El arte de Amar (Ysuca)

Hay temas en los que se da por supuesto que ya lo sabemos casi todo, especialmente aquellos que se han constituido en lugares comunes, es decir, de aparente dominio público. Con facilidad hablamos de Dios, el pueblo, la democracia, la fe y el amor, entre otros. Y es casi inevitable que al abordar temas complejos de manera superficial se caiga en el abuso, la falsificación y la manipulación tanto de los contenidos como de las prácticas que implican los valores relacionados con la cuestión. Sobre el tema que hoy nos ocupa podemos decir que, por lo general, todo mundo valora el “amor”, pero poco se piensa en la necesidad de conocerlo y aprender sobre él.
En 1956 se publicó en inglés un libro escrito por uno de los intelectuales más brillantes de la Escuela de Frankfurt, Erich Fromm. El libro, en su versión en español (1966), se titula El arte de amar y sus contenidos, después de tantos años, siguen teniendo actualidad. La razón de ello, no cabe duda, es la profundidad con la que Fromm abordó el tema. Profundidad que lo convirtió en un verdadero best seller, con más de 25 millones de copias vendidas en todo el planeta.
En su libro, Fromm afirma que, para la mayoría de la gente, el problema del amor consiste en ser amado y no en amar; por tanto, la principal preocupación será cómo ser dignos de amor. Para alcanzar ese objetivo se suelen seguir varios caminos: el atractivo de los hombres para hacerse amar es el éxito económico, político o social; el de las mujeres, su condición estética y física. En otras palabras, se vive en una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante para hacerse amar. El amor no aparece como una facultad (que hay que aprender), sino como una elección del “objeto amoroso” (lo difícil es encontrar el objeto apropiado). Nuestra cultura, enfatiza Fromm, está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable.
Para superar esa tendencia egocéntrica, Fromm propone el carácter activo del amor, que implica ciertos elementos básicos, comunes a todas las formas del amor: el que existe entre el hombre y la mujer, padres e hijos, entre los amigos, al prójimo, a uno mismo, entre Dios y la humanidad. Esos elementos son el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento. Veamos brevemente cómo describe Fromm esos rasgos.
Que el amor implica cuidado es especialmente evidente en el amor de una madre o un padre por su hijo. Ninguna declaración de amor por parte de los primeros nos parecería sincera si viéramos que descuidan al niño, si dejan de alimentarlo, de proporcionarle bienestar físico. En este sentido, el amor es la preocupación activa por la vida y el crecimiento de lo que amamos. Cuando falta tal preocupación activa, no hay amor. Leonardo Boff lo ha dicho de otra forma: “Se cuida aquello que se ama y se ama aquello que se cuida”.
La palabra “responsabilidad” suele usarse para denotar un deber, algo impuesto desde el exterior. Pero la responsabilidad, en su verdadero sentido, deviene de un acto enteramente voluntario, constituye una respuesta de la persona a las necesidades, expresadas o no, de otro ser humano. Así, ser responsable significa estar listo y dispuesto a responder. La persona que ama responde a las necesidades (psíquicas, físicas, sociales) del “otro” (individual o colectivo).
El respeto, nuestro tercer elemento, no significa temor y/o sumisión, sino capacidad de ver a una persona tal cual es, tener consciencia de su individualidad única. Por ello, respetar significa preocuparse por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es. El respeto implica, por tanto, ausencia de explotación, que la persona amada crezca y se desarrolle por sí misma, en la forma que le es propia.
Sin embargo, no es posible respetar a una persona sin conocerla; el cuidado, la responsabilidad y el respeto serían ciegos si no los guiara el conocimiento. Ahora bien, hay varios niveles de conocimiento. Por ejemplo, es posible saber que una persona está encolerizada aunque no lo demuestre abiertamente e ignoremos las razones. Pero si se le conoce más profundamente, se deduce que está angustiada, que se siente sola o culpable. Se sabe, entonces, que esa cólera no es más que una manifestación de algo más profundo: se está ante una persona que sufre. El amor implica conocer al otro objetivamente, y eso pasa por la experiencia de la amistad, cercanía y confianza mutua.
En suma, en este libro el autor exhorta a tomar conciencia de que el amor es un arte, tal como es un arte vivir. En consecuencia, si deseamos aprender a amar, es necesario el dominio de la teoría y de la práctica. Cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento son cuatro actitudes interdependientes que se encuentran en la persona que se ha puesto en el camino de este aprendizaje. Pero esas actitudes, según Fromm, no han de quedarse en un plano puramente individual; reclaman un tipo de sociedad centrada no en el provecho económico depredador y excluyente, sino en el ser humano, cuya calidad de vida ha de medirse tanto por el acceso a los bienes primordiales como por la superación de las actitudes egocéntricas y el desarrollo de la capacidad de amar. Sin olvidar que el amor es un poder que produce amor, porque, como afirmaba Marx, “si amamos sin producir amor, entonces nuestro amor es impotente, es una desgracia”.

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