Religión y teorías del «Todo»

Hay en el espíritu humano un anhelo irreprimible de una visión total, y por un orden que permanece incluso dentro de los desórdenes que constatamos. Concretamente vivimos en el fragmento, pero lo que buscamos en verdad es el Todo. Los grandes sistemas religiosos y filosóficos intentan construir visiones totalizantes del ser, de su origen, de su devenir y de su plena manifestación.
La ciencia moderna no escapa a esta búsqueda insaciable. Desde que Newton introdujo la efectiva matematización de la naturaleza surgió el intento de una «Teoría del Todo» (TOE: Theory of Everything), llamada también «Teoría de la Gran Unificación» (TGU), o la «Teoría-M» (Mater), un cuadro general que abarcase todas las leyes de la naturaleza y que nos brindase la explicación final del universo.
Hay dos libros clásicos que resumen los caminos y descaminos de esta cuestión: el de John D. Barrow, Teorías del Todo: Hacia una explicación fundamental del universo (Crítica 1994) y el otro de Abdus Salam, Werner Heisenberg y Paul A. M. Dirac: La unificación de las fuerzas fundamentales (Gedisa 1991). Sabemos que los últimos años de Albert Einstein fueron dedicados, casi obsesivamente, a esta cuestion, sin alcanzar ningun resultado satisfactorio. Últimamente la cuestión ha sido retomada con especial vigor por Stephen W. Hawking, en su reciente libro Brevísima historia del tiempo (Crítica 2005).
Poco después de empezar se da cuenta de la dificultad de esta tarea, pues, de acuerdo con la mecánica cuántica, el principio de indeterminación parece ser la marca fundamental del universo, tal como lo conocemos. ¿Cómo encuadrar realidades que son, por principio, indeterminables, bifurcables y potenciales en una única formula? Confiesa: «Si realmente descubrimos una teoría completa, sus principios generales deberán ser, a su debido tiempo, comprensibles para todos, y no sólo para unos pocos científicos. Entonces, todos nosotros, filósofos, científicos y simples personas comunes, seremos capaces de participar de la discusión de por qué, el universo y nosotros, existimos. Si encontrásemos una respuesta a esta pregunta sería el triunfo último de la razón humana, porque entonces conoceríamos la mente de Dios».
La ilusión de estas teorías es imaginar que todo puede ser reducido a la física (clásica o cuántica) y traducido en al lenguaje de la matemática. La realidad, sin embargo, se apoya, sí, en la física pero va mucho más allá. Por eso, John Barrow modestamente reconoce: «No encontramos nada de matemático en relación con las emociones y juicios, la música y la pintura». Toda la vida cotidiana, lo que mueve a los seres humanos en su búsqueda de felicidad y en su tragedia, no caben en la concepción física del «Todo». Poco me importa la inmensidad de los espacios cósmicos llenos de polvo sideral, de gravitrones, electrones, neutrinos y átomos, si mi corazón es infeliz por no poder dar amor a quien amo, por haber perdido el sentido de la vida y no encontrar consuelo junto a Dios.
Aquí es otro el discurso y son otros los especialistas invocados. De estas cuestiones de vida y muerte hablan los textos sagrados de todas las religiones y tradiciones espirituales. Tal vez el místico William Blake (+1827) nos inspire, pues en la parte nos hace descubrir al Todo: «ver el mundo en un grano de arena/ y el paraíso en una flor del campo/, albergar el infinito en la palma de la mano/ y la eternidad en una hora».

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