Falta lo esencial

La historia salvadoreña, en consonancia con la de la humanidad, está llena de grandes contrastes. El ser humano ha demostrado a lo largo de la historia que es capaz de grandes cosas. No hemos terminado de conocer un grandioso descubrimiento cuando otro nos vuelve a sacudir, sobre todo en esta era tecnológica. Nuestra especie ha sido capaz de surcar el espacio sideral y llegar a otros planetas; ha sondeado las profundidades del océano y conocido algunos de sus más grandes misterios; ha penetrado la tierra para extraer sus riquezas o rescatar a mineros atrapados a varios cientos de kilómetros de profundidad; ha creado un sinnúmero de artefactos que hacen más fácil la vida diaria.

Sin embargo, también la historia registra abundantes muestras de que el ser humano es capaz de las más grandes atrocidades. Hemos conquistado el espacio y el océano, pero no hemos sido capaces de lograr lo más decisivo para el futuro de la humanidad: convivir armónicamente como miembros de la misma especie, es decir, como semejantes o —en términos cristianos— como hermanos y hermanas. Tampoco el ser humano ha sido capaz de aplicar su prodigiosa inteligencia para convivir respetuosamente con la naturaleza, sabiendo que de ella depende la viabilidad de la vida.

Lo llamativo de nuestra historia es que las dinámicas de destrucción se esconden a veces en el corazón de los mayores avances tecnológicos. La invención del avión supuso la posibilidad de llevar la guerra al aire y bombardear ciudades enteras; la descomposición del átomo dio paso a la bomba atómica; el Internet ha supuesto el nacimiento de nuevos y sofisticados delitos. Es decir, el avance del conocimiento y de la tecnología, a la vez que mejora aspectos de la vida cotidiana, contiene semillas de nuevas amenazas, nuevas desigualdades y mayores diferencias.

A pesar de los grandes avances, después de más de 20 siglos de era cristiana, la humanidad sufre la mayor desigualdad de su historia y ha comprometido seriamente —quizás irreversiblemente— la viabilidad del planeta. Ciertamente, en cada época la gente piensa que vive momentos decisivos y únicos de la historia, pero es un hecho que el tipo de violencia que padecemos en nuestros días apenas tiene precedentes. En El Salvador fuimos capaces de silenciar las armas, pero no hemos podido encontrarle solución a una violencia que arroja una tasa de homicidios comparable a la de la guerra civil. Logramos mantener la frialdad de los equilibrios macroeconómicos, pero no podemos retener a miles de compatriotas que buscan en otra tierra las oportunidades que aquí se les niegan. Tenemos empresarios multimillonarios que invierten en muchos países, pero gran parte de los salvadoreños no puede pagar la canasta básica de alimentos. Construimos centros comerciales de estilo estadounidense, pero nos hemos convertido en el país más vulnerable del mundo, somos el segundo más deforestado de América Latina y estamos al borde de un estrés hídrico de consecuencias desastrosas.

Asimismo, los salvadoreños avanzamos en la democracia al posibilitar la participación de tendencias ideológicas diversas en la arena electoral, pero no hemos podido democratizar los beneficios sociales y económicos del desarrollo. Por primera vez en nuestra vida republicana, un partido de izquierda llegó al Gobierno, pero los problemas de la gente siguen como antes. Es decir, al igual que al resto de la humanidad, nos falta avanzar en lo esencial: la dignificación de la vida y el respeto a la naturaleza como condición indispensable para nuestra supervivencia. El problema de fondo radica en que entendemos el planeta solamente como un recurso a explotar. Y con mucha frecuencia también a las personas las consideramos meros recursos y fuente de enriquecimiento; receptáculos vacíos a los que se debe llenar con necesidades artificiales para la continuidad del consumismo desaforado. Por ello, urge que toda iniciativa ciudadana, partidaria o estatal tenga en su centro el bienestar del ser humano y la convivencia armónica con la Tierra para que avancemos en lo esencial para la vida.



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