Inspiración cristiana y testimonio personal

La inspiración cristiana es un elemento fundamental de la identidad de la UCA. Y, en ese sentido, motor y fuerza de la proyección universitaria hacia El Salvador y Centroamérica. La inspiración cristiana es, en el contexto universitario, mucho más que una simple declaración de pensamiento. Trata de ser fuerza profética en medio de un mundo marcado por la injusticia, y al mismo tiempo propuesta reflexionada y racional que busca reconstruir las relaciones humanas y sociales desde la justicia, el amor y la defensa y promoción de la vida. El P. Dean Brackley, recientemente fallecido, nos puede ilustrar en torno a lo que significa inspiración cristiana y en torno también a la necesidad de que la propia vivencia de la fe se convierta en fuerza transformadora y solidaria en quienes nos proclamamos seguidores de Jesús de Nazaret. Por eso creemos que dedicar este editorial al recuerdo de nuestro catedrático y jesuita tiene sentido para un país como el nuestro, que se confiesa cristiano.

El P. Dean vino a El Salvador en 1990. Antes de ese año, vivía y trabajaba en el Bronx, en Nueva York, en el mundo de la marginación urbana. Al mismo tiempo, dada su formación intelectual, con su doctorado en ética en la Universidad de Chicago, apoyaba en la docencia de la Universidad jesuita de Fordham. Unía docencia de ética con el testimonio de quien sabe que cuando la ética no se refleja socialmente, solo queda como camino de coherencia intelectual el estar del lado de los excluidos, golpeados y marginados por la sociedad. Impactado por la muerte martirial de los jesuitas en 1989, se ofreció inmediatamente como voluntario para venir a trabajar a la UCA.

Puesto en El Salvador, comenzó de nuevo a buscar coherencia entre su quehacer universitario, profesor de moral social, y su vida personal de entrega a los desposeídos. Al mismo tiempo que daba sus clases con una enorme entrega, se multiplicaba en los quehaceres de solidaridad con quienes sufrían el pecado estructural de nuestras sociedades. Las víctimas de la guerra, los pobres, las mujeres que buscaban respeto y defensa de su dignidad frente al machismo, los estudiantes sin recursos que querían estudiar en la Universidad, todos encontraron apoyo solidario en el padre Dean. Jayaque primero, en donde sucedió a Martín-Baró, así como el barrio marginal de Las Palmas, entre la exferia internacional y la San Benito, fueron dos lugares donde derrochó energías y cariño. Hasta poco antes de morir, mantuvo su preocupación e interés por el programa de becarios que él mismo organizó para jóvenes de escasos recursos, provenientes de zonas rurales. Organizó la parroquia de la UCA pensando en la solidaridad con los más pobres. Se entregó a todos con una alegría profunda y sin hacer distinciones entre personas.

Y al mismo tiempo reflexionaba. Escribió un excelente libro sobre los Ejercicios Espirituales, orientados a la solidaridad y el compromiso social. No había tema de El Salvador en el que se jugaran los valores de justicia, dignidad humana, desarrollo social, construcción de un futuro respetuoso con los derechos sociales de la población que no fuera de su interés. Vivía por y para los demás con una enorme conciencia de que su dedicación al prójimo sería eficaz si escuchaba, dialogaba, se solidarizaba y amaba. La visión estructural y la capacidad de amar y querer a las personas concretas eran en él una síntesis construida precisamente desde su inspiración cristiana.

Las universidades necesitan gente como él. Nuestra propia sociedad salvadoreña no cambiará si no crecemos en la generosidad al estilo del P. Dean Brackley. Su vida es, en ese sentido, un desafío para nuestra creatividad universitaria, para nuestro empeño en la construcción de un El Salvador más justo, y para unir, como él la unió, la fe en Dios con la construcción de una nueva civilización. Esa que Ellacuría llamaba civilización de la pobreza y del trabajo, y que Dean tuvo siempre ante sus ojos, en su mente y en su corazón.



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