quiero encontrarte en la pobreza de mi ser,
en las capacidades que me has dado,
en los deseos y sentimientos que fluyen en mí,
en mi trabajo y mi descanso
y, un día, en la debilidad de mi vida,
cuando me acerque a las puertas del encuentro cara a cara contigo.





Engaños


No, no es verdad, que no te vendan la moto, que no te venden los ojos,
que no te entrampen el corazón, que no te atrapen los sentidos, que no es cierto, que te engañan, que es mentira.
Y además ya lo sabes, de todas esas puertas, la que más brilla, la más perfecta, es una salida falsa, sabes que tendrás que volver por donde viniste, que el camino se vuelve fango más allá de las primeras praderas.
Sin embargo, la puerta más humilde, la que casi se cae a pedazos, la más estrecha, es la que se abre a lo verdadero; que tras esas primeras cuestas, y tras las segundas, empieza a crecer el tomillo y la lavanda, y al final resplandece ante tus ojos el gran paisaje desde la altura, y no te queda más que arrodillarte y contemplar.
En marcha, pues, y muy atento, que nadie ha dicho que sea fácil.



Tsunami Gadafi

Una vez más llueve sobre mojado
Hasta ayer Gadafi era recibido por nuestros gobernantes con todos los honores militares, aun cuando era de sobra conocido su sanguinario expediente. Hoy es un siniestro dictador con delirios de poder, cuyo régimen tiene los dias contados.
Hasta ayer no urgía invertir de forma generosa en el mantenimiento y seguridad de un central nuclear en estos tiempos de crisis, mejor esperar a que los acontecimientos se vayan sucediendo. Hoy nos llevamos las manos a la cabeza tras el desastre ocurrido en Fukushima, y es en esta situación límite cuando se reabre más seriamente el debate sobre la seguridad nuclear. Europa ahora "revisa todas sus centrales", mientras China paraliza la construcción de otras tantas. Todo el mundo opina, ¡que por opinar no quede! pero de lo que está falto este mundo es de ideas, no de ideologías. Nada se puede reducir a "nucleares si, nucleares no", pues la situación es mucho más compleja y requiere algo más de espacio que el que las tertulias radiofónicas o las columnas periodísticas le dedican.
Vamos tarde casi siempre. Y cuando vamos, es porque ya no queda otra salida, por presiones, por dinero, por intereses. Estoy un poco confundida...¿Quién contribuye más al desastre, la naturaleza o nosotros?




Los colores de Jesús


Cuánto les gustaría a algunos que Jesús hubiese sido un líder político,

tanto que unos lo colorean de rojo, otros de azul, otros le dan un toque verde, algunos lo pintan multicolor e incluso otros según cómo sople el viento.

Pero no, Jesús no tenía color, simplemente sentido común, tan común que se nos escapa. Dio buenas lecciones de cómo organizar una sociedad, en qué sustentar sus raíces, qué aspiraciones perseguir, habló de derechos y deberes,… ¡todo un programa político! Pero no, Jesús no tenía color.

Así que yo lo tengo claro, para ayudar a construir el Reino votaré al sentido común.

¿Y tú? ¿Lo tienes claro ya?



La playa de los pobres

Los pobres veranean en un mar que sólo ellos conocen  Allí instalan sus carpas  hechas de mimbre y celofán  y luego bajan a la orilla  para ver la llegada de los botes  curtidos de adioses  En la playa  la miseria se broncea boca abajo el hambre toma sol en una roca  los niños hacen mediaguas en la arena  y las muchachas se pasean  con sus bikinis pasados de moda  Ellas tienden sus toallas de papel  y se recuestan a mirar el reventar de las olas  que les recuerda la forma de un pan  o una cebolla  Mar adentro nadan sus sueños  Y ellas ven al vendedor de helados  acariciando sus pechos  o a ellas mismas en un viaje hacia la espuma  del que regresan con vestidos nuevos  y una sonrisa en el alma





Raro


Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte de los hombres no hacemos otra cosa que existir. (Oscar Wilde)

Esta semana se ha anunciado la apertura en el País Vasco de una unidad de referencia para “enfermedades raras”. Curioso nombre cuando en su totalidad afectan a más de 3 millones de españoles. Sin embargo, para esta gente vivir sí es algo raro. No son pocos los que mueren al cabo de unas horas o semanas de vida y muchos de ellos saben que no llegarán a soplar más de 10 o 20 velas en su cumpleaños. Para ellos, existir no es algo que se dé por supuesto.

Sin embargo, gracias a su lucha y a la de millones de personas que les rodean, son capaces de convertir esa corta y a veces dolorosa existencia en algo más y de darnos lecciones de vida a aquellos que tendremos el privilegio de disfrutarla durante muchas décadas.

Sobran las razones para estar agradecidos por nuestra suerte, sobran también para pedir que ni gobiernos ni industria dejen a estos niños desamparados por no ser rentables, nos sobran para dejar de existir y empezar a vivir.




Políticos





Por un lado vemos crisis económica, corrupción, paro, pepinos, prevaricación, mala gestión, favoritismos, juego electoral,…



Y por otro, bajas injustificadas, fotocopias gratis, enchufes, el uso del móvil del trabajo para llamadas personales, mobbing, compañeros “trepas”, decodificadores ilegales de TV, copias pirata, pagos en dinero negro,…
Así que viendo este panorama, ¿qué son los políticos? ¿Producto u origen?




contribución positiva de los jóvenes

Por lo general, cuando se habla o se escribe sobre los jóvenes, hay una ausencia marcada de textos que señalen las contribuciones positivas de estos a la sociedad o alguna referencia sobre la gran mayoría que no participa en actos violentos de ningún tipo. Predominan, eso sí, los discursos alarmistas sobre la quiebra de valores entre los jóvenes, a quienes se les atribuye la mayor responsabilidad en el aumento de la violencia, la adicción a la droga, la delincuencia y el desenfreno. La consecuencia primera de este enfoque es caer en una visión redentora, desde la cual se entiende a los jóvenes como un grupo a ser “salvado”, como si sobre ellos y ellas pesara una mayor oscuridad que sobre el resto de la sociedad. La mala fama de la “juventud perdida” es una forma de ignorar la naturaleza estructural que tienen los problemas sociales vinculados a los jóvenes. Algo de esto hemos podido observar en los primeros discursos que Benedicto XVI ha pronunciado en la Jornada Mundial de la Juventud, donde se insiste en “los fundamentos inconsistentes de los jóvenes que se contentan con seguir las corrientes de moda, que se cobijan en el interés inmediato, se olvidan de la justicia verdadera, o se refugian en pareceres propios en vez de buscar la verdad sin adjetivos”. En este tipo de discursos esta presente la visión redentora que pretende salvar a la juventud de lo que se ha dado en llamar “la tentación del relativismo moral”.

Pero hay otro modo de ver la realidad de los jóvenes. Sin caer en idealizaciones abstractas, podemos reconocer, en principio, que la fuerza positiva de los jóvenes deriva no solo de que se están constituyendo en mayoría, sino, sobre todo, de su gran potencial de sensibilidad y generosidad, y de su capacidad de emprender transformaciones sociales. Estos no son elogios aduladores; más bien el reconocimiento de actitudes y potencialidades que pueden representar una fuerza de bien en la sociedad. Sin embargo, para que esto sea así, no basta el simple reconocimiento; hay que institucionalizar formas de participación para la juventud.

Esa perspectiva es la que se propone en el Informe del Estado Mundial de la Infancia 2011, titulado “La adolescencia, una época de oportunidades”. En este se plantea que la participación activa de los adolescentes en la vida familiar y cívica fomenta una ciudadanía positiva a medida que se convierten en adultos. Por otra parte, las contribuciones de los adolescentes enriquecen y dan contenido a políticas que benefician a la sociedad en su conjunto. El Informe enfatiza que fomentar entre los jóvenes la capacidad de decidir les da poder a la hora de tomar decisiones sobre su propia salud y bienestar. Los adolescentes que participan activamente en la vida cívica tienen más probabilidades de evitar actividades de riesgo como el consumo de drogas y la comisión de delitos; de tomar decisiones con conocimiento de causa sobre las relaciones sexuales; de asumir la responsabilidad sobre derechos jurídicos: y de superar los desafíos que afrontan en su camino hacia la edad adulta. Los consejos nacionales juveniles, las iniciativas de servicios comunitarios, la comunicación digital y otras formas de participación de los jóvenes resultan ser medios eficaces para educarlos sobre sus derechos y para potenciar su capacidad de tomar decisiones.

El documento también señala que para el aporte positivo de los jóvenes y adolescentes es necesaria la construcción de un entorno propicio, que favorezca su desarrollo. Y eso pasa por abordar los valores, actitudes y comportamientos de las instituciones relacionadas con la niñez y la juventud (la familia, los compañeros, las escuelas…), así como el contexto más amplio de las normas establecidas dentro de las comunidades, los medios de comunicación, la legislación y las políticas. Por ejemplo, un Gobierno puede construir centros educativos y ampliar la educación obligatoria, pero también debe abordar las causas de la pobreza y la falta de equidad que llevan a muchos padres y madres a sacar a sus hijos de la escuela. Establecer un entorno de protección requiere también romper el silencio en torno a temas tabú como la explotación sexual y el abuso.

En estos días de jornadas de la juventud, en los que se pone mucho énfasis en los datos cuantitativos de las grandes concentraciones y en las expresiones emotivas provocadas por los sentimientos religiosos, bueno es que conozcamos el potencial positivo de esta fuerza social. Además, es fundamental que haya compromisos y actitudes que favorezcan entre los jóvenes la participación cívica (en la lucha por defender los derechos humanos), el cultivo del pensamiento crítico (que ayude a desmontar las vendas ideológicas) y la espiritualidad de la compasión (que lleve a vivir según la misericordia y a luchar por la justicia).

Para muchos jóvenes del mundo, el futuro ha dejado de ser un lugar de promesas para convertirse en un espacio de amenaza que suscita incertidumbre, preocupación y miedo. Y no puede ser de otra manera porque están siendo afectados por un presente de pobreza, exclusión, alienación religiosa, crisis familiar e identidad vulnerada. Un presente que hace recordar la fuerza de verdad que tienen las siguientes palabras: “Algo de obsceno tiene el decir que los jóvenes son el futuro cuando a muchos de ellos ya se les ha negado el presente”. De acá la necesidad de aproximarnos a la realidad de las juventudes con realismo, y sin caer en idealizaciones o satanizaciones. Un realismo cuyo compromiso prioritario debe ser la creación de oportunidades culturales y económicas para este sector cada vez más grande y tradicionalmente marginado




El Papa y los jovenes

Por mucho que se repita que en la Jornada Mundial de la Juventud los protagonistas son los jóvenes, esto no se termina de creer; sobre todo cuando observamos a esas muchedumbres juveniles más involucradas en aspectos logísticos que en hacer sentir su palabra sobre sus propias realidades, esperanzas, gozos, necesidades y angustias. Asisten a esos eventos para ser enseñados, adoctrinados, amonestados, animados, exhortados; es decir, predomina la actitud pasiva sobre la activa. Por eso está claro lo que el Papa espera de los jóvenes: que pongan a Cristo en el centro de su vida; que lo sigan en el seno de la Iglesia; que no cedan a la tentación de vivir la fe según la mentalidad individualista; que no tengan miedo al mundo, ni al futuro, ni a la propia debilidad; que pidan a Dios que les ayude a descubrir su vocación en la sociedad y en la Iglesia; que amen a la Iglesia, porque los ha engendrado en la fe y los ha ayudado a conocer mejor a Cristo; que reconozcan la importancia de la inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como de la participación en la eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.

Esas, entre otras, son las expectativas que tiene el Papa sobre la juventud. Pero muy poco o nada sabemos de lo que los jóvenes —al menos los que directamente participaron en el evento— esperan de la Iglesia, los Gobiernos, los políticos, los que dirigen la economía del mundo. Sí sabemos las posiciones que los jóvenes del movimiento de los indignados o de los grupos prolaicismo mantuvieron antes, durante y después de las Jornada: unos denunciaban el despilfarro que implicó el acontecimiento y otros, la subordinación del poder civil al poder religioso en un Estado estrictamente laico.

Ahora bien, para saber escuchar las voces de los jóvenes se requiere un modo de ser Iglesia: más madre que maestra, más samaritana que moralista, más sencilla que espectacular. En el documento sobre los jóvenes de la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, encontramos una visión que corresponde a ese modo de ser, que sigue siendo actual, y que puede ser muy útil para la alta jerarquía de la Iglesia al momento de responder a los desafíos que representa este grupo cada vez más grande. En el documento se afirma que “sin desconocer el significado de las acciones masivas entre los jóvenes, el excesivo valor que la jerarquía otorga a veces a sus resultados (cuya importancia es sobre todo numérica) dificulta la tarea de aquellos movimientos educativos y apostólicos que se esfuerzan por una presencia de fermento e irradiación” (Medellín, 5, 7). Asimismo, propone a los ministros de la Iglesia un diálogo sincero y permanente con la juventud, tanto la que forma parte de movimientos organizados, como la de sectores no organizados (5, 14).

Y sobre todo les hace a las autoridades eclesiásticas tres recomendaciones fundamentales que, a nuestro juicio, hoy son más que necesarias. La primera, “que se presente cada vez más nítido el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual, desligada de todo poder temporal y audazmente comprometida en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres” (5, 15a). La segunda, “que la predicación, los escritos pastorales y, en general, el lenguaje de la Iglesia sean simples y actuales, teniendo en cuenta la vida real de los hombres de nuestro tiempo” (5, 15b). Y finalmente, “que se viva en la Iglesia, en todos los niveles, un sentido de autoridad, con carácter de servicio, exento de autoritarismo” (5, 15c).

Estas actitudes no solo son condición de posibilidad para acompañar los procesos de tantos jóvenes, sino también para dejarse empapar e interpelar por lo que esos mismos jóvenes dicen de sí mismos, de la Iglesia, del mundo que compartimos y del futuro del que todos somos responsables. Unicef ha recordado recientemente en su publicación principal, el Estado Mundial de la Infancia 2011, que los jóvenes de hoy se enfrentan a un mundo cada vez más incierto, donde el cambio climático, la urbanización rápida, la recesión económica y el aumento del desempleo plantean desafíos sin precedentes. Hay 1.2 millones de adolescentes en todo el mundo. Nueve de cada diez de estos jóvenes viven en un país en desarrollo (o empobrecido). Millones de ellos se ven privados de sus derechos básicos a la salud y la educación, y se ven expuestos a abusos y explotación. De ahí el desafío común de convertir esta edad vulnerable en una época de oportunidades.

La fiesta, el entusiasmo y el impacto de las grandes concentraciones de la Jornada Mundial de la Juventud ya pasaron, dejaron de ser noticia mundial; ahora viene el tiempo del compromiso y la responsabilidad con los desafíos que plantea la realidad de los jóvenes (creyentes y no creyentes, de los países pobres y de los países ricos); viene el tiempo de lo no espectacular y lo oculto. Para la Iglesia, es el tiempo de ser fermento en la línea de las recomendaciones de Medellín que antes señalamos. Una tarea ciertamente no espectacular, pero de gran valor para la realidad humana y cristiana




REFLEXIONES DE A PIE ¿Cuántos en realidad somos? Se apuesta hacia la superficialidad mas que a la profundidad de la experiencia humana ...