Y sin más, todo eso se esfuma. Y vuelve la misma pregunta de siempre: ¿cómo saber que no me estoy engañando? ¿cómo saber qué quiere Dios de mí? Y lo que hasta ese momento se veía con claridad, se vuelve confuso. Y te encuentras dando vueltas, buscando razones que te convenzan. Ya se me pasará, te dices. Además no creo que sea capaz de vivir una vocación así.
No te lo dices a las claras pero sabes que lo estás evitando. El Señor te ha ido mostrando lo mucho que desea que le sigas con la misma intensidad con la que Él te está amando y le estás evitando. Nada mejor que tus lógocas razones para dejarlo estar. Sabes que se acerca la hora de fiarse, de avanzar apoyado en sus motivos y no en tus razones.
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