Dios e Historia Un Dios perfectamente relativo


Este texto es el capítulo tercero del libro «Biblia, Teología de la liberación y Filosofía procesual. El Dios liberador en la Biblia», de Jorge PIXLEY (editorial Abya Yala -abyayala.org-, Quito, abril 2009, colección «Tiempo axial» -latinoamericana.org/tiempoaxial-), que es tenido como el primer libro que intenta establecer un diálogo entre la teología de la liberación y la filosofía procesual.

Vamos a procurar mostrar cómo en diversos textos bíblicos el Dios de Israel es presentado como una divinidad que responde a la historia e incide en ella. Y esto significa un Dios que crece con cada nuevo suceso histórico. Por tanto, un Dios que no es incambiable, porque un Dios incambiable no podría conocer una historia que está en constante flujo. Para ello recurriremos a la filosofía de organismo o procesual, de una manera que, pienso yo, ilumina lo que dice la Biblia.
Comencemos con un texto que es fundante para la fe de la Biblia, Exodo 3,7: “Bien vista tengo la aflición de mi pueblo en Egipto, y he escuchado su clamor en presencia de sus opresores; pues ya conozco sus sufrimientos”. Aquí tenemos, en la base de la fe de Israel, una afirmación que Dios “percibe”, es influenciado por, los eventos que suceden en la historia. Esto, que para el creyente parece natural, no lo es para la tradición filosófica. Aristóteles, el primero en sistematizar el pensamiento sobre Dios, argumenta en el Libro X de su Física, que Dios no conoce al mundo. Cualquier conocimiento implicaría un cambio en la divinidad, que pasaría de ignorancia a conocimiento del suceso en cuestión. Por lo tanto, Dios, ni conoce ni responde a los sucesos en esta esfera inferior que es la Tierra. Esta doctrina de la inmutabilidad de Dios pasó a ser parte de la teología natural cristiana, aunque los grandes teólogos como Tomás de Aquino encontraron modos de acomodarla a las historias bíblicas donde Dios evidentemente responde a los sucesos de la historia terrenal. Estos cambios exigieron que se forzara el esquema de la inmutabilidad de Dios.
Tomemos algunos ejemplos más del conocimiento divino y la respuesta de Dios a los eventos terrenales:
Bajó Yahveh Dios a ver la ciudad y la torre que habían construido los humanos, y dijo Yahveh: He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y éste es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundiremos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo (Gn 11,5-7).
Alguien puede objetar: “Pero esto es un mito; en un mito no se aplican las reglas convencionales”. Y, efectivamente, es un mito. También los griegos, cuya filosofía creía demostrar que la divinidad no conoce cuanto sucede en la tierra, en sus mitos narran las reacciones de los dioses a los sucesos terrenales. Pero sigamos:
Dijo, pues, Yahveh, El clamor de Sodoma y Gomorra es grande; y su pecado gravísimo. Ea, voy a bajar personalmente, a ver si lo que han hecho responde en todo al clamor que ha llegado hasta mí, y si no, he de saberlo (Gn 18,20-21).
Entonces habló Yahveh a Moisés, y dijo: ¡Anda, baja! Porque tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto, ha pecado. Bien pronto se han apartado del camino que yo les había prescrito. ... Y dijo Yahveh a Moisés: Ya veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz (Ex 32,7.9).
Pero después que hubieron comido en la habitación, se levantó Ana y se puso ante Yahveh. ... Como ella prolongase su oración ante Yahveh. ... Se levantaron de mañana y, después de haberse postrado ante Yahveh, regresaron, volviendo a su casa en Rama. Elcana se juntó a su mujer Ana y Yahveh se acordó de ella (1 Sm 1,9.19).
Se tendió tres veces sobre el niño, invocó a Yahveh y dijo: Yahveh, Dios mío, que vuelva por favor el alma de este niño dentro de él. Yahveh escuchó la voz de Elías y el alma del niño volvió a él y revivió (1 Re 17,21-22).
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración (Mc 1,35).
Por eso os digo, todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis (Mc 11,24).
Cualquier lector de la Biblia sabe que estos ejemplos pueden multiplicarse con facilidad. El Dios de la Biblia es, como decimos, un Dios de la historia. Y esto significa que sabe lo que sucede y responde a los gritos de los oprimidos y las plegarias de los enfermos o presos. Esto es evidente para los/las creyentes, pero no siempre hemos sacado las conclusiones teóricas que son evidentes. Aquí podemos recurrir a Charles Hartshorne (1899-2002), discípulo de Whitehead y gran filósofo del siglo XX. Hartshorne enseña que Dios es absolutamente relativo, es decir, conoce todo cuanto sucede en el universo y responde a él. Esto es lo que llama el lado concreto de Dios, que está sujeto a constantes cambios[1]. Esto requiere un poco de explicación.
En la teología clásica, cuyo máximo representante es Tomás de Aquino, Dios es inmutable. No es relativo a su creación, aunque la creación es relativa a Dios. Esto, como bien señala Hartshorne, es un grave error de lógica. Siempre, quien conoce es relativo a lo conocido, aunque lo conocido no tiene que ser relativo al que conoce. Así, a mí me puede conmover una sinfonía de Mozart cuando la escucho, pero la sinfonía y Mozart en nada son afectados por mi emoción. Yo puedo admirar un hermoso paisaje; es decir, el paisaje deja en mí un efecto, y no soy igual a como era antes de contemplarlo; sin embargo, el paisaje en nada queda alterado por mi admiración. Generalizando, el conocedor es relativo a lo conocido y no tiene que suceder lo inverso, que lo conocido sea relativo al conocedor. Igualmente, Leibnitz es afectado por su lectura de Platón, y su filosofía demuestra el efecto de esta lectura. Platón no fue en nada afectado por el hecho que unos veintitantos siglos después su obra entraría como factor en la filosofía de Leibnitz. Leibnitz y muchos más son afectados por Platón en los últimos cuatro siglos; Platón, para nada es afectado por ellos en sus lecturas del maestro.
En conclusión, si Dios conoce al mundo, y un creyente no puede negar que así sea, ese conocimiento afecta a Dios. Dijo Jesús:
¿No se venden dos pajarillos por dos ases? Pues bien, ninguno de ellos está olvidado ante Dios. Hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados. No temáis, valeis más que muchos pajarillos (Lc 12,7).
Esto no es algo único en la Biblia. Todo lo que acontece es conocido por Dios. Dios oye el clamor de sus criaturas y atiende a sus plegarias. Definitivamente, Dios conoce al mundo. Lo inverso no es nesariamente cierto. Los creyentes son afectados por saber que Dios les conoce; viven bañados por esa seguridad. Pero el incrédulo puede perfectamente vivir su vida sin darse por enterado ni ser afectado.
  Lo que sucede con el conocimiento es también cierto del amor. Quien ama es conmovido por su amor y la amada viene a ser parte de su configuración personal. Si la amada no se entera del amor de quien la ama, en nada queda afectada. En cambio, si lo sabe, puede sentirse conmovida por ese amor. Igual sucede en el amor de Dios hacia su creación. Dios ama las hormigas, pero ellas (suponemos) no se enteran ni son afectadas por ese amor -si el amor no conduce a conductas divinas que alteren la vida de las hormigas-.
  Concluimos que la lógica nos obliga a pensar que el conocimiento que Dios tiene de los sucesos históricos afecta a Dios, y si Dios actúa en la historia por efecto de ese conocimiento, sus conocimientos-acciones afectan a sus criaturas. En este sentido Dios es, como hemos afirmado en la teología latinoamericana, un Dios de la historia. Pero esta confesión no la hemos sistematizado. Es lo que propongo comenzar con este librito.
  Esto no significa que Dios no sea absoluto y que en ello no se distinga de todos los demás seres. Todos los seres criados son relativos, y sus relaciones son internas. Las relaciones internas son aquellas que nos constituyen. Somos lo que somos en virtud de las múltiples relaciones que disfrutamos. La relación con la amada es, obviamente, una relación interna, por cuanto altera la personalidad y la vida de quien ama. Igual sucede con un buen libro o un filme. Quien lo leyó o lo vio quedará marcado para siempre. Lo que afirman Whitehead y Hartshorne es que todas las relaciones humanas son internas.
  En contraste, una relación externa es la que existe o parece existir entre dos bolas de billar. Aunque las bolas choquen no quedan en nada afectadas, aparentemente. La verdad es que se afecta su posición y su distancia de los bordes de la mesa de jugar, y se puede discutir si la posición relativa es una relación interna. Pero se entiende la diferencia entre la relación (interna) que produce en mí una bella sinfonía y el efecto (externo) que produce en la bola el choque con otra bola.
Es evidente que en la Biblia Dios tiene también relaciones internas. “Odio, detesto vuestras fiestas... no me complazco en vuestras oblaciones” (Am 5,21-22). Aunque la imagen es metafórica, refleja una realidad. Dios rechaza con repulsión interna los sacrificios de Israel en este momento de grave injusticia. Su “disposición” queda afectada por los hechos de Israel. No es exctamente el mismo Dios de lo que fue antes de los susodichos sacrificios.
Esto no significa que Dios es como las criaturas en sus relaciones. Las criaturas son afectadas en su ser por las circunstancias en las que existen. Dios es afectado por todo:
Yahveh, tu me escrutas y conoces,
sabes cuándo me siento y cuándo me levanto,
mi pensamiento calas desde lejos;
esté yo en camino o acostado, tu lo adviertes,
familiares te son todas mis sendas (Sl 139,1-3).
Si Dios conoce y es afectado por absolutamente todo, Dios es supremamente relativo. Dios es relativo a cuanto existe y a cuanto pudiera existir. Dios conoce cuanto sucede en el universo, y entra en interacción con ello. Pero Dios se distingue de cualquier otro conocedor o actor por cuanto conoce absolutamente todo, no solamente lo que existe, sino lo que pudiera existir. Dios es supremamente relativo. Aunque hay atisbos de este conocimiento en Anselmo, en su Proslogion, ya en el siglo XI, es Hartshorne, en el siglo XX, quien lo expuso con todo rigor.
  Las citas bíblicas que hemos enlistado, y muchísimas más que pudiéramos añadir, no solamente aseguran que Dios conoce perfectamente su creación -aun las aves del cielo (Mt 6,24) y los cabellos en todas las cabezas (Lc 12,7)-, sino que actúa en respuesta a las acciones de las personas y de las naciones, siendo afectado por todo y a su vez afectando a todo. Ésta, y no una supuesta inmutabilidad, es la perfección de la divinidad. Podemos afirmar que Dios es Dios por cuanto su relatividad a cualquier otro ente es perfecta. Es, pues, relativo en grado supremo o perfecto.
  Otra forma de decirlo es afirmar que Dios existe necesariamente, porque no es posible imaginar un mundo que Dios no conociera. El mundo que nosotros conocemos existe en forma contingente. Esto quiere decir que pudo ser de otra forma. Pero, sea el mundo el que fuere, Dios lo conoce y responde a él. Su existencia no es contingente, entonces, sino necesaria. Esta fue la intuición de Anselmo, aunque no logró entender el carácter supremamente relativo de Dios.
  En conclusión, el Dios de la Biblia conoce todo cuanto hay y conocería cualquier mundo que pudiera existir. Sus relaciones con el mundo son internas, es decir, le afectan, y responde ante los sucesos que acontecen en el mundo. Éste es el Dios de la Biblia, y no el Dios inmutable de algunos filósofos.
Cual la ternura de un padre para con sus hijos,
así de tierno es YHVH para quienes le temen,
que él sabe de qué estamos plasmados,
se acuerda de que somos polvo.
¡El ser humano! Como la hierba son sus días,
como la flor del campo, así florece,
pasa por él un soplo, y ya no existe,
ni su lugar donde estuvo vuelve a conocerle.
Mas el amor de YHVH desde siempre hasta siempre
para los que le temen,
y su justicia para los hijos de sus hijos,
para aquellos que guardan su alianza,
y se acuerdan de cumplir sus mandatos (Sl 103,13-19).
  Aquí el contraste entre Dios y los humanos es de dos tipos: uno, Dios existe siempre, y los humanos son como la hierba del campo que hoy es y mañana perece; y, dos, Dios es constante y confiable, pero los humanos pueden guardar la alianza o romperla. En ambos casos, hay relación de parte de Dios, que conoce lo efímero de los humanos y, tiene una alianza firme y constante con su pueblo Israel.
  Existe una relación de Dios, no solamente con Israel, sino con los humanos individuales, y esa relación es bilateral: Dios conoce (oye) a la persona humana, y Dios actúa en ella. Veamos un fragmento de la oración de Judit:
¡Sí, sí! Dios de mi padre (Simeón, ver v. 2),
y Dios de la herencia de Israel,
Señor de los cielos y la tierra,
Creador de las aguas,
Rey de toda tu creación,
¡escucha mi plegaria!
Dame una palabra seductora
para herir y matar
a los que traman duras decisiones
contra tu alianza,
contra tu santa Casa
y contra el monte Sión
y la casa propiedad de tus hijos (Jud 9,12-13).
La ocasión es la siguiente: Judit se prepara para enfrentar al general Holofernes en su campamento cerca de la ciudad de Betulia. Su plan es entrar al campamento asirio, seducir al general y cuando estén solos y él se duerma cortarle la cabeza. Para ello precisa que Dios le dé palabras que sean eficaces para seducir a este militar duro. Podríamos encontrar muchos ejemplos más en la Biblia de la relación entre Dios y el mundo, tanto los humanos como su entorno, como las aguas, en esta plegaria. Siguiendo la orientación de Charles Hartshorne hemos generalizado esto para decir que Dios es supremamente relativo[2]. Creemos que esto es fiel al Dios de la Biblia.



[1] The Divine Relativity, Yale University Press, New Haven 1948. Este libro se ha vuelto un clásico y existen varias ediciones posteriores que lo mantiene accessible en el mercado.
[2] Siguiendo a Hartshorne, no decimos que Dios sea absolutamente relativo, porque queremos reservar el calificativo de absoluto para otra cosa, como veremos en el capítulo siguiente.



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