¿Fin del terrorismo? (Ysuca)

Revolución Popular Sandinista
La semana pasada, los medios de comunicación nos atiborraron de Bin Laden aniquilado y de euforias triunfalistas que repitieron sin cesar, como Obama, que “América —es decir, Estados Unidos— puede hacer lo que se proponga”. Luego de un operativo minuciosamente ensayado, y pasando por encima de las más elementales normas de justicia y derecho internacional, Obama dio la orden de matar a Bin Laden (ya es claro que nunca hubo intención de capturarlo con vida) en su guarida, un protegido complejo muy cerca de la capital paquistaní.
Bin Laden está muerto. Sin duda, el Gobierno estadounidense se ha alzado con un triunfo mediático y militar al asesinar al que definieron como su enemigo número uno después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Bin Laden tuvo la osadía de poner a temblar el corazón mismo de la nación más poderosa del planeta, dejando un reguero de sangre inocente en el centro de Manhattan y sembrando una sensación de riesgo permanente en la sociedad estadounidense. En reacción, —y fue este el éxito real de los atentados terroristas de Bin Laden— el Gobierno de los Estados Unidos impulsó una política vengativa, militarista y antidemocrática tanto dentro como fuera de su territorio; una política que generó más violencia de la que quiso en un principio eliminar.
De acuerdo a las fuentes oficiales, el cadáver de Bin Laden yace hundido en el mar. ¿Se ha hundido y perdido también al terrorismo? La respuesta es obvia: no, los dispositivos del terrorismo internacional siguen activos no solo en lo que pueda quedar de Al Qaeda, sino en el mundo musulmán, cuyo sectores más radicales y fanatizados cobran nuevos bríos ante la ofensa, el irrespeto y el desprecio de los Estados Unidos y sus aliados hacia las tradiciones, cultura y derecho a la autodeterminación de dicha región del planeta.
El Gobierno de los Estados Unidos se ha alzado con la euforia del triunfo, y la imagen de Obama se eleva para convertir el operativo en Paquistán en trofeo de guerra en función de una campaña política hacia la reelección presidencial que hoy se prevé exitosa. Sin embargo, muy cerca de sus fronteras, en Ciudad Juárez y Tamaulipas, los carteles del crimen organizado siembran el terror entre los migrantes centroamericanos y acechan para el ingreso de la droga que alimenta la violencia y la descomposición social dentro del propio territorio norteamericano. Y lo mismo ocurre en otras regiones de México, Centroamérica, el Caribe y Suramérica. El terrorismo no reside en el mundo musulmán únicamente.
El Gobierno estadounidense canta victoria; Barak Obama emerge de su opacada imagen para dejar claro que su nación puede hacer lo que desee para cuidar su seguridad y estilo de vida. Pero sus fuerzas no han podido sofocar la violencia y la inestabilidad en Oriente Medio, África y América Latina. Una violencia que va socavando los cimientos de la economía, la democracia y la libertad desde las cuales Estados Unidos justifica sus intervenciones sanguinarias a lo largo de todo el planeta.

Oidos sordos al sufrimiento del pueblo hondureño (Ysuca)

A pesar de ser uno de nuestros vecinos más cercanos y uno de los más entrañablemente unidos a nuestra historia, los salvadoreños y salvadoreñas poco volvemos la mirada hacia el hermano país de Honduras. En general, los medios de comunicación hacen más eco de la muerte de Bin Laden en Pakistán, de las revueltas en África o de una fastuosa boda real en Inglaterra, que del sufrimiento que vive el pueblo hondureño, recrudecido por el golpe de Estado de 2009.
Posteriormente al golpe, Honduras fue suspendida del seno de la Organización de Estados Americanos (OEA) y de otras instancias internacionales, entre otras cosas, por graves violaciones al derecho humano internacional y a los derechos humanos del pueblo hondureño. Hoy, a las puertas una nueva asamblea de la OEA, a celebrarse en El Salvador el próximo mes, todo parece indicar que Honduras será readmitida en el seno de esta plataforma continental. ¿Ha mejorado el respeto a los derechos humanos en Honduras? ¿Se ha restituido la libertad de expresión? ¿Se ha juzgado a los culpables de tanto crimen cometido desde el 28 de junio de 2009? Las respuestas a todas estas preguntas son negativas.
Los derechos humanos son los valores más importantes de una sociedad democrática, ya que son la máxima manifestación de la dignidad humana. En este sentido, el respeto a los derechos humanos es un componente esencial para legitimar cualquier poder. Si algo ha caracterizado al Gobierno que nació del golpe de Estado en Honduras, presidido por Porfirio Lobo, es la continuada violación a los derechos humanos con lujo de impunidad. Mientras más de una docena de periodistas y cientos de hondureños han sido asesinados, mientras las manifestaciones son cruelmente reprimidas, mientras los campesinos son perseguidos y desalojados de sus tierras, el Gobierno de Lobo maneja a nivel externo un discurso de respeto a los derechos humanos y anula el procedimiento de los juicios contra el ex presidente Zelaya, para dar una imagen pulcra ante la comunidad internacional y lograr la reincorporación a la OEA.
Y es que, lamentablemente, la condición para el reingreso de Honduras a la OEA no ha sido el respeto a la vida y dignidad del pueblo hondureño, sino el regreso del exilio del ex presidente Manuel Zelaya. Esta es en verdad la moneda de cambio para legitimar a un Gobierno violador de los derechos humanos, como ha sido señalado por dos años consecutivos por instancias auditoras como Amnistía Internacional.
El Gobierno salvadoreño, a través del presidente Funes, ha sido uno de los principales abanderados de la reintegración de Honduras a la OEA, desconociendo o, aún peor, ignorando los atropellos a la vida del pueblo hondureño. El regreso del vecino país al organismo continental ha tomado más fuerza por el apoyo de los presidentes Hugo Chávez, de Venezuela, y Juan Manuel Santos, de Colombia, que negociaron directamente con Pepe Lobo el retorno de Honduras a la OEA a cambio del regreso de Mel Zelaya. Si la Organización reincorpora a Honduras, como parece que sucederá en San Salvador, ignorando la grave situación interna de los derechos humanos, puede perder ante los pueblos de América la legitimidad de la que aún goza. ¿Será así?

Prensa, ¿libertad de que y para que? (Ysuca)

¿De qué necesita la prensa ser libre y para qué quiere tener esa libertad? Ignacio Ellacuría solía decir que el fundamento y principio de los derechos (en este caso, de la libertad de prensa como derecho humano) es su violación. Es decir, si se considera el proceso real del surgimiento de los derechos humanos, se puede apreciar el siguiente esquema: situación de agravio (realidad de violación), conciencia de ese agravio (denuncia y utopía) y lucha reivindicativa por conquistar el derecho. En otras palabras, se habla de libertad de prensa no solo como una necesidad de la convivencia social y política que se debe suministrar, sino porque hay una negación de ella a causa de una práctica abusiva y excluyente.
Ese esquema se observa en el origen del Día Mundial de la Libertad de Prensa (3 de mayo), instaurado hace 20 años (1991) en una reunión de periodistas africanos en Windhoek, Namibia, quienes denunciaron las condiciones en que se ejercía el periodismo; básicamente, en circunstancias de persecución, arrestos, asesinatos, censura y restricción de sus actividades por diversas presiones económicas y políticas. De allí surge la Declaración de Windhoek, que llama a luchar para proteger los principios fundamentales (ideales éticos) de la libertad de expresión consagrada en el artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Más concretamente, se plantea que no hay libertad de prensa sin independencia y pluralismo. Independencia de los poderes públicos para que no ejerzan dominio político o económico, ni control sobre los materiales y la infraestructura necesarios para la producción y difusión de diarios, revistas y otras publicaciones periódicas. Pluralidad para contrarrestar a los monopolios informativos y posibilitar la existencia del mayor número posible de diarios, revistas y otras publicaciones que reflejen la más amplia gama posible de opiniones dentro de la comunidad. Por tanto, si consideramos el origen de esta fecha, nos encontramos que desde la negación de un derecho básico para la sana convivencia, se expone la necesidad de que la información sea parte del bien común, puesto que es la sociedad como un todo la que necesita estar bien informada; y eso implicará la existencia de una prensa libre, responsable y honrada con la realidad.
En consecuencia, ¿de qué se tiene que ser libre? Libres de las presiones gubernamentales, empresariales o políticas que buscan imponer su visión oficiosa de la realidad; de los llamados “formadores” de opinión, que pretenden hablar de todo y por todos; del secretismo y el oscurantismo, que mantienen en cautiverio información de carácter público; libres de las veleidades informativas que identifican la realidad con el espectáculo (partidos de fútbol convertidos en acontecimientos, bodas de príncipes que nos transportan al mundo de lo virtual, beatificaciones con características ostentosas que nada tienen que ver con Jesús de Nazaret); libres frente a la propia empresa periodística cuando esta coarta la libertad de información; de la autocomplacencia, prepotencia y arrogancia que lleva a la impunidad informativa; de los guiones impuestos por las grandes agencias de noticias; libres de la propia ideología (distanciamiento crítico); del monopolio informativo, de las censuras ideológicas o de las informaciones ideologizadas. La ciudadanía, por su parte, tendrá que liberarse de la pasividad informativa, ejerciendo no solo su derecho a ser informada, sino también a informar y verter opinión.
Ahora bien, la libertad de prensa es también para algo. Es libertad para recuperar la función social de los medios y de la prensa. Es un hecho que la mayor parte de la población se acerca a la realidad y toma posición ante ella a través de la imagen y opinión públicas, controladas en gran medida por eso que genéricamente llamamos prensa (constructora y difusora de versiones de los hechos). Al periodismo le compete, por profesión y vocación, captar la realidad y comunicarla al público de la forma más honrada y veraz posible. Libres, entonces, para formar la opinión pública, generando o impulsando corrientes de opinión que favorezcan el bien común; para inconformar, es decir, para sacar del sueño profundo en el que puede encontrarse la conciencia colectiva, estimulando la participación informada de los ciudadanos en los procesos políticos, económicos, sociales y culturales; libres para ser voz informativa, comentadora y analizadora de aquellos y aquellas cuya realidad ha sido sometida a la inexistencia. Libres, en definitiva, para ejercer la profesión periodística como un servicio que responde a la necesidad que tiene la ciudadanía de información veraz, de expresión propia y de acompañamiento en sus procesos. Y por lo que compete a los ciudadanos, estos pueden ejercer su libertad para exigir de la prensa más ética, más verdad, más profesionalismo y más compromiso social.

Amor Materno (Ysuca)

Se afirma que cuando amamos, cuidamos; y cuando cuidamos, amamos. Es decir, el cuido es un elemento básico de la capacidad de amar. Para el psicoanalista Erich Fromm, este aspecto es especialmente evidente en el amor de una madre para su hijo. Ninguna declaración de amor por su parte —señala— nos parecería sincera si viéramos que descuida al niño, deja de alimentarlo, de bañarlo, de proporcionarle bienestar físico: creemos en su amor si vemos que cuida al niño. En consecuencia, en este plano de la mujer-madre, el amor se concibe como la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos.
Monseñor Romero, hablando del amor y ternura de las madres, decía: “Aun cuando se callaran todos los medios de comunicación, siempre quedaría un gran micrófono en el mundo: la madre cristiana (…) La madre es como el sacramento del amor de Dios. Dicen los árabes que Dios, como no lo podemos ver, hizo a la madre que podemos ver y en ella vemos a Dios, vemos el amor, vemos la ternura”. Según este pensamiento de monseñor Romero, ser madre es más que una función biológica, es más que un rol. Es un modo de ser donde se unifica cuido y ternura; donde se funde cuerpo, psique y espíritu; es amor que humaniza. Por eso, termina llamándola “sacramento del amor de Dios”.
Tenemos aquí una valoración de la mujer-madre, no una idealización que lleva a justificar o a reducir a la mujer a esa dimensión maternal, con toda la carga de sacrificio y negación de sí misma que suele implicar en una sociedad de corte patriarcal. En tal sentido, monseñor advierte que María, madre de Jesús de Nazaret, se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias adversas de la vida personal y social, ni son víctimas de la alienación,  sino que proclaman con ella que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba a los potentados de sus tronos.
Pero, en todo caso, la valoración de la maternidad no debe pasar por alto el peligro de su idealización. Ignacio Martín-Baró, uno de los mártires de la UCA e impulsor de la psicología de la liberación, sostiene que a la madre se le atribuye una serie de características idealizadas: buena, santa, abnegada, bella, acogedora, fiel; es lo más sagrado e intocable. El mito de la madre —añade— idealiza y naturaliza el rol de la mujer como agente fundamental de transmisión de la misma ideología que la oprime y la deshumaniza. La imagen ideal de la madre encubre la realidad triste de la maternidad, socialmente desamparada y fruto no pocas veces de la ignorancia, el apremio y la necesidad.
Por otra parte, pero igualmente con un enfoque crítico de los roles atribuidos a los hombres y las mujeres, la teoría de género nos advierte de lo injusta que ha resultado para las mujeres la estructura patriarcal. Una de las mayores mentiras ideológicas de esa estructura es hacer pasar como natural algo que es esencialmente histórico. Así, por ejemplo, se propaga la creencia de que las mujeres son eternas madres y eternas amas de casa, por el hecho mismo de ser mujeres, es decir, por naturaleza. Y a esto se añade la idealización de ese tipo de roles cuando se alaban y se difunden calificativos tales como “reina del hogar”, “madre sacrificada”, la que “vive para los otros”. De esa forma, la estructura social patriarcal que produce relaciones desiguales e injustas entre hombres y mujeres queda justificada, se convierte en un valor.
Ciertamente, es un acto de justicia valorar el amor materno, pero eso no quiere decir que la mujer solo se realiza siendo madre, impidiéndole descubrir otras opciones de vida en ámbitos como la política, el deporte, la economía, el arte, la literatura, etc.; campos en los que el hombre ha tenido preponderancia y a la mujer se le ha relegado o excluido. Cuando el Informe sobre Desarrollo Humano El Salvador 2010 plantea la necesidad de implementar un nuevo modelo de desarrollo centrado en la gente, da especial importancia a la equidad de género, no solo por razones de justicia social, sino también porque la plena incorporación de las mujeres volvería más fácil el esfuerzo del desarrollo. Se ha caído en la cuenta de que con los altos niveles de exclusión de las mujeres, el país se priva o desaprovecha los aportes de un sector mayoritario de la población. Esto sin olvidar que la contribución económica del trabajo doméstico no remunerado que realizan muchas mujeres representa un buen porcentaje del producto interno bruto.
Cuando reflexionamos sobre el amor materno, hay que poner juntos amor y ternura, valentía y entereza, desenmascaramiento de las ideologías justificadoras de exclusión y lucha contra la desigualdad de género. Porque una sociedad que discrimina y no valora la contribución de la mujer es una sociedad injusta, a la cual hay que transformar, entre otras cosas, con leyes y políticas públicas incluyentes.

El cristianismo corre el peligro de convertirse en una religión "habladora" y "pensadora"

¿Por qué es Dios invisible? Dios no es invisible. Vuestra visión está borrosa, y por eso no lográis verlo. La pantalla de cine se hace invisible cuando se proyecta sobre ella una película. Aunque la miréis incesantemente, no lográis verla; estáis demasiado agarrados por la película.
El meditador hindú se sienta con las piernas cruzadas y se mira a la punta de la nariz, como símbolo viviente de que Dios está precisamente enfrente de nosotros, pero nuestra mirada está fija más allá, en la distancia. No se trata de buscar y encontrar la punta de tu nariz. Hagas lo que hagas y vayas a donde vayas, despierto o dormido, te vuelvas adonde te vuelvas, está justo ante tus ojos. No la has perdido nunca. Simplemente, no logras distinguirla.
Durante siglos, la India hindú ha visto a Dios no "creando", sino "danzando" la creación. Lo verdaderamente extraordinario es que el hombre ve la danza, pero no logra reconocer al danzante.
Por eso, en la búsqueda de Dios debemos comprender que no hay nada que buscar ni alcanzar. ¿Cómo podéis poneros a buscar lo que está justo delante de vuestros ojos? ¿Cómo podéis alcanzar lo que ya poseéis? No se trata de esforzarse, sino de reconocer.
Los discípulos de Emaús tenían al Señor resucitado delante de ellos, pero hubo que abrirles los ojos. A los escribas y fariseos les sobraba esfuerzo, pero les faltaba reconocimiento. En el Juicio Final la humanidad exclamará: "¡Estabas con nosotros y fuimos incapaces de verte!" La búsqueda de Dios es, por tanto, un esfuerzo por ver.
Un hombre ve cada día a una mujer, y ésta parece semejante a las demás hasta el día en que él se enamora de ella. Entonces se abren sus ojos y se asombra de haber estado contemplando durante años a aquella diosa adorable y no haber sido capaz de verla.
Dejad de buscar, dejad de viajar, y entonces llegaréis. ¡No hay adónde ir! Calmaos y ved lo que está ante vuestros ojos. Cuanto más rápido viajáis, más esfuerzo necesitáis para viajar y más fácil es que os extraviéis. La gente pregunta "dónde" encontrará a Dios. La repuesta es: "aquí". ¿"Cuándo" lo encontrarán? La respuesta es: "ahora". ¿"Cómo" lo encontrarán? La: respuesta es: "callad y ved". (Un cuento oriental narra cómo un pez del océano sale en busca del océano, pero no lo encuentra por ninguna parte: ¡no ve más que agua!)
Intentamos "ver" a Dios. Pero ¿llegamos a ver algo? Vemos una nueva flor y preguntamos: "¿Qué es esto?" Alguien dice: "Una flor de loto." Todo lo que tenemos con eso es un nombre nuevo, una etiqueta nueva, pero erróneamente pensamos que tenemos una experiencia nueva, una comprensión nueva. En cuanto logramos pegarle un nombre a algo, nos parece que hemos aumentado el caudal de nuestros conocimientos, cuando lo único que hemos hecho ha sido aumentar nuestra colección de etiquetas.
Cuando Dios se negó a revelar su nombre a Moisés y prohibió que se hicieran imágenes suyas, no sólo prohibió la idolatría de los ignorantes primitivos, que le identificaban con una imagen, sino también la de los intelectuales modernos, que le identifican con una idea. Nuestros ídolos conceptuales son tan inadecuados para representar su realidad como lo eran los ídolos de piedra y barro.
La palabra "europeo" os promete cierto saber, pero os niega todo conocimiento acerca del individuo que está ante vosotros. Cometeréis una injusticia contra él si pensáis que "europeo", o cualquier otra palabra o grupo de palabras, os ofrece alguna comprensión de su individualidad única. Porque el individuo, como Dios, está más allá de las palabras: es inefable.
Para "ver" este árbol debo quitarle la etiqueta, porque me causa la ilusión de que, teniendo un nombre que ponerle, conozco el árbol. Todavía más: debo abandonar todas las experiencias precedentes de otros árboles (como debo olvidar a cualquier otro europeo, si he de hacer justicia a la individualidad de éste que tengo frente a mí). Y todavía más: debo incluso desprenderme de todas las experiencias anteriores, incluso de "este" árbol; todos sabemos que negamos la oportunidad de manifestarse como es al individuo "presente", porque constantemente le juzgamos por nuestras pasadas experiencias de él. ¿Debe sorprenderme entonces saber que, si quiero tener la experiencia de Dios ahora, debo abandonar todo lo que otros me han dicho de él, todas mis experiencias pasadas de él y todas las palabras y etiquetas de él, por sagradas que sean? La verdad no es una fórmula. Es una experiencia. Y la experiencia es intransferible. Las fólmulas son material transferible; por tanto, de poco valor. Lo valioso no se puede transferir.
La palabra, la fórmula religiosa, el dogma se idearon en principio como medios que apunten, indiquen, me ayuden y guíen en mi acercamiento a Dios. Pero a
menudo se convierten en barrera. Como si tomara un autobús para ir a casa y me negase a bajar cuando he llegado. Vemos muchas personas que dan vueltas y mas vueltas, porque nunca les han enseñado a abandonar sus conceptualizaciones y teologizaciones sobre lo divino, que se niegan a abandonar sus reflexiones discursivas en la eleción y a entrar en la noche oscura, la noche aconceptual de que hablan los místicos. Van por la vida coleccionando cada vez más etiquetas, como el hombre que acumula cada vez más posesiones materiales que nunca usará.
El río fluye ante tus ojos mientras tú mueres de sed, pero insistes en tener una definición del agua, porque estás convencido de que no podrás satisfacer tu sed hasta que no tengas la fórmula exacta. La palabra "amor" no es amor, y la palabra "Dios" no es Dios. Tampoco lo es su concepto. Nadie se emborracha con la palabra "vino". Nadie se abrasa con la palabra "fuego".
El hombre se preocupa más de los reflejos que de la realidad. Vive en la ficción. Y cuando reflexiona sobre Dios, vive en una ficción religiosa. Está fascinado por los conceptos, porque piensa que reflejan lo real.
Hay que romper los espejos. Alimento "real" y bebida "real" es lo que se necesita para satisfacer hambre y sed reales. De nada sirven alimentos y bebidas representados. La fórmula H2O no quitará la sed, por más que sea científicamente exacta. Tampoco las creencias en Dios, por verdaderas que sean. Harán de él un fanático religioso, pero dejarán insatisfecho su corazón. (Un místico árabe habla de un hombre muerto de hambre en el desierto que ve a lo lejos un saco y corre hacia él esperando que tenga algo que comer, pero dentro encuentra sólo piedras preciosas.)
¿Debemos extrañarnos de que, no habiendo logrado entender esto, las Iglesias cristianas se hayan convertido en minas agotadas? Lo que ahora se extrae de las minas son palabras y fórmulas, y con ellas se abarrota el mercado. Pero la experiencia es escasa, y los cristianos nos estamos volviendo un pueblo "palabrero". Vivimos de palabras, como una persona que se alimente con la carta del menú sin probar los alimentos. La palabra "Dios", la fórmula de Dios, se está haciendo más significativa para nosotros que la realidad "Dios". Hay un gran peligro de que, cuando veamos la Realidad en formas que no encajen en nuestras fórmulas, seamos incapaces de reconocerla e inclusó la rechacemos en nombre de nuestras fórmulas. (Un maestro sufí dice: "Un burro alojado en una biblioteca no se hace sabio. De nada me ha servido todo mi saber religioso, como de nada sirve la presencia de un tesoro en un desierto para hacerlo fértil.")
Esta actitud se ve perfectamente en el tipo de escuelas de teología que dirigimos los cristianos. Cabría esperar que estas escuelas formaran personas que ayudasen al hombre moderno a saciar su sed de Dios. Pero se han convertido en copias de las escuelas seculares. Tienen profesores, en vez de Maestros; y ofrecen enseñanza, en vez de iluminación. El profesor enseña, el Maestro despierta. El profesor ofrece conocimiento; el Maestro ofrece ignorancia, destruye conocimiento y crea experiencia; os ofrece conocimiento como un vehículo, sólo para sacaros de él cuando llegue el momento y el conocimiento no impida el reconocimiento.
El aprendizaje secular se realiza por medio de la reflexión, el pensamiento, la palabra. La religión se aprende a través de la meditación silenciosa. (En el Oriente, "meditación" -dhyan- no significa reflexión, como ocurre en Occidente, sino el acallar toda reflexión y pensamiento). La escuela secular produce eruditos. La escuela religiosa, meditadores. La tragedia es que muchas escuelas cristianas de teología se limitan a hacer de un erudito secular un erudito religioso. La escuela secular intenta explicar las cosas creando "conocimiento". La escuela, religiosa enseña a contemplar las cosas de tal modo que crea "asombro". El hombre tiene una ignorancia enraizada. Su aprendizaje secular no suprime esta ignorancia: la oculta más, dándole la ilusión de conocimiento. En la escuela religiosa, esta ignorancia es sacada a luz y expuesta, ya que dentro de ella hay que encontrar lo divino. Pero es rara la escuela religiosa que haga esto; con demasiada frecuencia queda enterrada bajo nuevas capas de conocimiento religioso.
La escuela religiosa cristiana debe, por tanto, desarrollar técnicas para utilizar el conocimiento como un medio para exponer la ignorancia, para utilizar la palabra de modo que conduzca al silencio. Como el "mantra" o "bhajan" en la India, donde la palabra o la fórmula se entienden primero con la mente, luego es repetida incesantemente hasta crear un silencio en el que la fórmula es transferida desde la mente al corazón, y su significado profundo se siente más allá de toda palabra o fórmula. Los estudiantes religiosos deben ser entrenados de tal modo que, cuando lean o escuchen la palabra, su corazón sintonice incesantemente con la realidad sin palabras que resuena en la palabra. Deben seguir una disciplina rigurosa hasta que sus mentes queden serenas y, en silencio, aprendan a "considerar las cosas en su corazón". (Un oficial del gobierno preguntó al gran Rinzai cuál era el secreto de la religión resumido en una palabra. "Silencio", respondió Rinzai. "¿Y cómo se alcanza el silencio?". "Meditación". "¿Y qué es la meditación?". "Silencio".)
Los estudiantes religiosos leerán la Biblia, pero en esa Biblia una página sí y otra no quedarán en blanco, para indicar que las palabras sagradas están encaminadas a producir un profundo silencio, un silencio enriquecido por las palabras sagradas, como el valioso silencio que sigue al tañido del gong en el templo. Deberán dedicar tanto tiempo a las páginas en blanco de su Biblia como al texto, porque sólo así serán capaces de compreder el texto. Porque la Biblia brotó de esas páginas en blanco, de hombres y mujeres que cultivaron lo bastante el silencio como para experimentar una verdad inefable que nunca pudieron describir, pero que procuraron señalar y sugerir con palabras que pudieran conducir a otros a la experiencia de la misma verdad.
La Biblia enseña que nadie puede ver a Dios y seguir vivo. Cuando se acalla a la mente, se ve a Dios, y el Yo muere. Los Maestros de Oriente están de acuerdo en que, cuando el silencio entra en el corazón, el Yo muere. ¿Cómo? No por aniquilamiento, sino por "visión". En la calma del silencio se "ve" que el Yo es una ilusión. El psicópata que se cree Napoleón está curado cuando "ve", comprende, que su "yo napoleónico" es una ilusión. El hombre se cura cuando "ve", cuando experimenta que su yo-centro, su yo-separado es "maya", ilusión.
Es como si la danza entrara dentro de sí misma y "viera" que no tiene centro, que no tiene más ser que el del danzante, que no es en absoluto un "ser", sino una acción. Sólo el danzante es ser. Sólo él es. La danza no tiene ser, solamente está-en-el-danzante. Dios dijo a Catalina de Siena: "Yo soy el que es. Tú eres la que no es." Cuando entráis en el silencio, experimentáis que no sois; el centro ya no está en vosotros; está en Dios; vosotros sois la periferia. Recordemos las poderosas palabras atribuidas al maestro Eckhart: "Unicamente un Ser tiene derecho a utilizar el pronombre personal 'yo': ¡Dios!".
Quien experimenta esto, despierta. Se vuelve un "nadie", un vacío, una "encarnación" a través de la cual lo divino brilla y actúa. El poeta, el pintor, el músico, experimentan a veces momentos de inspiración en los que parecen perderse, y sienten que los atraviesa un flujo de actividad del que son más un canal que una fuente. Lo que ellos experimentan en su arte, el hombre despierto lo experimenta en su vida. Sigue actuando, pero ya no es él quien actúa. Sus acciones ya no las hace él, sino que le suceden a él. Se experimenta a sí mismo haciendo cosas que, simultáneamente, no son hechas por él; parecen ocurrir a través de él. Sus esfuerzos se convierten en facilidad, su trabajo se transforma en juego, en lila, en deporte divino. ¿Podría ser de otro modo cuando se experimenta a sí mismo como una danza danzada por lo divino, como una flauta hueca de la que brota la música de Dios?
Cuando el silencio produce la muerte del Yo, nace el amor. El hombre despierto, iluminado, se siente a sí mismo como diferente, pero no separado de los demás hombres ni del resto de la creación. Porque sólo hay un Danzante, y toda la creación constituye una danza. Los experimenta a todos como a su "cuerpo", a su Yo. Así, ama a todos los hombres cuando se ama a sí mismo.
No se lanza necesariamente al servicio. Sabe que cualquiera que busca servir está en peligro de convertirse en un ser semejante a tanta gente "caritativa" que no es en absoluto religiosa, es gente que se siente culpable, bienhechores forzosos que se entremeten en las vidas de otros. Es posible, por desgracia, que des tus bienes para alimentar a los pobres y que tu cuerpo arda, pero que no tengas amor. El mejor servicio que puedes hacer al mundo es que tú desaparezcas. Entonces te transformarás en vehículo de lo divino. Entonces el servicio será espontáneo, pero sólo si Dios te empuja a ello. Puede ocurrir que te empuje a cantar canciones o a retirarte al desierto, y el mundo entero se enriquecerá con tus canciones o con tu silencio, en vez de ser perjudicado con tu servicio. ("Perdóname", dijo el mono, mientras colocaba encima de la rama de un árbol al pez que protestaba, "simplemente evito que te ahogues". ¡La servicialidad puede matar!)
Independientemente de lo que hagas, sea servir, callar o cantar, estarás totalmente absorto, porque tu Yo no estará por medio, y consagrarás a cada actividad la totalidad de tu ser. Esto es la religión en su cumbre. No sentarse en la soledad, ni recitar oraciones, ni ir a la iglesia, sino ir a la vida. Todas tus acciones brotarán del silencio, de un Yo silenciado. Cada acción tuya se habrá transformado en meditación.
Actualmente, la acción cristiana corre el peligro de brotar de la "charla" y de la "reflexión", más que del "silencio". El cristianismo corre el peligro de convertirse en una religión "habladora" y "pensadora". Se dice de la eucaristía que es una "celebración", pero se está convirtiendo más bien en una "cerebración"; el sacerdote habla al pueblo, el pueblo habla para responderle, y juntos hablan a Dios. Si queremos convertir de nuevo la religión en celebración, debemos disminuir el "pensar" y el "hablar", y aumentar el "callar" y el "danzar". (Preguntado cómo había alcanzado a Dios, el guru respondió al discípulo: "Poniendo el corazón en blanco con una meditación silenciosa, no ennegreciendo el papel con una composición religiosa". Nosotros podríamos añadir: y no espesando el aire con conversaciones espirituales.)

¿Donde estan tu hermana y tu hermano? (Ysuca)

“La violencia en todas sus formas acarrea enormes pérdidas a la sociedad. En los 18 años que han transcurrido entre 1992, año en que se firmaron los Acuerdos de Paz, y el año 2009, han fallecido 59,842 personas a causa del homicidio. Esto equivale a 3,325 homicidios por año o 9.1 personas asesinadas por día, convirtiendo al homicidio en la primera causa de muerte en El Salvador en el período de 2004 al 2008, superando a las muertes provocadas por accidentes de tránsito, infartos, neumonía, diabetes, etc.”. Eso  dice un reciente e interesante trabajo de graduación elaborado por cuatro jóvenes estudiantes de la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas” (UCA), que lleva por título “Acciones de la política de seguridad pública en El Salvador en el periodo de 1992 a 2009”.

Si a esa cifra −inadmisible pero cierta− se suman alrededor de cuatro mil víctimas mortales del 2010 y más del millar en lo que va del 2011, nuestro país “en paz” en está por alcanzar la cantidad de ejecuciones producto de la violencia política y bélica durante la terrible etapa de guerra civil del recién pasado siglo. De seguir así, en poco tiempo se habrá llegado a las setenta y cinco mil víctimas.

Hace casi veinte años terminaron los combates militares entre el entonces gobierno y la entonces oposición armada. Pero antes de que estos enemigos comenzaran de lleno el enfrentamiento, allá por 1970 una de las organizaciones revolucionarias que luego integraron el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) −hoy partido que participa en la administración pública en todos sus ámbitos− decía que la “guerra popular prolongada” era la estrategia a impulsar. Alguna razón tendría porque, desde entonces y después de dos décadas desde que pararon el conflicto bélico, ya van más de cuarenta años de un incontenible derramamiento de sangre que brota −sobre todo− del sector social más despreciado por un “modelo” económico y político que sólo favorece a los dueños del país.

Opiniones van y vienen ante este drama nacional, sin encontrarle solución. ¿Por qué? Pues porque quienes deciden o pueden influir en las decisiones sobre el rumbo nacional, no piensan en la gente; no les interesa, aunque lo digan “del diente al labio”.

La llamada “clase política” y los gobiernos de la posguerra tienen una gran responsabilidad en que las cosas estén así. Pero más son culpables esos poderes económicos que los patrocinan y que, en su egoísta afán de tener más y más, pretenden seguir viajando en la “primera clase” de un país cuyo vuelo −de accidentarse de nuevo, como ocurrió dos veces en el siglo pasado− también se los llevará de encuentro; a menos que, cínicamente, algunos decidan apostarle de lleno a ser parte de la criminalidad organizada que puede −tarde o temprano− tomar del todo las riendas del Estado. Y entonces, sólo algunos se “salvarán” a costa del desastre general.

Pero también hay que voltear la mirada a eso que llaman “sociedad civil”: las universidades, las iglesias, los medios masivos de difusión −entre los cuales hay unos que sí informan y forman− y las organizaciones de diverso tipo que existen dentro de la misma. El “dejar hacer” y “dejar pasar”, el no señalar lo infame y no reclamar lo conveniente para las mayorías populares, el esperar que alguien nos traiga la “esperanza” y el “cambio” sin exigirle que cumpla sus promesas, el callar ante el uso abusivo de los bienes estatales, el permitir que unos pocos disfruten el “buen vivir” a costa del “mal común”… Se peca por acción y también por omisión.

Hay que recordar que a Caín, el Señor le preguntó: “¿Dónde está tu hermano Abel?” Y el parricida contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso guardián de mi hermano?”, mintiendo para ocultar el escándalo y evadir su responsabilidad. “¿Qué has hecho?”, le dijo el Señor. “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra. Ahora pues, maldito eres de la tierra que ha abierto su boca para recibir de tu mano la sangre de tu hermano”.

Como a Caín, esa es la interpelación que debe hacerse al país. Hay quienes deberían temblar más al escucharla y decidirse, de una vez por todas, a cambiar; sobre todo los poderes económicos, políticos, gubernamentales, mediáticos, eclesiales, académicos y sociales. Las víctimas sufrientes ven cómo pretenden evadir, cual “caínes” modernos, sus responsabilidades mientras celebran la reciente canonización “express” de quien acá en El Salvador −hace casi exactamente quince años− les dijo: “Para construir la paz en la justicia, para edificar la fraternidad y la reconciliación, el Redentor ha recorrido el camino opuesto a la violencia, a la soberbia, al egoísmo, a la lógica del poder, escogiendo la pobreza y el servicio”.

En medio de ese escenario doloroso y desafiante, se extrañan más las voces que −como la de Óscar Romero− denunciaban el mal con valentía desde su parcial opción preferencial por los derechos de las víctimas. Los líderes religiosos deben ganarse esa calidad más allá de los formalismos, saliendo en defensa de los débiles que son el cuerpo de Cristo martirizado. Nuestro arzobispo santificado por los pueblos crucificados desde hace mucho, proclamó el 11 de mayo de 1977 ante el cadáver del canciller Mauricio Borgonovo Pohl el rechazo de la Iglesia a la violencia y su compromiso de estar con quien la sufre. “No pueden seguir viviendo tranquilos −sentenció− los que llevan la violencia a estos extremos horribles”.

Quienes entre los poderes declaran venerar a Juan Pablo II o a monseñor Romero, se arriesgan a que los terminen viendo como los “sepulcros blanqueados” de nuestros días −así de fuerte es la palabra de Jesús− si no trabajan por alcanzar una paz sólida construida sobre la verdad y la justicia. Quienes son fieles a esas enseñanzas entre las mayorías populares y la “sociedad civil”, deben exigir a los poderes que trabajen en serio para alcanzarla. Este pueblo no merece seguir padeciendo más.

Nunca el hombre es más hombre que cuando de calla, experimenta y juzga.

“El amor es mas grande, que esa ráfaga de palabras. No se discute. Para que desee servir a una verdad imperiosa, aunque, tal vez, inexpresable aun”.

Con el paso de los años, me he dado cuenta que no siempre somos capaces de ubicar lo que somos y lo que nos va formando como hombres y mujeres plenas. La persona a pesar de su edad cronológica sufre algunos estancamientos en diferentes etapas de su desarrollo, dando como resultado, la existencia de niños adultos, personas confundidas ante la vida, jóvenes con poca claridad sobre sus limitaciones al escoger una profesión... etc. ¿Qué esta pasando? ¿O que ha pasado? ¿Ha pasado simplemente o yo he contribuido – aunque inconscientemente- a la construcción de esa realidad?

Vivir es despertarse del sueño. En un intento por evadir la realidad que nos acompaña, generalmente por difícil y dolorosa, esa realidad que nos ha tocado; nos un paraíso precioso, un mundo que solo cabe o existe en nuestra mente.
Vivir es ser conciente de esa realidad asumirla con responsabilidad y valentía, es sentirse hombre o mujer responsable de su propio destino y de lo que se es.

Nos pasa a veces que nos acobarda el hecho de emprender una empresa, aunque esta sea para nuestro propio bien. Se interpreta esa cobardía como un presentimiento y nos desentendemos de aquello por temor al fracaso.
Es prudente ser vencedor, pero para ello hay que luchar, la victoria es el resultado de una lucha no de un sueño.
No se puede andar por la vida, abatido, por la angustia ante el mundo, construyendo entre nosotros y el universo un desierto de indiferencia.
La vida del espíritu es intermitente, solo la vida de la inteligencia es permanente. Es común aquel refrán: “Nadie es perfecto”. Somos una construcción que requiere de tiempo, silencio y distancia para descubrir el conjunto.
 En la confusión de los problemas planteados en el desmoronamiento, nosotros también somos divididos en pedazos. Y lo pedazos no conmueven.

Un día, me despierto en la mañana y descubro el sin sentido de esta vida de imágenes, sueños o fantasías. Y aunque no he hecho nada por mejorar esa situación, por vivir de forma real lo mas cómodo que encuentro es echarle la culpa a los demás y entonces: “Todos son unos imbesiles, desgraciados, mal nacidos que no me comprenden, el mundo esta equivocado y yo tengo la razón”. Esas son nuestras miserias y limitaciones, nos cuesta tanto reconocer cuando el error es nuestro.

La angustia es producida por la perdida de una identidad verdadera. Si espero un mensaje del que depende mi felicidad o mi desesperación, es como si me arrojaran a la nada y he dejado de ser.
Mientras la incertidumbre me mantenga en suspenso, mis sentimientos y mis actitudes no son más que un disfraz provisorio.
Si nos damos cuenta de esto, si nos quitamos el disfraz, el porvenir ya no  nos atormentara más como si fuera una aparición extraña. En adelante mis acciones, una tras otra lo componen. Soy el que controla el compás para mantenerlo firme. Son preocupaciones inmediatas y sanas.
De este modo cada minuto me alienta con su contenido, es decir que estoy involucrado en la creación de ese porvenir. El tiempo me moldea poco a poco.
El control es fundamental, es mi vida la que esta en juego, y he de ser fiel a ella aunque a veces no la entienda; como el gerente que no comprende nada de las consignas que le ha dictado un jefe ausente. Y que sin embargo, sigue siendo fiel. Lo importante es dirigirse al objetivo, que no se muestra en el momento. Este objetivo no es para la inteligencia sino para el espíritu. Ser tentado es estar tentado cuando el espíritu duerme y ceder a las razones de la inteligencia. Los intelectuales desmontan el rostro para explicarlo por pedazos, pero ya no ven la sonrisa.
Conocer no es desmontar, ni explicar. Es acceder a la visión. Pero para ver es conveniente participar primero en un duro aprendizaje...
Tal vez entonces contemplare, lo que no tiene nombre. Habré marchado como  un ciego a quien las palmas de sus manos han conducido al fuego. No sabría describirlo y sin embargo lo ha encontrado.
El hombre es siempre hombre. Somos hombres. Y en mi, nunca he encontrado mas que a mi mismo. El que muere, muere como fue. En la muerte de un vulgar minero hay un vulgar minero que muere. Ninguna circunstancia despierta en nosotros ningún sospechoso de quien no hubiéramos sospechado nada. Vivir es nacer lentamente. ¡Sería demasiado fácil adoptar almas ya hechas!
Somos siempre hombres y dueños de nuestra historia, pero si somos de los que regresan o no avanzan, jamás tendremos nada que contar. Es necesario vivir la aventura, caer, levantarse…y seguir caminado.
La aventura consiste en la riqueza de los lasos que establece, de los problemas que plantea, de las creaciones que provoca. Nuestro mundo esta compuesto de mecanismos que no se ajustan unos a otros.
Los hombres, en su mayoría son honestos y concienzudos. Su inercia, casi siempre es un efecto y no una causa, de su ineficacia. La ineficacia pesa sobre todos como una fatalidad.

Vivimos en el vientre ciego de una administración. Una administración es una maquina. Cuanto mas perfeccionada, más elimina la arbitrariedad humana.
En una administración perfecta, en la que el hombre desempeña una función de engranaje, la pereza, la deshonestidad, la injusticia ya no tienen oportunidad de reinar.
No cabe duda de que hay hombres inertes, pero la inercia es una forma deslucida de la desesperación.
Claro que quisiera creer, quisiera luchar, quisiera vencer. Pero por mas que uno simule creer, luchar y vencer encerrándose en su mundo mágico, es muy difícil sacar de esto exaltación alguna.
Es difícil existir. El hombre no es más que un nudo de relaciones y sucede que mis lazos ya no valen gran cosa. He perdido la noción de extensión, soy ciego a la extensión. Pero tengo sed de ella. Y me parece tocar una medida común a todas las aspiraciones de todos lo hombres. Pero también comprendo que nada de lo que concierne al hombre se cuanta o se mide. La verdadera extensión no es para el ojo, no se concede más que al espíritu. Desde luego, cuando uno sale de viaje busca la extensión, pero esta no se encuentra, se funda. Nunca el hombre es más hombre que cuando se calla, experimenta y juzga. Sin embargo, se trata de todo un proceso; no se cambia de un golpe, todo un sistema de pensamiento.

Desde luego, una derrota es un espectáculo triste. Y la injusticia de la derrota es esa apariencia de culpables que le da a las victimas. El espíritu en nosotros ha dominado la inteligencia.
La vida siempre hace tambalear las formulas. La derrota puede revelarse como el único camino hacia la resurrección, a pesar de sus falsedades. Para crear un árbol se condena a una semilla a pudrirse. El primer acto de resistencia, si se produce demasiado tarde, siempre es perdedor. Pero es el despertar de la resistencia. Tal vez un árbol salga de él como una semilla.  Pero en la vida cotidiana somos ciegos ante la evidencia. La vida siempre desmiente los fantasmas que inventamos; haciéndonos descubrir que no valoramos aquello que nos importa tanto  y  entonces habitas en tu acto mismo. Tú eres tú. ¡Ya no te encuentras en otra parte! Tu sentido se revela con toda claridad. Es tu deber, es tu odio, es tu amor, es tu fidelidad…!estas viviendo ¡
No encuentras nada mas en ti, esto no es un deseo moralista, es una verdad usual, una verdad de todos los días, que una ilusión o fantasía oculta con una mascara impenetrable.
En adelante cada amenaza nos endurece, cada fracaso nos enseña algo que necesitábamos aprender. Vivo en la resurrección al salir del segundo que precede y comienzo a sentir un placer prodigiosamente inesperado, es como si mi vida me fuera dada a cada segundo.
Pero, ¿Qué soy si no participo? Para ser, necesito participar; de estar vinculado. De comulgar, de dar y recibir, de ser mas que yo mismo.

Una catedral es mucho más que una suma de piedras. Es geometría y arquitectura. No son las piedras las que la definen, ella es la que enriquece a las piedras con su propia significación. Así, hay en el hombre como en todo ser, algo que no lo explican los materiales que lo componen.
Hay que restaurar al hombre. El mayor éxito en la liberación del hombre consiste en, hacerlo reinar sobre si mismo. Soy más fuerte si me encuentro a mi mismo. Si nuestro humanismo restaura al hombre.

El escultor siente el peso de su obra: poco importa si ignora como la moldeara. De empujón en empujón, de error en error, de contradicción en contradicción, ira derecho a través del barro hacia su creación. Ni la inteligencia ni el juicio son creadores. Si el escultor no es más que ciencia e inteligencia, sus manos carecerán de talento.  

Comprendo el sentido de la humildad. Esta no es denigración de si mismo. Es el principio mismo de la acción. Si con intención de absolverme, justifico mis desgracias culpando a la fatalidad, me someto a la fatalidad. Si justifico culpando a la traición, me someto a la traición.
Pero si me responsabilizo de la falta, reivindico mi poder de hombre. Puedo actuar sobre aquello a lo que pertenezco. Así, pues, hay alguien en mí contra quien lucho para engrandecerme.





De la muerte a la verdad

La pascua judía conmemora el paso de la condición de esclavitud a la de libertad; la pascua cristiana hace memoria viva del paso de la muerte a la vida, es el sí que da Dios a la causa de Jesús de Nazaret (su reinado de justicia y amor), en contra del rechazo de las autoridades judías y del imperio romano, promotores y autores de la muerte del nazareno. En ambos casos, la pascua resulta ser buena noticia, porque implica una transformación radical de aquella realidad que oprime o genera muerte injusta.
Para Jon Sobrino, Dios resucitó a quien “pasó haciendo el bien y liberando a todos los poseídos por el diablo (Hech 10, 38). El resucitado es Jesús de Nazaret, quien anunció el reino de Dios a los pobres, denunció a los poderosos, fue perseguido y ajusticiado, y mantuvo en todo una fidelidad radical a la voluntad de Dios”. Si Dios ha resucitado a quien ha vivido de esa forma y a quien por ello fue crucificado, la resurrección de Jesús no es solo símbolo de la omnipotencia de Dios, sino que es presentada como la defensa que hace Dios de la vida del justo y de las víctimas. El Dios que se nos revela en la resurrección es vida, pues se enfrenta a los ídolos de la muerte.
L. Boff considera que “a través de la resurrección se puso de manifiesto que Dios había tomado partido por los crucificados. El verdugo no triunfa sobre la víctima. Dios resucitó a la víctima y, con ello, no frustró nuestra ansia de un mundo al fin justo y fraterno”. En la resurrección, pues, se nos revela un Dios que triunfa sobre los ídolos de la muerte, un Dios que reinvindica la dignidad del justo y de la víctima. Eso, en un mundo donde parece que triunfa la injusticia y el verdugo, donde parece que los ídolos de la muerte tienen más eficacia que el Dios de la vida, resulta ser, en definitiva, una buena noticia.
En consecuencia, el anuncio de la buena nueva de la resurrección no es la transmisión de una doctrina ni la imposición de una moral, sino el convencimiento de que algo nuevo y decisivo se ha producido. Para los primeros cristianos, creer en la resurrección significaba volver a Jerusalén, reunir a la comunidad y compartir las experiencias, sin miedo a los judíos ni a los romanos (Lc 24, 33 y 35). Significaba recibir la fuerza del Espíritu Santo, abrir las puertas y tener la valentía de decir: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech 5, 29). Proclamar y ser testigo de la resurrección de Jesús significaba creer que Dios es capaz de sacar vida de la misma muerte (Heb 11, 9), es creer que el mismo poder que Dios usó para resucitar a Jesús de la muerte será usado también en los seguidores y seguidoras de Jesús, por medio de la fe (Ef 1, 19-23).
Ahora bien, ¿qué puede significar para nosotros creer en la resurrección? ¿Qué puede significar hoy en día desear felices pascuas? El papa Benedicto XVI, en su mensaje urbi et orbi (a la ciudad de Roma y a todo el mundo) para la pascua 2011, ha puesto especial énfasis en los pueblos y comunidades que, a su juicio, están sufriendo un tiempo de pasión. Suyas son las siguientes palabras: “Que el fulgor de Cristo llegue también a los pueblos de Oriente Medio, para que la luz de la paz y de la dignidad humana venza a las tinieblas de la división, del odio y la violencia. Que, en Libia, la diplomacia y el diálogo ocupen el lugar de las armas y, en la actual situación de conflicto, se favorezca el acceso a las ayudas humanitarias a cuantos sufren las consecuencias de la contienda. Que, en los países de África septentrional y de Oriente Medio, todos los ciudadanos, y particularmente los jóvenes, se esfuercen en promover el bien común y construir una sociedad en la que la pobreza sea derrotada y toda decisión política se inspire en el respeto a la persona humana. Que llegue la solidaridad de todos a los numerosos prófugos y refugiados que provienen de diversos países africanos y se han visto obligados a dejar sus afectos más entrañables; que los hombres de buena voluntad se vean iluminados y abran el corazón a la acogida, para que, de manera solidaria y concertada, se puedan aliviar las necesidades urgentes de tantos hermanos; y que a todos los que prodigan sus esfuerzos generosos y dan testimonio en este sentido, llegue nuestro aliento y gratitud”.
Estas palabras del papa nos indican que la pascua cristiana tiene que ver con realidades concretas más que con buenas intenciones. Cristo resucitado es camino de libertad, de justicia y de paz para los crucificados de este mundo. ¿Y qué decir de nuestra propia realidad? En El Salvador también se vive un tiempo de pasión, violencia, dolor y muerte. En Semana Santa no se disminuyó el número de homicidios (las cifras preliminares reportan al menos 71), la Policía Nacional Civil registró 5 mil riñas en los distintos balnearios y 17 muertos por accidentes de tránsito. Los males estructurales de la pobreza y la violencia siguen produciendo víctimas y sufrimiento. La pascua cristiana en este contexto se traduce en retos y compromisos. Por ejemplo, que en El Salvador, construyamos una sociedad sin marginación para reducir la pobreza; una sociedad segura, que valore y proteja la vida; una sociedad democrática, donde haya equilibrio entre derechos y deberes; una sociedad para la convivencia pacífica, fundada en el respeto hacia los otros, la responsabilidad personal e institucional, y la honradez con uno mismo y con los demás; una sociedad cultivadora de espiritualidad, que nos abra a la compasión y a la empatía con los otros y otras, que nos cualifique humanamente; una espiritualidad que nos capacite para ser personas que viven “la vida de Dios”, es decir, personas cuya práctica sea “hacer el bien y sanar a los oprimidos”. De momento, estos son retos; la pascua nos pone en el camino para convertirlos en realidades. Cuando esto ocurra, al menos parcialmente, la proclama “¡felices pascuas!” será más que una formalidad, será un paso concreto de la muerte a la vida.