Objeciones a las fórmulas de la dogmática cristológica en el Concilio de Calcedonia (año 451)

 Los Padres Griegos vieron con una claridad extraordinaria un dato ineludible respecto  de la condición de posibilidad para que la teología sea antropología:  no hay teología más que a partir de la Trinidad.  También es cierto que la teología trinitaria nació al calor de la cristología, ésta última se formuló ‘definitivamente’ –ya veremos qué significa esto como esbozo depediente de la ortodoxia o de la ortopistis- pero al margen de la teología trinitaria.  A este respecto el término Persona resulta de obligatoria clarificación tanto al referirlo a Cristo como a la Trinidad.
Pero el Concilio Ecuménico de Calcedonia tuvo limitadas pretensiones:  el problema de la afirmación simultánea de la divinidad y la humanidad de Jesús.  Entonces, ¿Calcedonia pretende ser una cristología total o solamente un primer paso?  Cuando la teología se redujo a pura exégesis y repetición de lo dicho por el Magisterio,  lo dicho en Calcedonia resultó excluyente, ajeno al NT e invirtió la prioridad de los órdenes (el ordo doctrinae por encima delordo economiae).  La “ortodoxia” no es, en sí misma, un concepto cristiano; “y sólo sirve para mantener estados totalitarios” (González Faus).  Es el orden de la salvación (ortopistis) el criterio superior, como se observará a través de análisis de las fórmulas cristológicas del Concilio de Calcedonia.
 I.Cristologías y Nuevo Testamento
Ha sido una costumbre generalizada tender a armonizar todos los datos que se tiene sobre la diversidad de lo real.  En el caso de Jesús, el Cristo de la fe, esto ha deparado gran cantidad de discusiones y de conceptuaciones que, más que mejorar las fórmulas cristológicas, han tratado de traducir en lenguaje moderno la dogmática calcedonense, no obstante su carácter incompleto.  Y más que una cristología, debe decirse que hay muchas cristologías, dependiendo de la fuente neotestamentaria.  Así se observa en Pablo, Lucas y Juan, aunque hoy en día la síntesis moderna intenta partir del NT para dar una visión más cercana de quién fue Jesús.
Pablo ciertamente usa títulos cristológicos e insinúa la preexistencia de Cristo adoptando un himno cristiano primitivo y convirtiéndolo en parte de una exhortación en Filipenses 2, 6-11. Sin embargo, Pablo destaca –porque está más interesado en interpretar- la significación de Jesús el Mesías para los seres humanos que en contar lo que era Él, lo que hizo y lo que dijo.  En esa línea, “el Mesías nos rescató de la maldición de la moral” (Gal 3,13).  Ese amor incondicional le devuelve la dignidad al ser humano, asunto que Pablo expresa con la expresión “filiación”, a tal punto que nos hace verdaderos hijos, adultos y poseedores de una libertad gloriosa de hermanos (cf. Rom 8, 21 y Gal 5, 13).  De esta manera, las obras que la moral exigía brotan ahora del interior del ser humano, respuesta ineludible a la buena noticia de saberse amado por Dios.  La muerte en Cruz revela hasta qué punto Dios y Jesús están de parte de los hombres.  “Las cabezas de los apóstoles” ratificaron esta buena nueva de la libertad y le recomendaron que no por ello se olvidara de los pobres (Gal 2,10), a lo cual él responde que ha cumplido con esmero.
Lucas no incluye en su cristología ni la encarnación ni la pre-existencia.  Él resume su soteriología únicamente en dos figuras:  “salvación” (Lc 2, 30; Hch 13, 26) y “justificación” (Hch 13, 39; pero matizándolo respecto de Pablo).
La cristología de Juan, por su parte, es elevada, pues Jesús reemplaza en su persona la presencia de Dios-entre-los-hombres que había desde antiguo.  Incluye “la encarnación de la Palabra, la identificación del Hijo con el Padre en su interés por el mundo, e incluso elementos de una cristología relacional, ontológica (la Palabra no solo estaba en Dios, sino que era Dios).  Los escritos de Juan –que no son de un único autor, sino de toda una comunidad- hablan de una experiencia intensa de Jesús.  El mandamiento “nuevo” (1Jn 2,7) es tal porque Jesús lo ha convertido en experiencia de Dios:  así mientras “alguien dice que ama a Dios (¡a quien no ve!) y no ama a su hermano (a quien ve y, a veces, experimenta como bien poco amable) es un embustero (1Jn 4,20)”  (González Faus).
Lo que revelan estas cristologías es que también hay varias teologías.  Estas diferencias equivalen a diferentes retratos de Jesús esbozados por la comunidad primitiva cristiana y que han sido el alimento de la fe de las posteriores generaciones de creyentes cristianos.  Sin embargo, estos son y seguirán siendo la norma de toda la enseñanza cristológica y soteriológica posterior.
 II. La fórmula del Concilio de Calcedonia
El Concilio Ecuménico de Calcedonia (451 a.C.) intentó armonizar las verdades de cada escuela,  la alejandrina –griega- y la  antioquena –latina- sobre Jesús:  “en él se da la unidad, según los teólogo de Alejandría, pero solamente en cuanto a la persona, no en cuanto a las naturalezas; la dualidad es real y se da en Jesús, como enseñan los de Antioquía, pero únicamente en cuanto a las naturalezas, no en cuanto a la persona.  Es ell Papá León Magno quien establece la fórmula cristológica para entender el misterio de Jesús:  “Confesamos a un solo y mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdadero Dios y verdaderamente hombre, con alma racional y con cuerpo, consustancial al padre según la humanidad, ‘en todo igual a nosotros, excepto en el pecado’ (Hebr 4, 15); engendrado por el Padre, antes de los siglos, según la divinidad; y en los últimos tiempos, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de la virgen María, Madre de Dios, según la humanidad.  Hemos de confesar a un solo y mismo Cristo, Hijo, Señor y Unigénito, subsistiendo en dos naturalezas de modo inconfundible, inmutable, indiviso e inseparable.  La diferencia entre las naturalezas no queda jamás suprimida por causa de la unión; antes, por el contrario, se preserva la propiedad de cada naturaleza, concurriendo ambas para formar una sola persona y subsistencia.  Confesamos a Jesucristo no en dos personas separadas y divididas, sino como un solo y mismo Hijo Unigénito, Palabra de Dios, Señor Jesucristo, como los Profetas habían hablado antes acerca de él, y como el propio Jesucristo nos enseñó y el credo de nuestros padre nos transmitió” (Denzinger, nn. 301-302).
Sin someter a un análisis los textos de NT ni confrontando lo afirmado por el Concilio con los resultados del método histórico-crítico sobre Jesús –porque esa no es la tarea de este opúsculo-, podría decirse que el calcedonense afirmó al menos cuatro puntos de carácter soteriológico, no metafísicos o doctrinales –que serán analizados en el apartado siguiente minuciosamente como objeciones por las repercusiones para la cristología-:
a)      Si Jesús no es Dios, no hubo ninguna salvación.
b)      Si Jesús no es hombre, entonces no hay nada para el ser humano respecto de su salvación.
c)      Si la humanidad no es de-Dios, entonces la divinización del hombre no se ha realizado.  Jesús no es tampoco verdadero Dios.
d)     Si la humanidad venida de-Dios no es humanidad, Jesús no ha salvado al hombre, sino otro ser (cf. González Faus, 1971, 344).
Calcedonia hizo uso del modelo de comprensión griego, empleando las palabras ‘naturaleza’ y ‘persona’.  En el caso de Jesús, habría una unidad irrepetible –entre lo humano y lo divino- que constituye un profundo misterio:  en Jesús hay dos realidades distintas entre las que se da una distancia infinita.  “Jesús en cuanto hombre y en virtud de su humanidad –a la que nos referimos al decir “Jesús”- (…), “es” hombre en el sentido de una identificación real” (Rahner, 1975, 59).  Jesús no es un Dios vestido de hombre ni tiene nada que ver con los mitos de los hombres –dioses de la antigüedad- (cf. González Faus, 1984, 485).   “El “es” de la fórmula “Jesús es Dios”, a diferencia de lo que implica en el uso corriente, no indica identidad, sino unidad, unidad relacional de procedencia, ordenación y retorno, en cuanto que Jesús subsiste, a su vez, en el Verbo y éste vive en unidad de naturaleza con el Padre” (González de Cardedal, 1975, 506, nota 446).
A.1. La ‘naturaleza’ fue entendida en el Concilio de manera abstracta, como sinónimo de esencia o de sustancia.  Pero el portador de las dos naturalezas (divina y humana) es la Persona del Logos.  “Las dos naturalezas abstractas, por tanto, existen concretamente unidas a la Persona divina del Verbo eterno” (Boff, 1983, 201).  Por ello Calcedonia afirma tajantemente un solo y mismo Señor, etc.
A.2. Los términos physis y hypóstasis no tuvieron un contenido nítido en el Concilio.  Darles un contenido equivale, en primer lugar, a afirmar legítimamente que en Jesús hay una persona humuna, aunque Calcedonia ni siquiera se pronuncia sobre la distinción entre ambas.  Habrá que esperar a Tomás de Aquino que parte de una distinción real –ontológica- entrehypóstasis y physis o a Duns Escoto que parte de una distinción puramente de razón –conceptual-.
A.3. Aunque la teología posterior ha empatado el término hypóstasis del dogma cristológico con el dogma trinitario (Lógos sarx egéneto de Juan) legítimamente, eso no significa que el término hypóstasis tenga formalmente el mismo contenido cuando se usa cristológicamente y cuando refiere al Logos trinitario.
A.4. Para precisar el significado del término hypóstasis el documento principal es la carta de Cirilo a Nestorio que Éfeso deninió como conforme a la fe de Nicea.  “En dicha carta no se habla propiamente de “una hypóstasis, sino de “unión hypostática” (kath’hypóstasin)” (González Faus, 1971, 346).  El “unum et eundem” (héna kaì autón) de Calcedonia refiere a la hypóstasis comoprincipio de unidad de ser, a aquello que hace que sea uno.  A Jesús no el falta nada, según la fórmula, sino que está de tal manera unido a Dios que en Él el ser humano recibe la misma sustentación (o afirmación) ontológica del Absoluto (González Faus).
B.1. Respecto del término physis, la unidad de Jesús implicaría que su dualidad va por la línea de la ‘cualidad’.  La doble talidad de Jesús refiere la cualidad, lo que haría de Jesús “fulano de tal” es ser Dios:  lo individual de la humanidad de Jesús es su divinidad, no algo meramente lógico, sino algo que ‘personaliza’.  El fundamento de la vida de Jesús no residiría en sí mismo, sino siempre a partir de Dios.
Queda claro que la fórmula de Calcedonia no tiene en cuenta la evolución acaecida en Cristo según se atribuye en los evangelios sinópticos.  Tampoco atiende las implicaciones asociadas a la ‘resurrección’, pasando de Logos-carne a Logos-Pneuma.  Por supuesto que la encarnación, vista por Calcedonia, complica la comprensión de la kénosis de Dios en Jesús.  Tampoco incluye una perspectiva universal y cósmica.  Es una cristología sin Logos.
III. Objeciones a las fórmulas de la dogmática cristológica en Calcedonia
La ortopistis –y no el Magisterio- ha configurado los cuatro estratos de la dogmática cristológica (cf. González Faus, 1971, 343-344):  perfetus Deus (el ‘consustancial’ de Nicea; perfectus homo (‘homoousios hemin’) en san Dámaso y el primer Constantinopolitano; una hypóstasis (Éfeso) y dos naturalezas (Calcedonia mismo).  La lectura desafortunada de estos estadios como ‘doctrina recta’ (ortodoxia del Magisterio) y no como ‘confesión de fe’ (ortopistis), sitúa paradójicamente de lado de la herejía.  Veamos.
Si lo que se sigue es la ‘recta doctrina’, entonces habrá que seguir lo que la razón trató de zanjar contra los cuatro concilios referidos en el párrafo anterior y que estuvo de lado de la herejía.  Arrio es convincente respecto de que un Absoluto que sufre no puede serlo.  Y la fe de Nicea le dice que Jesús sufriente es el Absoluto.  Apolinar sostiene (si el criterio es la razón, parece que tiene razón) que el perfecto Dios no puede ser uno con un hombre acabado.  Siguiendo al Nacianzeno, la Iglesia afirma que aquello de nosotros que no haya sido asumido no ha sido sanado.  Nestorio asume –racionalmente- que no se pueden predicar contrarios de un mismo sujeto.  Y Cirilo (comienzos del año 430) contestará que, si se ha de dividir sujetos, entonce según las predicaciones, no podemos creer que “nuestra realidad no es ajena a Dios”.  Por último, el monofisismo insistirá (parece ser lo menos que puede esperar el hombre religioso de Dios) en que la divinidad y la infinitud debe absorber a lo finito.  Réplica de Calcedonia:  “si divinidad y humanidad no son distintamente “dos”, nuestro ser perece en lugar de verse salvado”.
Se puede agrupar en tres secciones las objeciones que se despenden de las fórmulas de Calcedonia, siguiendo a González Faus:  1) fórmula difusa, 2) fórmula incompleta y 3) fórmula imperfeta.
1) En Calcedonia, así como en los siglos posteriores, hay una preferencia por la distinción entre hypóstasis y physis, sin que mediara un esfuerzo por precisar la denotación de ambos.  Desde luego, las disputas siguieron, como consecuencia de esta imprecisión y disputas conceptuales.  La cuestión más dramática tiene que ver con que se pierde la veta soteriológica del dogma, para convertir la cristología en una especie de ontología –propia de sabios atenienses- y en una ‘pastilla catequética’ (González Faus).  Jesús deja de ser Palabra (LógoV), en el sentido predicado por la Fe, pues ahora en Él “hay una persona y dos naturalezas”.
2. Calcedonia resuelve un problema particular fruto de su implantación en una cultura particular.  La dogmática cristológica no pretende ser toda la cristología.  Por ejemplo, el calcedonense prescinde de dato bíblico primordial de la resurrección.  Es difícil saber si Calcedonia habla del Jesús prepascual o del resucitado.  Si habla de ambos, entonces la resurrección es un detalle secundario.  Los títulos dados a Jesús después de la resurrección son invisibilizados en la dogmática calcedónica.  En el mundo griego –que trata de resolver el problema del cambio en la physis- es entendible, pero en el cristianismo la dimensión histórica es fundamental.  Si Jesús es perfecto hombre, no puede desatender su carácter histórico.  Tampoco se atiende lo pneumático: si la historia se margina, entonces la presencia de Dios entre los hombres (pneumática) queda en la penumbra y se margina una teología de la esperanza, del futuro.  Calcedonia cierra, pues, las puertas a una teología de la cruz, justamente por la nivelación del Jesús prepascual y el resucitado,  aniquila la kénosis:  enfatiza unilateralmente la theologia gloriae, de consecuencia nefasta para la Iglesia y la teología, y que convierte a la Iglesia en dominadora (jerarquía= poder sagrado) y no en servidora (doularquía= servicio sagrado).  Finalmente, la fórmula adolece de una dimensión colectiva (al estilo de Teresa de Ávila: “entre Dios y yo”):  una ‘cristología sin logos’, entre Dios y un hombre aislado –esto es más luterano que católico y, además, herético-, cuando más bien desde la encarnación debía convertirse a la cristología en algo que sucede entre Dios y la creación entera.
3. La última objeción la señaló Schleiermacher.  La fórmula de las dos naturalezas está viciada por un error metafísico, pues pone en un mismo plano (el de la naturaleza) a Dios y al homre, lo divino y lo humano.  “Y en realidad ningún concepto puede aplicarse al Infinito y al finito en el mismo sentido y de forma que el concepto conserve su unidad y se pueda decir que Dios y el hombre constituyen , bajo aquel aspecto, una dualidad” (González Faus, 1971, 355).  La imperfección del lenguaje calcedonense estriba en la necesidad de la cristología de expresar no la pura presencia del Absoluto en todo lo contingente, “sino una presencia categorial, presencia creada, presencia a nivel ontológico de la criatura misma”.  Esto es la encarnación.  El racionalismo escolástico finalmente sucumbió al concebir las naturalezascomo sustancias, como ‘cosas’ aislables y circunscribibles, y no como aquello por lo que que las cosas ciertamente son tal o cual (la forma en el sentido tomista).  Confundió el ‘ens’ (acto+potencia) y el ‘principium entis’ (existencia=esencia, acto puro).
 IV. San Agustín, Ricardo de san Víctor, W. Pannenberg y K. Rahner:
Sobre la Trinidad pero mas allá de Calcedonia
  Las categorías sobre la Trinidad han sido releídas, después de Calcedonia, teniendo presente que los preconceptos racionales deben ser abiertos para poder acoger la novedad del Dios cristiano.
4.1. San Agustín
La teología trinitaria clásica (desde san Agustín) consideraba la Trinidad ante el problema de conciliar la unicidad y la simplicidad de Dios con la existencia de personas. San Agustín, siguiendo terminología de Tertuliano, hablará de una sustancia y de tres personas.  La inmutabilidad de Dios (presupuesto poco bíblico) hará que Agustín conciba la Trinidad de personas en virtud de sus eternas relaciones, evitando toda diferencia sustancial entre ellas.  Los latinos, en general, hablarán decididamente de la sustancia única común a las tres personas, entendiendo toda posible causalidad desde el punto de vista de la causalidad eficiente.
En el De Trinitate de san Agustín, la terminología empleada busca dar cuenta de Dios.  En el agustinismo estamos ante una profundización del monoteísmo en perspectiva trinitaria.  La categoría de persona se ubica como la clave para interpretar occidentalmente el Dios cristiano, aceptando de los griegos la definición de Dios como “una esencia y tres hipóstasis”, expresión ortodoxa postnicena.  Dando un paso más, las Procesiones indican la procedencia de las personas:  “la procedencia eterna del Hijo respecto del Padre y la emanación del Espíritu respecto del Padre y del Hijo” (Rovira Belloso, 1994, 564). En cuanto el Padre envía el Hijo al mundo y el Hijo envía al Espíritu Santo a la Iglesia y a los corazones de los fieles, tienen lugar las Misiones.  Las Relaciones son la paternidad , la filiación, la espiración activa –que no se distingue de la realidad del Padre y del Hijo de quienes emana el Espíritu Santo- y la espiración pasiva.  A través de las Nociones es como distinguimos a una persona de otra:  la innascibilidad y la paternidad (al Padre), la filiación y la espiración activa (al Hijo) y la espiración pasiva (al Espíritu Santo).
4.2. Ricardo de San Víctor
Ante la pervivencia del pensamiento sustancialista –propio de Calcedonia-,Ricardo de San Víctor ofrece una explicación que entiende la persona como existencia:  “introdujo una terminología que no hizo fortuna, pero que es maravillosa”.  Llamó a la sustancia sistencia; y la persona es el modo de tener naturaleza, su origen, el ‘ex’, creó entonces la palabra existencia como designación unitaria del ser personal.
Aquí ‘existencia’ no significa el hecho vulgar de estar existiendo, sino que es una característica del modo de existir:  el ser personal.  La persona es alguien que es algo por ella tenido para ser:  sistit pero ex.  Este ‘ex’ expresa el grado supremo de unidad del ser, la unidad consigo mismo en intimidad personal (…)  Por ser persona, todo ser personal se halla referido a alguien de quien recibió su naturaleza  y además a alguien que puede compartirla.  La persona está esencial, constitutiva y formalmente referida a Dios y a los demás hombres. (…)   La efusión y expansión del ser personal no es como la tensión natural del éros:  se expande y difunde por la perfección personal de lo que ya se es.  Es la donación, el ágape que nos lleva a Dios y a los demás hombres” (Zubiri, 1986, 459).  Esta concepción es válida tanto para Dios como para los hombres.
La naturaleza o sistencia divina no es algo recibido, sino algo que Él posee por sí mismo.  Así, en la Trinidad “la razón formal de la personalidad está en el ‘ex’, en la relación de origen.  Los tres modos de ‘ex’ son las tres personas cuya mutua implicación asegura su idéntica sistencia natural” (Zubiri, 1986, 492).  Lo personal es el modo como se realiza lo personal:  la comunidad solamente se realiza personalmente y en una relación de origen con la comunidad.
Para distinguir la persona de la sustancia se debe preguntar no ¿qué es?, sino ¿de dónde es?  Esto equivale a caracterizar la persona por su origen, el modo de obtener su ser.  Esto lleva a Ricardo de San Víctor a considerar el ‘sistere’ como el ser de alguien determinado; y el ‘ex’ de dónde tiene el ser.  En lugar de la persona como “sustancia individual de naturaleza racional” sería “la existencia individual de naturaleza racional o “exsistens per se solum, juxta singularem quendam rationalis exsistentiae modum” (De Trinitate, IV, 24).  El rechazo de la definición de persona de Boecio apunta a que “sustancia individual” no puede aplicarse a toda la Trinidad, pues esta definición solo sirve para las personas creadas (IV, 23).  La definición de Ricardo abarcaría a Dios, al ángel y a los seres humanos:  “existencia individual de naturaleza racional” (“rationalis naturae individua exsistentia”).  Al aplicarle a Dios la definición, ésta queda “divinae naturae incommunicabilis exsistentia” (IV, 22), esto es, “existencia incomunicable de naturaleza divina”.  En la divinidad, la persona se define por la incomunicabilidad de la existencia, aunque no tiene una existencia incomunicable, al menos ‘ad intra’.
Dios tiene que “gloriarse de dar a otro lo mejor que tiene y tiene que gloriarse de recibir de otro lo mejor que puede dar” (Maximino Arias).  Por ello no pueden existir dos dioses que se amen recíprocamente, sino dos personas, pues la soledad sería contraria a su perfección, el Padre tiene la propiedad exclusiva de una persona que no procede de otra, mientras que el Hijo la de proceder sólo de otra y, el Espíritu Santo, la exclusiva de proceder de dos personas.  La existencia de un tercer amado es exigida por la esencia misma del amor divino.  La prueba de amor consumado es que se desee amar a otro, que se quiera comunicar el amor con que uno es amado.  Cuando se da amor total, se quiere que el amado pueda amar a su vez a otro; de aquí surge un condilecto de ambos.  La plenitud de la gloria exige que se comunique a un tercero.  Entonces, el amor supremo es poseído de tres modos diversos y distintos por las personas divinas.
4.3. W. Pannenberg
Pannenberg también considera las personas como relaciones, pero sin la necesidad de inscribir estas relaciones en una naturaleza previa.  “Al contrario, la naturaleza de Dios, que es el amor, se constituye justamente a partir de las personas, y no antes que ellas, como sucedía en la teología clásica.  Por eso la esencia de la divinidad, el amor, tiene su existencia solamente en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo” (González, 1994,180).  Con ello recoge e integra lo mejor de las intuiciones de Ricardo de San Víctor en una perspectiva más madura.  Pannenberg integra en el concepto de persona el proceso histórico social, separando la idea de persona de la de sustancia,pero no la idea de sujeto.  Hay una distinción entre el que realiza los actos y los actos mismos.  Unido a esto, aparece el concepto de campo (tomado de la física contemporánea) y que ‘hipostasia’ el amor hasta convertirlo en algo distinto de las personas.
En la revelación Dios se revela a sí mismo, se auto-desvela.  Dios, entonces, es el sujeto y el objeto de la revelación:  autor y ser revelado.  La forma de revelarse tiene que ver con las gestas que él realiza en la historia:  es la revelación como indirecta auto-revelación histórica.  Es la revelación como historia.  Dios habla la lengua de los hechos reales (Pannenberg, 1977, 144), interviniendo en la historia en grado sumo a través de la resurrección de Cristo, hecho decisivo y resolutivo de la historia universal y del destino del hombre (Gibellini, 1998, 290).  La auto-declaración de Dios es comprensible para todos los hombre de todos los tiempos.  La fórmula “revelación como historia” (Offenbarung als Geschichte) no es hegeliana (“historia como revelación”), sino que Dios se revela indirectamente en hechos históricos a través de tradiciones históricas.
4.4. Karl Rahner
Rahner está convencido de que todo hombre que hace uso de la razón hace una experiencia interior de Dios, de tal manera que teológicamente Rahner considera que al presentar el misterio de Dios debe favorecerse la “revelación personal” (Rovira Belloso, 1987).  El hombre, fronteriza con Dios; Dios, abriéndose al hombre para que, a la vez, se abra a Dios.  Esto equivale a decir que la Trinidad (Trinidad económica), en cuanto se autorreveló en la historia de la humanidad y actúa con vistas a nuestra participación en comunión trinitaria es a la vez la Trinidad (Trinidad inmanente) considerada en sí misma, en su eternidad y comunión perijorética entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La fe salvífica en la Trinidad es la autodonación de Dios.  Ve la Trinidad formalmente como autodonación, la cual tiene dos dimensiones:  conocimiento y amor.  Dios, entonces, aparece, no como el garante de un orden, sino como alguien comprometido hasta la propia ‘autodonación’ con la salvación de los hombres.  “Recíprocamente, “la autodonación divina acontece en unidad y diferencia en Historia (Verdad) y en Espíritu (Amor)”, tal como enseña la historia de la salvación.  En ella Dios se da como “el carente de origen, el que de suyo se comunica a sí mismo (Padre), el que se dice a sí mismo en verdad (Hijo) y el que se recibe y acoge a sí mismo (Espíritu)”, de manera tal que su donación no quede depotenciada al nivel de la criatura” (González, 1994, 31). Dicho imaginativamente, “la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo, aparecerá siempre y por toda la eternidad volcada en el hombre Jesús,  el Cristo, asumiéndolo, constituyéndolo, fundamentándolo, de tal manera que Dios Trino es y aparece como el Dios que se da paternalmente por medio del Verbo filial, interiorizándose en los hombres en el Espíritu de la Verdad y del Amor, de tal manera que nosotros llegamos a ser hijos del Padre porque Jesús, el Cristo, es realmente el Hijo Unigénito de Dios, de cuyo Espíritu que lo une al Padre estamos participando.”  (J. M. Rovira Belloso).  El corazón mismo de pensamiento trinitario rahneriano indica que, más que personas, tres subsistentes.
Como se observa, el problema de la teología medieval es el concepto de sustancia (Agustín y Tomás de Aquino) y, en el caso de la teología moderna, el concepto de sujeto (como Espíritu en Hegel).  Frente a esto, se sostiene que no hay dualismo entre la persona y sus acciones.
Bibliografía
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-Boff, Leonardo. (1983) Jesucristo el Libertador. Santander: Sal Terrae.
-Gibellini, Rosino. (1998) La teología del siglo XX. España: Sal Terrae.
-González, Antonio. (1994) Trinidad y liberación. San Salvador: UCA Editores.
-González de Cardedal, Olegario. (1975) Jesús de Nazaret. Aproximación a la Cristología. Madrid: B.A.C.
-González Faus, J.I. (1984) La humanidad nueva. Santander: Cristiandad.
-González Faus, J.I. “Las fórmulas de la dogmática cristológica y su interpretación actual”. En Estudios Eclesiásticos 46 (1971), pp. 339-367.
-Livio, Poloniato. “Trinidad como Amor. La doctrina trinitaria de Ricardo de san Víctor”. En Estudios Trinitarios (Salamanca), vol. XXVII, No. 2, mayo-agosto, 1993, pp. 275-287.
-Pannenberg, W. et  alii. (1977) La revelación como historia. Salamanca: Sígueme.
-Rahner, Karl. (1975) Cristología. Estudio sistemático y exegético. Madrid: Cristiandad.
-Rovira Belloso, Josep M. “Karl Rahner y la renovación de los estudios sobre la Trinidad”.  En Estudios Trinitarios, vol. XXI, No. 1-2, enero-agosto, 1987, pp. 95-109.
-Rovira Belloso, José María. (1993) Tratado de Dios Uno y Trino. Salamanca:Secretariado Trinitario.
-Zubiri, Xavier. (1986)  Naturaleza, Historia, Dios. Madrid: Editora Nacional.

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